Hace tiempo publicamos un artículo sobre el tamaño de los ejércitos a lo largo de la historia, con una comparativa realizada por el cartógrafo eslovaco Martin Vargic donde se puede ver que, caso chino aparte, el número de combatientes alcanzó su apogeo máximo hacia el año 500 a.C. y luego fue progresivamente disminuyendo, para aumentar de nuevo a partir del siglo XIX.
Desde la Antigüedad, ya los ejércitos de Sargón de Acad tenían varios miles de efectivos, resultó complicado llevar la cuenta del número total de soldados, mucho más de las bajas en batalla.
Las fuentes clásicas suelen contradecirse a menudo a la hora de reportar cifras, exagerándolas o minimizándolas según el interés, pero también porque no existían registros fiables a los que referirse. En realidad, hasta el siglo XIX los ejércitos no contaron con métodos eficaces para realizar esos cálculos.
El día 19 de abril del año 531 d.C. se enfrentaron a orillas del Éufrates, cerca de la actual Ar-Raqqah en Siria, dos fuerzas numéricamente bastante igualadas (unos 20.000 hombres por bando). Por un lado las tropas bizantinas bajo el mando de Belisario, y por otro las del imperio Sasánida dirigidas por Azaretes. El choque se conoce como Batalla de Calinico y sería uno de los muchos en que se verían las caras ambas potencias.
Todo había comenzado el año 527, cuando el rey persa sasánida Cabades (Kavad I) intentó hacerse con el control de la Iberia caucásica obligando a sus habitantes a convertirse al zoroastrismo. El emperador bizantino Justiniano I envió a sus ejércitos bajo el mando de sus mejores generales, Sittas y Belisario, contra los persas. Se sucedieron los encuentros, con victorias alternas para cada lado y, tras una breve tregua y negociaciones que no fructificaron, los persas decidieron dar el golpe definitivo.
El ejército de Cabades se atrincheró en Nisibis (la actual Nusaybin al sudeste de Turquía) mientras que la caballería al mando de Azaretes subía por el Éufrates para arrasar Siria hasta tomar Antioquía. Pero Belisario le cortó el paso a Azarates y le persiguió hasta Asiria, encontrándolo en Calinico.
La batalla fue un desastre para los bizantinos, debido sobre todo a la huida de sus aliados gasánidas. Solo los salvó la noche, cuando Belisario ordenó a los supervivientes nadar por el río hasta un islote donde fueron recogidos por barcos.
Con Belisario en la batalla estaba su asistente e historiador Procopio de Cesarea, de la que fue testigo, y cuyas obras son la fuente principal de información sobre el reinado de Justiniano. En su Historia de las Guerras relata la batalla y dice:
Cuando Azaretes se presentó ante el rey, Cabades le preguntó si había regresado con alguna fortaleza romana ganada a su lado, pues había marchado con Alamoundaras contra los romanos, con el propósito de someter a Antioquía. Y Azaretes dijo que no había capturado ninguna fortaleza, sino que había derrotado a los romanos y a Belisario en la batalla. Entonces Cabades ordenó al ejército de Azaretes que pasara, y de las canastas cada uno sacó un arma como de costumbre. Pero como quedaban muchas armas, Cabades reprendió a Azaretes por la victoria y luego lo situó entre los más indignos. Así que la victoria tuvo esta conclusión para Azaretes.
Procopio de Cesarea, Historia de las Guerras 1, XVIII
¿Qué había ocurrido? Muy sencillo. Azaretes había ganado la batalla, pero no había logrado conquistar ninguna ciudad ni fortaleza. Además, las bajas persas habían sido tan numerosas que Azaretes fue relevado del mando.
Y ¿cómo pudo Cabades saber cuántos soldados habían caído? El relato de Procopio nos da la pista. Antes de cada batalla todo el ejército persa desfilaba de uno en uno frente al rey, y cada hombre depositaba una flecha u otra arma en las cestas dispuestas a tal efecto.
Al regresar de la batalla se repetía el proceso, tomando cada hombre una de las armas de las cestas. Se contaban las que habían quedado sin recoger, y así sabían exactamente cuántos hombres habían perdido.
Cuando Azaretes llegó a Persia con su ejército, aunque había prosperado en la batalla, encontró a Cabades sumamente ingrato, por la siguiente razón. Es costumbre entre los persas que, cuando están a punto de marchar contra cualquiera de sus enemigos, el rey se sienta en el trono real, y allí se colocan muchas canastas delante de él; y también está presente el general que se espera que dirija el ejército contra el enemigo; luego el ejército pasa delante del rey, un hombre a la vez, y cada uno de ellos tira un arma en las canastas; después de esto se sellan con el sello del rey y se conservan; y cuando este ejército regresa a Persia, cada uno de los soldados saca un arma de las canastas. Entonces los que tienen el cargo de hacerlo cuentan todas las armas que no han sido tomadas por los hombres, e informan al rey el número de los soldados que no han regresado, y de esta manera se hace evidente cuántos han perecido en la guerra. Así, la ley se ha mantenido desde la antigüedad entre los persas.
Procopio de Cesarea, Historia de las Guerras 1, XVIII
En cuanto a Azaretes, Cosroes I, hijo y sucesor de Cabades, le restituyó en el mando y Procopio cuenta como participó en el asedio de Edesa en el año 544:
Y los soldados, con muchos gritos y tumultos, levantaron las torres y las demás máquinas de guerra contra la muralla y colocaron las escaleras contra ella, con el fin de capturar la ciudad con un gran esfuerzo. Pero como los romanos estaban lanzando un gran número de misiles y ejerciendo todas sus fuerzas para ahuyentarlos, los bárbaros fueron rechazados por la fuerza; y cuando Cosroes se retiró, los romanos se burlaron de él, invitándole a que viniera a asaltar el muro. Sólo Azaretes en la llamada Puerta Soiniana seguía luchando con sus hombres, en el lugar que llaman Tripurgia.
Procopio de Cesarea, Historia de las guerras 2, XXVII
El propio Procopio, que sobrevivió a la batalla de Calinico, acompañaría después a Belisario en la conquista de Cartago a los Vándalos en 533 d.C., y en la campaña contra el reino ostrogodo de Italia en 537. En su crónica de la guerra contra los vándalos escribió en el año 536 d.C.:
Durante este año tuvo lugar el signo más temible. Porque el Sol daba su luz sin brillo, como la Luna, durante este año entero, y se parecía completamente al Sol eclipsado, porque sus rayos no eran claros tal como acostumbra. Y desde el momento en que eso sucedió, los hombres no estuvieron libres ni de la guerra ni de la peste ni de ninguna cosa que no llevara a la muerte. Y sucedió en el momento en que Justiniano estaba en el décimo año de su reinado
Procopio de Cesarea, Historia de las guerras 4, XIV
Se estaba refiriendo a los fenómenos meteorológicos que hoy se conocen como Pequeña Edad del Hielo de la Antigüedad Tardía, sucedidos entre 535-536 d.C. provocados por una gran erupción volcánica en los trópicos o por el impacto de un meteorito.
Fuentes
Delphi Complete Works of Procopius (Procopio de Cesarea) / One of the last: Belisarius and the persians / Wikipedia.
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