El 13 de julio de 1943 se produjo un fallecimiento en el hospital de campaña británico de Acate, en la provincia siciliana de Ragusa (Italia), que no llamó especialmente la atención del personal. Al fin y al cabo, se trataba de un enemigo, un obergefreiter (cabo primero) de la Luftwaffe que resultó malherido en defensa de la isla durante la invasión aliada y al que los médicos no pudieron salvar porque se desangró a causa de una herida en un muslo. Fue enterrado en el cementerio de guerra de Ponte Olico, cerca de Gela, en la parte meridional de Sicilia, y sólo en 1950 la Cruz Roja descubrió que se trataba de Luz Long, aquel famoso atleta que se había hecho amigo del célebre Jesse Owens.

Luz era un apodo, ya que en realidad se llamaba Carl Ludwig Long. Había nacido en Leipzig en 1913, en el seno de una familia de cinco hijos cuyo padre era el farmacéutico Carl Hermann Long y la madre Johanna Hesse, además de un tatarabuelo ilustre, el químico Justus von Liebig. Carl ingresó en la universidad de esa ciudad para estudiar Derecho y aún estaba haciendo la carrera cuando empezó a practicar atletismo, destacando en salto de longitud y triple salto (por cierto, su hermana Elfriede y su hermano Sebastian Heinrich también fueron exitosos atletas).

De hecho, sus marcas resultaron tan brillantes que fue seleccionado para representar a su país en el Campeonato Europeo de Atletismo que se celebró en Turín en 1934. Por entonces, el numero de pruebas y competidores era mucho menor que hoy, por lo que el evento sólo duró un par de días, del 7 al 9 de septiembre, siendo Alemania la gran triunfadora con once medallas, de las que siete fueron oros, dos platas y dos bronces; uno de estos últimos lo ganó Long en longitud con un salto de 7,25 metros. Tenía entonces 21 años, una juventud que, junto con el buen resultado obtenido, le auguraban un prometedor futuro en el deporte, como demostró al año siguiente ganando la plata en los Juegos Universitarios Mundiales.

Y, en efecto, su consagración llegó apenas dos años más tarde, cuando ya había terminado sus estudios y compatibilizaba la profesión de abogado en Hamburgo con la competición a través del Leipziger Sport Club. Fue al llegar los XI Juegos Olímpicos, que iban a tener lugar en Berlín entre el 1 y el 16 de agosto y constituían el gran escaparate del régimen nazi para mostrar al mundo su esplendor con la labor propagandística de Goebbels y la puesta en escena de Speer. No en vano participarían casi cuatro millares de deportistas procedentes de 49 países.

Long formaba parte inopinada de esa propaganda, con su 1,84 metros de altura, su cabellera rubia, sus ojos azules y su aspecto inequívocamente ario, que le convertían en una de las figuras germanas. Y el delirio llegó cuando, tras una fastuosa inauguración que tuvo como momento álgido al posteriormente malogrado dirigible Hindenburg sobrevolando el estadio, se disputaron las primeras pruebas clasificatorias y Long batió el récord de Europa de salto (que retendría hasta 1956). Entonces se produjo el episodio que marcaría su vida y también proporcionaría uno de los grandes momentos de la historia del deporte.

La elección de Berlín como sede de los Juegos se había llevado a cabo sin mayor problema en 1931 pero la subida de Hitler al poder dos años después cambió el panorama y varios países se plantearon no enviar a sus equipos, aunque al final sólo faltó España, primero por negativa pero luego por el estallido de la Guerra Civil (tampoco estuvo la URSS, que no empezó a participar hasta Helsinki 1952). El comité olímpico de EEUU fue uno de los que estuvieron a punto de boicotear los Juegos como muestra de rechazo al antisemitismo nazi, si bien finalmente acudió. Por suerte para el deporte porque la gran estrella del atletismo en esos momentos era estadounidense.

Vista aérea del Estadio Olímpico de Berlín durante los JJOO de 1936/Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

Se llamaba Jesse Owens, natural de Oakville, Alabama, tenía la misma edad que Long y, como él, alternaba sus estudios en la Universidad Estatal de Ohio con el atletismo, en el que despuntaba de forma extraordinaria; tanto que año tras año acumulaba títulos de la NCAA (National Collegiate Athletic Association, la asociación que organizaba los campeonatos universitarios). El 25 de mayo de 1935 incluso batió tres récords mundiales e igualó un cuarto en sólo 45 minutos. Una de las marcas que estableció -y que duraría un cuarto de siglo- fue la de salto de longitud, con 8,15 metros. Así pues, en Berlín se iban a ver las caras el plusmarquista mundial y el europeo pero con un morbo añadido porque si Long constituía un arquetipo racial para los nazis, Owens era para éstos un subhumano: los estadounidenses deberían avergonzarse de sí mismos, dejando que los negros ganen medallas de oro para ellos en palabras de Hitler.

De hecho, Owens inició su participación el primer día de los Juegos de Berlín ganando en los 100 metros lisos. Sin embargo, también hizo dos nulos en la clasificación de longitud, con lo que, paradójicamente, quedaba al borde de la eliminación. Eso le dejaba el camino expedito hacia el oro a un Long que, como vimos, en esa misma fase acababa de batir el récord europeo. Pero éste no reaccionó como cabría esperar y llevó el espíritu olímpico a una de sus más altas cotas al acercarse a su rival y aconsejarle que, en vez de apurar hasta la tabla, iniciara el último y definitivo salto un poco antes, tal cual había hecho él, sabiendo que el estadounidense acostumbraba a obtener registros mucho más grandes que el exigido de 7,15 metros; incluso puso un pañuelo a 20 centímetros de la línea como indicador. Owens le hizo caso y, en efecto, logró superarlos con 10 holgados centímetros de margen.

Luz Long con Jesse Owens / foto Wikimedia Commons

Al día siguiente se disputó la final -inmortalizada por la cámara de Leni Riefenstahl en su Fest der Völker (Festival de las Naciones), primera parte de su famosa película Olympia– y aunque Long logró saltar 7,87, Owens pulverizó esa marca con 8,06, batiendo el récord olímpico y aupándose a lo alto del podium; el bronce fue para el japonés Naoto Tajima (que luego ganaría en triple salto, también con récord mundial). Pero todo esto quedó un poco eclipsado por lo que vino después. Y es que Owens también ganó las pruebas de 200 y 4 x 100, echando por tierra las expectativas nazis y se dijo que Hitler abandonó el estadio para evitar tener que estrecharle la mano. Así lo aseguró, por ejemplo, Albert Speer.

Quizá el arquitecto del régimen sólo buscaba descargar responsabilidades en su líder (Speer recibió una sentencia muy suave tras la guerra) , ya que lo cierto es que el Führer sólo saludó a los dos medallistas alemanes de la primera jornada y como el Comité Olímpico le pidió que lo hiciera a todos o ninguno, eligió lo segundo; el propio Owens declaró que intercambiaron saludos y otros testigos lo ratificaron. Además, recibió por escrito una felicitación del gobierno germano, lo que contrastaba con el trato despectivo que recibió en su propio país, donde Roosevelt le ignoró totalmente al estar en plena campaña electoral e intentar atraerse el voto de los estados sureños.

Todo esto quedó al margen del exquisito comportamiento de Long, que fue el primero en correr a felicitar efusivamente a su compañero y acompañarle abrazado hasta el vestuario, para pasmo de las autoridades nazis (Rudolf Hess le advirtió luego de «nunca más abrazar a un negro» y la prensa le criticó por su falta de consciencia racial). Algo que le hizo pasar a la Historia, aún cuando su carrera deportiva fue más que notable: es verdad que quedó décimo en triple salto pero en 1937 ganó el oro en los Juegos Universitarios Mundiales y al año siguiente, en el Campeonato de Europa de París, el bronce en longitud saltando 7,56 metros. Entre 1933 y 1937 había batido cinco récords continentales.

Ahí terminó su etapa en el atletismo porque en 1939 se doctoró en Derecho con una tesis titulada Die Leitung des Sports durch den Staat, eine entwicklungstechnische Darstellung (Gestión de los deportes por el estado. Representación del desarrollo técnico) y entró en el Tribunal de Trabajo de Hamburgo. Fue entonces cuando se afilió a las SA y al Partido Nazi, algo que sólo puede entenderse por la necesidad de ello para poder ejercer, ya que no parece cuadrar con lo demostrado en 1936; máxime teniendo en cuenta que la amistad que hizo con Jesse Owens en la pista y en la villa olímpica se mantuvo en el tiempo y solían escribirse regularmente.

Como a todos, el estallido de la Segunda Guerra Mundial le cambió la vida, en su caso fatalmente. Dada su condición de atleta, fue nombrado instructor deportivo en Wismar (en la actual Mecklemburgo-Pomerania Occidental) y en 1941 pasó a ser asesor jurídico. Pero en 1943 le destinaron a la 1.ª División Panzer de Paracaidistas Hermann Göring, una unidad de élite de la Luftwaffe, con la que defendió el aeródromo de San Pietro del ataque estadounidense. Ya vimos cuál fue su trágico final, aunque su hijo cuenta que nunca fue llevado a un hospital sino que murió en combate, según testimonio de un camarada suyo llamado Robert Stadler, no encontrándose el cuerpo hasta siete años más tarde. 1961 se trasladaron sus restos desde Gela a la vecina localidad de Motta Sant’Anastasia, donde se habilitó un cementerio para los caídos alemanes en la contienda.

Owens cumplió una de las promesas que le había hecho en su intercambio epistolar y en la posguerra se puso en contacto con su hijo Kai-Heinrich, que aún era un niño (nació en 1941 y tuvo un hermano que falleció en 1944) pero al que visitó luego, en 1964, posando ambos en el Estadio Olímpico de Berlín para un documental y siendo su padrino de boda. Según consta en algunas fuentes, dos años antes de ese encuentro el Comité Olímpico Internacional había concedido a Long, a título póstumo, la primera Medalla Pierre de Coubertin, galardón que premia a quienes destacan por su deportividad durante los JJOO; su hijo, en cambio, asegura en la biografía que hizo de su padre que nunca se la dieron.

También se le ha homenajeado bautizando con su nombre diversas instalaciones deportivas de Alemania pero el recuerdo que dejó no lo expresó nadie mejor que el mismo Owens: «Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de veinticuatro quilates que hice con Luz Long en aquel momento».


Fuentes

Luz Long. Eine sportlerkarriere im Dritten Reich: sein leben in dokumenten und bildern (Kai-Heinrich Long)/Lutz Long (Corrado Rubino)/Jesse Owens. «I Always Loved Running» (Jeff Burlingame)/A Passion for Victory: The Story of the Olympics in Ancient and Early Modern Times (Benson Bobrick)/The nazi olympics (Richard D. Mandell)/SR Olimpic Sports/Wikipedia


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