En 1948 un incendio fortuito arrasó las instalaciones de la Station D, la base científica que Gran Bretaña había construido en Bahía Esperanza, el extremo oriental de la península Trinidad. La cosa no parece tener nada de especial salvo por un detalle: ese lugar se encuentra en la Antártida y el devastador efecto del fuego no sólo provocó la muerte de dos de los tres miembros que formaban el equipo sino que obligó al otro a sobrevivir en una tienda de campaña durante dieciséis largos días hasta que fue rescatado. Quizá la cosa hubiera sido distinta de contar con un servicio de extinción de incendios pero ¿puede haber bomberos en la Antártida? Pues los hay, aunque suene raro.

También podría haber resultado peor para los británicos porque en realidad la plantilla habitual estaba integrada por trece hombres. El siniestro supuso el cierre temporal de la  estación, que se reconstruyó en 1952 con el nombre de Trinity House pero que estaba en otro sitio y únicamente perduró doce años porque el British Antarctic Survey decidió transferirla a Uruguay (que la reabutizó ECARE, siglas de Estación Científica Antártica Uruguaya Teniente Ruperto Elichiribehety ); fue debido a sus poco amigables vecinos.

En efecto, una fragata argentina hizo disparos de advertencia sobre los británicos cuando descargaban material, ya que a unos cientos de metros también ellos estaban levantando una base. Lo curioso del asunto para el tema que nos atañe está en que la argentina, llamada Destacamento Naval Esperanza, también resultó destruida por un fuego fortuito en 1958. Estos accidentes supusieron un toque de atención sobre la necesidad de disponer de medidas contra incendios, dado que, como se vio, el resultado de uno podía suponer un peligro incluso cuando ya se hubiera extinguido, al dejar a las personas expuestas a peligro de congelación en un medio tan hostil climatológicamente hablando.

La actual base argentina Esperanza/Imagen: Andrew Shiva en Wikimedia Commons

De hecho, la de Station D no fue la primera vez que había ocurrido porque ya en la Expedición Southern Cross pasó algo parecido. Se trató del primer viaje de Gran Bretaña al Polo Sur, dirigida por el explorador anglo-noruego Carsten Egeberg Borchgrevink entre 1898 y 1900; en su transcurso, una vela caída sobre un colchón envolvió en llamas una de las cabañas y estuvo a punto de extenderse a las otras, poniendo así en peligro a la decena de personas que integraban la expedición. Y es que, a pesar de que el frío y la nieve son una valiosa ayuda para impedir que proliferen los fuegos, éstos se presentan ocasionalmente.

Así ocurrió en fechas más recientes. No vamos a incluir el de 1984 de otra estación científica argentina, la Almirante Brown, porque fue intencionado, provocado por su médico, al parecer para evitar tener que invernar allí (y consiguió su objetivo, pues el buque estadounidense USS Hero evacuó al personal); pero hubo otros dos en 2008 (en la Base Progrés, de Rusia, que además de perder contacto con el exterior durante varios días registró un muerto y dos heridos graves) y en 2012 (donde una explosión en una sala de máquinas de la brasileña Estación Antártica Comandante Ferraz causó dos víctimas mortales).

Carsten Borchgrevink durante la Expedición Southern Cross/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por tanto, aunque no haya incendios forestales en el Polo Sur (pues éste es nieve y hielo en un 98% y roca el 2% restante), sí se dan otros que pueden amenazar tanto vidas humanas como bienes materiales. En ese sentido la quema de los refugios es un arma doble porque significa que si sus inquilinos no mueren carbonizados o por inhalación de humo podrían hacerlo de frío al quedar sin sitio donde guarecerse, teniendo en cuenta que las grandes distancias implican mucho tiempo para llevar a cabo un rescate. De ahí que de un tiempo a esta parte se opte por construir con materiales ignífugos, en módulos independientes y separados, además de erigirse a una distancia de seguridad almacenes de suministros para resistir en espera de ayuda.

Organizar brigadas de bomberos para combatir incendios en el rincón más desolado del mundo implica contar con factores a favor y otros en contra. Entre los primeros está el hecho de que la Antártida sea el lugar más ventoso de la Tierra y además los vientos soplan a tal velocidad que ayudan a apagar llamas en vez de propagarlas, al contrario de los que pasa en otros sitios. Asimismo, las bajas temperaturas dificultan la combustión; allí no hay olas de calor que propicien condiciones favorables.

En cambio, si el incidente ocurre un día en que el viento no sopla con demasiada fuerza, ayudará a avivar el fuego y esa misma temperatura que lo obstaculiza hace que el agua disponible se congele, privando así de la herramienta principal para apagarlo; al menos en cantidad suficiente. Consecuentemente, se han creado diversos equipos antiincendios, si bien hay que tener en cuenta que la mayoría sólo trabajan a tiempo parcial porque en la temporada invernal el peligro se reduce bastante.

Es lo que ocurre en la Stántsiya Vostók rusa (ubicada en el punto donde en 1983 se registró la temperatura más baja del planeta, 89,2º bajo cero, y con una plantilla de veinticinco personas en verano y trece en invierno), en la Scott Base neozelandesa (situada en la península Hut de la Isla de Ross, acogiendo a ochenta y cinco personas en verano y diez en invierno) y en la Stazione Mario Zucchelli italiana (de grandes dimensiones, pues ocupa 7.100 metros cuadrados, donde trabajan entre dos y tres centenares de científicos).

La base neozelandesa Scott en verano/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, en la Antártida también operan dos cuerpos de bomberos profesionales. Uno de ellos es el Southernmost Fire Department, que presta servicio en la Amundsen–Scott South Pole Station, una base estadounidense situada a un centenar de metros del Polo Sur geográfico. Construida a finales de 1956 con motivo del Año Geofísico Internacional (que se iba a celebrar entre julio de 1957 y diciembre de 1958), se decidió mantenerla y ampliarla, de modo que hoy consta de un edificio principal conocido como la Old Base, una cúpula geodésica de cincuenta metros de diámetro enlazada con una torre denominada Skylab y la llamada base elevada (porque tiene dos plantas).

Allí están destinadas unas doscientas personas de varias nacionalidades, si bien durante el invierno sólo quedan unas decenas de retén. El complejo es lo suficientemente importante como para requerir el citado servicio de bomberos profesional, establecido en el siglo XXI en sustitución del equipo voluntario anterior, que estaba formado por personal de la estación debidamente capacitado con un curso de una semana. En temporada estival, cuando hay mayor riesgo, la plantilla se incrementa con seis operarios procedentes del Antarctic Fire Department, del que vamos a hablar a continuación.

El Antarctic Fire Department tiene su base en la McMurdo Station, un centro de EEUU localizado en la Isla de Ross -a sólo tres kilómetros del reseñado de Nueva Zelanda- que opera el USAP (United States Antarctic Program) con fines de investigación. Abierta en 1956 por la misma razón que la otra base estadounidense, es la más grande de la Antártida con 1.258 residentes en período veraniego; de hecho, la Amundsen–Scott South Pole Station se aprovisiona a través de ella, pues dispone de puerto, tres pistas de aterrizaje y helipuerto.

Vista aérea de la base estadounidense Amundsen-Scott South Pole/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Es prácticamente como un pueblo (incluso hay una iglesia), de ahí la necesidad de contar con bomberos a tiempo completo. Son cuarenta y seis, aunque únicamente veintiún de ellos son bomberos propiamente dichos (en invierno se reducen a una docena), siendo el resto personal diverso. Están repartidos entre dos cuarteles: en el centro de la base está la Station 1, que dispone de un par de camiones, un depósito de agua, un vehículo de rescate y un SCAT (Self Contained Attack Truck o camión antiincendios); la Station 2 se encuentra en el entorno de los aeródromos y tiene una ambulancia y siete vehículos ARFF (Aircraft Rescue Fire Fighting, aviones de rescate antiincendios).

A ellos se une un tercero, Station 3, que es el nombre que se da al equipo enviado a la Amundsen–Scott South Pole Station para, como decíamos anteriormente, engrosar las filas de su Southernmost Fire Department. Evidentemente, todos los vehículos han sido adaptados para salvar las capas de nieve profunda -aunque también pueden recurrir a tractores y trineos motorizados- y, dada la dificultad para evitar la congelación del agua, en la Antártida se utilizan sobre todo productos químicos secos, de los que hay almacenados varios cientos de kilos junto a otros tantos de espuma.

Claro que apagar fuegos no es la única misión de esos cuerpos, también se ocupan de urgencias sanitarias, derrames de materiales peligrosos, emergencias subacuáticas, monitorear por GPS las salidas de individuos y/o vehículos fuera de la base cuando hay mala meteorología y hasta de mantener a los animales (focas y pingüinos) alejados de las pistas de vuelo. Un trabajo peculiar, desde luego.


Fuentes

Antarctica fire history (Paul Ward en Cool Antarctica)/Emergency response in Antarctica (Martin Boyle en Australian Antarctic Division)/Firefighter serves on Antarctica (Jane Jerrard en Fire Rescue)/Antarctic Fire Department/Wikipedia


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