La gran Biblioteca de Alejandría fue fundada a comienzos del siglo III a.C. por Ptolomeo I Sóter. En su momento de mayor esplendor llegó a albergar la impresionante cantidad de 900.000 manuscritos. No era solo un almacén de libros, sino que constituía todo un centro de investigación y docencia que reunía a numerosos eruditos procedentes de diferentes centros de la cultura clásica.

Éstos se dedicaban a realizar copias y traducciones de los manuscritos que llegaban a Alejandría, quizá como apunta Tito Livio cobrando por cada línea copiada. Pero también a escribir nuevos estudios y comentarios que se añadían a la colección, de modo que además de recopilar textos externos contaba con su propia producción.

¿Cómo llegaban los libros a la biblioteca de Alejandría? De varias maneras. Ya vimos en el artículo dedicado a la biblioteca personal de Aristóteles que muchos de los ejemplares del filósofo pudieron ser adquiridos por Demetrio de Fálero.

Estatua de Demetrio de Fálero en la actual Biblioteca Alejandrina / foto Pakeha en Wikimedia Commons

Hay quien considera a Demetrio, que era discípulo de Aristóteles, como el primer bibliotecario de Alejandría, pero otros opinan que simplemente fue el impulsor de la idea y que murió antes de la fundación de la biblioteca. En cualquier caso, la adquisición de los manuscritos de su maestro habría tenido como objetivo añadirlos a la futura colección alejandrina.

Según cuenta Lionel Casson en su obra Bibliotecas del mundo antiguo los ptolomeos desarrollaron un agresivo programa de compra de libros: enviaron agentes con los bolsillos bien llenos y órdenes de comprar cualquier libro que pudieran, de cualquier tipo y sobre cualquier tema, y cuanto más viejo fuera el ejemplar, mejor. Esto último se debía a la creencia de que cuanto más antiguo fuera un manuscrito menos veces habría sido copiado, y por tanto más fiel al original debía ser.

Este furor comprador daría como resultado la aparición de un nuevo negocio para satisfacer la demanda de libros: la falsificación de manuscritos, esto es, el envejecimiento de pergaminos y papiros para hacerlos parecer más antiguos de lo que eran y así pedir por ellos precios más altos.

A la compra de ejemplares hay que sumar otra vía de llegada de libros. Como no era posible comprarlo todo, los ptolomeos ordenaron que todo barco que entrase al puerto de Alejandría debía ser inspeccionado. Si se encontraban libros a bordo se confiscaban y se llevaban a la biblioteca donde se hacían copias. Los originales quedaban allí almacenados y las copias se devolvían a los barcos. Una de las grandes ventajas de los ptolomeos es que en Egipto disponían de abundante papiro para copiar y copiar, prácticamente sin límites.

Ilustración de Alejandría | Foto Welcome Images en Wikimedia Commons

¿Y dónde compraban los libros? En muchas ocasiones, como en el caso citado de la biblioteca personal de Aristóteles, a particulares, ya fueran colecciones propias o heredadas. Pero más frecuentemente en librerías, ¿dónde sino? Dice Tönnes Kleberg en Comercio librario y actividad editorial en el mundo antiguo que la producción y venta de libros se inició en Atenas hacia la segunda mitad del siglo V a.C. Lo que viene a ser más de siglo y medio antes de la fundación de la biblioteca de Alejandría.

La primera mención conocida del término bibliopòles (librero, en griego) la encontramos en la comedia Los embaucadores de Aristómenes escrita a finales del siglo V a.C.

Por otros autores como Nicofrón y Éupolis se sabe que los libreros ponían sus puestos en el mercado igual que otros comerciantes, como los vendedores de harina o de cuero, e incluso que los negocios de libros se concentraban en un determinado punto de la ciudad, la llamada orchestra, una terraza semicircular en el mercado al pie de la Acrópolis. Existían también bibliokápelos, esto es, vendedores de libros ambulantes.

Ptolomeo II Filadelfo en la biblioteca, cuadro de Jean Baptiste de Champaigne (1672) / foto dominio público en Wikimedia Commons

En la comedia Las Aves, estrenada en 414 a.C., Aristófanes se burla de los atenienses que por las mañanas se lanzan a las librerías a conocer las novedades:

En cuanto apunta el alba saltan todos a la vez del lecho y vuelan, como nosotros, a su pasto habitual; después se dirigen a los carteles y se atracan de decretos

Aristófanes, Las Aves

Pero no solo en Atenas había librerías, la isla de Rodas, en la ruta comercial hacia Egipto, era también un importante centro librero. Y en el siglo IV a.C. Antioquía era uno de los principales centros productores de libros, con numerosos copistas que, ante la gran demanda, daban preferencia en sus entregas a las ciudades con mayor número de libreros.

El propio Alejandro Magno, que era un ávido lector, mandaba comprar sus libros en las librerías atenienses, como atestigua Plutarco:

No abundaban los libros en Macedonia, por lo que dio orden a Hárpalo para que los enviase; y le envió los libros de Filisto, muchas copias de las tragedias de Eurípides, de Sófocles y de Esquilo, y los ditirambos de Telestes y de Filóxeno

Plutarco, Vidas paralelas, Alejandro 8

En cuanto al precio de los libros venía determinado por la demanda. Muchos tenían un precio modesto, apenas un dracma, como nos informa Platón:

¿Pero tú acusas a Anaxagoras, mi querido Melito? Desprecias los jueces, porque los crees harto ignorantes, puesto que te imaginas que no saben que los libros de Anaxagoras y de Clazomenes están llenos de aserciones de esta especie. Por lo demás, ¿qué necesidad tendrían los jóvenes de aprender de mí cosas que podían ir a oír todos los días a la Orquesta, por un dracma a lo más?

Platón, Apología de Sócrates

Otros, seguramente las ediciones más cuidadas e ilustradas y los libros raros, alcanzarían precios más altos e incluso desorbitados:

Aristóteles compró las obras de Espeusipo por tres talentos (unos 18.000 dracmas)

Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, Espeusipo

La biblioteca de Alejandría disponía de fondos y recursos para adquirir éstos libros raros y caros y, probablemente, de información sobre dónde encontrarlos.

No nos ha llegado el nombre de ninguno de los libreros de esa época. Los primeros mencionados en las fuentes antiguas vienen de la mano de Luciano de Samosata, que vivió en el siglo II d.C. ya en pleno Imperio Romano. Se llamaban Calino y Ático, y eran editores (productores de libros) que luego vendían en sus comercios. Luciano, que suele hablar con desprecio de los libreros, en cambio elogia a Calino y Ático:

Voy a concederte que hayas elegido aquellos que Calino buscando la belleza o el célebre Ático con todo cuidado pudieran haber escrito, ¿qué provecho sacarías tú, extraño hombre, de su adquisición, si no conoces su verdadera belleza (…)?

Luciano de Samosata, Contra el ignorante que compraba muchos libros 2
La biblioteca de Alejandría, grabado de O. Von Corven / foto dominio público en Wikimedia Commons

Los editores, que luego distribuían a los libreros, obtenían sus copias de primera mano de los autores, pero aquellas que no podían conseguir las copiaban en bibliotecas como la de Alejandría, a donde acudían a proveerse de novedades.

Sobre lo que ganaban los autores y su relación con editores, copistas y libreros, apenas se sabe que la mayoría no percibían nada por la copia de sus manuscritos, salvo el honor de la fama. Pero sí que hay algunas noticias sobre un tema tan espinoso como el plagio. Increíblemente, dos autores, Aulo Gelio (siglo II d.C.) y Diógenes Laercio (siglo III d.C.) acusan a Platón de haber adquirido los manuscritos de Filolao (discípulo de Pitágoras) y haber compuesto con ellos su Timeo.

Fuera cierto o no, no parece que Platón ni ningún otro filósofo o escritor se beneficiasen económicamente de su producción literaria.


Fuentes

Libraries in the Ancient World (Lionel Casson) / Las Aves (Aristófanes) / Obras, vol.6 (Luciano de Samosata, traducción de Manuela García Valdés) / Libros y libreros en la Antigüedad (Alfonso Reyes) / Libros, editores y público en el Mundo Antiguo (Guglielmo Cavallo) / Wikipedia.


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