La noche del 24 de agosto de 1944, una avanzadilla de la 2e Division Blindée, más conocida como División Leclerc -por el nombre del general que la mandaba-, se adentraba en el centro urbano de París alcanzando el Ayuntamiento e iniciando el principio del fin de la ocupación alemana, cuatro años después de que la Wehrmacht desfilara bajo el Arco del Triunfo. Aquella osada unidad, dirigida por el capitán Raymond Dronne, estaba compuesta casi íntegramente por centenar y medio de republicanos españoles de La Nueve, una compañía del Régiment du Marche du Tchad. Al día siguiente entró en la capital el resto de la división y entre sus efectivos figuraba un semioruga que ostentaba en su carrocería el nombre de un combatiente en activo, caso único y por partida doble porque, además, también era español: Amiral Buiza (Almirante Buiza). Veamos de quién se trataba porque tuvo una vida muy interesante.
Se llamaba Miguel Buiza Fernández-Palacios y había nacido en Sevilla en 1898, en el seno de una acomodada familia de industriales. En 1915 su vocación marinera le llevó a ingresar en la Escuela Naval Militar, por entonces recién inaugurada en San Fernando (Cádiz), pero lo importante de ese período llegó en 1932, cuando recibió el ascenso a capitán de corbeta y, por tanto, tuvo buques a sus órdenes. Estando al mando del remolcador Cíclope estalló la Guerra Civil y él permaneció leal al gobierno republicano, al contrario que su hermano Francisco, que era comandante de infantería y se sumó al golpe muriendo poco después en el frente de Madrid, en la Casa de Campo.
En esos primeros compases de la contienda, se le confió el crucero ligero Libertad (antaño Príncipe Alfonso), cuya tripulación había depuesto a los oficiales por su tibieza ante el alzamiento. El navío participó en el bloqueo del Estrecho de Gibraltar y en el fracasado intento de tomar Mallorca. Eso fue en agosto; a principios de septiembre, Indalecio Prieto, a la sazón ministro de Marina y Aire, le nombró almirante de la flota intentando recuperar la estructura jerárquica militar, que había quedado deshecha tras la defección de la mayoría de los mandos y la sustitución de su autoridad por ineficaces comités.
Pero Buiza era quizá demasiado inexperto para el cargo -tenía treinta y ocho años- y su labor distó de ser brillante. Al frente de una escuadra que componían el Libertad -en el que conservaba el mando-, el crucero ligero Miguel de Cervantes, el acorazado Jaime I y cinco destructores, zarpó ese mismo mes hacia el Cantábrico para ayudar a las fuerzas republicanas. La acción resultó estéril y, habiendo recibido la orden de volver, por el camino se cruzó con los cruceros nacionales Canarias y Almirante Cervera sin verlos. En abril la escuadra avistó y trató de dar caza al crucero pesado Baleares, pero éste logró escapar entre la niebla; no tardaría mucho en presentarse una segunda ocasión que resultaría infausta.
Fue el 7 de septiembre del año siguiente, en la Batalla del Cabo Cherchell, frente a la costa argelina. Buiza estaba escoltando a tres buques mercantes, procedentes de la Unión Soviética y con destino a Cartagena, cuando les salió al paso el Baleares que, pese a combatir en solitario contra dos cruceros ligeros y siete destructores, recibiendo daños considerables, logró impedir el paso de los mercantes, Éstos se refugiaron en el puerto de Cherchell y allí quedaron, incautados por las autoridades. El comandante del Baleares, que además logró escapar pese a la superioridad numérica del enemigo, fue ascendido a contraalmirante (moriría en 1938 en una acción de guerra) mientras Buiza era destituido.
Desde entonces, y con la excepción de una etapa como Jefe del Estado Mayor de la Marina, ocupó puestos secundarios: inspector naval, jefe de la Junta de Recompensas y jefe de la Sección de Personal. No obstante, su sucesor tampoco lo hizo mejor y como a la República no le sobraban mandos cualificados, en enero de 1939 volvió a asumir el mando de la Armada. Fue entonces cuando sufrió una tragedia familiar, pues con la guerra ya muy cuesta arriba había dispuesto la marcha de su esposa y sus dos hijas a Francia desde Barcelona; pero ella estaba embarazada y no pudo, de manera que las tropas franquistas entraron en la ciudad condal y se suicidó.
Debió de ser un duro golpe para su marido, que en esos momentos viajaba hacia Cartagena para hacerse cargo de la flota. Pero a la grave situación personal tuvo que sumar la bélica. Era evidente que la guerra se había perdido y, en una reunión en el Aeródromo de los Llanos (Albacete), a la que asistió en representación de la Armada con el presidente del gobierno, Juan Negrín y su staff militar (los generales José Miaja, Leopoldo Menéndez, Manuel Matallana y Carlos Bernal; los coroneles Segismundo Casado, Domingo Moriones y Antonio Escobar; y el teniente coronel Antonio Camacho), apoyó la recomendación de sus compañeros de negociar la paz con Franco.
Ante la insistencia de Negrín de resistir, Buiza adujo que la moral de la marinería estaba por los suelos, sobre todo porque tantos años de lucha se había revelado inútiles y la derrota estaba próxima, por lo que cada vez era más remisa a seguir combatiendo; no era razonable, pues, «prolongar innecesariamente un sacrificio estéril». No se tomó ninguna decisión por el momento pero, en marzo, el almirante volvió a pedir al presidente un final negociado, pues una comisión de marineros de la flota lo había solicitado explícitamente. El presidente hizo oídos sordos de nuevo pero, recelando de la capacidad de Buiza para mantener el orden, puso a un comunista, Francisco Galán (hermano del célebre Fermín, fusilado en 1930 por protagonizar una insurrección republicana), al mando de la Base Naval de Cartagena, algo que ofendió al resto de mandos.
Unos días después, el coronel Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro, puso en marcha el golpe de estado que se llevaba un tiempo preparando para apartar del poder a los comunistas e iniciar un proceso de negociación con Franco. Contaba, entre otros, con el apoyo del general Miaja, los sindicalistas Wenceslao Carrillo y Cipriano de Mera, y el socialista Julián Besteiro, que constituirían un Consejo Nacional de Defensa. Todo ello fue posible, en parte, por la colaboración de los servicios secretos franquistas, que no perdieron la oportunidad de pescar en río revuelto: una escuadrilla bombardeó Cartagena hundiendo un destructor y, a continuación, efectivos de la Quinta Columna se apoderaron de las baterías costeras y la base naval, anunciando que la flota estaba en su poder.
No era así porque Buiza, que también estaba implicado en el golpe de Casado, había hecho zarpar a los barcos (tres cruceros, ocho destructores y dos submarinos), tomando rumbo a Orán, si bien se le denegó la entrada en su puerto y entonces se dirigió a Bizerta, Túnez. De pronto, la República se quedaba sin fuerza naval, perdiendo así la posibilidad de que los mercantes evacuaran a la población civil de forma ordenada y segura. Negrín no tuvo más remedio que dimitir, pero pronto se vería que Franco no estaba interesado en negociar una guerra que tenía ganada. Y, entretanto, Buiza y sus oficiales se entregaron a las autoridades coloniales francesas, siendo internados en Meheri Zabbens, una antigua mina de fosfatos abandonada cerca de Meknassy (en las estribaciones del Atlas tunecino), habilitada como campo de concentración.
Terminada la Guerra Civil en abril de 1939, Buiza, que había decidido compartir situación con «sus marinos», solicitó ingresar en la Legión Extranjera. Se le admitió con el rango de capitán, aunque ascendería a comandante a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. La firma del Armisticio de Compiègne a mediados de 1940, estableciendo una división de Francia en dos zonas, una septentrional, asomada al Atlántico y ocupada por los alemanes, y otra que abarcaba el resto, considerada libre pero gobernada por el régimen de Vichy del mariscal Pétain (colaboracionista de los nazis e ideológicamente ultraconservador), llevó a Buiza a renunciar; otra versión dice que se le dio la baja por su pasado republicano.
Se estableció entonces en Orán, trabajando en un hotel hasta que en otoño de 1942 el desembarco estadounidense en el norte de África le indujo a alistarse en los CFA (Corps Francs d’Afrique), un cuerpo de voluntarios creado por el general francés Henri Giraud desafiando la autoridad oficial que representaba el almirante François Darlan. Los CFA combatieron contra alemanes e italianos en la Campaña de Túnez y Buiza fue uno de sus miembros destacados, ganando la Croix de Guerre con palma el 4 de junio de 1943. No obstante, enfermó y no pudo continuar en el frente, siendo licenciado. Para entonces ya había alcanzado un enorme prestigio entre los soldados republicanos españoles, de ahí que bautizaran con su nombre aquel tanque de La Nueve que comentábamos al principio.
Sin embargo, no acabaron ahí sus aventuras. En 1947 contactó con él Zeev Hadari, un delegado en Francia del Mossad LeAliyah Bet, una rama del Haganá (organización paramilitar de autodefensa creada en 1920 por los judíos en el Mandato Británico de Palestina para protegerse de los pogromos árabes y que fue el germen del Tzahal, el Ejército de Israel). El LeAliyah Bet, fundado en 1939, tenía como misión facilitar la emigración judía a Palestina, desobedeciendo así la prohibición que habían dictado las autoridades británicas. Como muchos supervivientes de los campos de exterminio no estaban dispuestos a quedarse más en Europa, la emigración a la que consideraban su tierra ancestral se presentaba como la mejor opción y, de hecho, se calcula que esa organización consiguió trasladar a unas cien mil personas.
Bajo el nombre falso de Moshé Blum, Buiza capitaneó un antiguo cañonero estadounidense llamado USS Paducah retirado del servicio y reconvertido en mercante al que se rebautizó como Geula (Redención). A bordo embarcaron mil trescientos ochenta y ocho judíos pero, tras atravesar el Mediterráneo desde Bulgaria, el barco fue interceptado por la Royal Navy el 2 de octubre de 1947 y conducido al puerto de Haifa, donde quedó fondeado junto a otras naves capturadas en circunstancias similares. A Buiza se le recluyó en un campo de prisioneros en esa misma localidad hasta que los británicos abandonaron Palestina y el español recobró su libertad casi a la vez que Israel se independizaba.
No se quedó, ya que tenía su vida en Orán y allá retornó, dedicándose a la venta de libros. En 1962 los Acuerdos de Évian también proporcionaron a Argelia su independencia y él se vio obligado a irse junto a los demás pied-noirs (pies negros, apodo que se daba a los europeos residentes) y harkis (musulmanes que colaboraron con la administración francesa). Una parte de los pied-noirs se estableció en el levante español pero él no podía, obviamente, dado que el régimen franquista seguía gobernando el país, ade modo que siguió a la mayoría a Francia y quedó en Marsella con el estatus de refugiado.
Un año más tarde el cáncer acabó con su vida cerca de allí, en Maison Beauséjour (Hyères), así que nunca pudo pisar España otra vez ni reencontrarse con su familia. El óbito, ocurrido el 23 de junio de 1963, fue reseñado por su viuda en el ABC mes y medio después. Le sobrevivió una década.
Fuentes
La Guerra Civil Española (Anthony Beevor)/La Guerra Civil Española (Hugh Thomas)/El final de la guerra. La última puñalada a la República (Paul Preston)/La Flota republicana y la Guerra Civil de España (Memorias de su Comisario General) (Bruno Alonso)/La República española y la guerra civil (Gabriel Jackson)/El exilio de los marinos republicanos (Victoria Fernández Díaz)/Wikipedia
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