Aún colea el caso de Caster Semenya, atleta sudafricana dos veces campeona olímpica y tres veces campeona mundial en la modalidad de medio fondo (800 metros, para ser exactos), que en análisis médicos resultó tener una anomalía cromosómica que la hace producir tres veces más testoterona de lo normal y tener órganos sexuales masculinos internos, lo que ha llevado a las autoridades deportivas a instaurar una nueva reglamentación limitando la cantidad de testosterona para las atletas. Pero el caso de Semenya no es, en realidad, algo nuevo; ya hubo uno en la primera mitad del siglo XX que además tuvo su gran momento en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936: el de Dora Ratjen.

La confusión sobre Dora empezó en el momento mismo de su nacimiento, que tuvo lugar en Erischof, una localidad cercana a Bremen, el 20 de noviembre de 1918. A su padre, Heinrich, la partera le anunció primero que tenía un hijo para poco después corregirse y decir que se trataba de una niña, que sería la cuarta. Como tal, fue bautizada con el nombre de Dora pero la duda seguía existiendo y antes de cumplir un año, aprovechando una visita médica por una neumonía, el doctor no aclaró nada y admitió que de todas formas había poco que se pudiera hacer al respecto. Los padres decidieron entonces educarla como una niña.

Sin embargo, la propia Dora contaría más adelante que hacia los diez u once años ya tenía claro que pensaba y sentía como un chico, no comprendiendo por qué sus progenitores se empeñaban en vestirla con ropa de niña y llevarla a una escuela femenina. Pero se abstuvo de preguntárselo, probablemente con la mente tan confusa como ellos. El caso es que creció así, hizo la confirmación en 1932 -los Ratjen eran católicos- y al cumplir dieciséis años, acabados sus estudios de secundaria, entró a trabajar en una fábrica de tabaco al mismo tiempo que se interesaba por el deporte e ingresaba en el Komet Bremen, un club de fútbol fundado por estudiantes en 1896 que también tenía sección de atletismo.

Dora en competición, 1937/Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

Dora destacó en salto de altura y ese mismo año, 1934, a despecho de las burlas que a veces recibía por su varonil aspecto, fue campeona de la Baja Sajonia, renovando sus titulo las siguientes temporadas, lo que la lanzó al campeonato nacional. Ello le abrió las puertas a la selección en un momento muy oportuno, puesto que en 1936 Berlín iba a acoger la organización de los Juegos Olímpicos y la hasta entonces campeona alemana, la imbatible Gretel Bergman, tenía un defecto inaceptable para el régimen nazi: era judía. De hecho, Gretel había emigrado a Reino Unido, donde también ganaba sin parar, pero regresó en 1936 con la promesa de autorizarse su participación en los juegos, batiendo el récord de Alemania. Sin embargo, el gobierno no cumplió su palabra y al llegar el momento vetó su incorporación al equipo olímpico aduciendo que estaba en baja forma, en beneficio de Dora.

Gretel emigraría a EEUU, donde seguiría coleccionando récords y negándose a volver a su país hasta 1999, cuando pusieron su nombre a un estadio. Su sustituta no pudo conseguir medalla en Berlín, quedando en cuarta posición con un salto de 1,58 metros, notable para una debutante; el oro fue para la húngara Ibolya Csák (con 1,62), la plata para la británica Dorothy Odam (con 1,60) y el bronce para su compañera alemana Elfriede Kaun (con 1,60). Eso sí, Dora quedó inmortalizada en Olympia, la famosa película sobre los Juegos que rodó Leni Riefenstahl, y dos años más tarde, en el Campeonato de Europa de Atletismo que se celebró en Viena (y en el que había competición femenina por primera vez), se consagró alcanzando la primera posición y estableciendo el récord mundial en 1,67 metros (la altura no era mucha porque en esa época aún se saltaba de frente; faltaban treinta y dos años para que el estadounidense Dick Fosbury ideara la técnica de espaldas)

El pódium de Berlín 36: Ibolya Csák (oro), Elfriede Kaun (bronce) y Dorothy Odam (plata)/Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

Al parecer, fue regresando de la capital austríaca hacia Colonia cuando brotó la cuestión del sexo de Dora. Y todo originado por algo ajeno al deporte: en la estación de Magdeburgo, el revisor del tren llamó a la policía para denunciar que llevaba a bordo a un hombre vestido de mujer. Dora tuvo que apearse e ir a comisaría, donde confesó que, efectivamente, era un hombre. Se la sometió a una inspección médica que concluyó que tenía genitales intersexuales (lo que antes se conocía como hermafroditismo), aparentemente masculinos pero incapacitados para una relación sexual normal e incluso para orinar de pie. Pese al mal trago, para Dora fue una liberación poder poner fin a aquella doble identidad, según revelaría luego.

De momento quedó bajo arresto, siendo internada en el Hohenlychen Sanatorium, un complejo que originalmente se había construido para atender a niños tuberculosos pero que desde el ascenso de Hitler al poder se había reconvertido en la clínica de las SS y en sanatorio deportivo del Tercer Reich para los atletas de élite germanos. Allí le hicieron más análisis y todos confirmaron su peculiar naturaleza. La Reichsfachamt Athletics (precedente de la Asociación Alemana de Atletismo) la acusó oficialmente de violar el amateurismo, por lo que fue descalificada y se le retiraron sus récords y títulos: el oro europeo pasó a Ibolya Csák mientras que a Dorothy Odam se le devolvería la marca mundial en 1957.

La noticia se divulgó en varios medios de comunicación hasta que el Ministerio de Propaganda emitió una orden que prohibía hablar sobre el caso. Por supuesto, en el ambiente deportivo era vox populi que algo raro pasaba con Dora. Dorothy Odam daba por hecho que se trataba de un hombre y, de hecho, así lo denunció cuando le comunicaron que había batido su récord; en cambio, Elfriede Kaun, con la que tuvo una buena relación, nunca imaginó nada anormal y la principal perjudicada por la eclosión de Dora, Gretel Bergmann, tampoco lo sospechó, según explicaría más tarde:

En la ducha comunitaria nos preguntábamos por qué nunca se mostraba desnuda. Era grotesco que alguien todavía pudiera ser tan tímido a la edad de diecisiete años. Simplemente pensamos: ‘Es extraña. Es rara’.

Sorprendentemente, el proceso penal abierto contra Dora se acabó en la primavera de 1939, tan rápidamente como había empezado, después de que los jueces dictaminaran que no se la podía acusar de fraude porque no tenía intención de obtener beneficio económico. Así pues, quedó en libertad con la promesa de retirarse del deporte de competición y la obligación de regularizar su estatus. Aunque el padre de Dora era reticente a admitir que su hija debía pasar a ser hijo, el tribunal estableció que se le debía cambiar de nombre para poner uno masculino, además de prohibirle que vistiera de mujer en lo sucesivo. Dora recibió nueva documentación identificativa con el nombre de Heinrich y un permiso laboral del Reichsarbeitsdienst (Servicio de Trabajo del Reich) para emplearse en Hannover, pues además debía permanecer alejada (o alejado, en lo sucesivo) de sus progenitores.

Eso último no fue difícil debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial, en la que participó como soldado sin que haya muchos más datos. Al término de la contienda, derrotado ya el nazismo, pudo volver a Bremen y hacerse cargo del bar familiar. Todo parecía haber quedado en el olvido pero en 1966 la famosa revista Time recuperó el caso revelando que, en 1957, Hermann (probablemente un error de transcripción) explicó que habían sido los nazis quienes le obligaron a hacerse pasar por mujer y competir en atletismo para mejorar los resultados deportivos y usarlos en su proverbial actividad propagandística, supliendo así el vacío que dejaba Gretel Bergmann, desplazada por su condición judía, como vimos.

Karoline Herfurth y Sebastian Urzendowsky en el cartel de la película Berlín 36

Es la idea que ha prendido popularmente, sobre todo después de que la asumiera una película germana estrenada en 2009 (Berlín 36, dirigida por Kaspar Heidelbach y protagonizada por Sebastian Urzendowsky como Dora -llamada Marie Ketteler en el film- y Karoline Herfurth en el papel de Gretel Bergmann).

Ahora bien, pese a su base histórica no deja de ser una ficción en beneficio del drama, sin que ninguna prueba lo sustente: los documentos del Reichssportführung no dicen nada en ese sentido y un informe policial firmado por Reinhard Heydrich (jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich), remitido al jefe de la Cancillería del Reich, Hans Heinrich Lammers, tampoco. Asimismo, el Departamento de Medicina Sexual del Hospital Universitario de Kiel tenía documentación en sus archivos al respecto y la abrió al público no hace mucho demostrando que los nazis no se enteraron del asunto hasta dos años después de los Juegos Olímpicos.

Lo cierto es que la película no se hizo porque sí; había una razón poderosa acaecida el año anterior a su rodaje: desde esa presunta entrevista en Time, Heinrich no había vuelto a aparecer en la prensa y su nombre resurgió el 22 de abril de 2008… en la sección de obituarios.


Fuentes

The Commonwealth Games. Extraordinary stories behind the medals (Brian Oliver)/Sex testing. Gender policing in women’s sports (Lindsay Pieper)/How Dora the man competed in the woman’s high jump (Stefan Berg en Spiegel Online) /Wikipedia


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