Los viajes científicos se generalizaron entre los países europeos desde mediados del siglo XVIII a raíz de la implantación de la Ilustración. Y aunque los más famosos fueron protagonizados por las grandes potencias de la época (Reino Unido, Francia, España…), hubo otras naciones que se sumaron a la moda. Una de ellas fue Dinamarca, que en 1761 organizó una expedición de objetivo bastante singular: hallar el origen de la Biblia. Y en ese periplo hubo un nombre que pasó a la historia de la aventura con letras de oro: Carsten Niebuhr.

A mediados del citado siglo, Dinamarca estaba un escalón por debajo de sus vecinos en desarrollo cultural como resultado de las guerras que se vio obligada a mantener para asegurar su independencia. De hecho, sería la política de neutralidad que adoptaría a partir de ese momento la que le otorgaría un período de paz propicio para el arraigo de la Ilustración.

Para ser exactos, el momento del despegue propiamente dicho se produjo durante el reinado de Christian VII, un monarca esquizofrénico y de vida licenciosa que, sin embargo, gracias a que tenía momentos de lucidez, favoreció la labor reformadora acometida durante el llamado Período Struensee.

Johann Friedrich Struensee (Jens Juel) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero eso fue a partir de 1768, cuando Johann Struensee, su médico personal entró en la corte y logró hacerse con el control del gobierno para aplicar las ideas ilustradas que cambiarían la faz del país; lo contamos ya en otro artículo. Antes, lógicamente, hubo algunos tímidos intentos, aún cuando algunos se mantuvieran vinculados a la religión. Es lo que pasó, por ejemplo, con Johann David Michaelis, un orientalista y maestro bíblico prusiano cuya erudición filosófica y su ansia de conocimiento científico en múltiples campos (matemáticas, geografía, botánica, historia, medicina…) le hacían encajar mal con el orden establecido, si bien se mantenía dentro de él.

Michaelis consiguió una plaza de profesor en la Universidad de Gotinga pero siempre se vio limitado en su especialidad por la falta de bibliografía y documentación de primera mano, así que hacia 1753 empezó a abogar por la organización de una expedición a Oriente Próximo y Medio que paliara esas carencias materiales. El atraso danés hizo que el proyecto se retrasara ocho años pero finalmente, en 1761, tomó forma y se puso en marcha. Reinaba entonces Federico V (padre del futuro Christian VII), que desde que subió al trono en 1747 impulsó la citada política de neutralidad, favoreciendo así la entrada de las primeras ideas ilustradas en Dinamarca.

Federico V de Dinamarca (Carl Gustav Pilo) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Federico abrazó la idea del viaje científico con interés, lo que hizo que la corona se vinculara con él pasando a denominarlo Den Arabiske Rejse, Expedición Real Danesa de Arabia. Se llamó así porque el objetivo consistía en reunir materiales en la misma medida que comprobar o corroborar in situ los episodios históricos primigenios que reseñaba la Biblia. Inicialmente, Michaelis pensó enviar misioneros de la colonia danesa de Tranquebar, una ciudad del sur de la India, pero luego se decantó por seleccionar un elenco de científicos de prestigio, siguiendo la moda de su tiempo.

El primero fue Christian von Haven, filólogo y teólogo danés que al saber del proyecto en 1759 corrió a Roma para estudiar árabe con unos monjes sirios. El segundo, el finlandés Peter Forsskål, era un orientalista y naturalista, alumno del célebre Linneo, que tenía problemas con las autoridades por un panfleto que había publicado a favor de las libertades civiles. El tercero, Christian Carl Cramer, se encargaría de la sanidad de la expedición. Un cuarto miembro, el artista Georg Wilhelm Bauernfeind, fue designado para hacer las pinturas y dibujos.

Faltaba el quinto, que además asumiría el mando: Carsten Niebuhr. Natural de la Baja Sajonia, donde nació en 1733, era hijo de un granjero acomodado que le proporcionó a él y a su hermana una esmerada educación. Carsten estudió matemáticas en la Universidad de Gotinga, donde llamó la atención de Michaelis por su brillantez cuando se graduó como ingeniero en 1760. Al ser seleccionado para el viaje, se instruyó en materias que podían ser útiles, como cartografía, astronomía y navegación.

Tras decidir no esperar a Haven, en enero de 1761 embarcaron en Copenhague a bordo del buque de guerra Grønland con destino a Constantinopla, aunque una infección en el agua que llevaban obligó a regresar y tener que reemprender la marcha más tarde. Llegaron a Marsella en mayo, donde les esperaba un Haven empeñado en asumir el mando ante la oposición del resto.

Johann David Michaelis / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Su agrio carácter originaría tensiones y una discusión académica con Forsskål empeoró las cosas, hasta el punto de que la compra que hizo de un paquete de arsénico llevó a los demás a pensar que quería envenenarles. Solicitaron al cónsul danés en la capital otomana que fuera destituido, sin éxito.

En septiembre de 1762 desembarcaron en Alejandría, remontando el Nilo hasta Suez, de nuevo en medio de graves discusiones. En Egipto pasaron un año, que aprovecharon para intentar visitar el Monasterio de Santa Catalina en el Sinaí, famoso por su gran biblioteca antigua. Sin embargo, los monjes no les dejaron entrar y retornaron a El Cairo, donde Niebuhr levantó un plano y midió las pirámides de Guiza mientras Haven compraba más de un centenar de valiosos manuscritos hebreos que hoy engrosan los fondos de la Biblioteca Real Danesa.

A continuación decidieron desplazarse a la península arábiga, cruzando el Mar Rojo y pasando por Yeda y Luhayya para llegar a la costera Arabia Felix, a Moca (Yemen), a principios de 1763. Visitaron las ruinas de Bayt al-Faqih y Niebuhr levantó un mapa del país que se utilizó casi hasta el siglo XX, pero poco más pudieron hacer porque enfermaron de lo que creían era un resfriado.

Peter Forsskål / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Resultó ser malaria. Una ironía del destino quiso que los dos que peor se llevaban, Haven y Forsskål, fallecieran en un lapso de dos meses; los demás pasaron el resto del año en Saná, recuperándose.

El único que conservó la salud fue Niebuhr, acaso porque se adaptó perfectamente a las costumbres locales, vistiendo y comiendo como ellos. El caso es que la expedición se embarcó en Moca con destino a Bombay y otros dos integrantes murieron en alta mar: el artista Georg Wilhelm Baurenfeind y el ordenanza Lars Berggren, cuyos cuerpos fueron arrojados al Índico. Niebuhr y el cirujano, Cramer, también tuvieron problemas y en la India hubieron de permanecer convalecientes en casa de un médico inglés. Cramer no salió adelante, pereciendo en febrero de 1764.

Niebuhr quedó solo y aún tuvo que recuperarse durante catorce meses, transcurridos los cuales decidió volver a casa. Pero descartó hacerlo por mar, quizá por la mala experiencia, quizá porque el viaje le daba la oportunidad de conocer sitios de Oriente Medio que ansiaba. Así, pasó por Muscat, Persépolis (donde estuvo tres meses tomando nota de cuanto veía, incluyendo la famosa inscripción de Behistún), Babilonia, Bagdad, Mosul, Chipre, Damasco, Alepo y Jerusalén, saltando después a Brussa (Anatolia) y alcanzando Constantinopla en febrero de 1767.

La mayor parte de ese largo periplo lo hizo disfrazado de árabe, haciéndose llamar Abdallah y llevando a cabo en solitario no sólo las tareas que se le habían encomendado sino también las que hubieran tenido que desempeñar sus infortunados compañeros: mediciones, cartografía, descripciones de botánica y costumbres, ilustraciones, datos etnológicos… Entre otras cosas, realizó la mayor producción cartográfica del siglo XVIII sobre esa zona del mundo, incluyendo veintiocho planos de ciudades, además de colecciones de plantas y animales o el mencionado conjunto bibliográfico.

Carsten Niebuhr ataviado a la usanza yemení / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Tras cruzar Centroeuropa y pisar Copenhague de nuevo en noviembre, poniendo fin a seis intensos años de viaje, se presentó en la Universidad de Gotinga para rendir cuentas ante el promotor, Michaelis. Sin embargo, éste no se mostró satisfecho con el trabajo porque la cuestión de la Biblia había sido relegada y los orígenes del libro sagrado seguían siendo inciertos. En cambio, para el mundo científico, los libros en los que Niebuhr relató su experiencia tuvieron gran valor porque las copias de la inscripción de Behistún sirvieron a los asiriólogos para descifrar la escritura cuneiforme.

El primero de esos libros se tituló Beschreibung von Arabien (Descripción de Arabia) y fue publicado en 1772, seguido dos años después por el primer volumen de Reisebeschreibung nach Arabien und andern umliegender Ländern (Descripción del viaje a Arabia y otros países de los alrededores), del que hubo un segundo en 1778. El tercero no llegaría hasta 1837, a cargo del hijo de Niebuhr.

Porque en 1773 había contraído matrimonio con Christiane Sophia Blumenberg, hija del médico real (el sucesor de Struensee, que tras un golpe de estado fue acusado de traición y brutalmente ejecutado), llevando en lo sucesivo una carrera funcionarial. Cubierto de distinciones, entre ellas la Orden de Dannebrogel y el ingreso en la Real Academia de Ciencias de Suecia, expiró en Meldorf (ciudad del por entonces danés Holstein, donde estaba destinado) en 1815.


Fuentes

The Arabian Journey 1761-1767 (Stig T. Rasmussen en DET KGL Bibliotek) / Undying curiosity. Carsten Niebuhr and the Royal Danish Expedition to Arabia (Lawrence J. Baack) / Niebuhr in Egypt: European Science in a Biblical World (Roger H. Guichard, Jr) / Carsten Niebuhr and the Danish Expedition to Arabia (Paul G. Chamberlain en AramcoWorld) / Wikipedia.


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