El 14 de septiembre de 1898, unas semanas después de que EEUU y España firmaran un armisticio en la Guerra de Cuba y de que el ejército español capitulase ante el estadounidense en Manila, una meningitis acaba con la vida de una mujer de mediana edad que dejaba un rosario de deudas pero a la que se enterró en un lugar preferente del cementerio de Miami. Era lo justo, pues se la conocía con el apodo de Mother of Miami (madre de Miami) por haber sido prácticamente su fundadora. Se llamaba Julia Tuttle.
Miami es hoy una gran ciudad cuya área metropolitana roza los cinco millones y medio de habitantes, algo realmente asombroso porque en 1891 sencillamente no existía; era un territorio boscoso de Florida, habitado desde diez mil años antes, al que Juan Ponce de León llegó en 1531, si bien fue Pedro Menéndez de Avilés quien lo recorrió en 1566 en busca de su hijo, perdido en un naufragio, entablando contacto con los indios tequesta y reclamándolo para España.
Una misión religiosa creada por el jesuita Francisco Villareal en la desembocadura del río Miami testimoniaba esa posesión que, en la práctica, resultó nefasta para los tequesta porque, como había pasado en otros sitios de América, la viruela hizo desplomarse su población, lo que aprovecharon sus ancestrales enemigos, los maskoki o muskogee, para derrotarlos y someterlos. Los supervivientes pidieron permiso al virrey para emigrar a Cuba en 1711 pero las enfermedades siguieron haciendo mella en el grupo y prácticamente desaparecieron. Tres décadas después se fundó otra misión, esta vez al amparo de un fuerte, en Biscayne Bay (Bahía Vizcaína), aunque duró menos de un año.

El abandono español ante la hostilidad del lugar dejó la puerta abierta a los británicos, que llegaron en 1766 y establecieron una colonia bajo su fórmula habitual de donar tierra -en este caso un centenar de acres- a quien se estableciera de manera estable. No obstante, en 1787 España volvió a hacerse con el dominio, por lo que el proyecto colonizador no se consolidaría hasta principios del siglo XIX, ya con los EEUU independizados. Resulta curioso que entre los colonos que acudieron figuraba uno menorquín, procedente de la cercana San Agustín, a los que se sumaron muchos otros procedentes de la Florida española y de las Bahamas. Por esa misma época, el primer cuarto decimonónico, llegaron también los semínolas, que se instalaron en los pantanos.
Los semínolas eran una tribu pariente de los maskoki pero engrosada en peculiar mestizaje con miembros de otros pueblos que se negaban a trasladarse al Territorio Indio creado en Oklahoma por el presidente Andrew Jackson, sobre todo los vecinos cherokees, y también con miles de esclavos cimarrones; esto último los llevó a la guerra con el gobierno de EEUU. Fueron derrotados y diezmados en sucesivas campañas, aceptando la mayoría marchar a Oklahoma. Pero la prolongación de la contienda en el tiempo, más el excesivo coste humano y material que suponían por la dificultad del terreno, permitió que un grupo de irreductibles consiguiera permiso para quedarse en los Everglades.
Esta turbulenta situación provocó que muy poca gente se instalara en la región, de modo que a principios de la última década del siglo XIX apenas había un puñado de granjeros, atraídos por la oferta gubernamental que les cedía ciento sesenta acres a cada uno. Uno de aquellos pioneros fue William Brickell, natural de Cleveland (Ohio) , que se asentó con su familia en el sur de Florida en 1871, adquirió varios terrenos en la desembocadura del río y construyó una oficina de correos cerca de Fort Dallas, actual centro urbano de Miami pero entonces un pequeño pueblo nacido a partir de un fortín militar que antaño servía para vigilar a los semínolas pero que con el fin de la guerra fue abandonado. Brickell se convirtió en un terrateniente que ha pasado a la Historia con el apodo de Padre de Miami, aunque como veremos, esa paternidad está bastante repartida.

Lo irónico es que si él fue padre el papel de madre lo asumiría otra persona procedente también de Cleveland, Julia DeForest Tuttle. Su apellido de soltera era Sturtevant, hija de un senador del estado de Ohío, profesor de matemáticas y dueño de una escuela de élite que en 1870 se trasladó a Biscayne Bay, al sur de Florida buscando un clima más benigno para su maltrecha salud. Allí adquirió una finca de dieciséis hectáreas que dedicó al cultivo de naranjas y otras frutas y flores tropicales, hasta que diez años después regresó a Ohío, ya muy enfermo, para morir.
Entretanto, Julia se había casado pero en 1886 enviudó y descubrió que la fundición de su fallecido esposo no iba bien, por lo que su situación económica resultaba delicada. Se vio obligada a reconvertir su casa, un edificio de cuatro plantas, en una pensión, aunque su verdadera intención era reunir dinero para irse a Florida y establecerse en aquella maravillosa plantación de su padre, que la epató cuando la visitó años atrás. La ocasión se presentó cuando el gobierno federal ofreció la posibilidad de comprar parcelas de seiscientos cuarenta acres para quienes se asentaran en los inmuebles abandonados de Fort Dallas.
Así pues, vendió su vivienda de Cleveland y en 1891 marchó a Florida con sus dos hijos, Harry y Fanny, haciéndose con la propiedad de un antiguo almacén de esclavos popularmente conocido como The Barracks (Los Cuarteles) debido a que más tarde sirvió para alojar a los soldados, que rehabilitó transformándolo en su nuevo domicilio. Era el último resto de aquel fuerte y sobreviviría hasta 1924, en que fue desmontado para hacer un bloque de apartamentos, trasladándose pieza a pieza a Lummus Park, al otro lado del río.

La vida allí resultaba más o menos tranquila, como correspondía a un lugar eminentemente rural y poco poblado. Sin embargo, en aquella época el progreso se concebía en términos urbanos y para conseguir llegar a eso hacía falta convencer a la gente de que se mudara a Fort Dallas, algo difícil porque lo cierto es no había nada que pudiera resultar atractivo. Lo primero que Julia estimó necesario fue solventar el aislamiento, para lo cual lo mejor era conseguir que el ferrocarril llegara hasta allí, tal cual había pasado en el Oeste.
Así pues, en 1895 se puso en contacto con un vecino al que conocía desde la infancia, el citado William Brickell, que para entonces ya era dueño de una enorme extensión de terreno que abarcaba desde Coconut Grove hasta el río Miami. Juntos acudieron a Henry Morrison Flagler, un magnate neoyorquino enriquecido con el negocio del petróleo (en asociación con los Rockefeller fue el fundador de Standard Oil) y al que ambos conocían porque, a mediados de la década de los sesenta, Cleveland se había convertido en el centro de esa industria junto con Pittsburgh, el noroeste de Pensilvania y la propia Nueva York.
Flagler conocía Florida porque había residido un par de años en Jacksonville y San Agustín intentando aliviar la enfermedad de su esposa. Fue en vano y cuando ella murió se casó con su enfermera, decidiendo llevar a cabo una inversión diferente a las que acostumbraba para mejorar las comunicaciones de aquel idílico sitio. Así fue cómo construyó el Hotel Ponce de León y, viendo que para levantar más y atraer huéspedes hacían falta buenos transportes, se metió también a hacer una línea ferroviaria que pasó a llamarse Florida East Coast Railway. Ésta era la que Julia Tuttle y William Brickell querían llevar a Fort Dallas.

Flugler se mostró receptivo porque ya tenía una auténtica cadena hotelera abierta y Tuttle, que se entrevistó con él personalmente en San Agustín, le ofrecía parte de sus terrenos para continuar . Sin embargo, no acaba de decidirse y fue la Madre Naturaleza -otra maternidad más- la que intervino decisivamente: en el invierno de 1894-1895 se produjo en Florida la llamada Great Freeze, una serie de heladas consecutivas con temperaturas de hasta -8º que no sólo destruyeron las cosechas de cítricos y provocaron pérdidas millonarias, haciendo que muchos plantadores abandonasen el negocio, sino que mataron a los árboles mismos.
Pero, sorprendentemente, Biscayne Bay no resultó afectada. La propia Julia le envió a Flagler un ramo de flores y naranjas invitándole a verlo personalmente. Él recogió el guante y se personó allí, comprobando que, en efecto, el clima era envidiable. Eso le disuadió definitivamente para realizar la inversión. En febrero de 1896 llegaron los equipos de construcción con la misión de erigir el lujoso Royal Palm Hotel en una parcela cedida por Tuttle, en cuyo entorno se levantó también una estación de tren porque dos meses después llegó hasta allí el tendido férreo.
Ese verano, unos cuatrocientos vecinos reunidos en el Lobby Pool Room votaron convertir aquella modesta localidad en una ciudad, adoptando las medidas necesarias para incentivar la llegada de nuevos habitantes. Se dragaron canales, se habilitaron calles y canalizaciones de agua, aparecieron servicios diversos (escuelas, hospitales, iglesias) que el propio Flagler apadrinó, hasta el punto de que propusieron darle su nombre a la urbe. Él lo rechazó y, a cambio, sugirió poner el de un antiguo pueblo indígena local con un desarrollo similar al de los calusas.

Se trataba de los mayaimi o maimi. Hernando de Escalante Fontaneda había vivido con ellos un tiempo (o con los vecinos calusas, no está muy claro), tras sobrevivir a un naufragio, dejando testimonio en 1575 -refrendado dos siglos más tarde por misioneros españoles- de que construían grandes montículos de tierra, como la Cultura del Mississippi.
Los mayaimi fueron evacuados a Cuba cuando Florida cayó en manos británicas pero en aquellos últimos años del siglo XIX su antiguo territorio empezó a bullir de gente otra vez al afluir miles de emigrantes de todas partes, unos de EEUU, otros del Caribe, configurando la que es quizá la característica más visible de la población de Miami (obviamente, le hicieron caso a Flagler en lo del nombre): su composición multiétnica.
Como contábamos al principio, Julia Tuttle no tuvo apenas tiempo de disfrutarlo porque falleció en 1898 con sólo cuarenta y nueve años, cayendo en el olvido debido a que quedó medio arruinada tras ceder sus tierras a Flagler, aunque la injusticia ha sido subsanada hoy. En cuanto a William Brickell, él sí gozó de parabienes y vivió para ver cómo el lugar prosperaba, muriendo en 1908. Flagler llegó hasta 1913. A los tres se les considera fundadores de Miami; una madre y dos padres.
Fuentes
Miami. The Magic City ( Seth H. Bramson) / The Cleveland Connection: Revelations from the John D. Rockefeller – Julia Tuttle Correspondences (Edward N. Akin) / Before the Pioneers: Indians, Settlers, Slaves, and the Founding of Miami (Andrew K. Frank) / Key Biscayne: A History of Miami’s Tropical Island and the Cape Florida (Joan Gill Blank) / More Than Petticoats. Remarkable Florida Women (Wynne Brown) / The birth of the city of Miami (Larry Wiggins) /Wikipedia
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