En el verano de 2013, el profesor Timothy Koeth, de la Universidad de Maryland, recibió un inaudito regalo de cumpleaños: un paquete que contenía un pequeño cubo negro de aproximadamente cinco centímetros de lado y un peso de unos dos kilos y cuarto. Una nota adjunta explicaba tan sucinta como enigmáticamente: «Tomado del reactor que Hitler intentó construir. Regalo de Ninninger». El cubo en cuestión era de uranio, uno de los que formaron parte del intento del régimen nazi de fabricar un reactor nuclear durante la Segunda Guerra Mundial.
A finales de 1938, los físicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann lograron obtener bario después de bombardear uranio con neutrones en lo que se considera la primera prueba de fisión nuclear, tal como la bautizó otro científico, Otto Robert Frisch, tras confirmarlo experimentalmente unas semanas más tarde. Los siguientes meses fueron febriles al desatarse las especulaciones sobre las posibilidades que se abrían, formándose un equipo de físicos al que se llamó oficialmente Arbeitsgemeinschaft für Kernphysik pero al que se conocía de forma popular como Uranprojekt o Proyecto Uranio (en la versión inglesa, Uranvein).
Poco después se organizó un segundo equipo y se orientó el trabajo hacia la aplicación militar, para lo cual era necesario hacer un reactor. Ése fue siempre el objetivo, pues Hitler nunca fue capaz de entender el mundo del átomo y, por tanto, únicamente le expusieron un breve esbozo del potencial que alcanzaría una bomba, por la que no se interesó demasiado. El problema era el tiempo, pues se calculaba que no habría forma de conseguir un reactor antes de cinco años y el estallido de la guerra parecía cada vez más inminente.
Una vez empezada la contienda, los científicos tenían claro que no alcanzarían el éxito a corto plazo y por eso el trabajo se repartió entre nueve institutos: éstos se dedicaban a conseguir uranio, aquellos a fabricar agua pesada (en Noruega se hacían unas cinco toneladas al año), unos a separar los isótopos y otros a construir el reactor. Sumaban en total una setentena de especialistas con Hermann Göring al mando supremo del proyecto.
Sin embargo, la marcha de la guerra obligó a primar los recursos en el esfuerzo bélico, por lo que en el otoño de 1942 hubo un parón. Para entonces se calculaba que no se podría fabricar una bomba atómica antes de 1947, así que se propusieron alternativas como desarrollar un motor de uranio para la Kriegsmarine. Pero al verano siguiente Albert Speer consiguió que se retomara el trabajo y ordenó emplear todo el uranio disponible (unas mil doscientas toneladas) en los trabajos.
Lo que pasa es que el Uranprojekt ya tenía un competidor en EEUU, el Proyecto Manhattan, que terminaría por adelantarse pese a empezar dos años más tarde. Según los expertos, ello se debió a que -superioridad de medios aparte- los participantes trabajaron juntos en la misma dirección en vez de disgregar esfuerzos como los germanos, que se distribuyeron en tres grupos trabajando por separado en tres ciudades (Berlín, Leipzig y Gottow) y rivalizando por los recursos. Así se confirmaría, como veremos.
Volvamos ahora a la Universidad de Maryland, donde el profesor Timothy Koeth se puso a investigar el origen del peculiar paquete recibido. La nota hablaba del reactor proyectado por Hitler, que en el invierno de 1944, con los Aliados ya entrando en Alemania, sí parecía un logro alcanzable frente a la frustrada bomba. Koeth, que ya había comprobado la autenticidad del cubo, recordó un nombre: Werner Heisenberg. Era el director del Kaiser Wilhelm Institute y probablemente el físico más notable de cuantos tomaban parte en el Uranprojekt, de ahí que se le otorgara la dirección, si bien siempre sostuvo que él y su equipo centraron sus esfuerzos en hacer un reactor y desatendieron la cuestión de la bomba por escrúpulos éticos.
El caso es que, estando el enemigo ya en suelo alemán, se ordenó trasladar los trabajos de Berlín a Haigerloch, una pequeña ciudad del suroeste del país, instalándose en el castillo local, donde actualmente se ubica el Atomkeller Museum. Allí realizaron el experimento B-VIII (la B era la referencia a Berlín), descrito por Heisenberg en una obra que publicaría en 1953, Física nuclear.
En ella contaba que disponían de seiscientos sesenta y cuatro cubos de uranio, cada uno de unos dos kilos y cuarto de peso, que se sumergían en un tanque lleno de agua pesada enlazados entre sí mediante cables que colgaban en ristras de la tapa. Una pared de grafito rodeaba el conjunto. Era el reactor en cuestión, que nunca llegó a funcionar por no tener suficiente uranio; hubiera necesitado un 50% más, lo que implicaba también una mayor cantidad de agua pesada.
El cubo recibido en Maryland era uno de aquéllos, como demuestran sus medidas, peso y aspecto (cada cara presenta una superficie con los huecos que dejaron las burbujas durante el proceso de fundición en bruto, el tipo de procesamiento previo de la época). Además, se aprecian en él las muescas practicadas para pasar el cable y un análisis con espectroscopio de rayos gamma de alta resolución reveló que la composición es de uranio natural, ni enriquecido ni empobrecido.
Asimismo, -y esto es importante-, tampoco tiene productos resultantes de una fisión (cesio 137, por ejemplo), lo que permite confirmar que el reactor no funcionó. Otra posibilidad es que por alguna razón no se utilizase ese cubo concreto pero, en cualquier caso, sí está claro que se trata de uno de los del Uranprojekt.
La gran pregunta era cómo llegó el cubo a EEUU y la respuesta estaba en la Operación ALSOS. Fue encargada por Leslie Groves, el general al mando del Proyecto Manhattan, y consistía en el envío de una unidad de militares y científicos a primera línea para recopilar información sobre el programa atómico alemán en todos sus campos. A medida que los Aliados avanzaban hacia Haigerloch, a los germanos les quedó claro que ya no tenían tiempo de seguir sus investigaciones y se les ordenó hacer desaparecer todo el equipo. La documentación se escondió en una letrina, el agua pesada se vertió en barriles y los cubos de uranio fueron enterrados en un campo cercano. Cuando la gente de ALSOS llegó a la ciudad a finales de abril de 1945, arrestó a los físicos germanos pero no a todos; Heisenberg había logrado huir de noche, en bicicleta, llevando consigo varios de los cubos.
Los Aliados no tardaron en encontrar los documentos y el agua, además de desenterrar los cubos inhumados. Todo ello fue enviado a París y de allí a EEUU bajo el control de la CDT (Combined Development Trust), una entidad anglo-americana creada para evitar que la Unión Soviética se hiciera con material de ese tipo. Se supone que los cubos se destinaron al ORNL (Oak Ridge National Laboratory), el centro creado para albergar la masivas instalaciones y plantilla del Proyecto Manhattan, que inicialmente iba a continuar los experimentos en armamento nuclear (luego se reorientó a ciencia y medicina); pero, al parecer, no todos llegaron.
Las pesquisas de Timothy Koech le llevaron a descubrir una caja guardada en los Archivos Nacionales y etiquetada con el epígrafe Uranio alemán. Contenía cientos de documentos recientemente desclasificados que revelaban que, además de los cubos de Haigerloch, en Alemania hubo otros cuatrocientos; concretamente en Gottow, donde el doctor Kurt Diebner intentaba desarrollar otro reactor. Eso significa que si los equipos de Gottow y Berlín hubieran trabajado juntos, habrían tenido uranio suficiente y seguramente habrían conseguido un reactor que funcionara antes de acabar la guerra.
Todos esos cubos, desconocidos hasta entonces, fueron vendidos en Europa del Este por una banda de contrabandistas que aprovechó la creciente demanda de uranio en el mercado negro durante la posguerra. De hecho, también intentaron vender esa singular mercancía a los países occidentales por valor de cientos de miles de dólares cada unidad, aunque no lo lograron porque a EEUU le sobraba uranio y sólo aceptaba comprarlo al precio de mercado, que era de unos doce dólares por kilo. Pero seguían llegando ofertas esporádicas y en 1952 dos alemanes fueron detenidos y condenados a cadena perpetua por posesión de uno de esos cubos, lo que demostraba la existencia de la trama. No obstante, la mayoría de las unidades terminaron en la URSS… y ahí termina el rastro, aunque recientemente se descubrió un boceto de una bomba atómica alemana en los archivos soviéticos.
Sólo falta retomar la pregunta anterior: ¿cómo llegó el cubo de Maryland a América? Timothy Koeth estaba buscando bibliografía sobre el tema en una librería cuando encontró una obra de 1954 titulada Minerales para Energía Atómica. Su autor se llamaba Robert D. Nininger, el mismo apellido que figuraba en la nota misteriosa sólo que con una ene menos. Parecía demasiada casualidad, así que siguió la pista y mediante una llamada telefónica averiguó que el individuo en cuestión había fallecido en 2004… en Rockville, Maryland. Resultó que Nininger había trabajado en la sección de adquisición de uranio del Proyecto Manhattan y, por tanto, era el encargado de recibir los cubos que se mandaban desde Europa. Su viuda le contó que había tenido el cubo todo ese tiempo pero luego cambió de manos varias veces antes de llegar a la universidad.
Esta fascinante historia no fue un caso único porque al menos hay otros diez cubos en colecciones privadas y públicas estadounidenses (el Smithsonian Institute, la Universidad de Harvard, etc.), se supone que cada uno con su propia e interesante historia. En cuanto a Heisenberg, finalmente fue capturado e internado, junto a otros científicos como Otto Hahn, en un campo de concentración inglés. Allí oyó por radio la noticia de la explosión de la bomba atómica de Hiroshima y pasó los dos días siguientes haciendo cálculos de la masa crítica y la cantidad de uranio necesaria para ello; resultaron tan aproximados que parece probable que, a poco que hubieran cambiado las circunstancias y la voluntad, él y los suyos pudieran haberlo conseguido antes.
Fuentes
Tracking the journey of a uranium cube (Timothy Koeth y Miriam Hiebert en Physics Today)/New light on Hitler’s bomb (Rainer Karslch en Physics World)/The Kaiser Wilhelm Society under National Socialism (Susanne Heim, Carola Sachse y Mark Walker, eds)/The history and science of the Manhattan Project (Bruce Cameron Reed)/La bomba atómica (Natividad Carpintero Santamaría)/Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial (Jesús Hernández)/Searching for lost WWII-Era uranium cubes from Germany (AIP, American Institute of Physics)/Wikipedia