Esparcir al aire o lanzar al agua las cenizas de un ser querido fallecido es una bella forma de decirle adiós y rendirle un póstumo homenaje que, sin embargo, de un tiempo a esta parte ha experimentado restricciones por parte de las autoridades debido a que algunos incívicos abandonan la urna funeraria sin más, con el agravante de que a menudo están hechas de materiales no biodegradables. Para los restos de Eugene Shoemaker no hubo ese problema; sus cenizas se diseminaron por la Luna.
La verdad es que si hubiera que hacer una selección de gente apropiada para reposar ad aeternam en nuestro satélite, Shoemaker sería uno de ellos. Era estadounidense, de Los Ángeles, ciudad donde nació en 1928.
Desde niño se aficionó a la geología visitando el Buffalo Museum of Education y haciendo cursillos sobre esa materia que le llevaron a formarse como lapidario, es decir, tallador de gemas y piedras preciosas.
Era intelectualmente precoz -también tocaba el violín– así que, tras acabar Secundaria en tres años, ingresó en la universidad a los dieciséis. Para ser exactos lo hizo en Caltech, abreviatura del California Institute of Technology, una prestigiosa institución privada ubicada en Pasadena y dedicada al estudio de las ciencias naturales y la ingeniería que hacía poco que se había convertido en centro universitario. Era 1944 y en 1948 ya tenía su licenciatura, matriculándose en el curso de doctorado en Princeton.
Allí tenía un compañero de estudios llamado Richard Spellman con cuya hermana, Carolyn, empezó a salir. Ella era licenciada en Historia y Políticas pero, además, había hecho un curso de geología, así que, pese a que ella encontró el tema más bien aburrido, tenían un interés común. La relación fue a distancia, epistolar, más que nada, dadas las distancias que les separaban (Princeton está en Nueva Jersey y ella vivía en Chico, California) pero aún así se casaron en el verano de 1951.
Tuvieron tres hijos y Carolyn se dedicó a cuidarlos, ya que el padre solía trabajar fuera a menudo. Años después, cuando crecieron, quiso volver al mercado laboral pero como no le atraía la enseñanza -que había probado antes de su matrimonio-, su marido le sugirió que estudiara astronomía y se uniera a su equipo. Así lo hizo y se convertiría en una reputada profesional de esa especialidad.
Entretanto, Eugene, que había sido contratado en 1950 por el USGS (United States Geological Survey) para buscar yacimientos de uranio en Utah y Colorado, percatándose de que dichos yacimientos solían estar en cráteres de volcanes, por lo que empezó a investigar éstos en Arizona.
Se fijó especialmente en el Cráter Barringer, llamado así porque fue el geólogo de ese apellido quien sugirió en 1903 que su origen no era fruto de una erupción de vapor volcánico, como sostenía la comunidad científica hasta entonces, sino del impacto de un meteoroide.
La naturaleza de esos fenómenos sería decisiva en el trabajo de Shoemaker, pues en 1960 se lanzó precisamente a una tesis doctoral sobre el Cráter Barringer, observando que tenía características similares a otros dos producidos por pruebas atómicas en el desierto de Nevada correspondientes a las operaciones Buster-Jangle (1951) y Teapot Ess (1955). De hecho, ese mismo año encontró coesita en el cráter y amplió sus hallazgos de coesita en el Ries de Nördlingen, uno de los cráteres de impacto meteorítico mejor conservados de la Tierra.
La coesita es un tipo de cuarzo originado por una temperatura y presión tan extremadamente altas que un volcán carece de fuerza suficiente para ello y la suevita es una roca fundida por impacto, todo lo cual demostraba que el origen del Barringer no era una erupción sino un meteorito que chocó contra nuestro planeta en aquel punto mucho tiempo atrás (hoy se cree que en el Pleistoceno, hace unos 50.000 años).
Así se abrió la segunda parte de la labor científica de Shoemaker. Como hasta entonces se pensaba que los cráteres se debían únicamente a volcanes extinguidos, incluidos los de la Luna, el satélite se convirtió en su objeto de estudio. Así, empezó a cartografiar su superficie con el objetivo de hacer el primer mapa geológico lunar. Para ello fundó el Astrogeology Research Program, con el que desarrolló un nuevo campo de investigación, la astrogeología, que demostró que todos los cráteres de la Luna eran de impacto.
Puesto que ya era todo un especialista, participó en las misiones Lunar Ranger (las primeras misiones lunares estadounidenses, en los años sesenta), colaboró en el entrenamiento de los astronautas del Programa Apolo en los cráteres Barringer y Sunset (su misión era llegar a la Luna y, de hecho, Shoemaker fue el primer científico designado para pisarla pero quedó excluido por padecer la enfermedad de Addison, un trastorno de la glándula suprarrenal, por lo que tuvo que contentarse con comentar en televisión los vuelos de las misiones Apolo 8 y Apolo 11) y fue el director de geología lunar en las del Apolo 11, Apolo 12 y Apolo 13.
En 1969, conquistada la Luna y de nuevo en Caltech, Shoemaker se embarcó en otro proyecto: la búsqueda sistemática de asteroides que cruzasen la órbita terrestre. Así descubrió varios grupos de ellos que fueron bautizados con el nombre genérico de Apolo. Fue entonces cuando su mujer se incorporó al equipo desde el Observatorio de Lowell. Gracias a ese trabajo Shoemaker enunció que los cambios geológicos súbitos pueden deberse a los asteroides y que la caída de éstos es un fenómeno relativamente frecuente a escala geológica.
También descubrió el cometa Shoemaker-Levy 9, de valor extraordinario al haber sido el primero en ser observado durante su choque contra Júpiter, en julio de 1994. Para entonces, el geólogo ya había ganado la National Medal of Science, persistiendo en su búsqueda por todo el mundo de cráteres de impacto que no fueran conocidos. Resulta irónico que fuera precisamente un impacto -aunque de otro tipo- el que acabase con su vida el 18 de junio de 1997.
Ocurrió en un accidente automovilístico sufrido en la carretera Tanami Track, en Alice Springs (Australia), durante uno de esos viajes. Fue una colisión frontal en la que él murió instantáneamente y su esposa resultó herida de gravedad. Entonces llegó el momento de los honores póstumos; entre otras cosas, se dio su nombre a un cráter de la Luna y otro de Marte, a un asteroide y a una sonda espacial.
Ahora bien, no cabe duda de que el mayor halago que se le pudo hacer consistió en lo que comentábamos al principio. En 1998 parte de sus cenizas fueron llevadas a la Luna por la Lunar Prospector, una microsonda espacial de apenas 158 kilos (296 contando el combustible) destinada al estudio de la superficie del satélite. Iban en una cápsula envuelta en bronce con imágenes del cometa Hale-Bopp (el último que Shoemaker observó junto a su mujer antes del accidente), el Cráter Barringer y unos emotivos versos de la obra Romeo y Julieta, de Shakespeare, que venían como anillo al dedo:
«Y cuando muera / tómalo y córtalo en pequeñas estrellitas, / y hará el rostro del cielo tan hermoso / que todo el mundo estará enamorado de la noche, / sin rendir culto al estridente sol.»
Fuentes
Shoemaker by Levy. The Man Who Made an Impact (David H. Levy)/Eugene Shoemaker (1928.1997) (Susan W. Kieffer)/Introduction to Planetary Science. The Geological Perspective (Gunter Faure y Teresa M. Mensing)/Dynamics of Comets and Asteroids and Their Role in Earth History (VVAA)/Four Revolutions in the Earth Sciences. From Heresy to Truth (James Lawrence Powell)/Wikipedia
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