Si les preguntó qué tuvieron en común Bach y Händel habría más de una respuesta. Ambos fueron famosos compositores, nacieron el mismo año y eran originarios de lo que hoy es Alemania. Sin embargo, hay otro elemento que les vincula: los dos fallecieron prácticamente ciegos por culpa de sendas operaciones oculares que les practicó un controvertido personaje, un cirujano inglés llamado John Taylor que fue inmortalizado, por cierto, en una ópera titulada The operator.

Taylor era bastante más joven que ellos. Nacido en Norwich en 1703, estaba destinado a la profesión sanitaria desde pequeño porque su padre ejercía el oficio de cirujano, lo que no implicaba necesariamente haber pasado por la universidad. Hay que tener en cuenta que en aquella época el número de médicos titulados era escaso y solían trabajar para las clases acomodadas, las que podían pagar sus elevados emolumentos, de manera que los menos favorecidos tenían que conformarse con ser tratados por otros profesionales menores como barberos y sangradores, cuando no por curanderos o algo peor.

No sabemos cuál era la condición del progenitor pero sí que envió a su hijo a estudiar en el St, Thomas Hospital, una prestigiosa institución fundada en 1215 en pleno centro de Londres por la orden agustina y reformado a finales del siglo XVII. Allí tuvo como maestro nada menos que a William Cheselden, profesor de anatomía y cirugía, miembro de la Royal Society y autor de la obra Osteographia or Anatomy of Bones (considerada la primera descripción completa del sistema esquelético humano), que posteriormente impulsó la separación entre barberos y cirujanos, además de crear el Royal College or Surgeons of England (Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra).

Cheselden estaba especializado en la eliminación de cálculos de la vejiga pero también se preocupó mucho por las operaciones oculares, desarrollando nuevas técnicas para solucionar las cataratas. Esa vertiente oftalmológica de la cirugía fue la que eligió Taylor para su futuro profesional cuando terminó el período de formación. No obstante, la etapa inicial no iba a ser fácil y resultaría profética, pues instaló una consulta en su localidad natal pero, al parecer, hubo varios pacientes que no quedaron satisfechos con sus cuidados y decidieron manifestar su descontento agrediéndole y quemando su casa.

William Cheselden impartiendo una lección de anatomía / Imagen: Wellcomeimages en Wikimedia Commons

Consecuentemente, Taylor cambió de estrategia y en vez de instalarse en un sitio fijo compró un carruaje que adaptó para el oficio y con el que inició una gira por el país, ofreciendo servicios ambulantes. Debió ser en esa etapa cuando aprendió el arte del autobombo, quizá imitando a los no pocos charlatanes que iban de pueblo en pueblo vendiendo elixires farmacológicos. Ahora bien, tampoco eso bastó para evitarle problemas, así que resolvió solucionarlo volviendo a estudiar; para ello, pasó por varias universidades como las de Leiden, Basilea, Lieja o París y, al final, se graduó en la de Colonia en 1733.

Tener un título en la mano cambiaba las cosas lo suficiente como para permitirse incluso escribir un tratado de oftalmología que dedicó a su antiguo maestro, Cheselden: An Account of the Mechanism of the Eye (Consideración sobre el mecanismo del ojo). En el libro incluía algunas novedades técnicas para tratar el estrabismo (más que discutibles, pues se basaban en anular el músculo del ojo sano) y describía por primera vez el queratocono (una patología degenerativa de la córnea), todo lo cual le confirió prestigio suficiente como para tratar a personalidades importantes, caso del famoso historiador Edward Gibbon o el diplomático Gottfried van Swieten; este último era mecenas de famosos músicos como Haydn, Mozart y -más tarde- Beethoven, lo que sirvió a Taylor para tomar contacto con ese sector.

En la obra The Company of Undertakers, de William Hogarts, aparece John Taylor en la parte superior izquierda / Imagen: Wellcomeimages en Wikimedia Commons

El caso es que siguió escalando en la pirámide social y fue llamado a la corte por el rey Jorge II para ser su oculista personal. Eso terminó de henchirle de orgullo y se hacía llamar chevalier (caballero), aunque en realidad carecía de tal título. De hecho, en una autobiografía que escribió en 1761 con el expresivo epígrafe de The Life and Extraordinary History of the Chevalier John Taylor (La vida y extraordinaria historia del caballero John Taylor) se definía a sí mismo sin falsa modestia como «Ophthalmiater [sic] Pontifical, Imperial, Royal» porque decía haber tratado al papa, al titular del Sacro Imperio Romano Germánico y al virrey de la India, entre otros.

Ser cirujano real no impidió que siguiera viajando con su carro; precedido, eso sí, por heraldos que le ensalzaban y atraían clientela, aunque también es verdad que aceptaba operar a los pobres, en lo que las malas lenguas consideraron una mera forma de practicar. Es más, aprovechaba su adquirida posición en la corte para conseguir clientela con los pomposos discursos públicos de autopromoción que pronunciaba al llegar a cada pueblo, a los que adjuntaba tarifas asequibles con facilidades de pago. Después, procedía a intervenir los ojos afectados y al terminar se iba a otro sitio dejando a sus pacientes la indicación de que no debían quitarse el vendaje hasta pasados unos días.

El rey Jorge II (Thomas Hudson) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La razón era que no quería correr riesgos como aquellos de sus comienzos, que debieron marcarle profundamente. Y es que la mayoría de aquellas operaciones salían mal (no todas, algún éxito sí hubo); probablemente no mucho peor que las que hacían otros médicos pero éstos no encandilaban a sus pacientes prometiéndoles curación segura, como sí hacía él con una infinita capacidad propagandística. Téngase en cuenta que, si bien las operaciones de cataratas se hacían ya en la Antigua Mesopotamia, lo normal era que no dieran el resultado esperado, bien por deficiencia técnica, bien por las infecciones posteriores.

Y por lo visto Taylor, que además actuaba sin anestesia, tenía un porcentaje de fallos descomunal, con cientos de personas que no sólo no sanaron sino que quedaron ciegas para siempre. Buen ejemplo de ello podrían constituirlo sus dos pacientes más famosos, los dos compositores que reseñábamos al principio. Fue durante una gira por Europa, pues había dado ya el salto internacional (llegó a visitar Persia) acaso poniendo tierra de por medio entre él y mucha gente enfurecida. De nuevo las malas lenguas dijeron que Taylor odiaba la música por ser un arte que no requería de los ojos para disfrutarlo; es claramente una leyenda pero…

Johann Sebastian Bach, además de ser una de las cumbres de la música barroca con sus Conciertos de Brandeburgo y su Tocata y fuga en re menor, entre otras ilustres obras, era también un virtuoso del órgano, el clave y el violín que a mediados del siglo XVIII se encontraba ya afectado de graves achaques de salud; entre ellos una ceguera progresiva que fue dificultando su trabajo hasta hacerlo prácticamente imposible. Los expertos actuales opinan que se debía a la diabetes, aunque también tenía una considerable blefaritis.

Taylor fue contratado para intentar arreglarle la visión, operándole en marzo de 1750 en Leipzig. Consideró que se trataba de cataratas, por lo que le abrió el globo ocular y le aplastó el cristalino. Unos días después fue necesaria una segunda intervención pero resultó inútil y Bach no recuperó la visión en lo que le quedó de vida, que fue muy poco porque a los cuatro meses falleció de apoplejía (ictus). Se cree que la causa de ésta estaba en una neumonía, si bien es posible que influyera una posible infección derivada de su operación ocular (no se conocía aún la esterilización).

Johann Sebastian Bach en sus últimos meses de vida (anónimo) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En cuanto a Georg Friedrich Händel, un germano naturalizado inglés que comparte pódium con el anterior en la música del Barroco y un genio que compuso piezas de todo tipo, siendo sus obras maestras Música para los reales fuegos de artificio y, sobre todo, El Mesías, también padecía problemas de visión en un ojo. Se pensaba que era debido a un accidente que sufrió mientras viajaba en carruaje por Holanda en el verano de 1750 -casi a la vez que moría Bach- pero ya antes había tenido varias parálisis. Con el tiempo, el otro ojo también quedó mal.

Como esa situación le originaba bastantes dificultades para continuar con el oratorio que estaba componiendo, Jephta, se sometió a una operación de cataratas, realizada por el doctor William Bromfield sin ningún resultado. Entonces se decidió que probara Taylor. Lo hizo en Tunbridge Wells, una ciudad de Kent (sureste de Inglaterra) en una fecha que no está clara, pues unas fuentes hablan de 1752 y otras de 1758, pero sea cual fuere, con pésimo resultado: pese a las loas publicadas en los periódicos, Händel no sólo no recuperó la visión sino que la perdió del todo. ¿Repercutió eso en su salud? Imposible saberlo. Murió en abril de 1759 en su casa, a donde tuvieron que llevarlo inconsciente tras desmayarse mientras dirigía un concierto.

Georg Friedrich Händel (Balthasar Denner) / Imagen: dominio público

Hubo un tercer compositor que requirió de sus servicios: Alessandro di Guardia Diverdi, que en realidad se llamaba Alejandro Laguardia Olavarrieta y era español, de Laguardia (Álava), donde nació en 1720. Estudió con los jesuitas, que fueron los descubridores de sus aptitudes musicales y le orientaron hacia ellas, si bien tomó los hábitos. Su comportamiento sexual con los compañeros del seminario provocó que le mandaran a Livorno, donde italianizó su nombre y pasó la mayor parte de su vida como maestro de capilla.

No por ello abandonó la música. Aunque siempre lo negó, quizá por algún conflicto personal entre ambos, Diverdi estudió con Franz Gottlieb Stuckenpeef, un músico menor que llegó a formar parte de la corte de Luis XV efímeramente. Su libertina personalidad le supuso contraer una grave sífilis que terminó por afectarle a la visión, de ahí que se pusiera en contacto con John Taylor. Pero en este caso se libró de sus dudosas artes quirúrgicas cuando trató de seducir al oculista, provocando la marcha de éste. Este episodio grotesco fue el prólogo adecuado para un final realmente irónico.

Y es que, con el paso de los años, Taylor también empezó a perder la vista. Dicen que intentó autooperarse y, al igual que sus pacientes, quedó peor de lo que estaba, de modo que pasó los últimos días de su vida en la oscuridad. Hay dudas sobre la fecha de su muerte, ya que unos sitios la sitúan en 1772 mientras que otras lo hacen en 1770. En cualquier caso, parece que ocurrió en Praga, dejando a un hijo y un sobrino -que se llamaban igual que él- como continuadores del oficio; ambos estuvieron al servicio del rey Jorge III, monarca que padecía porfiria (análisis de ADN a su cabello revelan también altas concentraciones de arsénico), por lo que falleció loco, sordo… y ciego.


Fuentes

Bach, Handel and the chevalier Taylor (David M. Jackson) / The Reptile Oculist (John Barrell) / The eyes of Johann Sebastian Bach (Richard H. C. Zegers) / Records of my life (John Taylor) / Chevalier Taylor — Ophthalmiater Royal (1703–1772) (Patrick Trevor-Roper) / John Taylor (oculista) (Fandom) / El farsante doctor Taylor y sus damnificados Händel y Bach (Ilustración Médica) /Wikipedia


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