El honor de ser pionero, de abrir el primigenio camino en algo, suele ser habitualmente muy discutido. Hoy vamos a ver un caso femenino, el de la considerada primera escritora profesional del mundo occidental, honor que la tradición hace recaer sobre la veneciana Christine de Pizán. Su legado tendría una considerable influencia en el Renacimiento francés, portugués y holandés.

En realidad, Christine estuvo precedida por otras, como ocurre casi siempre. Aquí mismo vimos cómo la sacerdotisa acadia Enheduanna fue la primera mujer conocida en componer una obra literaria en el tercer milenio antes de Cristo (Nin-Me-Sar-Ra o Exaltación de Inanna) y tampoco habría que olvidar a la poetisa griega Safo de Mitilene, que vivió a caballo entre los siglos VII y VI a.C. pero de cuya vida apenas sabemos nada, ni a las monjas alemanas Hroswitha de Gandersheim e Hildegarda de Bingen (autora de poemas, leyendas y dramas teatrales en el siglo X la primera; de tratados teológicos en el XII la segunda), ni a célebres trobairitz como María de Ventadorn, Alamanda de Castelnau, la condesa de Dia, Azalais de Porcairagues, etc.

Christine de Pizán estaría más cerca de Aphra Behn (siglo XVII) en el sentido de que la escritura era su trabajo, no un entretenimiento, aunque se diferenciaba en que sus obras se encuadraban en géneros muy diferentes, académicos, fundamentalmente filosóficos y moralistas.

Aphra Behn por Peter Lely / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Algo acorde con la época en la que le tocó vivir, la Baja Edad Media, que por otra parte no era la mejor para que la mujer despuntara con papel y pluma porque su concepción entonces -incluso después, en el Renacimiento- se ajustaba más a ser objeto de admiración y elogio por parte del hombre que al de su propio desarrollo intelectual.

La veneciana fue una de las más claras excepciones junto con una predecesora como la también medieval Eloísa de Paráclito. La ayudó el hecho de ser hija de Tommaso di Benvenuto da Pizzano (en español Tomás de Pizán), un célebre astrólogo y físico boloñés que llegó a ser canciller de la Serenísima República de Venecia pero antes vivió en la corte del rey francés Carlos V el Sabio, en la que desarrolló una intensa labor cultural. Christine, veneciana de nacimiento (1364) se reunió con su padre a los cuatro años y así creció en un ambiente elitista y culto que favoreció su propia erudición.

Carlos V de Francia, alias el Sabio (François-Louis Dejuinne) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En 1379 se casó con Étienne du Castel, secretario real, con el que tuvo un matrimonio feliz pero breve. Al año siguiente falleció el monarca y su sucesor no contó con los servicios de Étienne, con lo que la pareja vio notablemente mermados sus ingresos. De hecho, la muerte golpeó con dureza a la familia porque en menos de una década Christine perdió también a su padre y a su marido, quedando desamparada y con tres hijos a los que sacar adelante, enfangada además en juicios para reclamar los emolumentos atrasados de su difunto esposo.

Por suerte para ella, había recibido una educación exquisita -y autodidacta, en buena medida- que le hacía dominar varias lenguas (francés, italiano y latín) y conocer los clásicos que empezaban a constituirse como la vanguardia de un nuevo período histórico y cultural, el renacentista, que daba sus primeros pasos trayendo los nuevos conceptos del humanismo y eclosionaría luego en España con un buen puñado de mujeres catedráticas y doctoras. Así, mientras otras viudas hubieran tenido que aceptar segundas nupcias para salir adelante, Christine empezó a publicar poemas y canciones románticas que tuvieron mucho éxito entre las clases acomodadas, propiciando que recibiera mecenazgo de los duques de Borgoña primero y los de Berry, Brabante y Limburgo después.

Christine de Pizán educando a su hijo Jean Castel / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La propia familia real la acogió con un interés patente, pues los versos de Christine tenían a sus miembros como destinatarios, cuando no de protagonistas: a la reina Isabel de Baviera le glosó encendidas loas en 1402 por su papel de regente en las ausencias de su marido (sufría crisis mentales que le dejaban incapacitado temporalmente), comparándola con Blanca de Castilla; a su hija Margarita de Borgoña le dedicó Le Livre des trois vertus (El libro de las tres virtudes) con motivo de su casamiento con el duque de Guyena; y el fallecido Carlos V fue homenajeado en Le Livre des Fais et bonnes meurs du sage roy Charles V (Los hechos y buenas maneras del rey Carlos V)…

Luis de Orléans, hermano de su sucesor, Carlos VI, también recibió agasajo especial en L’Épistre de Othéa a Hector (Carta de Othea a Hector), un libro en el que atribuye la fundación de Francia a los troyanos que huyeron de la destrucción de su ciudad e incluía una serie de consejos para reinar (a Luis se le veía como más que probable recambio de Carlos VI) y que se convirtió en uno de los éxitos más reseñables de su autora, hasta el punto de que tuvo muchas reediciones, todas personalizadas para quienes las encargaban (entre ellos Enrique IV de Inglaterra).

Christine de Pizán entregando su libro a la reina Isabel de Baviera / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Ese tono didáctico lo plasmó también en el Livre de la mutation de fortune (Libro de la mutación de la fortuna) y Le Chemin de long estude (El camino del largo estudio), en los que planteaba cuestiones sobre la justicia en el mundo y las cualidades que debería tener un rey universal. En Livre du Corps de policie ( El libro del cuerpo político ) analizaba las costumbres de los gobiernos y sociedades europeas de su tiempo.

En 1410 incluso escribió un manual titulado Livre des fais d’armes et de chevalerie (Libro de las hazañas de las armas y la caballería), pensado para instruir a los militares en asuntos como la guerra justa, trato a los prisioneros y, en suma, lo relativo a las leyes de la guerra, dejando claro en él su rechazo a las ordalías y juicios por combate.

Esa obra, inspirada por la contienda civil que había asolado Francia poco antes, se completó tres años más tarde con el Livre de la paix (El libro de la paz), cuyo título ya indica que de nuevo insistía en el tema del buen gobierno. Fue su último gran trabajo, aunque en 1414 le regaló a la reina una antología de una treintena de ellos ilustrada con casi centenar y medio de miniaturas y en 1418 todavía publicaría Epistre de la prison de vie Humaine (Carta sobre la prisión de la vida humana), una especie de consuelo para las mujeres que habían perdido a sus familiares en la Batalla de Agincourt.

Una justa en la ilustración de uno de los libros de Christine / Imagen: PD-US en Wikimedia Commons

Esa obra constituyó su canto del cisne, pues la guerra civil llevó a Christine a cierto pesimismo sobre la imposibilidad de que hubiera paz en la Tierra e ingresó en el convento dominico de Poissy, donde pasó los últimos diez años de su vida. En aquel ambiente tan distinto al cortesano dejó de escribir y únicamente recuperó la pluma y el papel en 1429, cuando se derrotó a los ingleses y se coronó al delfín de Francia como Carlos VII, para componer un poema titulado Ditié de Jehanne d’Arc (El cuento de Juana de Arco) en el que identifica a la Doncella de Orléans como la manifestación de una serie de profecías, desde las de Merlín, la Sibila de Cumas y Beda el Venerable hasta las de Carlomagno.

Christine murió intramuros en 1430, a los sesenta y cinco años de edad, poco antes de que la famosa heroína francesa fuera procesada y quemada en la hoguera. Ahora bien, no podemos terminar esta sucinta biografía sin hablar de los cuatro libros que la llevaron a mantener una fuerte controversia con algunos contemporáneos y que la sitúan hoy como una insólita precursora del feminismo, hasta el punto de que Simone de Beauvoir la citaba como referencia en Le deuxième sexe (El segundo sexo). Se trata de L’Épistre au Dieu d’amours (La epístola al Dios de los amores), L’Avision de Christine (La visión de Christine), Le Livre de la cité des dames (El libro de la ciudad de las damas) y Le Livre des trois vertus (El libro de las tres virtudes), todas ellas consideradas lo mejor de su producción.

Jean de Meung durmiendo en una ilustración de Roman de la rose / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Y es que la veneciana tomó parte beligerante en lo que se considera una de las primeras polémicas literarias de la Historia, la llamada Querelle des femmes (Querella de las mujeres), que se prolongó cientos de años y giraba en torno a Roman de la Rose, una exitosa obra alegórica en octosílabos en la que su autor, el poeta Jean de Meung (que en realidad continuaba lo empezado por otro, Guillaume de Lorris), describía sarcásticamente la sociedad que le tocó vivir y dejaba un retrato de la mujer como simple prostituta «por acción o por intención».

Aunque Roman se había publicado dos siglos antes, Christine la criticó con dureza acusando a Jean de Meung de misoginia, difamación e inmoralidad, escribiendo una respuesta contundente en 1399: L’Épistre au Dieu d’amours, ampliada en 1402 con Le dit de la Rose (El dicho de la Rosa), en las que se permitió el lujo de usar la antifrasis (figura retórica consistente en decir lo contrario de lo que se piensa) en todo el texto.

Como los defensores de Meung reaccionaron contra ella, a lo largo de los siete años siguientes insistió en la misma línea publicando las otras obras mencionadas antes: en 1405 L’Avision de Christine (una autobiografía) y Le Livre de la cité des dames (en la que imaginaba una ciudad habitada por féminas ilustres de la Historia, desde María Magdalena y la Reina de Saba a a algunas reinas francesas, pasando por Zenobia, Artemisia, Semíramis, etc). Le Livre des trois vertus completó esa serie en 1406.

Christine de Pizán en una ilustración del siglo XV / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Su argumentación se sintetizaba en la teología y la apoyaba en referencias de la dimensión de San Agustín: rompiendo la imagen clásica de la mujer como Eva pecadora, lasciva e inmoral, de la que se dudaba incluso del carácter de su alma y hasta de su humanidad, planteándose si debía ser educada o no, Christine aseguraba que fue creada igual que el hombre, ya que Dios hizo a ambos a su imagen y semejanza. Asimismo, explicaba que los tópicos sobre las mujeres se mantendrían si no se las permitía acceder a las conversaciones y no se las dejaba alcanzar la virtud (razón, rectitud y justicia) mediante su instrucción.

Y predicaba con el ejemplo, pues se sabe que muchas de las ilustraciones miniadas de sus libros se las encargó a una colaboradora de la que sólo conocemos su nombre, Anastasia, gracias a que la cita en Le Livre de la cité des dames. En fin, como dijo la propia Christine en esa misma obra:

Si fuera costumbre mandar a las niñas a las escuelas e hiciéranles luego aprender las ciencias, cual se hace con los niños, ellas aprenderían a la perfección y entenderían las sutilezas de todas las artes y ciencias por igual a ellos…pues…aunque en tanto que mujeres tienen un cuerpo más delicado que los hombres, más débil y menos apto para hacer algunas cosas, tanto más agudo y libre tienen el entendimiento cuando lo aplican.

Ha llegado el momento de que las severas leyes de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y otras disciplinas.

Me parece que aquellas de nosotras que puedan valerse de esta libertad, codiciada durante tanto tiempo, deben estudiar para demostrarles a los hombres lo equivocados que estaban al privarnos de este honor y beneficio.

Si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus propios pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos. Estas joyas son nuestras porque las usamos, pero el honor de la educación es completamente nuestro.


Fuentes

Christine de Pizán: un nuevo modelo de mujer medieval a través de las imágenes miniadas (Ainhoa Agós Díaz)/Misoginia y defensa de las mujeres. Antología de textos medievales (Robert Archer)/Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral (Zaida Muxí Martínez)/The vision of Christine de Pizan and the categories of difference (Marilynn Desmond)/La escribana de París (Sabrina Capitani)/Christine de Pizan. Mujer inteligente, dama de corazón (Simone Roux)/La ciudad de las damas (Cristina de Pizán)/Wikipedia.


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