Todos recordaremos la noche del 31 de diciembre de 2001 porque al dar las doce no sólo entrábamos en otro año sino que adoptábamos una nueva moneda, el euro, y algunos corrieron a los cajeros automáticos a ver y palpar los billetes recién impresos por el Banco Central Europeo.

La idea de una unificación internacional de moneda no era nueva y siempre flotó en el ambiente la posibilidad de llevarla a cabo de forma oficial, más allá de la práctica que supusieron el uso del doblón de oro español, por ejemplo. Uno de los casos más curiosos fue el de la Unión Monetaria Latina.

Mucha gente no ha oído hablar de ella pero lo cierto es que duró bastante, sesenta y dos años que transcurrieron a caballo entre los siglos XIX y XX. Hubo precedentes. Varios, de hecho, aunque siempre en el contexto de uniones políticas. Ejemplos de ello serían la unión monetaria entre Inglaterra y Escocia de 1707 o la de Italia de 1861, a raíz de la unificación del país. La novedad de la Unión Monetaria Latina estaba en su carácter supranacional.

Moneda de oro francesa de 100 francos, 1889/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como en el caso del euro, todo empezó un mes de diciembre, aunque no en Nochevieja sino el día 23, dos antes de la Navidad del año 1865. No fue algo que adoptaran todos los países del continente, por supuesto, sino cuatro de ellos: Francia, Bélgica, Italia y Suiza, que alcanzaron un acuerdo para utilizar como moneda común el franco francés. No cualquiera sino el de oro, una unidad fiduciaria de prestigio introducida por Napoleón en 1803 continuando la creada durante la Revolución Francesa con el nombre de franco germinal (en alusión al mes del calendario revolucionario en que nació).

El franco germinal, que con Bonaparte pasó a estar decorado con la imagen del personaje homónimo, primero como Primer Cónsul y luego como Emperador, no tardaría en ser rebautizado napoleón de oro a partir de 1807. Se acuñaba en monedas de diversos valores: de 5, 10, 20, 40, 50 y 100 francos, si bien la más común era la de 20.

Esta última medía 21 milímetros de diámetro y contenía 6,45 gramos de oro fino, que en correspondencia en plata equivalía a 1:15,5. La razón por la que se tomó el napoleón como modelo fue que pese a la caída del bonapartismo siguió vigente, dada su fortaleza, únicamente cambiando su diseño.

Un napoleón de oro con la efigie de Bonaparte como Primer Cónsul, 1803/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Los países citados, que formaron la Unión Monetaria Latina acordaron acuñar una moneda bimetal con esa misma proporción, por lo que un franco tenía 4,5 gramos de plata y 0,29 de oro. Evidentemente, el diseño era distinto en cada uno de ellos pero coincidían en el valor, por lo que podían usarse indistintamente en cualquiera, como pasa hoy con el euro, facilitando así el comercio mutuo. El acuerdo entró en vigor ocho meses después de su firma, el 1 de agosto de 1866 y afectaba también a los territorios coloniales, Argelia incluida.

Inicialmente tuvo éxito, hasta el punto de que el 10 de abril de 1867, tras la celebración de la Conferencia Monetaria Internacional, Grecia decidió unirse. Al año siguiente hubo otros dos países que lo solicitaron, España y Rumanía.

En lo referente a la primera, las negociaciones en ese sentido se prolongaron sin concreción final, en parte por desavenencias políticas pero, sobre todo, por su escasez de plata disponible y las dificultades para llevar a cabo una reacuñación general a causa de la crisis económica de 1866. Pero, entretanto, españoles y rumanos trataron de ajustar sus monedas al estándar bimetálico de la Unión Monetaria Internacional.

Países europeos de la Unión Monetaria Latina. en rojo: estados miembros. En naranja: participación por acuerdos bilaterales. En azul: participación por acuerdo unilateral. Verde: colonias. La intensidad de cada color indica el tiempo de vigencia/Imagen: Alphathon en Wikimedia Commons

No fueron las únicas ni mucho menos, aunque no todas lo hacían plenamente. Por ejemplo, a finales de 1867, el Imperio Austro-Húngaro, que no había querido incorporarse porque rechazaba el bimetalismo, firmó un acuerdo bilateral con Francia para aceptar sus respectivas monedas de oro e incluso aceptó acuñar sus florines de a 4 y 8 igual que los francos de 10 y 20.

Y luego llegaron más: Perú ya había adoptado el franco en 1863 pero Colombia y Venezuela lo hicieron en 1871; Finlandia (por entonces un ducado), en 1877; Serbia, en 1878; Bulgaria, en 1880; Montenegro y San Marino, en 1889; las Indias Occidentales danesas, en 1904… Albania, tras independizarse del Imperio Otomano, no acuñó moneda ni en metal ni en papel pero utilizó las de la Unión Monetaria Latina de las naciones vecinas (Grecia, Austria-Hungría, Italia) hasta 1925, en que adoptó un sistema monetario propio.

¿Tuvo resultados positivos aquella iniciativa? Sí y no. Un estudio reciente (2018) del European Review of Economic History, una revista académica de economía editada por la Universidad de Cambridge en colaboración con European Historical Economics Society llegó a la conclusión de que la Unión Monetaria Latina no consiguió que su nuevo sistema monetario tuviera efectos significativos en el comercio, como pretendía, salvo en el período inicial entre 1865 y 1874. No obstante, está claro que sacudió un poco el panorama, pues en 1873 Suecia y Dinamarca crearon la Unión Monetaria Escandinava (después se unió Noruega, aunque en realidad era dominio sueco), con la corona como moneda común; duró hasta 1914.

Dos monedas de oro de 20 coronas, una sueca y otra danesa, de la Unión Monetaria Escandinava/Imagen: Anonimski en Wikimedia Commons

La Unión Monetaria Latina prevaleció un poco más pero llevada por la inercia. El origen del fracaso se remonta ya al poco de empezar, a 1866, cuando el administrador de la Tesorería Vaticana, el cardenal Giacomo Antonelli (que además era Secretario de Estado) obtuvo la aquiescencia de Napoleón III para empezar a acuñar en plata sin respetar la proporción estipulada. Tan exagerada era la cantidad empleada de ese metal que equivalía al total de la disponible en Bélgica y lo que consiguió fue que la moneda papal se degradase rápidamente.

Ello perjudicó a los bancos suizos y franceses, que se negaron a admitir pagos con ella. La tensa situación se solventó en 1870 con la expulsión de los Estados Pontificios de la Unión pero para entonces ya acumulaban deudas por valor de 20 millones de liras. Claro que Antonelli no fue el único en provocar alteraciones. Los comerciantes alemanes importaban plata con la que acuñaban monedas que luego cambiaban por las de oro, desestabilizando los precios y obligando a la Unión a adoptar el patrón oro en 1878.

Otro problemas se fueron sumando. Por ejemplo, no se limitó la emisión de papel moneda basado en el franco bimetálico, lo que obligó a todos los miembros de la Unión a imprimirlos para sufragar gastos. Y no todos tenían capacidad para afrontar tales gastos; Grecia, por ejemplo, tenía una economía tan frágil que se vio obligada a reducir la proporción áurea de sus monedas, devaluándola. Ello suponía incumplir las normas establecidas, por lo que el país fue expulsado en 1908, aunque lo readmitieron dos años después.

Dracmas de oro griegos de 1876/Imagen: Classical Numismatic Group en Wikimedia Commons

Tampoco ayudaron las habituales fluctuaciones del oro y la plata en el mercado mundial, habida cuenta que ésos eran los metales de que estaban hechas las monedas. En 1865, al nacer la Unión, la plata estaba llegando ya al final de un período de alta valoración respecto al oro y en 1873 dicho valor se desplomó. Para evitar aumentar la proporción áurea en los francos, los miembros de la Unión se reunieron en París el 30 de enero de 1874 y acordaron limitar temporalmente la conversión gratuita de plata.

Pero en 1878 el valor seguía sin recuperarse y hubo que suspender definitivamente la acuñación en ese metal, conservando sólo el estándar oro. Legalmente aún se podía pagar con monedas de plata, que seguían en circulación pese a constituir una molestia y a que, en la práctica, lo normal era pagar en oro. Así se aguantó unas décadas hasta que el estallido de la Primera Guerra Mundial supuso el golpe de gracia.

Ante la necesidad de financiar el esfuerzo bélico había que acuñar dinero fiduciario masivamente sin necesidad de respaldo áureo, por lo que el patrón oro quedó suspendido en todo el sistema monetario internacional (los Acuerdos de Bretton-Woods de 1944 lo sustituyeron por el dólar estadounidense).

Países vinculados a la Unión monetaria Latina en 1914/Imagen: juaninocristobal en Wikimedia Commons

Después de la contienda, a lo largo de los años veinte, el franco bimetal quedó relegado de facto ante la inflación que sacudía esos países: Suiza, un 4%; Francia e Italia, un 17%; Grecia, más del 27%. No quedaba otra que reconocer que la moneda ya no tenía el valor de antaño y depreciarla. Siguió existiendo, sin uso, hasta su finalización formal en 1927, con el colapso y consiguiente disolución de la Unión Monetaria Internacional.

Sin embargo, algunas monedas continuaron circulando en países como Venezuela o Suiza. En este último todavía se acuñaron las de medio, 1 y 2 francos con los estándares de siempre (tamaño, peso) hasta 1967, año en que se impuso el cuproníquel (aleación de cobre, níquel y otros metales como hierro y manganeso).

También es curioso reseñar que Italia y San Marino siguen acuñando monedas de oro usando los estándares de la Unión, aunque con valor en euros, y que Austria hace otro tanto con monedas de 4 y 8 florines para coleccionistas.



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