Los días 11 y 13 de febrero del año 1903 fueron especiales en San Petersburgo. Si, en palabras del gran duque Alejandro Mijáilovich, alguien mirase por los grandes ventanales del palacio intentando atisbar la fiesta que se celebraba en su interior, se hubiera quedado un tanto confuso al ver que el tiempo había retrocedido al siglo XVII: allí estaba lo más granado de la nobleza rusa, sí, pero algo no concordaba; vistiendo largas casacas hasta las rodillas y cotas de malla los hombres, sarafán y kokoshnik las mujeres, parecían todo salidos de la corte de Iván el Terrible. Era un baile de disfraces que ha pasado a la Historia por ser el último grande de su tipo y por la exquisitez del vestuario.
Ya hemos hablado otras veces de Nikolái Aleksándrovich Románov, más conocido como Nicolás II. Nacido en 1868 en la propia San Petersburgo, sucedió a su padre Alejandro III en 1894. Había recibido una educación estricta, casi espartana, que combinaba la limitación de comodidades con una enseñanza religiosa intensa y la inculcación del concepto de autocracia absoluta. Ese período terminó a los veintidós años, cuando salió por primera vez de aquel entorno cerrado para viajar y participar en las sesiones del Consejo de Estado.
Fue entonces cuando conoció a Alix de Hesse y el Rin, nieta de la reina Victoria, con la que compartía antepasados y que convirtió en su esposa en 1894 tras la preceptiva conversión del luteranismo de ella a la fe ortodoxa y el no menos exigido cambio de nombre, pues pasó a llamarse Alejandra Fiódorovna. El matrimonio llevó una vida feliz hasta que la Revolución Bolchevique de 1917 puso final al reinado y a su existencia misma junto a sus hijos, fusilados todos en Ekaterimburgo. Nicolás II pagó cara su falta de preparación para el trono -que había tenido que asumir antes de lo previsto- y no supo hacer frente al cambio que demandaba el país ya desde el último cuarto del siglo XIX, situación que se afrontó con una política represiva de la mano de la siniestra Ojrana.

Pero la mano dura no sólo no frenó los brotes opositores sino que los radicalizó y en 1905, tras la desastrosa guerra contra Japón, la protestas llevaron a una manifestación popular que fue salvajemente reprimida en lo que se dio en llamar el Domingo Sangriento. El suceso, todo un prólogo de lo que habría de venir doce años después, tuvo lugar precisamente frente al Palacio de Invierno, el mismo que en 1903 presentaba un aspecto muy diferente, envuelto en el halo amable de una fiesta de disfraces. Una tradición, por cierto, que en esa edición se sublimaría de tal modo que su recuerdo ha pasado a la posteridad, hasta el punto de que el Museo del Hermitage le dedicó una exposición en 2003 con motivo de su centenario.
En esa muestra se exhibieron algunos de los trajes utilizados por los invitados imitando la moda del siglo XVII. Una docena, en concreto, aunque se completó la cosa con fotografías originales de otras treinta y cuatro piezas que se realizaron en la época por orden de la emperatriz Alexandra Feodorovna para formar un álbum de ciento setenta y tres imágenes. Fueron los mismos invitados los que posaron, tanto individualmente como en grupos, incluyendo a la familia real. El dinero recaudado con la venta de esos álbumes, principalmente entre los que se retrataron, se donó a las tropas que habían sido enviadas a ocupar Corea y Manchuria ante la creciente tensión con los japoneses.
El diseñador de los trajes se llamaba Sergei Sergeyevich Solomko, un artista formado en la Escuela de Pintura, Escultura y Arquitectura de Moscú que se había especializado en la ilustración de libros y revistas, y que ante aquel encargo se documentó a conciencia, consultando con historiadores. El resultado fue espectacular porque muchos disfraces incluían joyas auténticas, así que los invitados pagaron verdaderas fortunas por ellos. Tras la Revolución de 1917, seguiría trabajando en ese campo, diseñando figurines para el ballet, ya que los soviéticos calificaron su arte de «vulgaridad burguesa», aunque con el tiempo colaboró en la fundación de la Academia de las Artes de Rusia. Paradójicamente, hoy es un autor apreciado porque sus recreaciones de ambientes antiguos resultan muy útiles a los historiadores.

Como decíamos al comienzo, el baile de 1903 se desarrolló en dos jornadas: los días 11 y el 13 de febrero. La primera fue la noche del 11 de febrero, cuando los invitados se reunieron en la Galería Romanov del Hermitage y en el Gran Salón (Nikolaevsky) del Palacio de Invierno, accediendo por parejas. El acto central de la velada fue un concierto en el Teatro del Hermitage en el que se representaron escenas de tres obras: por un lado la ópera Boris Godunov, de Mussorgsky, cuyos momentos principales fueron interpretados por los famosos cantantes Fíodor Chaliapin y Nina Figner; por otro, un par de ballets como La bayadera, de Minkus, y El lago de los cisnes, de Tchaikovsky, organizados por el prestigioso coréografo francés Marcus Petipa y actuación estelar de Anna Pávlova.
A continuación, todos pasaron al Pavilion Hall para asistir a un espectáculos de danzas folklóricas. Así llegó la hora de la cena, que dada la cantidad de invitados se repartió por tres salones: el Español, el Italiano y el Flamenco. Una vez terminada, volvieron al Pavilion Hall para el baile de rigor, que esa noche era normal, sin disfraz, pues ésa era la gracia de la segunda jornada, celebrada dos días después, el 13 de febrero, en el Salón de Malaquita y dependencias adyacentes.
A las once, la orquesta de la corte, ataviada también de época tocó en la Sala de Conciertos mientras los invitados cenaban en treinta y cuatro mesas redondas que, de nuevo, fue necesario distribuir también por el Comedor Pequeño; asimismo, el Salón de Malaquita acogió más mesas para el té posterior. El baile se inició con danzas de exhibición -entre ellas la que interpretó el bailarín Félix Kshesinsky- y se prolongó hasta la una de la madrugada con valses y mazurcas. Esta vez los invitados ya llevaban los fastuosos atuendos a la pintoresca usanza rusa del siglo XVII.

Las fotografías del citado álbum muestran los imponentes trajes usados: boyardos con altos gorros de piel y abrigos de terciopelo reaparecían de pronto junto a streltsí de abrigo largo y bardiche (una especie de hacha) o damas con sarafán (el vestido rural tradicional) y kokoshnik (un tocado también tradicional). Los jóvenes oficiales de los regimientos de la Guardia lucían como sus equivalentes de caballería y los demás eligieron ir de cetreros, arqueros y similares, caso del gran duque Alejandro Mijáilovich, con caftán blanco, botas de tafilete y águilas bordadas.
Nicolás II apareció encarnando al zar Alejo I, el padre de Pedro el Grande, llevando de la mano al zarevich, que vestía brocado de oro. No obstante, fue la zarina quien, con un vestido satinado, una corona tachonada de perlas y piedras preciosas diseñada por Fabergé, más una esmeralda gigante en el pecho, deslumbró a la concurrencia evocando a María Miloslavskaya. Ésta era la primera esposa de Alejo I y madre del zar Fíodor III que, siguiendo una costumbre bizantina probablemente introducida por Sofía Paleóloga, había sido elegida como novia por su belleza entre doscientas candidatas de la aristocracia convocadas ad hoc en la corte. La gran duquesa Xenia Aleksándrovna, hermana de Nicolás II, iba de boyarda y en ella se inspiró Trisha Biggar, la diseñadora de vestuario de La amenaza fantasma, para uno de los vestidos de la princesa Amidala.
La mascarada de 1903 ha pasado a la posteridad gracias a la documentación gráfica conservada y a ese extravagante carácter enmarcado en las circunstancias que sacudirían Rusia no mucho después. Al fin y al cabo, como dejó escrito el mencionado gran duque Alejandro Mijáilovich, cuñado del zar, fue «el último baile espectacular en la historia del imperio (…) Mientras nosotros bailábamos, en San Petersburgo los trabajadores estaban en huelga y unos nubarrones cada vez más espesos se cernían sobre el Extremo Oriente”. Irónicamente, el tercer centenario de los Románov en 1913 se conmemoró editando una baraja cuyas figuras eran los miembros de la familia vestidos con sus disfraces, y que luego se convirtió en la baraja más utilizada en la Unión Soviética.
FUENTES
Edvard Radzinsky, The last Tsar. The life and death of Nicholas II
Douglas Smith, Former people. The final days of the russian aristocracy
Peter Kurth, Tsar. The lost world of Nicholas and Alexandra
Wikipedia, 1903 Ball in the Winter Palace
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