La imagen clásica que tenemos de la piratería es la de un mundo masculino y caribeño, algo que habría que matizar bastante. Primero, porque si bien es cierto que bucaneros y filibusteros actuaron básicamente en el Caribe y su entorno, también lo es que el de pirata probablemente sea uno de los oficios más antiguos de la Historia y, consecuentemente, se trató de una actividad extendida por casi todos los mares. Y segundo, porque siendo cierto que la inmensa mayoría de sus practicantes fueron hombres, también lo es que no faltaron algunas mujeres que se dedicaron a ello, como Ann Boney o Mary Read. Hoy vamos a ver un ejemplo de las dos cosas: el de una mujer china llamada Ching Shih, considerada la mayor pirata que ha existido.
En su caso, podemos añadir otra novedad: sus correrías no tuvieron lugar ni en la Edad Moderna ni en la Antigua ni en la Medieval sino ya en la Contemporánea, en pleno siglo XIX. Eso sí, las llevó a cabo en las siempre procelosas aguas del sudeste asiático, «desde el Mar Amarillo hasta los ríos de la costa de Annam», como describió Borges en el capítulo que le dedicó en su Historia universal de la infamia (aunque a la mayoría le sonará más por su aparición en la película Piratas del Caribe. En el fin del mundo, en la que también aparece retratado otro famoso pirata, su hijastro y marido).
Ching Shih nació como Shi Yang en Cantón (actual Guandong) en 1775, durante el mandato del emperador Jiaquing, el séptimo de la dinastía manchú Qing. Apenas se sabe nada de su infancia y hay que saltar adelante, hasta una juventud más avanzada, para encontrarla en otro de los oficios más viejos, el de prostituta. En aquel último cuarto del siglo XVIII Cantón era uno de los principales puertos comerciales de China y por ello resultaba abundante la presencia de barcos occidentales en sus muelles, tanto portugueses como estadounidenses y de las compañías de las Indias Orientales de diversos países (Gran Bretaña, Holanda, Suecia, Dinamarca), entre otros.
En ese ambiente, la prostitución cantonesa creció hasta convertirse en la forma de vida de cientos de personas. Algunas progresaron y una de ellas fue Ching, que pasó a ser una importante madame dueña de un burdel flotante, siendo conocida por el apodo de Shi Heang Koo. Nada parecía indicar que su vida fuera a sufrir una transformación como la que experimentó cuando conoció a Cheng Yud (o Zheng Yi), con el que contrajo matrimonio en 1801.
Cheng, nacido Zheng Wenxian en la misma provincia pero en 1765, pertenecía a una familia dedicada a la piratería desde hacía varias generaciones; de hecho, él y los suyos participaban indirectamente en las intrigas que menudeaban en torno al gobierno. Y es que Cheng no era un simple pirata; contaba con toda una flota a sus órdenes.
Como decíamos, en 1801 conoció a Ching y se casaron. No están claros los motivos, si bien probablemente fuera meramente un interés estratégico mutuo, ya que el trabajo de ella le permitía tener una importante red de suministro de información. El amor parece descartable o, al menos, queda bajo sospecha si se tiene en cuenta que en 1798 el pirata había secuestrado a Cheung Po Tsai, un adolescente de quince años, hijo de un pescador, al que no sólo enseñó los entresijos del oficio sino que convirtió en amante.
No obstante, ello no le impidió seguir adelante con el plan nupcial, firmando un contrato matrimonial que estipulaba que Ching aportaría la capacidad de intriga que le otorgaba su burdel a cambio de la mitad de las ganancias que se obtuvieran de las consiguientes acciones piratas. Pasó entonces a ser conocida como Cheng I Sao (Esposa de Cheng I) y, aunque aceptó adoptar a Cheung Po Tsai como hijastro y heredero, tuvo dos vástagos más con su marido: Cheng Ying Shi y Cheng Heung Shi.
Tal como estaba previsto, la unión conyugal dio grandes beneficios y en 1804 dieron un paso más reuniendo a la mayor parte de los piratas cantoneses en una formidable flota de trescientos juncos y cerca de cuarenta mil efectivos (incluyendo sus respectivas familias) a la que se denominó Flota de la Bandera Roja, por el color de su enseña. El mismísimo emperador recurrió a sus servicios para reprimir la rebelión vietnamita de la dinastía Tây Sơn.
Precisamente fue en Vietnam donde terminó esa etapa conjunta. Para ser exactos, el 16 de noviembre de 1807, cuando Cheng I cayó por la borda de su barco, según unas fuentes en medio de un tifón, según otras por accidente (y dentro de éstas las hay que apuntan a la mano de su esposa o a su heredero). En cualquier caso, ella pasó a ser llamada Ching Shih (Viuda de Cheng) y rápidamente tomó las riendas del negocio familiar, consiguiendo el apoyo de los principales capitanes para convencer al resto de que aceptasen su liderazgo.
Para afianzar su posición, y ganarse a otros parientes de su difunto marido, nombró lugarteniente a Cheung Po Tsai. De hecho, la relación entre ambos no se limitó a lo profesional: viuda e hijastro se enamoraron e iniciaron una relación amorosa, asentando así el control de la familia sobre la Flota de la Bandera Roja. Ésta siguió creciendo hasta alcanzar cuatrocientas naves y cerca de setenta mil integrantes, una fuerza tan enorme que demandaba algún tipo de reglamento común para hacerla actuar con eficacia y seguridad.
Ese código se denominó san-t’iao y fue concebido por la propia Ching. No se transcribió documentalmente pero sabemos algunas de las normas básicas, empezando por la más tajante de todas: obediencia absoluta a los mandos so pena de muerte. Después había otras como el registro por un tesorero de todos los botines obtenidos para su reparto; obligación de entregar tres cuartas partes del botín para constituir un fondo común con el que sufragar gastos y compensar a quienes no tuvieran suerte a la hora de hacer capturas; prohibición tajante de tomar nada de dicho fondo; no despojar a los aldeanos que abastecían a la flota.
Resulta curiosa una regla más que se aplicaba en el caso de tomar prisioneras, aunque hay cierta controversia al respecto. La versión clásica dice que normalmente eran liberadas al llegar a tierra pero algunos estudios indican que no faltaban casos en los que los piratas las tomaban como concubinas o incluso esposas. Eso sí, tenían que hacerlo oficialmente y respetando la promesa de fidelidad. El sexo a bordo quedaba totalmente proscrito, ya fuera consentido, en cuyo caso se decapitaba al hombre y se arrojaba a la mujer por la borda con una bala de cañón atada para hacer de lastre, ya fuera violación, que acarreaba la muerte para el acusado.
El resto de infracciones se castigaban con latigazos o aplicación de hierro al rojo la primera vez, mientras que la reincidencia acarreaba la ejecución. Pero el catálogo de sanciones era más amplio y atroz; por ejemplo, a los desertores se les cortaban las orejas, debiendo a continuación desfilar de esa guisa ante toda la tripulación. Un régimen duro sin duda, aunque sólo ligeramente peor que el que aplicaban las marinas occidentales y, a efectos prácticos, tremendamente eficaz, como demostraron las acciones de la Flota de la Bandera Roja durante tres años más.
Y es que los piratas cantoneses asolaron los mares orientales, asaltando tanto barcos como poblaciones costeras y hasta remontando los ríos desde su desembocadura para sorprender a otras localidades del interior. Todo ello ante la impotencia del gobierno chino, que a lo largo de 1808 envió varias expediciones a hacerles frente siendo no sólo derrotadas sino además perdiendo los barcos, obligando al ejecutivo a tener que confiscar naves pesqueras para cubrir las bajas. Es significativo que el mayor peligro para Ching Shih lo constituyera otro pirata, O-po-tae, un antiguo colaborador renegado que ofreció sus servicios al emperador a cambio de un indulto y que la obligó a reducir la frecuencia de sus salidas.
Ahora bien, el final de la carrera al margen de la ley de aquella insólita mujer vino de mano occidental, cuando tensó demasiado la cuerda y capturó al The Marquis of Ely, un buque de la Compañía Británica de las Indias Orientales. Acto seguido hundieron un mercante portugués matando a sus tripulantes, lo que decidió al Leal Senado de Macao (colonia de Portugal) a armar tres barcos al mando del capitán José Pinto Alcoforado de Azevedo e Sousa con la misión de realizar una operación punitiva. Se les sumó una fragata británica que estaba fondeada en Macao.
El choque tuvo lugar en el Estrecho de Humen, en la desembocadura del Río Perla. Aunque la contienda se presentaba desigual, pues la Armada Portuguesa no llegó a contar nunca con más de media docena de naves que sumaban alrededor de setecientos hombres para afrontar el ataque de cientos de unidades enemigas que llevaban a unos treinta mil piratas, lo cierto es que la superioridad artillera lusa equilibraba la balanza. También habría que apuntar la ayuda que llegó del gobierno chino en forma de sesenta barcos más. Así, entre septiembre de 1809 y enero de 1810 se sucedieron varios enfrentamientos agrupados bajo el epígrafe general de Batalla de la Boca del Tigre que terminaron con grandes pérdidas en la Flota de la Bandera Roja, que encima quedó bloqueada en el delta fluvial.
Dos semanas más tarde, Cheung Po Tsai tuvo que parlamentar, solicitando el envío de un emisario. Cuando vio que era Alcoforado en persona quien se desplazaba, quedó impresionado de su valor y el 21 de febrero firmó la sumisión a la autoridad imperial a cambio de su perdón y rehabilitación en una amnistía que alcanzó a la mayoría de los piratas. Más aún, fue incorporado a la Armada china al mando de una escuadra y encargado de poner fin a la piratería que se mantuviese recalcitrante, tal cual había pasado también en el Caribe con algunos capitanes que se dedicaron a perseguir a sus antiguos compañeros. Portugal no reclamó nada, lo que dejó desconcertados a los chinos.
Cheung y su madrastra, que también aceptó la amnistía al saber que era el siguiente objetivo, solicitaron al gobernador de Cantón que disolviera su relación materno-filial para poder casarse y contrajeron matrimonio poco después. En 1813, ella dio a luz un nuevo hijo pero el padre, que dedicó el resto de su vida a combatir la piratería, falleció en las islas Penghu en 1822. Entonces ella decidió instalarse en Macao y dedicarse a varios negocios, entre ellos el comercio de sal, una casa de juegos y un burdel. Se sabe que tuvo otra hija pero no consta en qué fecha.
A pesar del retiro, Ching Shih todavía protagonizaría un postrero episodio ejerciendo de asesora militar de Lin Zexu, el gobernador chino que se empeñó en acabar con el comercio de opio provocando la primera guerra homónima con Gran Bretaña en 1839. Como es sabido, el ejército chino no fue rival para el británico y el Tratado de Nankín de 1842 no sólo rubricó el desastre bélico sino la pérdida de Hong Kong hasta 1997. Zexu fue acusado de irreflexivo por el emperador y cayó en desgracia mientras Ching Shih volvía a su casa para morir dos años más tarde, tras una intensa existencia.
Fuentes
The history of piracy (Philip Gosse) / Mujeres piratas (Germán Vázquez) / Memoria dos feitos macaenses contra os piratas da China e da entrada violenta dos inglezes na cidade de Macáo (José Ignacio Andrade) / Bandits at sea. A pirates reader (C.R. Pennell) / Historia universal de la infamia (Jorge Luis Borges) / Pirates of the South China Coast, 1790-1810 (Dian Murray) /Wikipedia
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