Stonehenge es el monumento prehistórico más importante de Inglaterra y, sin duda, el crómlech de mayor fama mundial. La UNESCO lo incorporó en 1986 a su lista del Patrimonio de la Humanidad, incrementando así el nivel de protección que tenía desde un siglo antes, cuando se lo declaró Scheduled Monument, clasificación usada en Reino Unido para sitios arqueológicos o históricos destacados.
Por tanto, el lugar pertenece a la Corona y depende de English Heritage, la institución equivalente a nuestro Patrimonio Nacional. Pero no siempre fue así; hubo un tiempo en que era de propiedad privada.
Vayamos por partes. Un crómlech es un conjunto de menhires, piedras colocadas verticalmente, que se disponen de forma circular; de hecho, en inglés se usa la palabra ring (anillo) para designar este tipo de construcciones megalíticas. Cada menhir de Stonehenge mide entre cuatro y siete metros de altura por unos dos de ancho, pesando de veinticinco a cincuenta toneladas.

En realidad no se trata de un único círculo sino de cuatro concéntricos, probablemente fruto de ampliaciones sucesivas, con los bloques, que son de dolerita, en forma de trilitos (o sea, adintelados: dos verticales sosteniendo uno horizontal entre ambos) y ensamblados mediante la técnica de machiembrado (como las piezas de los puzzles). En el centro se situaba la llamada Piedra del Altar, cuya finalidad resulta confusa. El conjunto mide ciento diez metros de diámetro y estaba rodeado por un foso, salvado por una calzada procesional de tres kilómetros.
Stonehenge se encuentra a unos tres kilómetros al oeste de Amesbury, Wiltshire (cerca de Salisbury). Fue construido a finales del Neolítico, hace más de cinco mil años con piedras traídas de Gales usando el río Avon. Las limitaciones técnicas -probablemente no se conocía aun la rueda- hicieron que las obras se prolongasen durante mucho tiempo, quizá milenio y medio. Eso hace dudar sobre si tuvo siempre el mismo aspecto y, de hecho, se han encontrado debajo pozos mesolíticos datados en torno al 8.000 a.C.

No es la única falta de certeza, pues tampoco su uso está claro: si antaño se hablaba de centro ceremonial, la orientación de sus ejes al solsticio de verano hacen pensar hoy en un observatorio astronómico o un carácter calendárico. Pero la existencia de enterramientos en su entorno sugiere que también habría que añadir una función funeraria y no hay que obviar que la citada avenida lo conectaba con otro crómlech cercano, el de Woodhenge (del que apenas quedan restos porque, como indica su nombre, era de madera).
Durante mucho tiempo, Stonehenge excitó la imaginación de la gente. Le atribuían propiedades curativas, se relacionaba con los druidas y se identificaba con numerosas leyendas, entre ellas las del ciclo artúrico, adjudicándose su construcción al mago Merlín.
En cierto modo, hoy se ha recuperado ese tono mistérico de la mano del neopaganismo y otros movimientos New Age (incluso se celebró un festival anual en los años setenta y primera mitad de los ochenta), obviando la información de los arqueólogos de que el druidismo es muy posterior al Neolítico.

Lo que nos interesa aquí es otra peculiaridad histórica del sitio: su propiedad. En la Edad Media, que fue cuando se reguló documentalmente el dominio sobre la tierra, esa zona estaba dentro de los dominios de la Abadía de Amesbury, un convento benedictino fundado por la reina Elfrida hacia el año 979 d.C. para tomar los hábitos como forma de expiar su participación en el asesinato de su hijastro Eduardo, que el rey había tenido con una esposa anterior. La abadía fue disuelta por Enrique II en 1177, siendo sustituida por un priorato que duró hasta la supresión de los monasterios ordenada por Enrique VIII.
La tierra quedó en poder de la Corona, que se la cedió al conde de Hertford, sobrino de Jane Seymour (la tercera esposa del monarca). A lo largo de los siglos siguientes cambiaría de manos varias veces: Lord Carleton primero, el marqués de Queensberry después y el baronet Antrobus a continuación, quien la adquirió en 1824 conservándola hasta 1915, en que la sacó a subasta en la agencia inmobiliaria Knight Frank & Rutley. El comprador fue Cecil Chubb, que pagó seis mil seiscientas libras por aquellos treinta acres en los que, además del crómlech, había un aeródromo-escuela del Royal Flying Corps, el antecedente de la RAF (Royal Air Force).

Cecil Herbert Edward Chubb había nacido en 1876 en Schrewton, un pueblo vecino situado a menos de diez kilómetros de Amesbury. Era hijo de un guarnicionero que pudo pagarle una educación esmerada, aunque él ayudó trabajando como maestro desde la adolescencia. Gracias a ese esfuerzo mutuo pudo matricularse en la Universidad de Cambridge, donde hizo dos carreras, Ciencias y Derecho, dedicándose profesionalmente a esta última. Convertido en un abogado de prestigio, se enriqueció lo suficiente como para obtener la mano de Mary Bella Alice Finch, sobrina del propietario de Fisherton House, el psiquiátrico de Salisbury, que terminó heredando.
En 1924, el matrimonio fundó una empresa gestora, le cambió el nombre por el de Old Manor Hospital e introdujo nuevos tratamientos adecuados a los tiempos, convirtiendo la institución en una referencia europea. Como Chubb era el presidente de la compañía, tenía ya prestigio social, lo que le permitió asumir el puesto de juez de paz en Salisbury e incrementar sus negocios con la cría de ganado, tanto bovino (vacas shortorn) como equino (pura sangres de carreras hípicas). Para entonces ya había llevado a cabo lo que realmente le ha hecho pasar a la Historia: participar en la mencionada subasta de los Antrobus y comprar Stonehenge.
La leyenda dice que lo adquirió para regalárselo a su esposa (una variante le atribuye a ella la idea) pero, al parecer, es falsa; no sólo es que a Mary no le hiciera gracia el dispendio sino que el propio Chubb explicó que su intención era que el nuevo propietario fuera alguien local. De hecho, la ratificación de ese objetivo quedó patente tres años más tarde, cuando decidió donar Stonehenge y su entorno al estado. El documento correspondiente, firmado en octubre de 1918, explicita determinadas condiciones como el acceso gratuito a los vecinos, la obligatoriedad de un mantenimiento o la prohibición de edificar en los alrededores del monumento.

A partir de 1920, para cumplir lo pactado, el estado adquirió las tierras circundantes, evitando así que se construyeran inmuebles cerca y derribando los que ya había; sólo se conservaron las carreteras. También se procedió a excavar -encontrándose varias piezas- y a restaurar el monumento, algo que ya se había iniciado dos décadas antes; desde entonces hasta la actualidad se acometerían más trabajos en repetidas ocasiones. Stonehenge sigue dando sorpresas de vez en cuando y la última se produjo en 2014, al descubrirse hasta diecisiete conjuntos megalíticos más en un área de doce kilómetros cuadrados a su alrededor.
Entretanto, la generosa donación le valió a Chubb ser nombrado baronet por el primer ministro David Lloyd George; el motivo heráldico que incorporaba su concedido escudo de armas era un trilito megalítico, cómo no. Falleció en 1930 de una afección cardíaca.
Fuentes
El despertar del Hombre (Xavier Musquera) / The Stone Circles of Britain, Ireland, and Brittany (Aubrey Burl) / Stonehenge (John North) / The Man who bought Stonehenge (T.H.J. Hefferman) / Cecil Chubb’s Deed of Gift of Stonehenge (www.Sarsen.org) / English Heritage/Wikipedia
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