Las localidades y territorios fronterizos suelen tener una historia turbulenta, siendo objeto de enfrentamientos tanto militares como políticos por su posesión y cambiando a menudo de manos. Si de regiones se trata, los ejemplos más característicos quizá sean Alsacia y Lorena, que han alternado su pertenencia a Francia y Alemania. Y si hablamos de pueblos, en España tenemos un caso clásico, el de la pacense Olivenza, que pasó de ser leonesa a portuguesa, castellana y española, cambiando varias veces. El más difícil todavía lo tiene Rihonor de Castilla, con una mitad en España y otra en Portugal, donde se llama Rio de Onor.
Visitar ese sitio es una experiencia curiosa, aunque a priori no parezca especialmente atractivo para el turista tipo por carecer de patrimonio monumental o artístico -más allá del rural, que sí puede ser interesante para el viajero ad hoc– y, además, en la actualidad solo viven allí una treintena de jubilados y medio centenar de portugueses, todos emparentados. Ahora bien, si se tienen en cuenta su anómala situación administrativa y, sobre todo, su historia, seguro que despierta las ganas de acercarse a más de uno.
Y es que, como decíamos, Rihonor de Castilla y Rio de Onor forman un único núcleo donde sus respectivas nacionalidades (povo de cima la parte española, povo de abaixo la portuguesa, casi como en aquella serie televisiva de Berlanga) están separadas por una frontera que sólo aparece en los mapas. Se trata de una línea imaginaria denominada La Raya (o A Raia) que se estableció el 5 de octubre de 1143 por el Tratado de Zamora, firmado entre los monarcas Alfonso VII de León y Alfonso I de Portugal para reconocer la independencia del reino portugués tras la batalla de Ourique, disputada cuatro años antes.
En esa contienda, las tropas lusas que dirigía el conde Afonso Henriques (Alfonso Enríquez) realizaron una expedición por el Alentejo, correspondiente a las antiguas taifas de Badajoz y Sevilla, y aplastaron al ejército almorávide que les salió al paso, pese a estar en inferioridad numérica; la acostumbrada leyenda providencialista cuenta que Alfonso tuvo una visión de Jesucristo rodeado de ángeles prometiéndole la victoria ante el infiel. Era el 25 de julio de 1139 y al día siguiente Alfonso fue aclamado por los suyos como Rex Portugallensis.
Su tocayo leonés lo reconoció porque en 1135 se había hecho coronar Imperator totius Hispaniae, una idea unificadora de los reinos peninsulares bajo una misma corona que, ideada en el siglo IX por Alfonso III, último titular del Reino de Asturias (Adefonsus totius Hispaniae imperator, Magnus imperator, etc, había varias fórmulas), y adoptada por sus sucesores de León, reivindicaba la restauración del estado visigodo como forma de justificar la creación de esa monarquía salida de la nada. Y claro, un emperador necesita reyes vasallos, así que apenas hubo oposición a la creación de Portugal (¿cómo iba a haberla si el propio Jesucristo había tomado parte?) y el papa Alejandro III la ratificó en la bula Manifestus Probatum.
Pues bien, el Tratado de Zamora determinaba una frontera de millar y cuarto de kilómetros que, con ligeras variaciones coyunturales, se mantuvo más o menos estable con el paso de los siglos. Los casos de la citada Olivenza (ocupada por España en 1801, durante la Guerra de las Naranjas), Táliga (una parroquia de la anterior que también quedó en manos españolas) y el Coto Mixto (un territorio formado por los pueblos de Rubiás, Meaus, Santiago y Montealegre, del que ya hablamos en otro artículo) fueron excepciones.
Con dichas excepciones (no todas porque el Coto Mixto sería suprimido), las fronteras definitivas se acordaron en el Tratado de Lisboa de 1864, pactado por los delegados de la reina Isabel II de España y el rey Luis I de Portugal, entrando en vigencia en 1868. No obstante, en 1926 se firmó en Lisboa el Acuerdo de Límites, por el que se concedía a los habitantes de las zonas fronterizas los mismos beneficios que tuvieran los de los otros territorios explicitados en el tratado anterior.
Y, así, Rihonor de Castilla quedó ahí, en tierra de nadie. O, mejor dicho, en tierra de todos. En un rincón que desde la reestructuración territorial de 1833 pertenece a la provincia española de Zamora y está encuadrada en el municipio de Pedralba de la Pradería (comarca de Sanabria, cuyos famosos lagos pueden ser el punto de atracción turística base; La Puebla se encuentra a diez kilómetros), zona clásica de repoblación durante la Reconquista. Se trata de un lugar eminentemente rural, rodeado meridionalmente por la Sierra de la Culebra y siendo la portuguesa Braganza la ciudad importante más cercana, a veintiún kilómetros.
En la administración de Portugal es la freguesia (parte de un concelho o municipio, en este caso el de Bragança) de Rio de Onor, llamada así por el cauce fluvial que la atraviesa (Fontano en español). Lo cierto es que ése es su verdadero nombre, el histórico, y, de hecho, en los censos españoles aparece como Rionor; tanto la h intercalada como el complemento «de Castilla» fueron añadidos en la época franquista para castellanizarlo.
La cuestión lingüística es otra peculiaridad que añadir, pues los vecinos hablan español y portugués indistintamente pero con un ascendiente que pervive a duras penas: la del rihonorés, un dialecto del astur-leonés con influencias lusas que se une a los que hay en otros pueblos de la zona como Pedralba o Ungilde, aunque en estos últimos se parecen más al castellano.
El habla es prácticamente lo único que puede indicarnos la doble nacionalidad del lugar, pues los guardias civiles y guardiñas (de la Guardia Fiscal) que antaño ejercían su trabajo pidiendo pasaporte para pasar de un lado a otro del pueblo -salvo a los vecinos- desaparecieron con la aprobación del Tratado de Schengen y únicamente queda un hito de piedra para recordarlo. La última vez que se cerró ese paso fue en 1974, cuando tras la Revolución de los Claveles se temía que tropas franquistas entraran en Portugal para reponer la dictadura; era una simple cadena que no impedía el paso de personas ni tractores pero sí de automóviles y que, sorprendentemente, no se retiró hasta 1990.
Como escribió José Saramago:
«¿Cómo va aquí esto? ¿Se llevan bien con los españoles?» La informante es una vieja de gran antigüedad que nunca de aquí salió y por eso sabe de qué habla: «Sí, señor. Hasta tenemos tierras al otro lado». Confunde al viajero esta imprecisión de espacio y propiedad, y vuelve a quedar confundido cuando otra vieja menos vieja añade tranquilamente: «Y ellos tienen tierras también del lado de acá. Para sus botones, que no le responden, habla el viajero, y les pide auxilio de entendimiento. A fin de cuentas: ¿dónde está la frontera? ¿Cómo se llama este país, aquí? ¿Es aún Portugal? ¿Ya es España? ¿O sólo Rio de Onor y sólo eso?
FUENTES
José Saramago, Viaje a Portugal
Eusebio Medina García, Orígenes históricos y ambigüedad de la frontera hispano-lusa
José María Manuel García-Osuna y Rodríguez, El rey Alfonso VII «El Emperador» de León
Iñaki Martín Viso, Poblamiento y estructuras sociales en el norte de la Península Ibérica
Carlos Javier Salgado Fuentes, La evolución de la identidad regional en los territorios del antiguo Reino de León
Sergio del Molino, Lugares fuera de sitio. Viaje por las fronteras insólitas de España
Wikipedia, Rihonor de Castilla
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