Anochecía el 18 de agosto de 1947 y el vapor Plus Ultra navegaba mar adentro tras haber zarpado de Cádiz poco antes. Se encontraba ya a kilómetro y medio de la costa cuando la tripulación oyó una colosal detonación, a la que siguieron una sacudida del buque y la lluvia sobre la cubierta de popa de una serie de fragmentos de hierro que causaron daños diversos a la estructura.
Ese incidente se percibió también en otros sitios con una intensidad proporcional a la distancia pero llegó a lugares tan lejanos como Portugal, donde el temblor de tierra causó cierto miedo a que se tratase de un terremoto, recordando aquel de Lisboa de 1755 (cuyos efectos se sintieron también en la urbe andaluza). Lo que había ocurrido en realidad era la explosión accidental del polvorín que la Armada Española tenía en el puerto gaditano.
Concretamente en la zona situada entre las murallas y la Cortadura, donde se ubicaba la Base de Defensas Submarinas. Allí fueron habilitados en 1943 dos almacenes para albergar una partida de munición pesada sobrante de la Guerra Civil que se trasladó aquel mismo año desde el puerto de Cartagena. Había torpedos, cargas de profundidad y, sobre todo, minas, sumando en total más de un millar y medio de cargas explosivas.
Un material peligroso de por sí pero que en ese caso lo era aún más al haberse detectado durante su transporte que se hallaba en mal estado, con exudación (pérdida de líquido) y descomposición de la nitrocelulosa.
En tales condiciones, el tórrido calor del verano andaluz constituía un factor más de riesgo y, de hecho, las elevadas temperaturas provocaron la explosión de la mayor parte de lo almacenado: 1.109 cargas que, como decíamos al principio, no sólo estremecieron la bahía de Cádiz sino que tuvieron repercusión en sitios muy alejados como Huelva, Sevilla o incluso al otro lado del Estrecho, en Ceuta, desde donde se divisó una siniestra nube en forma de hongo. Ésa fue, al menos, la hipótesis que subyacía ante la del gobierno franquista , que prefirió difundir la posibilidad de un sabotaje antes que admitir una negligencia. Hay que tener en cuenta que los años comprendidos entre 1945 y 1947 inclusive fueron los de mayor actividad del maquis. Irónicamente, el accidente ocurrió justo a la hora en que iba a empezar el parte en Radio Nacional, las 21:45.
Sin embargo, y pese a las limitaciones que hay de datos sobre el siniestro, hoy en día se cree que, en efecto, fue un accidente. Para ser exactos, derivado de la degradación de la nitrocelulosa de medio centenar de cargas de profundidad WBD de fabricación alemana, anticuadas puesto que se adquirieron durante la Segunda Guerra Mundial ante el temor de que los Aliados intervinieran en España por su relación con el régimen nazi. Después, con el giro dado a la política conforme se desarrollaba el conflicto y una vez terminado éste, languidecieron en los almacenes deteriorándose progresivamente.
Así, haciéndose caso omiso de un informe firmado por el teniente coronel Manuel Bescós en julio de 1943 que advertía de la peligrosidad de la situación, ese material estalló y ello provocó que, casi instantáneamente, también lo hiciera la mayor parte de lo almacenado. El resto, lo que permaneció intacto, sería llevado al año siguiente a otros polvorines que la Marina tenía en Punta Cantera, San Fernando, y posteriormente fue trasladado para su desactivación a la Cueva del Civil, en las Cuevas-Canteras de la Sierra de San Cristóbal. Pudo haber sido peor porque en el puerto estaba anclado el guardacosta Finisterre, que llevaba a bordo un cargamento de pólvora y, de hecho, en principio se creyó que era el origen del siniestro, como también se sospechó del destructor Méndez Núñez. Pero luego se vio que ambos barcos seguían allí; aunque su primer impulso fue levar anclas, por si acaso, al final se quedaron para ayudar iluminando con sus reflectores.
La explosión fue brutal, destruyendo inmediatamente los edificios de los alrededores y arrasando buena parte de la ciudad, desde el barrio de San Severiano y la Barriada España al astillero Echevarrieta y Larrinaga (en el que también hubo explosiones menos graves). Se vinieron abajo el Campo de Deportes Mirandilla, el Sanatorio Madre de Dios, los techos y el ala derecha de la Casa Cuna u Hogar del Niño Jesús (justo donde dormían veintiséis menores de cuatro años, las monjas y el servicio), así como los chalets de Bahía Blanca (incluyendo el del general Varela). Era la «catástrofe nacional» que con fatídico tino había anunciado Bescós.
Se calcula el número de víctimas mortales en torno a centenar y medio, a las que había que sumar más de cinco mil heridos. Eso, las cifras oficiales, pues se sospecha que las auténticas fueron mayores. Y todavía hubo suerte, puesto que el casco histórico, donde vivía la mayoría de la población, salió bien librado gracias a que un reducto fortificado de piedra que le sirve de entrada, la Puerta de Tierra, junto con la recia antigua muralla dieciochesca, sirvieron de contención de la onda expansiva. Pero no es difícil imaginar la dantesca imagen extramuros, con media ciudad en ruinas, los gritos de la gente atrapada bajo los escombros o simplemente presa del pánico, el fuego que tiñó de rojo la noche y pudo verse -decíamos antes- desde Ceuta, los cadáveres desfigurados y diseminados por el suelo, la angustia de saber qué pasó con familiares y amigos…
Se registraron daños de diversa consideración en dos millares de edificios, de los cuales medio centenar se desmoronó mientras que otros más alejados sólo tuvieron desperfectos menores; por ejemplo, las puertas de la plaza de toros fueron arrancadas de cuajo de sus goznes mientras que las de la catedral se abrieron violentamente hacia dentro y se combaron.
Las instalaciones industriales portuarias salieron muy mal paradas. Fue el caso del citado astillero, donde murieron veinticinco operarios que trabajaban en el turno de noche, o de Gas Lebón, que ya había experimentado una grave explosión en 1891. Asimismo, Cádiz quedó sumida en la oscuridad porque los postes de electricidad salieron volando, al igual que los de teléfono, las tuberías de agua reventaban provocando inundaciones y los raíles del tramo de vía férrea que atravesaba la base quedaban destrozados.
En la práctica, los gaditanos sólo quedaron comunicados con el resto de España por carretera, lo que retrasó la llegada de ayuda. Gracias a los SOS emitidos por radio empezaron a acudir tropas desde Jerez y San Fernando, que se unieron a otros cuerpos militares y policiales, así como a miles de civiles, para colaborar en las operaciones de desescombro y rescate, voluntariosas pero descoordinadas. Fue entonces cuando se produjeron algunos actos de heroísmo, como el del capitán de corbeta Pascual Pery Junquera, que al frente de un grupo de marineros de reemplazo sofocó un incendio en el segundo almacén que amenazaba con hacer estallar los 98.000 kilos de TNT del medio centenar de minas que guardaba (además realizaron la acción usando solamente arena y escombros). O el del teniente Francisco Aragón Ruiz, quien para demostrar que ya no había riesgo de explosión, y haciendo gala de una inaudita sangre fría, se sentó sobre una mina y encendió un cigarrillo frotando una cerilla sobre ella.
También hubo casos menos ejemplares, como los muchos ladrones que aprovecharon para saquear las casas. Entretanto, en medio del caos, se pidió a la población que dejara sus hogares y se refugiara en las playas, a salvo de la caída de cascotes. Y, sin embargo, no faltaba experiencia en ese tipo de accidentes. La pobreza del país, resultante tanto de tres años de Guerra Civil como el aislamiento económico-político internacional a que estaba sometida la dictadura franquista (de ahí la llamada -y fracasada- Autarquía), dificultaron mucho la reconstrucción y produjeron una patente precariedad en materia de instalaciones y seguridad que llevaron a que, a lo largo de los años cuarenta, se produjeran otros casos, siendo los más destacados la explosión de un polvorín del Ejército de Tierra en Pinar de Antequera en 1940 (ciento dieciséis muertos), el incendio de Santander en 1941 (un muerto y ciento quince heridos) y el choque de trenes de El Bierzo en 1944 (cientos de muertos y setenta y cinco heridos).
No obstante, el conocimiento de todos esos sucesos, a los que se podría sumar el hundimiento del submarino C-4 con toda su tripulación al embestirlo el destructor Lepanto durante unas maniobras, era limitado debido al tamiz de la censura, tendente a rebajar sus dimensiones y el número de víctimas. Resulta significativo que apenas tres semanas después de lo ocurrido en Cádiz se repitiera la desgracia: el 6 de septiembre estallaron los polvorines de Alcalá de Henares provocando veinticuatro fallecidos que no fueron más debido a que dichos polvorines estaban algo alejados, en lo alto del cerro del Viso. Aunque fue por causas similares a las gaditanas, el régimen lo atribuyó oficialmente al «terrorismo marxista» y procesó a veinticuatro miembros de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), ejecutando a ocho de ellos al año siguiente.
En ese mismo sentido, los afectados por la hecatombe de Cádiz se vieron inermes. A la tragedia de perder seres queridos y quedarse en la calle -tuvieron que ser alojados en tiendas de campaña primero y en barracones después, atendidos por el Auxilio Social- sumaron el quedarse sin posibilidad de indemnización ni de explicaciones, al imputar el gobierno la responsabilidad a un posible atentado.
El suceso se silenció en la medida de lo posible y aunque no se pudo ocultar, dada su magnitud, si se callaron datos (se prohibió a los reporteros tomar fotos, por ejemplo). En consecuencia, el consiguiente juicio militar, celebrado en 1950, se cerró en falso, sin determinar las causas ni, por tanto, encontrar culpables.
La ciudad, eso sí, fue incluida en el Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones, un organismo creado en 1938 para dirigir e inspeccionar, en colaboración con la Dirección General de Arquitectura, la reconstrucción del país en las zonas más gravemente dañadas por la Guerra Civil (se mantuvo activo hasta 1957) y el Ministerio de Hacienda dictó una orden «para la concesión de préstamos a los propietarios de fincas damnificadas»; una colecta nacional organizada por la Comisión Pro-Damnificados de la Catástrofe también ayudó. El lugar de la explosión, donde quedó un enorme cráter de varios metros de profundidad, está ocupado hoy por el Instituto Hidrográfico de la Marina.
Fuentes
José Antonio Aparicio Florido, La explosión de Cádiz de 1947 | Miguel Ángel López Moreno, La Hipótesis Nc | José Antonio Aparicio Florido, 1947: Cádiz, la gran explosión | La Explosión de Cádiz | Wikipedia
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