El saqueo de la localidad irlandesa de Baltimore por corsarios berberiscos en 1631

Aunque la idea general es que otomanos y berberiscos limitaron sus correrías navales al Mediterráneo, se trata de un error puesto que barcos e incluso escuadras enteras se atrevieron a pasar las Columnas de Hércules y salir al océano Atlántico para atacar no sólo las Islas Canarias y Madeira sino incluso las costas británicas; lo vimos en otro artículo meses atrás. De todas las incursiones realizadas por esas latitudes, quizá la que dejó mayor impresión fue el llamado Saqueo de Baltimore, recordado en canciones y poemas.

Baltimore nos suena porque es el nombre de una ciudad del estado de Maryland, EEUU, cuna y tumba respectivas de dos de los grandes de la literatura norteamericana, Dashiell Hammett y Edgar Alan Poe.

Pero el Baltimore que nos ocupa hoy es el original, el europeo, ya que el nombre proviene de una localidad del condado de Cork, en el extremo meridional de Irlanda. Se trata de un pequeño pueblo pesquero que no llega a cuatro centenares de habitantes y que ha pasado a la Historia por el brutal asalto desde el mar sufrido en 1631.

Situacióin geográfica de Baltimore, en el condado de Cork (sur de Irlanda)/Imagen: Google Maps

Los bucólicos versos del poeta romántico Thomas Davis, en su obra The Sack of Baltimore, dan una idea de la placidez de la vida en aquel tranquilo rincón, cuyos vecinos lo último que esperaban era ver aparecer en el horizonte barcos enarbolando la bandera roja con la media luna:

The summer sun is falling soft on Carbery’s hundred isles.
The summer sun is gleaming still through Gabriel’s rough defiles.
Old innisherkin’s crumbled fane looks like a moulting bird,
and in a calm and sleepy swell the ocean tide is heard.
The hookers lie upon the beach; the children cease their play,
the gossips leave the little inn and the household kneels to pray,
and full of love and peace and rest – its daily labour o’er –
upon that cosy creek there lay the town of Baltimore.

Los otomanos habían sido prácticamente los dueños del Mediterráneo -especialmente el oriental- desde el siglo XIV, en dura competencia con las repúblicas italianas de Venecia y Génova, que trataban de resistir a los efectos del desmoronamiento del Imperio Bizantino. Pero la Sublime Puerta seguía ampliando sus dominios: Trebisonda, el Mar Negro, los Balcanes… Nada parecía capaz de pararla y, en consecuencia, iniciaron una expansión hacia occidente, de manera que el Adriático y el Levante ibérico empezaron a sufrir embates periódicos, agravados cuando el sultán Selim arrebató Argelia a los mamelucos y Solimán el Magnífico hizo otro tanto con Rodas respecto a la Orden de San Juan.

El Imperio Otomano y sus estados vasallos a principios del siglo XVII/Imagen: Flappiefh en Wikimedia Commons

El mundo cristiano se unió en una Liga Santa para hacerles frente, pero el genio militar de Jeireddín Barbarroja y la ayuda del rey francés Francisco I hicieron que fracasara una y otra vez hasta que en 1571 obtuvo la primera victoria en Lepanto. En la práctica no sirvió de gran cosa porque los otomanos reconstruyeron su flota en cuestión de meses y, además de conservar Creta, se lanzaron sobre Túnez, adueñándose de casi toda la franja litoral del norte de África. Mientras, paralelamente, continuaban ampliando fronteras por el océano Índico y fagocitaban las colonias portuguesas del este de ese continente. Pero aquel ciclo empezó a mostrar signos de desgaste a partir del siglo XVII por causas internas y eso lo aprovecharon los países occidentales para sacudirse el dominio musulmán.

Entonces fue el turno de los corsarios, que podían actuar por su cuenta y resultaban más escurridizos porque sus acciones no obedecían a objetivos estratégicos sino a simple sed de riquezas. Uno de ellos era Murat Reis el Joven, nombre islámico que adoptó el pirata holandés Jan Janszoon van Harlem tras ser capturado por los berberiscos en Lanzarote y convertirse a su fe. Como ya se dedicaba al oficio antes, se puso a las órdenes de Solimán Reis y en 1619, tras la muerte de éste, incluso le sustituyó al frente de la famosa República de Salé.

Se trataba de un pequeño estado independizado del sultán de Marruecos que los corsarios berberiscos usaron como base, desplazando el protagonismo que hasta entonces había tenido Argel; un poco al estilo de lo que habían hecho los piratas del Caribe en la Isla Tortuga primero y Nassau después. Como estaba en la costa atlántica, Murat Reis organizó varias expediciones por ese océano. La que nos interesa tuvo lugar el 30 de junio de 1631, fecha en la que los habitantes de Baltimore vivieron la madrugada más espeluznante de su hasta entonces pacífica existencia.

Jan Janszoon, cuadro de Pier Francesco Mola / foto dominio público en Wikimedia Commons

All, all asleep within each roof along that rocky street,
and these must be the lovers friends with gentle gliding feet.
A stifled gasp! A dreamy noise! «The roof is in aflame!»
From out their beds and to their doors rush maid and sire and dame,
and meet upon the threshold stone the gleaming sabres fall,
and o’er each black and bearded face a white or crimson shawl
The yell of «Allah» breaks above the prayer, and shriek, and roar,
Oh! Blessed God! The Algerine is Lord of Baltimore.
The yell of «Allah» breaks above the prayer, and shriek, and roar,
Oh! Blessed God! The Algerine is Lord of Baltimore.

En realidad las autoridades británicas esperaban una razia inminente, ya que no era la primera que sufrían. Como decíamos al principio, aquellas islas no escaparon a la codicia berberisca y ya habían sufrido incursiones con anterioridad: en las dos primeras décadas del siglo fueron capturados medio millar de barcos en aquellas aguas y en 1625 una flota recorrió los condados costeros ingleses, saqueándolos uno tras otro. Era cuestión de tiempo que se repitiera algo parecido y por eso se fortificó lo que a priori parecía el objetivo más lógico, Kinsale; a nadie se le ocurrió que fuera otro y aún menos un sitio tan modesto como Baltimore.

Eso originó suspicacias posteriormente y empezaron a circular rumores sobre el apoyo que los asaltantes habrían recibido por parte de los católicos, lo que no dejaba de resultar irónico teniendo en cuenta que unas décadas antes los ingleses tomaron parte en los saqueos otomanos al archipiélago canario. Fue en 1587, en el contexto de la guerra contra España y, de hecho, en ese mismo año Francis Drake llevó a cabo su contundente expedición contra Cádiz y para intentar la captura de la Flota de Indias a la altura de las Azores, mientras la Armada Invencible se estaba organizando en Lisboa.

Ahora, en 1631, las tornas habían cambiado y le tocaba a Inglaterra sufrir en sus carnes a sus antiguos aliados. Y es que la mayoría de los afectados de Baltimore no eran irlandeses -aunque también- sino colonos ingleses. La presencia de éstos en Cork fue motivo de inevitables discordias en las que se mezclaban cuestiones religiosas, políticas y económicas. Por ejemplo, el pueblo había sido fundado recientemente, en 1607, por el inglés Sir Thomas Crooke, un baronet calvinista que asentó allí a unos cientos de colonos y correligionarios de su país para enfado de los locales.

Ubicación de la República de Salé/Imagen: Omar-Toons en Wikimedia Commons

No lo hubiera conseguido sin la colaboración de Sir Fineen O’Driscoll, el señor gaélico del lugar, que en su día fue un incondicional de la reina Isabel I pero que se dejó convencer por sus parientes para tomar partido por la causa irlandesa en la batalla de Kinsale (el desembarco del tercio español de Juan del Águila en 1601 para tomar Cork y propiciar un levantamiento en la isla). La derrota supuso su caída en desgracia y para obtener un indulto transigió con el plan de Crooke. Llegaron los colonos, se les concedieron tierras junto a la licencia de la boyante pesca de sardinas y Baltimore fue prosperando.

Desde el primer momento hubo recelo en las poblaciones vecinas, que acusaban a los colonos de Baltimore de mejorar su nivel de vida al participar de los beneficios de la piratería y el contrabando que patrocinaría Crooke aprovechando la existencia de numerosas calas en esa costa. La acusación llegó hasta el rey Jacobo I, que le llamó a la corte para procesarlo; al final fue exonerado. Todavía hoy pervive la polémica entre historiadores sobre si era culpable o no; en todo caso, la Corona, que creía que sí, prefirió mirar hacia otro lado para no estropear la buena marcha de la colonia, pues le convenía mantener aquella pica en Irlanda (tras la Conspiración de la Pólvora había puesto fin a su tolerancia hacia los católicos).

Ahora bien, el baronet se había ganado poderosos enemigos y el más destacado era Sir Walter Coppinger, un ilustre abogado miembro de una las familias más prominentes de Cork… y católico. Al ser cuñado de O’Driscoll, creía tener derechos sobre Baltimore, por lo que era declaradamente hostil a los colonos ingleses, que encima eran herejes. Aquel conflicto jurídico pareció solucionarse en 1610, mediante un pacto a tres bandas por el que el pueblo se arrendaba a los colonos por veintiún años; pero, en la práctica, Coppinger siguió presionándolos y ellos denunciándolo. La situación se enquistó durante años hasta que Crooke falleció en 1630.

Además de dedicarse a las leyes, Coppinger también era prestamista y actuaba implacablemente con quien no podía devolver el dinero adelantado, siendo acreedor de mucha gente; por eso no resultaba precisamente popular. Cuando O’Driscoll y Crooke fallecieron en un breve lapso de tiempo (1629 y 1630 respectivamente), Coppinger se vio por fin con las manos libres para consequir el control efectivo sobre Baltimore. Con todo esto, no es de extrañar que muchos considerasen que el ataque corsario del año siguiente se hizo con su aquiescencia. También se acusó a los familiares de O’Driscoll, que tras la derrota de Kinsale se habían refugiado en España.

Retrato de Jacobo I (John de Critz)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo cierto es que Murat Reis no necesitaba padrinos. Capitaneó personalmente la razia, la más grande realizada hasta la fecha en tierra británica. Llevaba a sus órdenes una tripulación variopinta de doscientos hombres, entre los que había corsarios argelinos y otomanos pero también marroquíes; hasta holandeses que habían navegado antes con él. Esto, unido al hecho de que forzaron a John Hackett, un pescador al que apresaron sobre la marcha, a servirles de guía a cambio de su libertad (y que al final de todo aquello terminó colgando de una soga a manos de las autoridades por colaborar con el enemigo, al convencer a Murat de que sería más fácil hacerse con Baltimore), reforzó la sensación de una traición desde dentro.

Era una forma de explicar psicológicamente el que Irlanda, y por ende Inglaterra, fueran más vulnerables de lo que se creía a ataques exteriores, a pesar de la propaganda difundida desde el fracaso de la Invencible. Y es que la incursión corsaria fue demoledora. Se sometió el pueblo a saqueo y luego, tras prenderle fuego, de uno a dos centenares de sus vecinos, la mayoría ingleses pero también algunos irlandeses (aunque se dijo que estos últimos fueron liberados por orden de Murat), fueron apresados para su venta como esclavos; únicamente tres (uno rescatado in extremis y los otros dos en 1646) volverían a Irlanda, quedando el resto en Argel, los hombres dedicados a trabajos forzados o galeras, las mujeres en harenes. Llegaría a haber de siete a nueve mil esclavos británicos en Berbería antes del final de siglo, aunque constituían una minoría comparada con los de otros países.

They only found the smoking walls, with neighbour’s blood besprint
and on the strewed and trampled beach awhile they wildly went
then dashed to sea and passed Cape Clear and saw five leagues before
the pirate galleys vanished, that ravished Baltimore.
Oh! Some must tug the galleys oar and some must tend the steed.
This boy will bear a sheik’s chibouk; and that a bey’s jeered.
Oh! some are for the arsenals by beauteous Dardenelles.
And some are in the caravans to Mecca’s sandy dells.
The maid that Bandon gallant sought is chosen for the Dey.

Hay que tener en cuenta que Murat Reis continuó sus correrías por esas aguas apoderándose de la isla de Lundy, en el Canal de Bristol (el que separa Inglaterra y Gales), donde estableció tanto una base de operaciones para otras incursiones por aquellas latitudes (las sufrieron los litorales de Gran Bretaña, Islandia, Escandinavia y Dinamarca, además de archipiélagos casi indefensos como los de las Shetland, Feroe y Vestman) como un punto de reunión para los esclavos capturados en ellas, calculados entre cuatrocientos y ochocientos sólo en aquel viaje. Era tan buen sitio que tiempo después, cuando los musulmanes se fueron de Lundy, reaprovecharon piratas de otras nacionalidades.

Los supervivientes dejaron su arrasado pueblo y se instalaron en la vecina Skibbereen, localidad ubicada a varios kilómetros tierra adentro y, por tanto, más segura que Baltimore, que quedó abandonada durante décadas. En el siglo XVIII, en un contexto muy diferente ya, se empezó a rehabitar, recuperando lentamente su desarrollo económico hasta que en 1845 volvió la ruina por culpa de la Gran Hambruna (paradójicamente, el Imperio Otomano fue el primero en enviar ayuda). Sin embargo, el recuerdo de aquel traumático episodio pervivió y hoy en día no faltan alusiones a él en canciones, poemas y nombres de pubs.


Fuentes

The Stolen Village: Baltimore and the Barbary Pirates (Des Ekin)/Pirate Utopias: Moorish Corsairs & European Renegadoes (Peter Lamborn Wilson)/The Poems of Thomas Davis (Thomas Davis)/Ottoman corsairs in the Atlantic during the 16th century. Murat Rais, the Albanian and the first Ottoman expedition to the Canary Islands (Ardian Muhaj)/El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (Fernand Braudel)/British Slaves on the Barbary Coast (Robert Davis en BBC)/Wikipedia


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