Casi todos los pueblos tienen algún libro que cuenta su historia en clave de epopeya. La Eneida, encargada por Augusto a Virgilio para narrar un origen glorioso de Roma, quizá sea el ejemplo por excelencia, pero hay otros y aquí hemos visto alguno, como la Historia secreta de los mongoles.
En España tenemos, entre otras, el Chronicon mundi de Lucas de Tuy o la Estoria de España de Alfonso X. Pues bien, en Irán ese papel lo hace el Shāhnāmé, donde se explica el devenir de Persia desde la creación del mundo hasta la llegada del Islam.
El que también se conoce como Libro de los reyes es una obra escrita en verso que constituye el pilar fundamental de la identidad histórico-cultural iraní, siendo una de las piezas maestras de su literatura aparte de resultar también de suma importancia para el estudio de la antigua religión persa, el zoroastrismo. Un poema épico compuesto por unos cincuenta mil distiches (pareados) que lo convierten en el más extenso del mundo de un único autor, el poeta Ferdousí (el Mahabhárata indio es mayor pero de autoría múltiple).
Hakim Abol-Qasem Ferdousí-e Tusí, apodado el Señor de la Palabra, era un dehqn o aristócrata terrateniente nacido entre los años 935 y 940 d.C. en Tus, en la región de Jorasán (la parte este del actual Irán). Como resultaba frecuente en los de su estatus, aunque profesaba la fe islámica conservó muchas de las antiguas costumbres persas y su idioma, algo que le vino muy bien para hacer su libro y conocer rapsodas anteriores, caso del bardo de la corte Abu Mansur Daqiqi, de quien tomó un millar de versos de una obra inacabada como base para la suya.
El Shāhnāmé sería el trabajo de su vida, ya que le llevó unos treinta años terminarlo, recopilando historias, leyendas, crónicas… Cuando por fin lo tuvo listo se había producido un cambio dinástico en el trono, con los reinantes samaníes desplazados por la gazmaníes.
Éstos eran de origen túrquido y, por tanto, de costumbres ajenas a las ancestrales iraníes, de ahí que Ferdousí fue postergado; eso, junto con el descuido que había hecho de la gestión de sus propiedades, le trajo algunas dificultades económicas que tuvo que solventar vendiendo buena parte de sus tierras.
Hay que tener en cuenta que el poema es una exaltación de lo persa en la que los turanios, es decir, los turcos de Asia Central, no aparecen muy bien parados. Por eso el sultán Mahmud de Gazni, primero de la dinastía, no le pagó el dinar de oro prometido por cada verso sino un dirham, una moneda mucho menos valiosa, ofendiendo así al poeta, que se fue de la corte y, si hacemos caso a la leyenda, regaló el dinero al primero que encontró por la calle, un humilde buhonero.
Luego quiso vengarse escribiendo unos versos satíricos sobre el sultán, burlándose de sus modestos orígenes (su padre había sido un esclavo) y la prudencia le aconsejó poner tierra de por medio, ya que, además, él era chiíta mientras que Mahmud pertenecía a la rama sunita.
Ferdousí pasó por Herat y Tus, terminando por recalar en Mazandarán (una provincia situada en la orilla sur del Mar Caspio). Allí fue acogido por el mandatario local bajo su protección porque también era persa y junto a él permaneció el resto de su vida, que concluyó aproximadamente entre los años 1020 y 1025.
Pero lo que nos interesa aquí es su libro. Lo empezó hacia el 977 y no lo acabaría hasta el 1010. En realidad se trata de una reescritura en pahlaví (persa medieval) de multitud de fuentes que previamente recopiló, como el Khwaday-Namag (Libro de los Reyes), una antología del período tardío sasánida hasta el reinado de Cosroes II (590–628) y al que Ferdousí agregó material para completar la etapa temprana, continuando después hasta su final en el siglo VII.
El mencionado Daqiqi estaba narrando esto cuando fue asesinado por un esclavo y Ferdousí, que era un admirador suyo, decidió continuar donde él lo dejó, en el surgimiento del profeta Zoroastro, para lo cual se habría servido también de una obra titulada Chihrdad, una historia de la Humanidad hoy perdida que formaba parte de la Avesta (una colección de libros sagrados del zoroastrismo).
En realidad se le atribuyen más fuentes, caso del Kārnāmag-ī Ardaxšīr-ī Pābagān (un cuento en prosa de claro tono zoroástrico sobre el fundador de la dinastía Sasánida, Ardacher I) y el Khoday Nameh (otro libro en prosa que cuenta la subida al trono del monarca homónimo y que Daqiqi tenía el encargo de completar cuando le mataron).
El Shāhnāmé no es una obra que se desarrolle cronológicamente pero se divide en tres partes o edades sucesivas: la mítica, la heroica y la histórica. La primera es la más breve (unos dos mil cien distiches) y, como decíamos antes, empieza con la creación del mundo y el primer hombre, Kayumars, que también sería el primer sha; tuvo un nieto, Hushang, que fue quien descubrió el fuego por casualidad, permitiendo el desarrollo de la civilización a través de la cocina, la metalurgia y la aparición de las leyes.
La segunda es la más larga, ocupando dos tercios del total. Se caracteriza por centrar su atención en la naturaleza humana, mediatizada por el demonio y plasmada en sentimientos como la codicia, la envidia, la venganza, el valor… Entre sus protagonistas se reseña a Alejandro Magno pero la atención se centra fundamentalmente en los héroes saka (escitas). El personaje más importante es el mítico Rostam, una especie de Gilgamesh de tono sobrenatural cuyas andanzas abarcan un millar de versos.
La tercera ilustra sobre los mandatarios cuya debilidad provocó la caída del Imperio Sasánida y su suplantación por el «ejército de las tinieblas» que formaban los árabes en el siglo VII. El influjo del zorastrismo, que subrayaba la importancia del libre albedrío, queda patente como método para superar toda esa negatividad, de la misma manera que el estilo romántico de Ferdousí suaviza y embellece un poco el tono de tragedia de esa historia que cubre seis mil años.
Ello, combinado con el tratamiento de los personajes, en los que se dan elementos fantásticos como la longevidad multicentenaria de varios de ellos aunque al lado de otros más reales, más la imagen de unos gobernantes mostrados bajo un prisma positivo frente a otros de los que se da una visión menos amable, hace que no falten interpretaciones sobre el texto en el sentido de que el autor era un nostálgico del Imperio Sasánida que trataba de ensalzar y preservar el legado pre-islámico.
Claro que no todos los estudiosos están de acuerdo. Otros opinan que su objetivo es moralizante y quiere ensalzar el monoteísmo, el patriotismo, el amor familiar y las virtudes morales tradicionales.
Lo que sí está fuera de duda es la enorme importancia que el Shāhnāmé tuvo para pueblos como el pastún, el kurdo y, en general, los del área que ocupan los actuales Irán, Afganistán, Azerbaiyán, Georgia, Turquía, Armenia y Daguestán, es decir, los países que son herederos de la cultura persa. Más aún, los filólogos opinan que esa obra ha sido crucial para preservar la lengua persa tal como se hablaba hace un milenio, gracias a la influencia que tuvo en otras posteriores que la imitaban.
El propio poeta manifestó en versos concretos que había procurado evitar neologismos árabes, aunque no faltan palabras en ese idioma en el Shāhnāmé, algo seguramente inevitable si tenemos en cuenta que consta de sesenta y dos historias, novecientos noventa capítulos y los mencionados cincuenta mil versos (que, al parecer, originalmente eran diez mil más, sólo que las copias que han llegado hasta nosotros son las reducidas). Es decir, unas tres veces más que La Ilíada. No es de extrañar que también los selyúcidas la tuvieran como lectura de referencia e incluso Goethe lo considerara en la cumbre de la literatura mundial.
Y eso que no siempre se vio con buenos ojos. Es el caso del propio Irán, donde en tiempos del sha Reza Pahleví ese libro fue relegado a un segundo plano en favor de títulos más modernos conceptualmente, seguramente por la inconveniencia de las alusiones a regicidios. Paradójicamente, también hubo ayatolás que se mostraron reticentes por las críticas de Ferdousí a los musulmanes invasores y, por tanto, al Islam. Pero Ferdousí había acertado de pleno con estos versos que dejó a modo de epitafio:
He llegado al final de esta gran historia
y toda la tierra hablará de mí.
No moriré, estas semillas que he sembrado salvarán
mi nombre y reputación de la tumba,
y los hombres de sentido y sabiduría proclamarán,
cuando me haya ido, mis alabanzas y mi fama.
Fuentes
Shahnameh De Firdousi: El Libro de los Reyes de Persia, siglo X dC. Traducción Española (Abolqasem Ferdowsi)/Mitos persas (Vesta Sarkhosh Curtis)/El jardín del fin. Un viaje por el Irán de ayer y hoy (Ángela Rodicio)/The Shahnameh. The Persian Epic as World Literature (Hamid Dabashi)/Shahnama Project/Wikipedia.
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