La Catedral de Amiens , declarada Monumento Histórico en 1882 e integrada en el Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981, constituye toda una referencia en su estilo y además reúne una serie de elementos curiosos que le confieren un interés especial. Uno de ellos es el famoso laberinto que pavimenta el suelo de la nave; otro, la proyección de luz nocturna sobre la portada para darle un espectacular aspecto policromado; también está una reliquia tan insólita como el cráneo de San Juan Bautista. Pero quizá el más peculiar sea el cinturón de hierro, dicen que de fabricación española, con que se rodeó el edificio para prevenir su derrumbamiento.

Amiens es una pequeña ciudad francesa atravesada por el río Somme cuyo principal atractivo turístico, aparte del que puede tener la casa-museo del escritor Julio Verne, es la citada iglesia catedralicia, una joya del gótico clásico construida a partir del año 1220 sobre los restos de un templo anterior románico que había resultado destruido por el incendio que originó la caída de un rayo.

La idea de erigir algo excepcional no sólo pretendía compensar esa pérdida sino también dar acogida adecuada a la que se consideraba una de las reliquias más importantes de Francia, el frontal del cráneo de San Juan Bautista, que un caballero cruzado había traído de Constantinopla dos décadas antes, convirtiendo el lugar en destino para riadas de peregrinos -sobre todo epilépticos que esperaban sanar de lo que entonces se denominaba mal de San Juan-.

La doble fila de arbotantes de Amiens/Imagen: Jacques 76250 en Wikimedia Commons

El arquitecto elegido para diseñar el nuevo templo fue Robert de Luzarches. Sin embargo no estuvo mucho tiempo porque, a petición del rey Felipe II el Augusto, en 1228 dejó el trabajo para encargarse de la construcción de otra célebre catedral, la de Notre-Dame de París. Para entonces ya había bastante en pie porque se trabajó con rapidez, gracias a que la economía de Amiens pasaba una etapa boyante por poseer el monopolio de una planta empleada para tinte y originar así una creciente burguesía que colaboró financieramente con importantes donaciones.

Robert de Luzarches se fue a los dos años y le sustituyó Thomas de Cormont, posiblemente un discípulo suyo, que más adelante se encargaría de otra importante iglesia parisina, la Sainte-Chapelle. Cormont dirigió las obras hasta 1228, en que falleció y le tomó el relevo su propio hijo, Renaud. Fue él quien completó la nave y cerró los muros de las bóvedas, iniciando el crucero y elevando la fachada.

Hacia 1240 llegaron los problemas. La economía se retrajo, el dinero empezó a escasear y los trabajos se ralentizaron durante dieciocho años. Paradójicamente, un incendio dio un nuevo impulso a la empresa, terminándose el coro en 1269 y dándose por finalizado el proyecto en 1288. Faltaban las torres de la fachada -que nunca llegaron a hacerse- pero la catedral ya era operativa y, de hecho, en 1385 se celebró allí la boda entre el rey Carlos VI el Loco e Isabel de Baviera-Ingolstadt.

Un ejemplo de chainage, de la Sainte-Chapelle (Eugène Viollet-le-Duc)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No obstante, aún se seguían añadiendo cosas menores. Por ejemplo, once capillas laterales que, al no figurar en el plano original, requirieron desplazar los contrafuertes de las naves hacia afuera y, en consecuencia, alargar los arbotantes. Toda una torpeza que se convirtió en un peligro, pues dichos arbotantes, encargados de contrarrestar el empuje del techo del coro, quedaban demasiado débiles para aquella presión ejercida por la enorme altura de las arcadas (42,3 metros) de las naves del triforio. Para solucionarlo, se reforzaron con una segunda línea de arbotantes más bajos… que provocaron la aparición de grietas.

Todos tenían presente el riesgo de derrumbe, ya que en 1284 el cimborrio de la vecina Catedral de Beauvais se había venido abajo por una causa similar, al ceder dos contrafuertes del ábside. Gajes de la rivalidad, pues hasta entonces las naves de la catedral de Amiens eran las más altas de Europa y la de Beauvais se erigió con el objetivo de superarla.

En 1573 sufrió un segundo desplome que la dejó profundamente maltrecha (hasta hoy en día, que sigue en un estado muy delicado), de ahí que posteriormente se rodeara la estructura con abrazaderas de hierro para hacer de contención, aunque eso le quitó flexibilidad al conjunto y lo agrietó. Fue una solución copiada precisamente de la que aplicó Pierre Tarisel en Amiens.

Detalle del cinturón de hierro de la catedral de Amiens / foto Ludovic Bellot-Gurlet

Hacia 1482, Tarisel había sustituido como maestro de obras de albañilería al fallecido Guillaume Postel y analizó el estado del edificio, considerando un peligro el segundo pilar del coro y los muros exteriores. El pilar fue asegurado en 1497 y seis años más tarde se terminó de hacer lo mismo con los otros. Pero faltaba la cuestión del muro exterior, que, agrietado, amenazaba con vencer por la fuerza de empuje que hacía la bóveda del coro. Tarisel lo resolvió envolviendo el perímetro casi al completo con lo que en francés llaman chainage, un cinturón de hierro que pasaba por el triforio y los brazos del crucero.

Dicho cinturón, una especie de cadena a base de eslabones de hierro forjado (material elegido por su ductilidad) de distinto tipo, fue encargado a hornos españoles porque allí se hacía el hierro más apreciado en esa época. O eso dice una versión, puesto que otra sitúa el origen en la Abadía de Fontenay, un cenobio cisterciense de la región de Borgoña tan grande y próspero que hasta tenía fraguas siderúrgicas. En cualquier caso, se trataba de una serie de varillas, barras, abrazaderas, cinchas y grapas que, una vez transportadas a Amiens, se remacharon en la piedra al rojo vivo, apretándolas mientras se iban enfriando para formar la faja de contención.

En realidad no era una idea nueva; ya antes se aplicaban ese tipo de refuerzos sólo que de madera, lo que ocasionaba problemas secundarios por la tendencia de ese material a hincharse con la humedad e incluso pudrirse. Claro que el hierro también tenía sus inconvenientes: no sólo se oxidaba (algo que trataba de prevenirse envolviéndolo en plomo) sino que, al igual que la madera, podía hincharse. Aún así, era un sistema que se difundió en lo sucesivo, ante el éxito que tuvo en Amiens.

Y es que allí, tras quedar todo concluido en menos de un año y teniendo en cuenta que la catedral sigue en pie, parece que dieron con la tecla adecuada. De hecho, el cinturón todavía se conserva in situ, al igual que pasa en otros edificios del mismo tipo como los de Chartres, Sainte-Chapelle, St. Quentin o la Abadía de Westminster. En Beauvais se lo retiraron en los años sesenta del siglo XX pero hubo que reponerlo, reforzado en acero, al comprobarse que el viento hacía oscilar demasiado la estructura; nadie quiere arriesgarse a un nuevo desastre.


Fuentes

La construcción medieval (Eugène Viollet-le-Duc)/Using metal in gothic cathedral construction (abelard.org)/Arte e historia en la Edad Media. Tiempo, espacio, instituciones (Enrico Castelnuovo y Giuseppe Sergi, eds)/Summa artis, historia general del arte (Manuel B. Cossío y José Pijoán)/Wikipedia


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