En el año 2003 la alemana Margarethe von Trotta, directora, guionista, actriz y esposa del célebre escritor Volker Schlöndorf, ganó el Premio David de Donatello (el más importante de Italia en en el sector cinematográfico) en la categoría de mejor film europeo con su película Rosenstraße (La calle de las rosas). Es una coproducción germano-holandesa cuya protagonista también se llevó el galardón de mejor actriz en el Festival de Venecia y que cuenta un insólito episodio histórico ocurrido en Berlín en plena Segunda Guerra Mundial: las manifestaciones que realizaron esposas gentiles de judíos por el encarcelamiento de sus maridos.

Como es sabido, la subida al poder del régimen nazi en 1933 supuso una vuelta de tuerca al antisemitismo secular que había ido creciendo en el país especialmente desde el siglo XIX y que el NSDAP se encargó de difundir en sus programas, plasmándola cuando accedió al gobierno en las Leyes de Núremberg de 1935. Ese corpus legislativo fue redactado por el jurista Wilhelm Frick con la ayuda del ideólogo Julius Streicher y presentado durante el congreso anual del partido. Su objetivo era separar a la población judía (considerada gemeinschaftsfremde o residentes, junto a gitanos, discapacitados y demás) de la aria (la Volksgemeinschaft o comunidad popular), privándola de la nacionalidad alemana y con la consiguiente prohibición de acceder a cargos públicos y otras profesiones.

Para ello establecía una taxonomía racial que clasificaba a los judíos por el grado de pureza de su sangre, de manera que los había puros o mixtos y estos últimos, a su vez, se dividían en grados: los de primer grado eran los que habían tenido sólo dos abuelos judíos, lo que abría la posibilidad de conservar o recobrar la ciudadanía, ejercer ciertos trabajos y casarse con alguien de sangre alemana; los mixtos de segundo grado únicamente tenían un abuelo judío y disfrutarían de más derechos; finalmente, estaban aquellos cuya condición judía se remontase más atrás de sus abuelos, siendo éstos ya alemanes, lo que los convertía en el grupo menos discriminado. Aunque los nazis pretendían el divorcio de las parejas mixtas, las que formaban judío y alemana, la mayoría se negaron y el gobierno prefirió no represariarlas para evitar que se difundiera esa oposición.

Gráfico nazi de 1935 con la clasificación de pureza de sangre/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Si ya en 1933 empezaron a promulgarse las primeras disposiciones que postergaban a los judíos a puestos laborales menores, al año siguiente, cuando falleció Hindenburg y Hitler dispuso de poder absoluto, la situación se agravó. Los judíos vieron vetado su ingreso en la Wehrmacht, fueron apartados de las profesiones liberales y quedó señalada su condición en los documentos de identidad, mientras los niños no podían asistir a las escuelas normales y los empresarios eran excluidos de los concursos públicos. En 1938, tras un atentado contra la embajada alemana en París, Goebbels promovió manifestaciones antisemitas que culminaron con la llamada Noche de los cristales rotos, un pogromo llevado a cabo por las SA (tropas de asalto del partido) contra comercios, sinagogas y propiedades judías en general.

Esa acción se saldó con un centenar de muertos y treinta mil detenidos, a los que posteriormente se deportó a los recién creados campos de concentración, expropiándoseles sus bienes; se les sumaron otras decenas de miles que emigraron huyendo del peligro. Pero sólo fue el primer paso hacia algo más grave, ya que en el otoño de 1941, con el país en guerra y la población judía de los países ocupados recluida en guetos, se dio inicio a la llamada Solución final, un plan de exterminio que coincidió cronológicamente con la Operación Barbarroja (invasión de la Unión Soviética): los judíos pasarían a ser trabajadores forzados y aquellos que no estuvieran en condiciones para ello serían ejecutados.

Incendio de la sinagoga de Frankfurt durante la Noche de los cristales rotos/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Adolf Eichmann, Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich fueron los encargados de ponerlo en práctica, utilizando para ello los Einsatzgruppen, grupos de operaciones) formados por las SS (Escuadras de Protección del partido) y las SD (servicio de inteligencia de las SS), así como los campos de exterminio. A los infortunados judíos se sumaron gitanos, homosexuales, eslavos, comunistas y, en general, todo aquel colectivo que no se ajustase a los ideales nazis. Y ésa era la situación cuando la guerra dio un giro y el ejército alemán se estrelló en Stalingrado, haciendo que en febrero de 1943 se desatara el plan llamado Großaktion Juden (Acción Mayor sobre Judíos), destinado a reemplazar, por razones de seguridad interna, a los cerca de setenta y cinco mil judíos que aún quedaban trabajando en las fábricas de armamento.

Su destino era ser deportados en trenes a los campos de concentración de Riga y Auschwitz. Sin embargo, algunos estaban clasificados como mixtos y, por tanto, quedaban excluidos, al menos de momento: los geltungsjude (quienes vivían con familiares arios), los mayores de sesenta y cinco años (salvo que tuvieran parejas menores de esa edad), los veteranos de la Primera Guerra Mundial condecorados, algunos considerados especiales por diversas causas (en otro artículo vimos el caso del médico de Hitler, por ejemplo) y los que estuvieran casados con mischlingen (mujeres de sangre alemana pura). Ahora bien, aunque no se les deportara tampoco podrían conservar su empleo.

A partir del 26 de febrero se les convocó en las comisarías para revisar sus papeles de trabajo pero, a la vez, en algunos sitios la Gestapo y las SS empezaron a detenerlos. En dos días quedó el trabajo hecho excepto en Berlín, donde el número de judíos era mayor (unos mil ochocientos del total de seis mil) y se prolongó una semana. Eso hizo que, por si acaso, se realizaran redadas rápidas y coordinadas, mayoritariamente en las propias fábricas, de ahí el nombre que se le puso a la operación en la posguerra: Fabrikaktion.

Primer transporte de prisioneros a Auschwitz en 1940/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Los judíos berlineses pasaron así de los acosos continuos pero menores -dependía de la catadura de cada oficial- que sufrían hasta entonces a ser encerrados por razones inconcretas y previsiblemente mucho peores. Fueron encerrados en varios sitios, desde garajes a auditorios, pasando por establos e incluso inmuebles de su comunidad (sinagogas, asilos, etc), pero el lugar más destacado fue la sede de asistencia social de la calle Rosenstraße. Lo que se pretendía esta vez era apartarlos mientras les buscaban sustitutos en sus puestos laborales por alemanes de plenos derechos.

Sin embargo, dado el tiempo empleado, las autoridades no pudieron realizar las detenciones de forma discreta, como pretendían, ni facilitaron luego la información pertinente, así que empezó a correr el rumor de que esos judíos serían deportados también. En consecuencia, sus esposas empezaron a reunirse ante el edificio de Rosenstraße, primero esperando noticias y luego improvisando manifestaciones de protesta que poco a poco fueron creciendo, tanto en intensidad como en número de asistentes, ignorando la orden recibida de disolverse.

Otra escena de la película

Al cabo de una semana eran ya seis mil las que se congregaban, poniendo en un brete al gobierno porque esa acción impulsó otras como la de abril de 1943 en Dortmund-Hörde (la gente impidió el arresto de un desertor al grito de «¡Revolución! ¡Devolvednos a nuestros muchachos!») o el de las mujeres de Witten en octubre del mismo año (se rebelaron cuando el jefe del partido local quiso dejarlas sin cartilla de racionamiento para impedir que colapsaran los transportes al regresar a la ciudad, de la que habían sido evacuadas, para reunirse con sus maridos) .

En todo el tiempo que duraron las manifestaciones sólo hubo una interrupción: fue la noche del 1 de marzo de 1943, debido a un bombardeo de la RAF. Las autoridades esperaban que ello disuadiría a las mischlinge para quedarse en sus casas pero no fue así; volvieron y en mayor número, enfrentándose dialécticamente a los oficiales de las SS que las amenazaron con abrir fuego (llegaron a situar camiones con ametralladoras).

Finalmente, Goebbels en persona prohibió disparar sobre ellas porque una masacre en plena capital hubiera sido catastrófica desde el punto de vista de la propaganda y de la moral del pueblo, incitando quizá a una revuelta; probablemente tenía presente también, al igual que Hitler, cómo se desencadenó la Revolución de noviembre de 1918 que derribó al káiser. El 6 de marzo él en persona ordenó la liberación de los detenidos pero, pese a los esfuerzos de su ministerio por mantener el episodio en secreto, la noticia corrió de boca en boca, primero por Alemania y después allende sus fronteras, obligándole a declarar que las manifestaciones se debían a una protesta contra el bombardeo aliado.

El peculiar monumento de Rosenstraße/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Así, gracias a la valentía y determinación de sus esposas, los judíos de Rosenstraße sobrevivieron al Holocausto (unos pocos fueron enviados a Auschwitz por error pero enseguida los repatriaron). Se ha especulado a menudo qué habría pasado si esa oposición pública a la política del régimen con los judíos hubiera tenido un alcance más generalizado; es difícil saberlo, obviamente. En cualquier caso, aquellas mujeres lo hicieron y su memoria se homenajea hoy con un monumento in situ (el edificio ya no existe porque resultó destruido por otro raid aéreo aliado) y una escultura instalada en un parque cercano.


Fuentes

Resistance of the Heart. Intermarriage and the Rosenstrasse Protest in Nazi Germany (Nathan Stoltzfus)/Protest in Hitler’s “National Community”. Popular Unrest and the Nazi Response (Nathan Stoltzfus y Birgit Maier-Katkin)/Hitler’s Compromises: Coercion and Consensus in Nazi Germany (Nathan Stoltzfus)/Vida y muerte en el Tercer Reich (Peter Fritzsche)/Wikipedia


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