En 1877 la Rebelión Satsuma o Guerra Sainan contra el trono imperial japonés terminó con la victoria de éste y la confirmación definitiva de que la Revolución Meiji seguía adelante con la modernización del país, poniendo fin a la facción tradicionalista que se había resistido a ello. El líder de ésta falleció en el último combate pero el valor que demostró en él fue tal que se ganó la admiración de todos. Se llamaba Saigō Takamori y por todo eso fue considerado el último samurái o, al menos, el último auténtico.

El último samurái, recordarán, es también el título de una exitosa película cuyo argumento narra esos hechos. El capitán estadounidense Nathan Algren, el personaje que interpreta Tom Cruise, viaja a Japón para entrenar al ejército imperial y hacer frente a la insurrección que algunos nobles llevan a cabo al considerar que esa modernización decidida por el emperador traiciona las ancestrales tradiciones niponas.

Tras una batalla prematura, las tropas de Algren son derrotadas y él cae prisionero del líder rebelde, Katsumoto Moritsugu, un prestigioso samurái que, pese a todo, desea aprender también las claves de la guerra moderna. Terminan entablando amistad.

El comodoro Matthew C. Perry en 1856/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Más tarde, después de que Algren aprenda a su vez las técnicas de lucha japonesas y se integre plenamente con sus captores, llegará la batalla final contra el ejército del emperador, que será quien triunfe abriendo una nueva época. No obstante, los samuráis irredentos alcanzan la gloria muriendo en una carga suicida y su propio líder se hace el seppuku, provocando tal admiración en el adversario que todo el ejército rinde honores a aquellos héroes, pese a ser enemigos. En realidad Katsumoto Moritsugu, interpretado en el film por Ken Watanabe, es un nombre inventado para un personaje histórico, el citado Saigō Takamori.

Nació el 1828 en la ciudad de Kagoshima, capital del feudo de Satsuma, que había tenido gran importancia durante el shogunato Tokugawa y que en el período Edo se mantuvo como uno de los más ricos gracias a la tolerancia hacia el contrabando en sus costas. Aún faltaban más de dos décadas para que el comodoro Perry, de la armada de EEUU, llegara a Japón y obligara a abrir los puertos a occidente, así que el país vivía en el Medievo prácticamente y el cristianismo seguía prohibido tras la persecución a que se lo sometió desde finales del siglo XVI hasta mediados del XVII.

Takamori era hijo de Saigō Kichibe, un samurái de clase baja. No sería el único famoso de su estirpe, ya que en 1849 nació su hermano pequeño, Saigō Tsugumichi, que llegaría a mariscal de campo, almirante y ministro de varias carteras (Armada e Interior) y que durante la mencionada Rebelión Satsuma permanecería leal al gobierno. Pero eso sería mucho después. De momento, ambos hermanos tuvieron que convivir con una no menos difícil situación como era la crisis del shogunato, que tras la etapa plácida y próspera de Tokugawa Ienari estaba ahora en manos de su vástago Tokugawa Ieyoshi y, en medio de una serie de cambios políticos y económicos, se vio golpeada por la llegada de los occidentales.

El shogun Tokugawa Iemochi/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ieyoshi murió en 1853, el mismo año en que arribó Perry, siendo sustituido por Tokugawa Iesada y éste, un lustro más tarde, por Tokugawa Iemochi, que intentó hacer frente a aquella nueva coyuntura reforzando la figura del shōgun (tradicionalmente el comandante del ejército, en la práctica el gobernante) por la vía del movimiento llamado Kobu-Gattai, consistente en emparentarse con la casa imperial. Durante todo ese tiempo, Takamori estuvo al servicio de Shimazu Nariakira, el daimyō (señor feudal) de Satsuma, ya que su familia estaba endedudada económicamente y, de hecho, pese a pertenecer a la clase jōkashi (samuráis completos, con dedicación exclusiva), los Saigō se veían obligados a vivir como gōshi (samuráis menores, rurales sobre todo, que debían trabajar).

Tokugawa Yoshinobu con uniforme francés/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Shimazu Nariakira era de los que creían en la modernización del Japón pero se opuso a Iemochi, que había firmado una alianza militar con Francia con vistas a formar un ejército armado al estilo occidental. Otros daimyōs le secundaron y la mayoría acabaron represaliados en la conocida como Purga de Ansei que desató el shōgun. Nariakira falleció en 1858 y Saigō Takamori fue detenido y desterrado a la isla de Amami Ōshima primero y luego, tras un intento fallido de escapar, a la de Okinoerabu. En 1864, Shimazu Hisamitsu, el nuevo daimyō de Satsuma (hermano de Nariakira), le indultó, enviándole a la corte en Kioto como representante.

Tratando de recomponer las relaciones del feudo de Satsuma con el shōgun, mantuvo la neutralidad cuando éste prosiguió la represión contra el otro dominio que se le había opuesto, el de Chōshū. Pero en 1867 las cosas cambiaron completamente al subir al shogunato Tokugawa Yoshinobu, decidido a poner coto al creciente poder de los feudos, para lo cual procedió a reforzar su ejército contratando asistencia militar francesa. Lo que consiguió fue volver a ponerlos en pie de guerra con los daimyōs de Satsuma, Chōshu y Tosa a la cabeza. Bajo el lema «Sonnō jōi» («Reverenciar al Emperador, expulsar a los bárbaros») se alzaron contra el que iba a ser el último shōgun.

El joven emperador Meiji Tennō en 1871/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Fue la Guerra Boshin, una contienda civil bastante paradójica porque, como decíamos, los Nariakira también eran partidarios de modernizar el país y sus tropas mismas estaban equipadas con armas de fuego occidentales. Saigō Takamori estuvo al mando de un cuerpo durante el conflicto y brilló con especial intensidad en la Batalla de Toba-Fushimi (enero de 1868), en la que aplastó al enemigo tras cuatro días de lucha. Pese a que las fuerzas en liza eran reducidas y los muertos apenas sumaron unos pocos centenares, esa victoria convenció a los daimyōs indecisos a alinearse con el emperador.

Yoshinobu se encontró con demasiados enemigos a los que combatir, perdiendo la guerra y pactando con el emperador entregarle el poder que se le había arrebatado dos siglos y medio antes a cambio de un retiro tranquilo (aunque, por presión de Takamori, se le quitaron todos sus títulos y tierras… que le serían devueltos décadas después, en 1902, como premio a sus servicios).

Estaba en el trono el joven Meiji Tennō, decidido a transformar Japón en una potencia mundial, para lo cual debía llevar a cabo una política en múltiples ámbitos que es lo que se bautizó como Revolución Meiji. Otros samuráis de Satsuma formaron parte del gobierno mientras Saigō Takamori asumía el cargo de sangi (consejero), acometiendo una reestructuración administrativa que abolía los feudos y los sustituía por prefecturas, así como una reforma militar que introducía un reclutamiento y la creación de la Guardia Imperial. Progresó tanto como para ocuparse del gobierno provisional cuando el titular emprendió una gira internacional en busca de inversores (la llamada Embajada Iwakura). Entonces las cosas empezaron a torcerse.

Takamori consideraba excesivos los objetivos de la Revolución Meiji, temiendo que despojaran a Japón de su idiosincrasia. Por ejemplo, se mostró contrario a la construcción del ferrocarril y propuso restricciones a la apertura comercial. Pero la crisis de verdad llegó en 1873 con lo que se conoce como Debate Seikanron, en el que se enfrentaron dialécticamente dos facciones con opiniones totalmente distintas sobre cómo afrontar el problema de Corea, país que se negaba a reconocer la legitimidad del emperador Meiji y que despidió de mala manera a los delegados diplomáticos y comerciales japoneses.

El Debate Seikanro; Saigō Takamori es el del centro/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Saigō Takamori era partidario de declarar la guerra, lo que no sólo constituiría una respuesta a la ofensa sino que, además, proporcionaría trabajo a los miles de samuráis que estaban sin él; algo curioso esto último, teniendo en cuenta que él mismo había apoyado una ley que suprimía los emolumentos de esa casta. Incluso se ofreció a ir personalmente como embajador, con la idea de provocar de alguna forma a los coreanos para incitarlos a agredirle y precipitar un casus belli.

Itagaki Taisuke en 1880, a los cuarenta y cuatro años de edad/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Sin embargo, otros líderes se opusieron, conscientes de que una expedición punitiva supondría un gasto inasumible y de que el país se encontraba en una situación delicada, con las potencias occidentales renuentes a una guerra y un ejército debilitado por la lucha contra la República de Ezo, un estado creado por los huidos partidarios de los Tokugawa al que fue necesario derrotar por las armas en 1869. Finalmente, se decidió no intervenir en Corea, lo que provocó la inmediata dimisión de Saigō Takamori y los que defendían su postura, como el conde Itagaki Taisuke, algo que también hay que interpretar en el contexto de las luchas intestinas que había en el ejecutivo.

Takamori regresó a su ciudad natal, donde abrió una academia militar privada junto a varios de esos correligionarios. Dado que no tardaron en abrir más de un centenar de sucursales por toda la prefectura, se revelaron como un auténtico poder fáctico: disponían de una fuerza paramilitar que encima contaba con artillería porque también crearon una escuela de ello, uniéndoseles cada vez más samuráis. Takamori y los suyos se hicieron con el gobierno local y acabaron llevando a Satsuma a la secesión de facto, desatando la alarma en el resto del país, especialmente cuando varios agentes gubernamentales que habían ido a realizar un informe sobre la situación fueron asesinados.

Desarrollo de la Rebelión Satsuma/Imagen: Hoodinski en Wikimedia Commons

En enero de 1877 se presentó en Kagoshima un buque de la armada con la misión de incautar el arsenal de la ciudad, pero un millar de alumnos de las academias asaltaron otros, reponiendo las pérdidas. Luego llegó otro barco con un delegado para negociar pero los estudiantes intentaron abordar el navío, arruinando cualquier posible salida pacífica. Y mientras el ejecutivo suspendía los envíos de arroz a la localidad, la tensión acumulada estalló con violencia en la Rebelión de Satsuma, que duraría nueve meses. Takamori se puso al frente de una columna que emprendió la marcha hacia Tokio (la antigua Edo). Por el camino, puso sitio sin éxito al Castillo de Kumamoto y a continuación fue interceptado en Tabaruzaka, teniendo que retroceder.

Entretanto, una escuadra y un ejército imperiales se apoderaron de Kagoshima (quedando el hermano de Takamori al frente de la prefectura), de manera que ya no había a dónde replegarse. Los rebeldes fueron dando tumbos, mermados de provisiones y moral, hasta ser embolsados.  Para entonces habían perdido ya su artillería y apenas tenían municiones, contando sólo con las armas blancas tradicionales.

Su canto del cisne fue similar al mostrado en la película: los soldados se rindieron y los samuráis que habían sobrevivido se hicieron el seppuku. Pero Takamori no murió en el campo de batalla; volvió a Kagoshima, quemó todos los documentos comprometedores junto con su uniforme y se atrincheró en el Monte Shiroyama acompañado de medio millar de fieles, esperando el asalto final que dirigiría el general Yamagata Aritomo, un antiguo compañero suyo.

Las tropas de Aritomo fueron reforzadas con los infantes de marina del almirante Kawamura Sumiyoshi (cuya esposa era tía de Takamori), con lo cual la superioridad numérica imperial resultaba abrumadora: sesenta a uno. La artillería naval machacó las posiciones rebeldes, que rechazaron la oferta de rendición, y Yamagata lanzó un ataque frontal que pasó como una ola sobre las líneas adversarias. Takamori murió en circunstancias inciertas.

La versión clásica dice que, herido de gravedad, se hizo el seppuku para no caer prisionero y que su ayudante, Beppu Shinsuke, fue el encargado de cortarle la cabeza. Pero es posible que fuera una confusión y que falleciera de un disparo, decapitándole el otro para preservar su dignidad, al verlo agonizante; nunca se le pudo preguntar a Shinsuke porque desenvainó su katana y cargó ladera abajo junto a un compañero para ser abatidos por una descarga de fusilería.

Oficiales imperiales presentan a sus superiores las cabezas de los líderes rebeldes (por Kobayashi Toshimtisu)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En cualquier caso, pese a que otra leyenda cuenta que la cabeza en cuestión nunca apareció (y, por supuesto, no falta la que afirma que Takamori sobrevivió de incógnito), en realidad le fue entregada a Yamagata, que ordenó lavarla y la devolvió junto al cuerpo, aunque antes la sostuvo en sus manos y pronunció una meditación elegíaca sobre el héroe caído. Era el último samurái genuino.


Fuentes

The last samurai. The life and battles of Saigō Takamori (Mark Ravina)/Historia de Japón (Brett L. Walker)/The making of modern Japan (Marius B. Jansen)/Emperor of Japan. Meiji and his world, 1852-1912 (Donald Keene)/Saigo Takamori. The man behind the myth (Charles L. Yates)/Wikipedia


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