Acabo de terminar de leer el último número de Las águilas de Roma, un cómic del espléndido dibujante suizo Enrico Marini que narra la historia de Arminio. ¿No les suena? Fue el caudillo germano que derrotó a las tropas del legado romano Quintilio Varo en el bosque de Teutoburgo. Derrotar es poco porque exterminó a las casi 30.000 personas que las formaban, entre legionarios, auxiliares y civiles, en una catástrofe que recuerda bastante a otra que ya tratamos aquí: la desastrosa retirada de los británicos de Kabul en 1842. Si en ésta se hizo famosa la frase de uno de los pocos supervivientes, «Yo soy el ejército», en aquella ha pasado a la Historia la que obsesivamente repetía Augusto cada noche tras recibir la noticia: «¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!». Echemos un vistazo a la figura de Arminio.
Evidentemente, ése es el nombre latino, tal como lo reseñó Cayo Veleyo Patérculo en su Compendio de historia romana (curiosamente, este autor también fue prefecto de caballería y legado en Germania durante el mandato de Tiberio). Tratándose de un querusco (un pueblo que habitaba en la región que hay entre las actuales ciudades alemanas de Osnabrück y Hannover), el verdadero sería otro, aunque no sabemos cuál; hay quien sugiere Ermanamer pero no está nada claro. El que sí conocemos es el de su padre, Segimer, un cacique que tras ser derrotado por Roma pasó a colaborar con ella en la campaña de Druso el Mayor (hijastro de Augusto) dejando a su hijo como rehén.
Era una costumbre habitual que algunos nobles romanos adoptaran a vástagos de jefes bárbaros y los educaran como si fueran romanos, no sólo para garantizar que sus pueblos de origen se mantendrían en paz sino también para, en un futuro, cuando los devolvieran a su pueblo, tener más probabilidades de contar con su alianza al estar romanizados, civilizados. Así, Arminio pasó su juventud en la capital de sus enemigos junto a su hermano menor Flavus, cuyo auténtico nombre también ignoramos (flavus en latín es amarillo, alusión probable al tono rubio de su cabello). Ambos recibieron la ciudadanía, siendo integrados y entrenados como équites (ordo equester, caballeros, una clase social por debajo de la senatorial que combatía a caballo).
Flavus, a diferencia de su hermano mayor, siempre permaneció fiel a Roma y no sólo perdería un ojo luchando por ella en Dalmacia contra los ilirios sino que acabaría enfrentándose a los suyos en el futuro, como veremos. Arminio también tuvo ocasión de foguearse militarmente liderando un cuerpo de auxiliares queruscos en las guerras de Panonia contra los mencionados ilirios, cuando éstos se sublevaron entre el 6 y el 9 d.C. Para entonces, tenía poco más de veinte años de edad, ya que se calcula su nacimiento en torno al 17 o 16 a.C. Después de esa campaña fue destinado a su tierra natal, en la Germania inferior, donde era gobernador Publio Quintilio Varo.
Varo, miembro de una familia republicana que se había opuesto a los devaneos dictatoriales de Julio César, había recuperado el honor de su linaje sirviendo fielmente a Octavio, que le premió entregándole la mano de su nieta Vipsania Marcela. Su carrera continuó en imparable ascensión, obteniendo el consulado (junto a Tiberio) en el año 13 a.C. y siendo enviado como procónsul y legado propretor a Siria. Desde allí aplastó la rebelión judía que se inició tras el fallecimiento de Herodes el Grande y amasó una cuantiosa fortuna por métodos dudosos: «Llegó pobre a una provincia rica y salió rico dejando una provincia pobre«, decía una máxima de la época.
En el año 9 d.C. cambió los tórridos aires de Oriente Próximo por los grises cielos germanos. Su avidez recaudatoria y la inexperiencia con aquellas gentes hicieron que pronto cundiera el descontento, razón por la cual se consideró recomendable ponerle un ayudante nativo que le aconsejara debidamente y le orientara a la hora de tratar con las tribus. El elegido fue Arminio, con quien entabló una estrecha amistad que, sin embargo, no resistió la realidad del contexto. El joven querusco se distanció poco a poco de la administración romana a medida que ésta privilegiaba a los suyos en detrimento de los locales y quedaba patente que el territorio no pasaba de ser un dominio militar más.
Los germanos habían permanecido tranquilos durante la insurrección de panonios y dálmatas, paradójicamente motivada por un reclutamiento forzoso para la expedición que Tiberio iba a encabezar contra los marcómanos (una tribu de lo que hoy es Bohemia), pero en la fase final de la guerra empezaron a brotar la agitación entre el Elba y el Rin. ¿La razón? Que Varo impuso nuevos tributos e intentó introducir el sistema judicial romano. Los queruscos, hasta entonces contenidos, se sublevaron animados por Arminio, que así renunciaba definitivamente a su romanización poniéndose a la cabeza del levantamiento. Pero no fueron sólo ellos; el joven cacique logró atraer a la causa a otros pueblos, de modo que el control romano quedaba comprometido.
Y es que la campaña de Panonia, que se había visto agravada por un ataque simultáneo de los getas en Mesia, obligó a desviar allí cuantiosas fuerzas: ocho de las once legiones acantonadas al este del Rin dejaron Germania, con lo que a Varo sólo le quedaron tres (más otras dos acantonadas en Moguntiacum, lo que hoy es Maguncia, al mando de su sobrino Lucio Nonio Asprenas). Aún así las consideró suficientes para, junto con seis cohortes de auxiliares y tres alas de caballería, marchar hacia el norte con el objetivo de sofocar una rebelión de la que le había informado Arminio. En realidad no había tal; era el plan que el querusco diseñó para inducir a los romanos a internarse en su territorio y poder caer sobre ellos.
Porque Arminio había conseguido algo tan insólito como reunir a la mayor parte de las tribus bajo su mando, incluyendo algunas que eran enemigas ancestrales entre sí: queruscos, brúcteros, angrivarios, marsios, caucos, sicambrios, etc. No está clara la cifra total de guerreros, ya que algunas facciones eran partidarias de los romanos y, de hecho, probablemente no superaban en mucho a sus adversarios. Pero es que éstos llevaban consigo a miles de civiles (familiares, comerciantes, sirvientes, prostitutas…) y su columna se alargaba varios kilómetros, lo que dificultaba las comunicaciones entre las unidades y provocaba una escasísima movilidad, entorpecida ademas por los carros de suministros.
Cuando se internaron en el bosque de Teutoburgo, en la Baja Sajonia, un terreno que dificultaba aún más el avance (agravado por las lluvias, que lo convirtieron en un barrizal), Arminio dio la orden de ataque. Éste no fue masivo sino concentrado en diversos puntos, escindiendo la columna en dos partes: se retiró hasta una ciénaga que impidió a los legionarios adoptar una formación defensiva y terminaron aniquilados; la otra salió a un claro donde se levantó desesperadamente un campamento fortificado. Varo, que no supo o no pudo reaccionar de forma adecuada, aún creía que los auxiliares de Arminio llegarían en su ayuda. Fue al día siguiente cuando le informaron de que estaban con el enemigo, decidiendo iniciar una retirada esa madrugada; para ello, ordenó quemar los carros y dejar a los heridos a su suerte, confiando en una piedad hacia ellos por parte de los germanos que, en el fondo, sabía que no iba a haber.
Las legiones consiguieron avanzar pero sus adversarios ya habían sido reforzados por los auxiliares de Arminio, así que se vieron obligadas a detenerse de nuevo y levantar otro campamento. Entonces llegó la noticia de que la caballería había sido exterminada en su intento de huida. Mientras se debatía qué hacer, los germanos rodearon completamente la posición.
Finalmente, en medio de una feroz tormenta, los legionarios salieron en dos grupos intentando alejarse pero la masa de guerreros que cayó sobre ellos los obligó a adoptar el testudo, inmovilizándolos. No había salida, pues, y algunos oficiales se suicidaron para evitar caer prisioneros, pues ello equivalía a ser torturados (amputarles miembros, sacarles los ojos y coserles la boca, por ejemplo), antes de acabar en el altar de sacrificios. Varo fue uno de los que se quitaron la vida, aunque se ignora el momento exacto y hay quien opina que fue la noche antes.
Los soldados formaron pequeños grupos de resistencia que fueron aniquilados progresivamente uno por uno; algunos legionarios pudieron huir entre los árboles pero se les dio caza a lo largo de las siguientes jornadas y sólo unos pocos salvaron el cuello. No se sabe cuántas bajas hubo pero las excavaciones arqueológicas han exhumado unos dieciséis mil esqueletos romanos más otro millar de germanos. Entre ellos no estaba el de Varo, cuyo cuerpo se quemó excepto la cabeza, que Arminio envió a Augusto como advertencia. Éste, como decíamos al principio, medio enloqueció temporalmente.
Pasaron cuatro años y en el 13 d.C. Germánico, sobrino de Augusto, invadió Germania con un poderoso ejército, enterrando a los muertos y recuperando el control de la región. Pero no pudo capturar a Arminio, que en el año 15 d.C. aún se cobraría otra importante victoria en la Batalla de los Puentes Largos aplastando a las cuatro legiones que mandaba Aulo Cecina Severo. No obstante, el romano logró salvar parte de sus fuerzas y unirse a las de Asprenas para cerrar el paso de los germanos a la Galia.
Después, en un contraataque, Germánico capturó a Thusnelda, la esposa de Arminio, con la colaboración de una facción pro-romana, lo que revelaba que empezaban las disensiones internas entre los germanos, debidamente alentadas por su hermano Flavus. Arminio nunca volvió a verla y tampoco conoció a su hijo Tumélico, nacido en cautiverio (fue gladiador y no duró mucho), negándose a aceptar la propuesta de negociación.
Para entonces, Augusto había muerto y gobernaba Tiberio, empeñado en pacificar de una vez Germania. El triunfo definitivo llegó al año siguiente en las batallas de Idistaviso y el Muro Angrivariano, en las que Germánico derrotó contundentemente a Arminio provocándole miles de bajas y poniendo fin de facto a la rebelión; hasta recuperó dos de las águilas perdidas en Teutoburgo (la tercera se recuperaría en tiempos de Claudio).
Claro que se trató de una victoria relativa, pues había quedado patente la dificultad para dominar con eficacia un territorio en el que se consumían medios humanos y materiales en exceso para los beneficios que se obtenían. Así que, irónicamente, Tiberio ordenó volver a Germánico y estableció el limes, la frontera, en el Rin.
¿Y Arminio? Había salido vivo de la derrota ante Germánico embadurnándose la cara con sangre para que la caballería enemiga no le reconociera y saliera en su persecución. La discordia entre germanos, que llevó a que algunos propusieran a Roma su envenenamiento (Tiberio se negó; quería ganar por las armas), le llevaría a guerrear contra los marcomanos y a tener problemas con otros jefes, especialmente con su suegro Segestes, que había sido quien entregó a su propia hija a los romanos.
Serían los partidarios de éste quienes, recelosos del poder que acumulaba, le asesinaran en el 21 d.C. Moría el personaje pero empezaba la leyenda, que fue debidamente reivindicada por el romanticismo alemán decimonónico con fines nacionalistas.
Fuentes
Anales (Tácito)/Historia romana (Dión Casio)/Historia romana (Veleyo Patérculo)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)/SPQR. Una historia de la antigua Roma (Mary Beard)/Arminius the Liberator. Myth and ideology (Martin M. Winkler)/Four days in september. The Battle of Teutoburg (Jason R Abdale)/Wikipedia
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