Hace unos años me invitaron a cenar unos amigos bengalíes y cuando nos sentamos cuál fue mi sorpresa al ver que había cuchillo pero no tenedor, a pesar de que el menú era a base de arroz y pollo. Empleaban la mano para comerlo y, por aquello de a donde fueres haz lo que vieres, tuve que imitarles. En occidente estamos tan acostumbrados al uso del tenedor que asumimos que nos ha acompañado siempre a lo largo de la Historia. Sin embargo, no es así; tal como lo conocemos, se trata de un cubierto más bien joven, medieval, y cuyos inicios resultaron polémicos al ser considerado escandaloso y poco masculino.

Evidentemente, es un tipo de instrumento tan básico que sus raíces se remontan muy atrás, hasta la Prehistoria incluso. En ese sentido, el registro arqueológico más antiguo lo encontramos en la cultura Quija, que se desarrolló en la región china de Gansu, en torno al río Amarillo, durante la Edad del Bronce (entre el 2400 y el 1900 a.C), donde las piezas halladas no eran de metal sino de hueso. En otros yacimientos de dinastías posteriores como la Shang (aproximadamente un milenio más tarde) y otras, sí van apareciendo tenedores metálicos, al igual que se muestran en escenas escultóricas funerarias de la época Han, en Shaanxi.

Si nos acercamos al mundo mediterráneo, más próximo geográfica y culturalmente, vemos que también usaron tenedores en el Egipto faraónico, aunque no tanto para comer como para cocinar. Ahora bien, tenemos mayor afinidad con las civilizaciones griega y romana, en las que ese cubierto era de uso habitual; o instrumento, para ser exactos, pues al igual que en el caso egipcio su empleo principal era en la cocina o al servir los platos, fundamentalmente para trinchar la carne.

Una navaja multiusos romana del siglo III d.C. con cuchara y tenedor / Imagen: The Fitzwilliam Museum

Los fabricaban en metales diversos, del bronce a la plata, dependiendo del nivel socioeconómico del usuario y del momento, conservándose bastantes ejemplares. Fue a partir del siglo IV, en el Imperio Romano de Oriente, donde empezaron a tener cierta importancia, primero con la envarada etiqueta palaciega que se haría extensible a las jerarquías más elevadas y luego se difundiría entre estamentos inferiores. Desde Constantinopla, el uso del tenedor irradió hacia el exterior en dos direcciones: este y oeste.

La primera lleva hasta Persia, donde en el siglo IX se reseña la utilización de un cubierto denominado barjyn; si bien inicialmente estaba limitado a las mesas más exquisitas, en menos de una centuria ya se había generalizado por todo Oriente Medio. La segunda supuso su introducción en Europa occidental de la mano de Teofania Skleraina, nieta del emperador bizantino Nicéforo II y esposa de Otón II, titular del Sacro Imperio Romano Germánico (al que sucedió en el trono como regente al quedarse viuda).

Teofania llegó a Roma para casarse con Otón llevando un colosal ajuar de cientos de carros en los que cargaba todo tipo de objetos suntuarios en materiales nobles (marfil, ébano) y metales preciosos. Entre ellos figuraba el tenedor, con el que dejó pasmada a la corte al usarlo en el banquete que dio en el año 972. Sin embargo, lo verdaderamente curioso fue que esa historia se repitió poco después con otro personaje y esta vez la reacción no se limitó al asombro sino que surgieron voces en contra por parte de quienes lo veían como una excentricidad estentórea.

Relieve de marfil mostrando a Otón y Teofania coronados por Cristo / Imagen: Clio20 en Wikimedia Commons

Situémonos ahora en la segunda mitad del siglo XI, cuando de nuevo llega una princesa bizantina a Italia; no a Roma sino a Venecia, aunque con el mismo fin nupcial. Esta vez se trata de Teodora Ana Ducena, hija del emperador Constantino X Ducas y Eudoxia Macrembolitissa (la sobrina del patriarca Miguel Cerulario) que ha de contraer matrimonio con el dux Domenico Selvo. La boda se celebró en el año 1075 con el boato propio de su rango, algo tan excesivo que la novia, que además hacía gala de un comportamiento soberbio, se hizo impopular desde el primer momento.

La stravaganza bizantina de Teodora se plasmó no sólo en el colosal séquito que llevó o en la impresionante diadema con que se tocó en la ceremonia (la que usaba su hermano Miguel VII, que acababa de heredar el trono imperial) sino en su propio comportamiento cotidiano, que incluía caprichos como bañarse en el rocío que recolectaban sus criados o -y he aquí lo que nos interesa- la negativa a tocar la comida con las manos, de modo que empleaba un tenedor de oro para pinchar los bocados que le cortaban previamente sus eunucos.

La ostentación de dicho tenedor fue la gota que colmó el vaso y llevó a San Pedro Damián a pronunciar contundentes críticas contra ello en sus sermones, calificándolo de instrumento de delicadeza excesiva e incluso instrumento del diablo. O eso dice la leyenda, que es más que dudosa porque Pedro Damián (o Pietro Damiani), un sacerdote benedictino que, tras vivir como ermitaño en una comunidad anacoreta, fue llamado a Roma en 1045 para que se pusiera al frente de una reforma de la Iglesia, siendo nombrado -a su pesar- cardenal, falleció tres años antes de la boda de Teodora. Así pues, difícilmente pudo hacerla objetivo de sus diatribas, que también se le han apuntado contra otra princesa, Maria Argyropoulina, por razones similares, al contraer matrimonio con Giovanni Orseolo, hijo del dux Pietro II.

San Pedro Damián (Andrea Barbiani) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero dejemos el rastro bizantino y sigamos el del tenedor, que, a pesar de todas las reprobaciones había llegado para quedarse. En Italia quedó plenamente asentado y sustituyó a la horquilla de madera que se utilizaba hasta entonces, ya que ésta sólo tenía dos dientes y los tres del tenedor demostraban ser más prácticos, especialmente a la hora de comer fideos y espagueti. Eso sí, era un objeto bastante personal, hasta el punto de que en los banquetes se esperaba que cada invitado llevase el suyo. De hecho, se popularizó llevarlo en una cajita llamada cadena junto con la cuchara y esa costumbre viajó hasta Francia, una vez más con motivo de una boda.

Fue la que unió en 1533 a Catalina de Médici con Enrique II, hijo y sucesor de Francisco I. Ambos eran adolescentes y cuando al año siguiente murió el Papa, principal valedor del enlace, el siguiente se negó a pagar la dote, lo que supuso la postergación de Catalina en favor de una retahila de amantes. Ella se consoló haciendo de mecenas de artistas y organizando fiestas campestres y picnics en los que impuso el uso del tenedor, que, por cierto, también empleaba para rascarse la espalda. Así, el cubierto pasó a ser común en la Francia de los siglos XVI y XVII, aunque tardó en desplazar a la mano, coexistiendo ambas modalidades, por un prejuicio procedente de una curiosa paradoja histórica.

En la segunda mitad del siglo XIV, Carlos V el Sabio había visto comer con tenedor en Venecia, durante el regreso de un viaje por Polonia, y decidió implantar su uso en Francia. Al fin y al cabo le gustaba coleccionar objetos preciosos y fue él quien embelleció especialmente el Palacio del Louvre. Por desgracia, las preferencias sexuales del monarca, que contaba con varios favoritos en su corte, hizo que su afición al cubierto fuera vista como una manifestación más de su gusto sexual y, consecuentemente, resultara aborrecido.

Carlos V de Francia, alias el Sabio (François-Louis Dejuinne) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Dicen que la necesidad de prolongar el brazo para salvar las grandes gorgueras de lechuguilla, de moda en la segunda mitad del XVI, fue el elemento decisivo para el cambio. En la Europa meridional no costó tanto, quizá por contacto con la tradición clásica. El uso de la horquilla de dos puntas era habitual en Portugal, país este último en el que se introdujo hacia la mitad del siglo XV por iniciativa de la infanta Beatriz, futura madre de Manuel I. Seguramente tuvo algo que ver la difusión de la etiqueta italiana, ya que por entonces tanto en el reino portugués como en los españoles había numerosos marinos y banqueros genoveses, venecianos, etc.

Los Austrias hispanos, de Carlos V a Felipe IV, utilizaban tenedores esporádicamente y, de hecho, antes existía la llamada broca, que era un trinchador y cuya descripción aparece en la obra Arte cisoria, ó Tratado del arte de cortar del cuchillo, escrita por Enrique de Villena en 1423: «La segunda disenle tridente, porque tiene tres puntas, donde la primera tiene dos; ésta sirve a tener la carne que se ha de cortar, o cosa que ha de tomarse, más firme que con la primera«. En tiempos de Felipe III los tenedores tenían diferentes nombres, según el número de púas: horquilla, bidente, tridente y cuadrigirlo. No obstante, habría que esperar a comienzos del siglo XIX para ver por estos lares el tenedor como algo normal en las mesas y para que se empezara a fabricar industrialmente; en Barcelona para más señas.

En cambio, en otros sitios resultó más difícil esa implantación, especialmente en la Europa septentrional. Países como Inglaterra o Suecia veían el tenedor como algo afeminado y en la Dinamarca anterior a Christian IV (que reinaba también sobre Noruega), la Iglesia se mostró cerrilmente refractaria aduciendo que Cristo comía con las manos. Asimismo, no encontramos la primera reseña documental inglesa hasta 1611, en un libro titulado Coryat’s Crudities hastily gobbled up in Five Months Travels in France, Italy, &c’, en el que su autor, el viajero Thomas Coryat, describe su paso por Italia:

Los italianos se sirven siempre de un pequeño instrumento para comer y para tocar la carne. La persona que en Italia toca la carne con los dedos ofende las reglas de la buena educación y es criticada y mirada con sospecha. Es una cosa extraña que no se pueda convencer a un italiano de comer con los dedos, nos responderá siempre que no todo el mundo tiene las manos limpias. Y yo he adoptado esta costumbre y la conservo incluso en Inglaterra, pero mis amigos se burlan de mi y me llaman furcifer.

Furcifer es un juego de palabras inglés que deriva de la expresión fork-bearer, cuya traducción es portador de tenedor… pero también canalla. La novedades siempre levantan recelo.


Fuentes

Arte cisoria, ó Tratado del arte de cortar del cuchillo (Enrique de Villena) / Origins of the Common Fork (Chad Ward en Leite’s Culinaria) / El tenedor: un cortesano en la mesa (Juan Cruz Cruz en Regusto) / The Empress Theophano: Byzantium and the West at the turn of the first millennium (Adelbert Davids) / History of the fork (Suzanne Von Drachenfels en Food Reference) /Wikipedia


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