Este año 2019 se cumplió el 50º aniversario de la llegada del Hombre a la Luna. Fue el 21 de julio de 1969 cuando el comandante Neil Armstrong pisó la superficie donde había aterrizado seis horas antes el Eagle, módulo lunar de la misión Apolo XI. Luego le siguió Buzz Aldrin mientras Michael Collins se quedaba controlando el Columbia, módulo de mando. Tres días después, los tres regresaban triunfalmente a la Tierra. Lo que no imaginaban en ese momento era que habían extendido la religión fuera de nuestro planeta, ya que, el menos en teoría, el satélite pasaba a incorporarse a la diócesis estadounidense de Orlando, Florida.

Diócesis es el término empleado para designar las unidades administrativas cristianas, especialmente las católicas aunque no exclusivamente, a cargo de un prelado, sea obispo, arzobispo u otra variante. El concepto deriva del latín dioecēsis, que a su vez lo hace del griego bizantino dioíkēsis, y que los romanos aplicaban al territorio que gobernaba una ciudad central.

La expansión del cristianismo y su asimilación al estado llevó a que los obispos, que inicialmente podían ocuparse personalmente de las primeras comunidades cristianas al ser poco numerosas, pasaran a dejar éstas en manos de párrocos para asumir ellos la dirección de entidades más amplias. La fórmula elegida fue la de las diócesis, que agrupaban varias parroquias.

La diócesis de Orlando/Imagen: AlexiusHoratius en Wikimedia Commons

El protagonista involuntario del peculiar episodio reseñado antes fue el obispo William Donald Borders, cuyo apellido no podía ser más apropiado ni haciéndolo a propósito (borders significa fronteras en inglés). Era natural de Washington, Indiana, donde nació en 1913 en el seno de una familia numerosa y en un parto desarrollado en condiciones extremas, ya que en ese momento la casa de sus padres estaba aislada por una inundación y el médico tuvo que llegar en barca.

Estudió la carrera sacerdotal en los seminarios de Saint Meinrad y Notre Dame (éste en Nueva Orleans), siendo ordenado en 1940. Fue capellán del ejército durante la Segunda Guerra Mundial, en la que ganó la Estrella de Bronce por rescatar a un soldado herido en la campaña italiana, y luchó activamente por poner fin a la segregación racial en Luisiana, además de ser nombrado rector de la Escuela Católica St. Joseph.

El  2 de mayo de 1968 alcanzó el obispado de la diócesis de Orlando, por lo que quedaban bajo su jurisdicción sitios como el famoso parque temático de Disney, los estudios cinematográficos de la Universal y Cabo Cañaveral. Por esa razón, cuando poco después del retorno de la misión Apolo XI viajó a Roma en una visita ad limina apostolorum (la que los obispos hacen cada cinco años para informar del estado de sus diócesis), aprovechó para decirle al papa Pablo VI, en clave jocosa, que ahora era obispo de la Luna. Ante la perplejidad del pontífice, Borders le explicó que esa condición estaba refrendada por el Codex Iuris Canonici (Código de Derecho Canónico), el primer corpus normativo de la Iglesia propiamente dicho, que tardó doce años en redactarse y se promulgó en 1917, en tiempos de Benedicto XV.

El despegue del Saturno V desde Cabo Cañaveral/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El Codex fue actualizado en 1983 pero en 1969 todavía estaba vigente tal como llevaba desde cincuenta y dos años antes y, según su dictado, cualquier territorio nuevo que se descubriera quedaría adscrito a la diócesis de la que partiera la expedición descubridora. El Saturno V, el cohete de la misión Apolo XI, despegó de Cabo Cañaveral -por entonces rebautizado Cabo Kennedy desde 1964, aunque retomaría su nombre original una década más tarde-, así que estaba claro: la Luna pasaba a ser competencia del obispo Borders, quien quedaba a cargo de la mayor extensión diocesana de la historia con 14 millones y medio de millas cuadradas. Eso sí, sin apenas almas que atender en lo espiritual, ya que el aproximadamente medio millón de católicos que tiene se concentran en los 28.814 kilómetros cuadrados de Orlando.

Los cardenales de Nueva York y Miami se sumaron a la broma exigiendo ser ellos los obispos lunares, el primero recordando que era vicario militar de la base de Cabo Cañaveral y el segundo diciendo que la Luna siempre está sobre Miami. Por cierto, continuando en ese tono desenfadado, se podría decir que Borders fue luego degradado, al menos en cuanto a territorio, ya que en 1974 pasó a dirigir la arquidiócesis de Baltimore, Maryland, la más antigua de EEUU pero de sólo 12.430 kilómetros cuadrados. Falleció en 2010, enfangado en la acusación -con dos demandas incluidas- de no haber actuado contra sacerdotes de los que presuntamente sabría que habían cometido abusos sexuales. El actual obispo de la Luna es John Gerard Noonan, cuyo apellido también resulta curioso porque guarda cierta similitud cacofónica con Moon, nombre de nuestro satélite en inglés.

Pero a esta historia religioso-espacial todavía se le puede añadir un epílogo y además español; andaluz, para más señas. A mediados de los años sesenta, y viendo que se preparaba la misión Apolo XI, Felipe Sánchez Urbano, secretario de la Cofradía de Nuestra Señora de Luna, de la localidad cordobesa de Pozoblanco, envió cartas a cada uno de los tres astronautas, adjuntándoles una estampa de la talla de la Virgen (que es una copia actual porque la original del siglo XVIII quedó destruida durante la Guerra Civil). Ninguno contestó pero, como cabe imaginar, el éxito de la misión llevó a que se mandaran a la NASA miles de felicitaciones de todo el mundo. Tres de ellas, una para cada astronauta, fueron remitidas a la embajada de EEUU en España de nuevo por Sánchez Urbano. Entre otras loas y otra vez acompañadas de estampas, decían textualmente:

«Muy Sr. nuestro: con gran emoción hemos seguido la operación Apolo XI, culminada con tantos éxitos que compartíamos todos los hombres de buena voluntad, por lo que lo felicitamos efusivamente. Con este motivo, y como el mejor presente que podemos ofrecerle, le adjuntamos una fotografía de la Santísima Virgen de Luna, Patrona de esta ciudad y titular de nuestra cofradía, rogándole acepte éste nuestro obsequio en conmemoración de la gran gesta que han llevado a cabo, siendo los primeros terrestres que han pisado la Luna. Hemos propuesto a la autoridad eclesiástica que nuestra titular la Santísima Virgen de Luna sea nombrada Patrona de los Astronautas. Que Dios, Nuestro Señor, lo bendiga en unión de sus familiares».

Armstrong, Collins y Aldrin en una foto oficial/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Seguramente a Robert C. Hill, el embajador, le resultaron entrañables las misivas porque no las tiró sino que las reenvió a la NASA. Increíblemente, el 23 de septiembre de 1969 llegó a la sede de la cofradía una carta con membrete de la agencia espacial y una repuesta firmada por Armstrong, Aldrin y Collins que todavía se conserva:

Dear Mr. Secretary: thank you very much for your warm and thoughful letter. We appreciate your efforts in our behalf and we wish you every sucess in your dedicated endeavor. Wea are indesed honored for your considerations».

(Estimado Sr. Secretario: muchas gracias por su cálida y atenta carta. Apreciamos sus esfuerzos en nuestro nombre y le deseamos mucho éxito en su esfuerzo. Nos sentimos honrados por su atención»).

Los tres astronautas visitaron Madrid ese otoño y se les invitó a Pozoblanco, aunque su apretada agenda no lo permitió. Pero el embajador aseguró que uno de ellos había llevado consigo al espacio la estampa de la Virgen de Luna.



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