En 1706 el explorador francés Paul Lucas, en misión diplomática en el Imperio Otomano, encontró la ruinas de una antigua ciudad al suroeste de la península Anatolia en los Montes Tauro.

Habría que esperar más de un siglo hasta 1824 para que un anticuario inglés llamado Francis Arundell, por entonces capellán en la ciudad de Esmirna, visitara el lugar y leyese las inscripciones que revelaban su nombre, Sagalassos.

Las primeras excavaciones sistemáticas comenzarían en 1985, sacando a la luz los restos de la ciudad helenística y romana sepultados por un terremoto en el siglo VII. Aunque hasta hace poco se pensaba que este terremoto había supuesto el final de la ciudad, nuevas evidencias demuestran que siguió habitada hasta el siglo XIII.

Ninfeo de Sagalassos / foto Yasemin Olgunoz Berber – Shutterstock

Desde hace 30 años arqueólogos de la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica lideran un equipo internacional que investiga el yacimiento, donde se ha encontrado un gran teatro, cuatro fuentes monumentales, una basílica bizantina, dos ágoras, además de palacios, murallas, templos y numerosas estatuas, entre ellas una del emperador Adriano.

Ahora, basándose en los restos óseos encontrados, los investigadores han reconstruido dos rostros reales de personas que fueron ciudadanos de la próspera capital romana: uno de un hombre romano de principios del siglo III d.C., y otro de una mujer de origen bizantino de entre los siglos XI-XIII d.C. Los han llamado Rhodon y Eirènè.

Los restos de Eirènè se encontraron en 1995 en un cementerio anexo a una capilla, mientras que los de Rhodon aparecieron en 2016 en una cámara funeraria de ladrillo que forma parte de un complejo más amplio con varias tumbas. Ambos esqueletos estaban casi completos y bien conservados.

Reconstrucciones faciales de Sagalassos / foto Sagalassos Archaeological Research Project – Bruno Vandermeulen & Danny Veys

Según Jeroen Poblome, director del Proyecto de Investigación Arqueológica de Sagalassos, nuestra investigación se centra en la vida cotidiana de hombres y mujeres. Estas reconstrucciones faciales encajan perfectamente con este enfoque.

Se estima que el hombre tenía más de 50 años en el momento de morir, y de los objetos encontrados junto a él deducen que pertenecía a una familia de clase media. Uno de estos objetos es un epistomion, una hoja dorada colocada en la boca del difunto, decorada con la imagen de una abeja; otro, un anillo de bronce dorado. Sus restos muestran que tuvo una vida físicamente dura, con varias lesiones articulares y fracturas óseas.

La mujer debía tener entre 30 y 50 años, presentaba menos lesiones articulares y el lugar de su entierro era mucho más austero, posiblemente debido a las tradiciones cristianas de la época bizantina media.

La primera etapa de la reconstrucción fue un proceso completamente digital. Un equipo de investigación de la Universidad de Burdur creó un escaneo 3D de los cráneos. La forma de la cara se calculó sobre la base de la forma del cráneo y el origen de los músculos. Capa por capa, la cara fue reconstruida: primero los músculos y la capa de grasa, y finalmente la piel. El tamaño y la forma de la nariz, los ojos y las orejas también fueron calculados meticulosamente. Las reconstrucciones faciales digitales finales tienen una precisión del 75%.

Vista de las ruinas de Sagalassos / foto  Ender BAYINDIR – Shutterstock

Según Jeroen Poblome una reconstrucción facial es una combinación de ciencia y creatividad. No podemos deducir el tono de la piel o el color de los ojos y el pelo del cráneo, por lo que tenemos que determinarlos sobre la base de otras fuentes. Por eso basamos nuestras decisiones en la población contemporánea de Ağlasun, donde se encuentra el sitio arqueológico. La mayoría de los ciudadanos tienen ojos castaños, pelo castaño oscuro y piel bastante clara. Así que estas parecían ser las mejores opciones para Rhodon y Eirènè también.

Para el peinado y la forma de la barba, los investigadores recurrieron a fuentes históricas. El ideal de belleza para los hombres romanos del siglo II d.C. se basa en el emperador Adriano. Por eso le dieron a Rhodon un pelo relativamente corto y una barba bien cuidada.

En el período bizantino la población promedio prestaba menos atención a la apariencia física. La modestia y la sencillez eran la norma. Las descripciones sugieren que las mujeres típicamente llevaban el cabello largo, suelto o trenzado. Para Eirènè, eligieron por tanto cabello suelto con una trenza fina.

A partir del 25 de mayo las reconstrucciones se exhibirán durante un mes en la Biblioteca de la Universidad de Lovaina. Después de eso serán entregadas a Turquía para su exposición permanente en el Museo de Burdur.


Fuentes

Universidad Católica de Lovaina / Sagalassos Archaeological Research Project.


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