Cómo una princesa africana vendida como esclava se convirtió en ahijada de la reina Victoria

Si alguien planea pasar sus próximas vacaciones en el archipiélago portugués de Madeira vamos a sugerirle una curiosa visita, de ésas que luego sirven para contar a los amigos. Se trata del Cementerio Británico de Funchal, en la capital insular, donde hay una misteriosa tumba sin lápida marcada hasta hace muy poco únicamente con el número 206 (recientemente se ha colocado un cartel identificativo). Allí yacen los restos de una mujer que protagonizó un episodio del siglo XIX tan anecdótico como insólito, una esclava africana que logró integrarse en la estirada sociedad británica e incluso llegar a ser ahijada de la reina Victoria. Se llamaba Sara Forbes Bonetta.

El yoruba es uno de los grandes grupos etnolingüísticos de la zona occidental de África, sumando aproximadamente unos cuarenta millones de individuos repartidos por los actuales Nigeria, Benín, Ghana y Togo, si bien la mayoría se concentran en el suroeste del primero, donde constituyen el treinta por ciento de la población. La globalización ha hecho posible que haya yorubas también en otros países del continente e incluso en muchos de América, donde perviven rasgos culturales manifestados en religión y música (la santería caribeña, el candomblé de Brasil, el vudú haitiano, etc).

Hasta el siglo XIX, los europeos que mantenían contacto con los yoruba (españoles, portugueses, ingleses, franceses…) los llamaban akú, palabra derivada de su forma de saludar. En aquellos tiempos tenían desarrolladas complejas estructuras de estado, con monarquías locales en cada ciudad-estado restringidas a un grupo de familias selecto pero electivo, que se integraban en una especie de república dirigida por consejos militares y civiles federados, formados por cientos de miembros más otros miles de menor rango; a éstos se sumaban grupos menores (gremios, sociedades religiosas, ligas de comerciantes…) que conectaban las altas esferas con el pueblo formando un denso entramado. A la cabeza de todo había cuatro presidentes.

Área cultural yoruba/Imagen: Bappah en Wikimedia Commons

El máximo esplendor yoruba tuvo lugar entre los siglos XIV y XVIII, manifestado en el Imperio Oyo, que dominó el oeste y norte de Nigeria ejerciendo considerable influencia sobre el Reino de Dahomey. Los yoruba tenían relación con los musulmanes que visitaban la región de forma regular, igual que la tuvieron con el Imperio de Malí. El elemento de conexión era el negocio esclavista pero el Califato de Sokoto, una comunidad islámica que a principios del siglo XIX consiguió adueñarse de buena parte de Nigeria en lo que se llama la Yihad Fulani (porque la mayoría de sus integrantes eran nómadas fulanis de origen incierto y considerados hasta entonces ciudadanos de segunda), originando lo que se conoce como Imperio Fulani, cambió la situación en Yorubalandia (el territorio que ocupaban los yoruba).

El califato dividió dicho territorio en emiratos independientes pero vasallos del sultán de Sokoto y decretó que la población no musulmana era esclavizable, de manera que aproximadamente la mitad de los habitantes quedaron reducidos a esa condición, convirtiéndose en la mano de obra fundamental para la explotación agraria. De esta forma, aquel nuevo esclavismo tomó el relevo del que habían practicado los europeos hasta entonces y que ya se había extinguido prácticamente al albur del abolicionismo impuesto por Gran Bretaña, ya que ésta se hallaba en plena Revolución Industrial y necesitaba asalariados libres. Lo irónico estaba en que el sistema esclavista de Sokoto era muy peculiar y permitía a los esclavos tener propiedades, enriquecerse y hasta tomar parte en la administración y gobierno, con cargos de importancia.

Así estaban las cosas cuando nació Sara Forbes Bonetta hacia 1843. Lo hizo en la localidad de Oke Dan (actual Yewa del Sur), en Ogun (uno de los estados del sudoeste de Nigeria). Originalmente llamada Omoba Aina, era de sangre real (lo que no nos dice mucho, teniendo en cuenta que los monarcas yoruba eran polígamos y podían tener hasta una veintena de esposas), una princesa que no imaginaba lo mucho que iba a cambiar su vida en breve. Y es que, si bien el Califato de Sokoto era la potencia dominante en detrimento del decadente Imperio Oyo, el Reino de Dahomey aún conservaba parte de su antigua fuerza de la mano del rey Ghéza, que aunque había introducido el comercio de aceite de palma como nueva fuente de riqueza para los suyos, la caza de esclavos seguía siendo el principal motor de su economía, puesto que aún llegaban barcos negreros para surtir los mercados de EEUU, Cuba y Puerto Rico.

El Califato Sokoto en el siglo XIX/Imagen: rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Omoba Aina apenas tenía cinco años cuando un ejército de Dahomey (seguramente contando entre sus filas con las temibles Mino, mujeres guerreras) asaltó su pueblo. Sus padres murieron y ella fue llevada como esclava pero con un futuro aún más siniestro si cabe, ya que estaba destinada a ser sacrificada. Sin embargo, tuvo suerte. Un capitán de la Royal Navy llamado Frederick E. Forbes estaba de visita en la corte de Ghéza y, apiadándose de la niña, logró convencer al monarca de que se la entregara en calidad de regalo para la reina Victoria. Así fue cómo Omoba salvó la vida.

Forbes la rebautizó poniéndole Sara de nombre y dándole su apellido, al que añadió un segundo que era una alusión a su barco, el HMS Bonetta. Se la llevó a Inglaterra y, dos años después de quedar huérfana, la niña tuvo ocasión de conocer a la todopoderosa soberana del Imperio Británico, que se empeñaba en llamarla Sally e, impresionada por su historia, decidió tomarla como ahijada. Así, Sara pasó la segunda parte de su infancia y juventud en un ambiente completamente distinto al de su primera niñez, educada en la elitista alta sociedad victoriana.

Cuando Forbes falleció en 1851 fue la familia Schoen, de Palm Cottage, Gillingham, la que se hizo cargo de la pequeña, aunque los gastos los pagó la reina. Los niños se adaptan con relativa facilidad a los cambios pero, en su caso, el principal problema fue pasar del caluroso clima ecuatorial de Yorubalandia al oceánico de Gran Bretaña: de los cielos despejados a las nubes, del sol radiante a la lluvia, del calor al frío… Al año de estancia empezó a desarrollar una tos crónica que no auguraba nada bueno, así que por prescripción médica se la envió de vuelta a África, a una misión cristiana colonial de Freetown (Sierra Leona), para terminar allí su formación y su infancia.

Retornó a Londres en 1855, entrando ya en la adolescencia, y de nuevo fue recibida con la misma mezcla de curiosidad y bienvenida, habida cuenta de quién era su protectora. Tanto como para que en 1862 fuera invitada a la boda de la princesa Alicia, la tercera hija de la reina, con el gran duque Luis IV de Hesse-Darmstadt; fue una ceremonia más bien triste debido al reciente fallecimiento del príncipe Alberto, consorte de Victoria, por el que aún se guardaba luto oficial.

Sara y su marido, James/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Un mes más tarde también ella pasaría por el altar, después de que la soberana diera el visto bueno a su matrimonio con James Pinson Labulo Davies. La boda, fastuosa (el séquito nupcial reunió una decena de carruajes), tuvo lugar en Brighton, donde la pareja se estableció por un tiempo.

Labulo Davies era un ex-capitán indígena de la armada reconvertido en empresario de éxito. De origen yoruba, como su mujer, había sido liberado de la esclavitud por los británicos en Sierra Leona, gracias a lo cual pudo acceder a una esmerada educación que le permitió ser maestro primero y alistarse como cadete en la Royal Navy después, sirviendo a bordo del HMS Volcan y logrando ascender a guardiamarina.

Luego lo hizo a teniente, siendo destinado al HMS Bloodhound durante la intervención antiesclavista en Lagos de 1851. En esa acción resultó herido, lo que le hizo retirarse de la marina de guerra para entrar en la mercante y de ahí a iniciar una carrera empresarial.

Tuvo un efímero matrimonio de nueve meses con una criolla española de La Habana, Matilda Bonifacio Serrano, que falleció en 1860. Fue entonces cuando conoció a Sara. Tras la reseñada estancia en Brighton, ambos terminaron por volver a su tierra para establecerse en Lagos, donde tuvieron tres hijos; a la primogénita la bautizaron con el nombre de Victoria, en agradecimiento a la reina que tanto les había ayudado (y que también la amadrinó).

De hecho, Sara mantuvo su relación con ella hasta el punto de que, junto a su familia y al obispo Samuel Ajayi Crowther (el primero de religión anglicana en el país, también de etnia yoruba y que en su juventud había sido rescatado por la marina de manos de negreros portugueses), eran las únicas personas a las que había orden de evacuar en caso de guerra o revuelta.

Vivieron juntos dieciocho años, hasta que en el año 1880 aquella tos que Sara padecía resultó ser tuberculosis y, durante una escala en Madeira entre Inglaterra y Nigeria, acabó matándola. Como decíamos al comienzo, allí quedó el cuerpo, aunque su memoria trató de mantenerla su viudo construyendo un monolito de dos metros y medio de altura en Lagos, donde había creado una próspera granja de cacao que le enriqueció, permitiéndole dedicarse a la filantropía mano a mano con su amigo, el mencionado obispo Ajayi Crowther. Labulo Davies se casó de nuevo en 1889 y murió en 1906; está enterrado en la capital nigeriana, quizá demasiado lejos de la que fue madre de sus hijos.


Fuentes

Queen Victoria. A Biographical Companion (Helen Rappaport)/At Her Majesty’s Request. An African Princess in Victorian England (Walter Dean Myers)/Slavery and the Birth of an African City: Lagos, 1760–1900 (Kristin Mann)/Sarah Forbes Bonetta (1843-1880) (Ayodale Braimah en Black Past)/The Life of James Pinson Labulo Davies: A Colossus of Victorian Lagos (Adeyemo elebute)/Wikipedia


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