Si Alejandro Dumas supo ver el juego literario que podía darle a una vieja leyenda de presidiarios, la del hombre de la máscara de hierro, Goethe había hecho otro tanto antes con un hombre que en vez de careta usaba un brazo metálico, sólo que en ese caso no se trataba de un mito sino de un personaje real: Götz von Berlichingen, un mercenario católico cuyas andanzas bélicas en el siglo XVI le llevaron a perder un miembro y sustituirlo por una llamativa prótesis que le hizo ganarse el apodo de Mit der Eisernen Hand (El de la Mano de Hierro), además de originar una escatológica expresión que se conoce eufemísticamente como la «frase de Götz».
Se llamaba Gottfried von Berlichingen de Hornberg y nació, año arriba, año abajo, hacia 1480, en esa época en la que la Edad Media daba sus últimos coletazos en la transición al Renacimiento.
El lector ya habrá deducido que con ese apellido llegó al mundo en lo que hoy es Alemania, entonces una amalgama de territorios señoriales; probablemente, por su apellido, en Berlichingen, una localidad del actual estado de Baden-Wurtemberg, aunque la mayor parte de su infancia la pasó en el Castillo de Jagsthausen.
Fue uno de los diez hijos de Kilian von Berlichingen de Jagsthausen y Margaretha von Thüngen, entrando como paje al servicio de su tío Konrad, un veterano caballero que era jefe de Corte del Margrave de Brandeburgo-Ansbach y al que acompañó en varias campañas militares, aprendiendo el oficio de las armas.
En la de Lindau de 1497, Konrad falleció y Götz pasó al servicio directo del margrave Federico V de Brandeburgo. Margrave es la castellanización de la palabra germana markgraf, equivalente a marqués, es decir, el noble que ejercía funciones de gobernador en un margraviato o marquesado, lo que en tiempos carolingios era una marca (un territorio fronterizo).
Como el joven Götz no se hacía a la exquisita vida cortesana, pasó a ser escudero del caballero Veit von Lentersheim, orientando así su futuro al mundo militar. Acompañando a su señor, tomó parte en las campañas que realizó Maximiliano I de Habsburgo, titular del Sacro Imperio Romano Germánico, contra los franceses, que intentaban conquistar regiones imperiales como Burgundia, Lorena y Brabante; dos años después intervinieron en la Guerra de Suabia frente a la Confederación Helvética.
En 1500, ya adulto y con experiencia, empezó a actuar por su cuenta como caballero franco (libre) formando junto a su hermano Felipe una compañía de mercenarios que ofrecía sus servicios a los señores. Contaban para ello con la alianza de Talaker von Messenbach, otro caballero cuyo comportamiento rozaba el bandidaje, al vivir prácticamente de los saqueos.
Al menos fue así hasta finales de 1501, cuando abandonaron tan incómoda colaboración. Pero ellos continuaron con su trabajo, ora apoyando a uno, ora apoyando a otros en las guerras internas que enfrentaban a los nobles entre sí.
Una de ellas fue la que se desencadenó en 1504 entre Baviera y Renania-Palatinado por quedarse con la ciudad de Lanshut. Götz y Felipe tomaron partido por los bávaros mientras, paradójicamente, en el bando contrario estaban otros dos hermanos suyos. Fue en esa contienda cuando un cañonazo le arrancó el antebrazo derecho a Götz, quien, tras una penosa y larga convalecencia, lo sustituyó por la prótesis que decíamos antes y que le dio el sobrenombre reseñado.
Para ser exactos, encargó dos: una para la vida cotidiana y otra para la guerra. Eran sendos guanteletes, similares a los que se solían hacer desde el Medievo para casos como ése, cuya característica principal -material aparte- radicaba en que los dedos estaban articulados mediante una decena de ruedecillas y podían moverse gracias a un mecanismo de trinquete como el de las pistolas de chispa, presionando un resorte.
Las prótesis se diferenciaban en que la de uso habitual poseía mayor precisión, hasta el punto de que era capaz de coger una pluma; la destinada al combate, menos sutil, facilitaba sujetar un escudo o las riendas del caballo. Otra cosa era la espada, claro, pero Götz se las arregló para seguir adelante; al fin y al cabo, siendo el jefe no tenía por qué participar personalmente en las luchas.
Y éstas no faltaron en los años siguientes, unas al servicio del mejor postor, otras por cuenta propia para saquear cuando no se satisfacía el tributo por protección y algunas en auxilio de amigos. Eran, en cierto modo, la manifestación postrera y agonizante de un feudalismo que empezaba a quedar atrás ante el poder creciente de los reyes y la formación de los grandes estados modernos.
Hasta una quincena de conflictos llegó a contar el mismo Götz en aquel período, que se terminó en 1512, tras asaltar a un grupo de comerciantes de Núremberg que regresaban de la gran feria de Leipzig. Maximiliano I le puso fuera de la ley y confiscó sus propiedades. Se las devolvió a cambio de catorce mil ducados pero Götz reincidió en sus actividades y el emperador volvió a proscribirlo en 1518. Para entonces ya había puesto precio a su cabeza la Liga de Suabia (una asociación de príncipes del sur de Alemania fundada en 1488 para defender sus ciudades con un ejército de trece mil hombres), así que cuando ésta entró en guerra con el duque Ulrich von Württemberg, Götz acudió a ayudarle.
No le fue bien y, defendiendo Möckmühl cayó preso en 1519, al quedar sitiado y sin suministros. Violando los términos de la rendición, que debían dejarle marchar, le encerraron en la Bollwerksturm de Heilbronn; pero, al tratarse de un caballero, se le permitió permanecer en Gasthaus (Krone) sin estar encerrado en una mazmorra, bajo juramento de no escapar.
El pago del rescate correspondiente, dos mil ducados, le permitió salir en libertad y retirarse al castillo de Hornberg, que irónicamente había comprado en 1517 a Konrad Schott von Schottenstein, el que le había capturado. Aquel descanso duró seis años.
Se acabó en 1525 al estallar la famosa Guerra de los Campesinos, una serie de revueltas populares contra el Sacro Imperio que incluían una compleja mezcolanza de causas económicas, sociales, políticas y religiosas. Götz, como tantos otros, se vio arrastrado por los acontecimientos contra su voluntad, viéndose obligado a combatir a favor de los rebeldes. Luego explicaría que trataba de contener sus excesos, dado que carecían de un líder militar, cosa que no consiguió por cierto, y los campos alemanes se tiñeron de sangre.
Como prueba de su sinceridad adujo que se había comprometido únicamente por un mes, transcurrido el cual volvió a su castillo. Sin embargo, eso no le eximió de responsabilidad ante la Dieta de Spira (la dieta era una asamblea de príncipes de los estados imperiales y la Iglesia), ante la que tuvo que comparecer al final de aquella guerra, que terminó con el aplastamiento de los campesinos. La dieta le declaró inocente en 1526 pero no pudo retornar a su castillo hasta año y medio más tarde, previo juramento de presentarse cuando le llamaran de nuevo.
Efectivamente, en 1528 la Liga de Suabia, deseosa de ajustar cuentas, exigió su presencia en Augsburgo. Él cumplio la palabra dada… y fue hecho prisionero. Salió libre en 1530 pagando veinticinco mil ducados y con el compromiso de no volver a realizar campañas de saqueo, permanecer en sus tierras y pernoctar siempre en su castillo.
Obedeció durante una década, al término de la cual le reclamó a su lado el emperador Carlos V, ante la necesidad urgente de buenos soldados.
Y es que en 1540 se cernía una amenazadora sombra sobre Europa Central: la del Imperio Otomano, que tras sus fracasados intentos de conquistar Viena estaba reorganizándose y, aprovechando las disputas entre católicos y protestantes, Solimán el Magnífico avanzaba hacia Buda, la capital de Hungría.
El sultán se sentía traicionado por un pacto secreto entre Fernando I de Habsburgo (el hermano de Carlos V) y el voivoda transilvano Juan Szapolyai, que se habían repartido el país húngaro a espaldas suyas violando un acuerdo previo entre los tres, lo que salió a la luz cuando Szapolyai tuvo un hijo al que proclamó inmediatamente rey.
De hecho, los turcos conquistarían la ciudad en 1541 de forma tan inapelable que Götz ni siquiera tuvo tiempo de intervenir y, dada la desfavorable coyuntura en el campo de batalla, se decidió optar por la diplomacia, renegociando un nuevo tratado a tres bandas. Así, el veterano militar, que ya era sexagenario, pudo retornar a su hogar, si bien todavía tomó parte en dos campañas más: una en Inglaterra en 1544, y otra contra Francia. Durante esta última enfermó y tuvo que retirarse, primero temporalmente y después, con la firma de la Paz de Crépy, de forma definitiva.
Regresó entonces a Hornberg, donde pasó el resto de su vida con su segunda esposa, Dorothea Gailing von Illesheim, con quien se había casado en 1517 y tenido siete hijas y tres hijos. Dejó una autobiografía, titulada Lebens-Beschreibung des Herrn Gözens von Berlichingen, que se publicó en 1731 y sirvió de base para la obra de Goethe Götz von Berlichingen, una tragedia estrenada casi medio siglo más tarde.
En ella, el escritor pone en boca de su personaje una respuesta -ante una exhortación a rendirse- que ha pasado a la Historia al ser adoptada como expresión popular y que el mismísimo Mozart inmortalizó en dos cánones musicales:
Er aber, sag’s ihm, er kann mich im Arsche lecken!
(¡Dile que me puede lamer el culo!)
Götz von Berlichingen
Fuentes
Götz de Berlichingen, el de la mano de hierro (Goethe) / Diccionario de personajes históricos y de ficción en la literatura alemana (Eva Parra, coordinadora) / Introducción a la historia de la Edad moderna (Ernst Hinrichs) / The German Peasant War of 1525 (Janos Bak, ed) / Wikipedia
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