Cada 12 de septiembre, las fuerzas armadas indias celebran una festividad llamada Regimental Battle Honours Day. El regimiento al que alude el nombre es el Sij, protagonista de un heroico episodio en 1897, durante la Segunda Guerra Anglo-Afgana, cuando los 21 hombres de un pequeño destacamento defendieron su posición ante el ataque de miles de enemigos y perdieron la vida en ello, aunque entraron en la gloria. Esa heroica acción, de estudio obligado para los niños en las escuelas del Punjab y que también conmemora el Ejército Británico, es lo que se conoce como Batalla de Saragarhi.

El Imperio Británico había invadido Afganistán en 1878. Era la segunda vez, pues antes lo había hecho en 1839 para asegurar el control de un territorio que los rusos ambicionaban porque constituía el primer paso para tener una salida al mar en esa región, siendo el siguiente el noroeste de la India (lo que hoy es Pakistán) inevitablemente. A esa partida de ajedrez a gran escala se la denominó el Gran Juego y en esa primera fase el protagonismo lo tenía la Compañía Británica de las Indias Orientales, cuyas tropas fueron estrepitosamente derrotadas y exterminadas en su retirada de Kabul, provocando la decisión de Londres de abandonar el país; lo vimos en otro artículo.

En 1855 se firmó un acuerdo de paz con el emir Dost Mohammed Khan, pero en el último cuarto del siglo, tras el Congreso de Berlín, se recrudeció el Gran Juego por el dominio de Asia Central y el hijo de Dost, Sher Ali Khan, que le había sucedido al frente del gobierno, se vio presionado por ambas partes. Obviando su negativa a ser recibidos, los rusos le impusieron una delegación diplomática que claramente buscaba influir en la política afgana; cuando los británicos trataron de hacer lo mismo, se les impidió llegar, lo que constituyó un casus belli. Esta vez lograron imponerse en el campo de batalla y dos años después, por el Tratado de Gandamak, convirtieron Afganistán en un protectorado e impusieron un emir favorable, retirando las tropas.

Pero también desgajaron algunas regiones fronterizas para anexionarlas a la India Británica. Una de ellas fue Tirah, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, lugar de enorme valor estratégico porque en él se situaba el Paso del Khyber, un puerto de montaña que comunicaba el Valle de Peshawar con territorio indio a través de las montañas Spin Ghar y, por tanto, era el camino que empleaba el ejército para pasar de un país a otro (allí tuvieron lugar los momentos más dramáticos del desastre militar de 1842). Sus habitantes originales, los tirahi, habían sido expulsados en el siglo XVII por los pastunes, de los que tres tribus serían las protagonistas de un levantamiento en 1897: afridis, orazkais y chamkanis.

Las tres se alzaron en armas a pesar de que, siguiendo la costumbre, eran subsidiadas por el Raj (gobierno británico en la India) para que se mantuvieran tranquilas; es más, se había dejado la vigilancia del Paso del Khyber en manos de un regimiento formado exclusivamente por afridis, de los que nadie esperaba deslealtad después de dieciséis años cumpliendo. Sin embargo, era una paz tensa con ocasionales ataques y bastó que se difundieran algunas noticias para enardecer los ánimos. Por un lado, la victoria turca ante los griegos; por otra, la publicación por parte del emir de una obra religiosa de marcado cariz anticristiano hizo que se pusieran de acuerdo varios jefes, bajo un líder carismático; de fondo, el descontento por una campaña de castigo realizada tres años antes contra otra tribu pastún, la de los waziris, que se habían negado a aceptar la Línea Durand (una nueva frontera) porque los dejaba dentro de la esfera de influencia británica.

Los afridis se adueñaron de los puestos que vigilaban el Khyber mientras los orazkais hacían otro tanto en la Cordillera de Samaná, una cadena montañosa donde se situaba otro paso de gran importancia, el Chagru Kotal, vital para acceder a la ciudad de Peshawar. El principal bastión de esa segunda zona era Dargai, un área que dominaba el camino, por lo que en sus crestas se habían construido once fortines, siendo los principales Fort Lockhart y Fort Gulistan, levantados entre 1834 y 1837 por Ranjit Singh, cabeza del Imperio Sij. Cerca de 5.000 guerreros afganos se concentraron allí bajo el mando de Gul Basdah, pero el número total ascendía a 10.000 o 20.000, mientras los británicos intentaban organizar apresuradamente a sus tropas para enfrentarse primero a los mohmands, otra tribu pastún que habitaba al noroeste de Peshawar.

Los mohmands se alzaron en armas en junio, siguiéndoles en julio los habitualmente pacíficos swatis y en agosto los afridis, que consiguieron capturar todos los fortines del Khyber. Sir Bindon Blood fue el encargado de sofocar a los primeros, algo que consiguió definitivamente el 5 de octubre a pesar de que sólo contaba con un pequeño ejército llamado Malakand Field Force, formado por 1.200 hombres entre los que estaba un teniente segundo llamado Winston Churchill que ejercía de corresponsal de guerra y dejó un relato de los hechos en su libro The story of the Malakand Field Force. An episode of frontier war.

Entretanto, no lejos de allí, en la citada Cordillera de Samaná, ocurrió el episodio que reseñábamos al comienzo. Para la campaña de 1894 contra los waziris se había creado el Regimiento de Infantería 36º, integrado exclusivamente por sijs del subgrupo jat. Los sijs se habían incorporado a las filas de la Compañía Británica de las Indias Orientales tras la Guerra Anglo-Sij de 1846, que ya tratamos en el artículo dedicado a la Batalla de Sobraon, y en agosto de 1897, a las órdenes del teniente coronel John Haughton, se enviaron cinco compañías de ese regimiento a las posiciones de Samaná, Kurag, Sangar, Sahtop Dhar y Saragarhi.

Esa última tenía una peculiar misión: fue construida sobre una cresta rocosa prominente para poder comunicar por heliógrafo Fort Lockhart y Fort Gulistan, que estaban separados apenas por unos kilómetros pero no se veían entre sí debido a la abrupta orografía. Saragarhi era un sitio modesto, consistente sólo en un puñado de pequeñas casas y una torre de señales más la muralla perimetral, por lo que no podía acoger una guarnición demasiado amplia. Se le asignaron 21 cipayos sij, dirigidos por el havildar (sargento) Ishar Singh, que regresaban a Fort Lockhart después de haber sido enviados a Fort Gulistan como refuerzo para rechazar los ataques afridis desarrollados entre el 3 y el 9 de septiembre.

Atrincherados en aquel reducto, hacia las 9:00 del día 12 fueron rodeados por miles de afganos que se lanzaron al ataque. Los defensores solicitaron ayuda a Fort Lockhart por medio del heliógrafo, pero el teniente coronel Haughton respondió que no podía enviársela. Así las cosas, no quedaba más remedio que resistir o morir, pues desoyeron las ofertas de rendición. Los sij lograron rechazar dos intentos de asalto haciendo fuego por secciones, gracias a lo cual aguantaron tres horas. Luego, el astuto enemigo hizo arder la maleza del entorno para que el humo ocultase sus movimientos y poder acercarse así con menos bajas. Los cipayos, que habían visto su número reducido a la mitad, se pusieron entonces a cubierto tras los muros.

Eran aproximadamente las 14:00 y empezaban a escasear las municiones, fracasando un intento de llevarles más desde Fort Lockhart. Ishar Singh, incapaz de mantenerse en pie, ordenó que le colocarán en primera línea con la bayoneta calada en su fusil, pues los suyos eran insuficientes para defender todos los puntos del perímetro. De hecho, mientras un grupo de afganos se concentraba en las puertas, otro abrió una brecha en la muralla por la que entró como una ola. Llegó entonces el momento más desesperado, con una frenética y feroz lucha cuerpo a cuerpo en el interior del recinto en la que quedaron cuatro cipayos peleando espalda contra espalda. Pero al final se impuso la realidad y los sij terminaron masacrados ante aquella marea humana que se les vino encima.

El último en caer fue Gurmukh Singh, el encargado del heliógrafo, que, tras enviar un mensaje postrero al fuerte explicando lo que estaba pasando, cogió su fusil para defender la torre de señales donde se protegía. Así lo hizo, llevándose por delante a una veintena de adversarios y obligándolos a prender fuego a la construcción para poder acabar con él. O eso cuenta la leyenda, adornada además con una frase de ésas que se suelen atribuir a los héroes antes de perder la vida: «¡Bole so Nihal! ¡Sat Sri Akaal!». Era el tradicional saludo sij, que se empleaba también al final de las celebraciones religiosas y como jaikara (grito de guerra): uno gritaba la primera frase y los demás respondían con la segunda. Es difícil traducirlo porque dependía del contexto; significa algo así como «El que habla será bendecido. La grandiosa Verdad es eterna».

Como si de una versión de las Termópilas se tratase, el sacrificio de aquellos 21 hombres sirvió para que llegaran refuerzos con artillería a Fort Gulistan la noche del 13 de septiembre, lo que no sólo permitió a sus defensores retenerlo sino reconquistar Saragarhi al día siguiente, tras un intenso bombardeo del risco. El panorama fue desolador porque los 21 cipayos habían muerto, pero al lado de sus cuerpos yacían los de unos 600 pastunes (sin contar infinidad de heridos arrastrándose), la mayoría abatidos por los cañonazos pero unos 180 a manos de los sij.

Entretanto, avanzaba a marchas forzadas el Punjab Army Corps: 34.882 efectivos al mando de Sir William Lockhart, de los que el 2º de Fusileros Gurkhas y los Gordon Highlanders (el gaitero George Findlater se hizo famoso al seguir tocando para animar a los suyos incluso después de resultar herido, ganando la Cruz Victoria) barrieron a los afganos de Dargai el 20 de octubre, para después continuar en lo que se conoce como Campaña de Tirah. Ésta terminó en diciembre con relativamente poco más de medio millar de bajas propias y en abril de 1898, tras una negociación con los pastunes, la fuerza expedicionaria fue disuelta.

Todos los caídos en Saragarhi eran originarios de la región de Majha, en el Punjab, y fueron condecorados póstumamente con la Indian Order of Merit, la medalla más importante que podía entregarse en aquella época a un cipayo y equivalente a la Cruz Victoria que se entregaba a los británicos. Asimismo, su hazaña fue inmortalizada en el Khalsa Bahadur, un poema épico del escritor Chuhar Singh publicado en 1915 que viene a ser la versión sij de los inolvidables versos de Tennyson sobre la Carga de la Brigada Ligera; perfectos, por cierto, para poner fin a este relato:

¿Algún hombre desfallecido?No, aunque los soldados supieran que era un desatino. No estaban allí para replicar. No estaban allí para razonar. No estaban sino para vencer o morir (…) ¿Cuándo se marchita su gloria?


Fuentes

Dhruv C. Katoch, The Battle of Saragahi | Kiran Nirvan, 21 Kesaris. The Untold Story of the Battle of Saragarhi | Vidya Prakash Tyagi, Martial races of undivided India | Coronel Kanwaljit Singh y Mayor H S Ahluwalia, Saragarhi Battalion. Ashes to glory | Robert Johnson, The 1897 revolt and Tirah Valley operations from the pashtun perspective | Wikipedia


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