No deja de ser curioso que uno de los imperios más extensos de la Antigüedad tuviera unos cimientos tan endebles que, en realidad, sólo se sustentaba sobre el carisma de su constructor. Hablamos de Alejandro Magno. Aquel gigante con pies de barro que formó con su genio militar se deshizo en cuanto murió su aglutinante, que era él mismo, originando una guerra fratricida entre sus generales por quedarse con los despojos. En ella se enmarcó una extraña y prácticamente desconocida batalla, la de Corupedio, que cerró la contienda sin servir prácticamente para nada.

Alejandro Magno, continuando la labor iniciada por su padre Filipo, no sólo se adueñó de Grecia sino que dio el salto continental y extendió su poder al Imperio Persa, Egipto, Fenicia y continuó avanzando imparable hasta llegar a la India. Allí tuvo que ceder y dar la vuelta cuando sus tropas se negaron a seguir, dado que ya llevaban una docena de años de campaña pero sus hypomnemata (cuadernos) revelaban planes para más conquistas por el norte de África cuando la muerte le sorprendió en el 323 a.C.

No tenía un sucesor designado, dado que la enfermedad que le causó el óbito (¿malaria, fiebre tifoidea, envenenamiento?) se presentó tan repentinamente como fatalmente rápida en su resolución, poco más de una semana. Su esposa Roxana estaba embarazada pero todavía faltaban varios meses para el parto, aparte de que a muchos no les gustaba la idea de que el heredero tuviera sangre bárbara. A su hijo Heracles lo había engendrado con una concubina y carecía de legitimidad.

El imperio de Alejandro en su máxima extensión / Imagen: Mircalla22 en Wikimedia Commons

Tampoco el hermanastro del fallecido, Filipo Arrideo, era una opción viable al tratarse de un discapacitado intelectual, así que, ante el vacío de poder, surgieron varias opciones, cada una defendida por un grupo de presión: por un lado los philoi (amigos), por otro los somatophylakes (guardaespaldas), aquí los diadochoi (diádocos, generales), allí los soldados…

No hubo forma de llegar a un acuerdo, así que se procedió a un reparto de puestos sin un líder expreso. Pérdicas fue nombrado quiliarca (una especie de primer ministro) y epimeleta (gobernador), mientras Crátero pasaba a ser prostatés (tutor) de Filipo Arrideo, Seleuco era nombrado hiparca (jefe de la caballería), Antípatro conservaba la regencia de Grecia y Macedonia, y el vástago de éste último, Casandro, asumía el mando de los hipaspistas (infantería semipesada).

El catafalco de Alejandro en un grabado del siglo XIX / foto dominio público en Wikimedia Commons Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Además, las satrapías se repartieron entre los miembros del Consejo de Babilonia, de manera que Egipto fue para Ptolomeo, quien fundó una dinastía que llegaría hasta Cleopatra; Babilonia para Arcón; Licia, Frigia y Panfilia para Antígono I; Tracia para Lisímaco; Frigia helespóntica para Leonato; Media para Peitón; Persia para Peucestas; Cilicia para Filotas; Caria para Asandro; y Atropatene para Atrópates. Por último, Eumenes de Cardia recibía el derecho a conquistar Capadocia y Paflagonia.

Hubo territorios que aprovecharon el desconcierto para rebelarse, caso de Bactriana y una parte de Grecia reunida en torno a Atenas, esta última aplastada a sangre y fuego. La situación resultaba tan turbulenta que todos trataron de aprovecharla en beneficio propio y terminaron por enfrentarse abiertamente entre sí sólo tres años después de la muerte de Alejandro. Ptolomeo se había anexionado Cirenaica y Pérdicas, que negociaba su boda con una hija de Olimpia (la madre de Alejandro), se movilizó contra él, iniciándose así la llamada Primera Guerra de los Diádocos.

Primera porque no hubo sólo una sino cuatro, que durante más de dos décadas tiñeron de sangre, pactos y traiciones lo que antaño había sido un ejército unido. La tercera de esas contiendas empezó el 314 a.C. por la exigencia de Antígono de proceder a un nuevo reparto de las satrapías. Antígono se había convertido en el diádoco más poderoso tras derrotar a Eumenes y Seleuco y adueñarse de Asia Menor. Eso llevó a Ptolomeo, hasta entonces prudente, a reaccionar y enfrentarse a él. Ambos obtuvieron victorias y derrotas pero ninguna decisiva, así que optaron por una tregua en el 311.

Reparto de las satrapías del imperio de Alejandro / Imagen: Josecapozar en Wikimedia Commons

Ese mismo año Casandro asesinó a Alejandro IV junto a su madre Roxana, desapareciendo así la única figura que podía haber puesto fin a las discordias. La siguiente víctima fue Heracles y todo se precipitó de nuevo. Selecuco, que conservaba Babilonia, extendió su dominio hacia oriente mientras Ptolomeo hacía otro tanto por Chiprey el Egeo mediante un acuerdo con Antígono para que éste se quedara con las islas y él con la Grecia continental. Eso les enfrentaba directamente a Casandro, quien tras acabar con la dinastía de Alejandro aspiraba a implantar la suya.

De hecho, Antígono expulsó a Casandro de Grecia y se proclamó basileus (rey). Los demás diádocos no quisieron quedarse atrás y también se proclamaron así en sus respectivos dominios, originando nuevas dinastías (la lágida o ptolemaica, la seleúcida…) y poniendo fin de una vez por todas a la idea alejandrina de un imperio helénico unido. El contraataque de Casandro sumió a Grecia en cuatro años de conflicto pero como no era capaz de batir a Antígono, recibió la ayuda de Ptolomeo, Lisímaco y Seleuco, que por fin lograron la victoria en Ipsos, donde Antígono no sólo perdió la batalla sino también la vida.

El reparto de los dominio alejandrinos entre los diádocos / Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons Crédito: Luigi Chiesa / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Los ganadores se repartieron los dominios del fallecido pero aún vivía su hijo Demetrio, al que luego se apodaría Poliorcetes por el asedio al que sometió Rodas, buen general aunque demasiado impulsivo, que supo esperar lo que era inevitable: la disensión entre los vencedores. Entonces, coincidiendo además con la muerte de Casandro por hidropesía, reconquistó parte de Grecia y se proclamó rey de Macedonia. Lamentablemente, carecía de apoyo popular y tuvo que huir ante el empuje del ejército de Lisímaco, ayudado porPirro, el soberano del Épiro. Aún tuvo fuerzas para una contra pero finalmente tuvo que tirar la toalla y refugiarse con Seleuco, que le mantuvo preso el resto de su vida.

Lisímaco era el gran beneficiado de los acontecimientos, ya que se quedaba con el sur de Macedonia, Tracia y buena parte de Asia Menor, mientras Ptolomeo se conformaba con asegurar Egipto, y Seleuco con un extenso territorio que abarcaba desde la zona oriental de la actual Turquíahasta Persia, pasando por Siria y Fenicia. Sin embargo, todavía faltaba el episodio final de aquel embrollo. Ptolomeo Ceraunos, hijo del rey egipcio desheredado por su temperamento, se exilió primero con Lisímaco pero éste, inducido por su esposa Arsínoe (hermana de Ceraunos), que deseaba favorecer la sucesión de uno de sus hijos en lugar del heredero, Agatocles (tenido con otra esposa anterior), mandó ejecutarlo. La viuda temió también por su vida y buscó refugio con Seleuco. Y le convenció para intentar arrebatar Macedonia a Lisímaco.

Los dos ejércitos se enfrentaron en Corupedio, nombre que alude a la llanura de Koros, situada en Lidia, región occidental de Anatolia. Era el año 281 a.C., y lo cierto es que apenas hay referencias sobre esa batalla. Algunas fuentes apuntan que Lisímaco disponía de 51.000 soldados de infantería, 8.300 de caballería y 25 elefantes de guerra, frente a los que Seleuco opuso 31.500 infantes, 9.500 jinetes y 60 elefantes, más 15 carros falcados. La tradición dice que, a pesar de ser ya de edad muy avanzada, ambos diádocos combatieron personalmente y un soldado heracleo llamado Malacon mató de un lanzazo a Lisímaco.

Bustos de Seleuco y Lisímaco / Imagen 1: Massimo Finizio en Wikimedia Commons – Imagen 2: José Luiz Bernardez Ribeiro en Wikimedia Commons

Así lo cuenta el escritor Memnón de Heraclea en su obra Historia de Heraclea Póntica (ciudad ubicada en la costa de Bitinia), si bien se ha perdido y sólo la conocemos por referencias de Focio I de Constantinopla en una antología que hizo de reseñas de casi tres centenares de libros bajo el epígrafe Biblioteca (o Myriobiblos), ya en el siglo IX: 

Al asesinar a su hijo, Lisímaco se ganó justamente el odio de sus súbditos. Así que Seleuco, al enterarse de esto y de la facilidad con que el reino podía ser derrocado, ahora que las ciudades se habían rebelado contra Lisímaco, se unió a la batalla contra él. Lisímaco murió en esta guerra después de ser golpeado por una lanza que fue arrojada por un hombre de Heraclea llamado Malacon, que luchaba por Seleuco. Después de la muerte de Lisímaco, su reino se fusionó como parte del reino de Seleuco.

Memnon, Historia de Heraclea V.3

No hay más detalles, salvo uno que parece más literario que otra cosa pero resulta emocionante: tras la derrota y desbandada de las tropas vencidas, el cadáver de Lisímaco habría permanecido varios días abandonado en el campo de batalla y cuando por fin pudieron regresar para darle entierro sólo lo pudieron reconocer porque su fiel perro permaneció junto a él, protegiéndolo de las aves carroñeras.

Como se puede deducir del texto, resultó que la mayor parte de los dominios de Alejandro, salvo el Egipto ptolemaico, quedaron finalmente en manos de Seleuco, formando lo que ha pasado a la Historia como Imperio Seleúcida. Eran territorios multiétnicos pero bajo el gobierno de una casta macedonia que dejó una considerable influencia griega hasta su desintegración en medio de guerras civiles a finales del siglo II a.C. Curiosamente, Macedonia no formaba parte de sus dominios.

Desarrollo y expansión del Imperio Seleúcida / Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Ello se debió a que Seleuco apenas pudo disfrutar de su éxito al ser asesinado poco después de la batalla de Corupedio, por Ptolomeo Cerauno, que quería casar a Arsínoe con Pirro (aunque ella huyó y se casó con su hermano Ptolomeo II Filadelfo). Cerauno falleció combatiendo una invasión gálata y le sucedió su hermano Maleagro, que únicamente duró dos meses en el trono. Tras varias sucesiones efímeras, se asentó Antígono II Gónatas, hijo de Demetrio I Poliorcetes y nieto de Antígono, fundando la dinastía antigónida.


Fuentes

Biblioteca histórica (Diodoro de Sicilia) / History of Heracleia (Memnon) / Vidas paralelas: Demetrio (Plutarco) / Historia de Alejandro Magno (Quinto Curcio Rufo) / El mundo griego y el Oriente II. El siglo IV y la época helenística (Édouard Will, Claude Mossé y Paul Goukowsky) / El mundo griego después de Alejandro 321-30 a.C. (Graham Shipley) /Wikipedia


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