Sabemos que la timidez afecta tanto a humanos como a animales pero ¿y a las plantas? Pues resulta que sí, que ciertas especies de árboles desarrollan lo que en términos botánicos se denomina de esa manera y consiste en un extraño crecimiento de sus ramas de forma que evitan tocar las del vecino. Cuando eso se produce entre ejemplares muy cercanos que forman un dosel arbóreo, pueden apreciarse las brechas que dejan entre sí para no entrar en contacto, tal como muestra la foto. La explicación de este fenómeno no está clara y hay unas cuantas hipótesis.

Un dosel arbóreo o canopia es esa especie de techo forestal que tienen los bosques y selvas cuando las copas de los árboles se juntan formando una bóveda vegetal continua. Sin embargo, a veces se encuentran casos en los que ejemplares adyacentes limitan el crecimiento de sus ramas en mutua dirección, originando una especie de fisura entre ambas copas.

Es lo que en español se conoce como timidez (en inglés crown shyness, término acuñado en los años cincuenta por el botánico australiano Maxwell Ralph Jacobs) y resulta especialmente curioso que suela ocurrir entre ejemplares de una misma especie, aunque a veces también afecta a los de distinta.

Uno de los doseles forestales más fotogénicos del mundo: el de Dülmen, en Alemania/Imagen: Dietmar Rabich en Wikimedia Commons

En ese sentido, no es algo generalizado entre los árboles sino característico de algunas especies en concreto que, eso sí, aparentemente no tienen nada que ver entre sí. Es el caso del Pinus contorta de Norteamérica, del mangle prieto tropical, del alerce japonés y de ciertos tipos de eucalipto, por ejemplo, pero sobre todo del género Dryobalanops, oriundo de sitios como Sumatra, Península de Malasia y Borneo. Se puede apreciar que, excepto los mangles, los otros son árboles que tienden a crecer en altura, más que a lo ancho.

Decíamos que son multitud las posibles explicaciones propuestas para explicar la timidez y los expertos no han llegado a ningún acuerdo pese a estar debatiendo el tema desde hace un siglo, así que hoy se tiende a pensar que no hay una única causa sino que cada especie ha desarrollado ese mecanismo adaptativo por razones diferentes. Es decir, lo que se llama convergencia evolutiva: la evolución de dos estructuras que no tienen que ver entre sí por medios similares, como puede pasar con el vuelo de aves y murciélagos, por ejemplo, o la capacidad natatoria de peces y focas.

Concretando, una teoría habla de un original tipo de simbiosis: en lugares de fuerte viento las ramas suelen chocar entre sí, dañándose y creando esas grietas en el dosel forestal; para evitarlo o minimizarlo, los árboles desarrollan la timidez. Es una idea surgida a partir del estudio de esas ramas, que demuestra que crecen normalmente hasta que se producen abrasiones y es entonces cuando se detiene su crecimiento, originando esa distancia de seguridad. Asimismo, cuando se aplican medidas para evitar esos choques (podándolas) las ramas vuelven a crecer y recubren la brecha originada entre ambas copas.

Timidez de Dryobalanops aromatica en Malasia/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En relación a esto, también se ha observado que la detención del crecimiento en esos casos de abrasiones, se debe a que los tejidos de los nódulos de las ramas sufren traumáticamente y se inhiben; algo muy interesante porque se ha documentado en sitios lejanos entre sí. Por cierto, el peligro de recibir daños no viene sólo del viento sino también de parásitos diversos como los minadores, larvas de insectos que viven en los tejidos de las hojas alimentándose sólo de las capas que tienen menos celulosa y dejando las otras para protegerse; la timidez serviría para frenar su propagación.

Otras explicaciones parten de supuestos muy diferentes. Así, hay quien resalta la importancia del acceso a la luz en un hábitat como el boscoso, donde la frondosidad lo dificulta. Sabemos que las plantas tienen fitocromos (proteínas fotorreceptoras capaces de percibir la luz roja) que provocan un estímulo a su organismo en función de la señal; la floración, la germinación y la regulación de su metabolismo según sea de día o de noche son algunas de esas respuestas y entre ellas figuraría también una reacción evasiva de la sombra.

Se manifestaría con la interrupción del crecimiento de las hojas cuando se detectase demasiada proximidad a la copa vecina, con el consiguiente riesgo de quedar a su sombra y originando así las fisuras en el techo arbóreo. Como indica la propia palabra, la luz resulta fundamental para la fotosíntesis (el proceso químico por el que las plantas con clorofila convierten las sustancias inorgánicas en orgánicas para abastacerse de energía) y por eso otras especies han desarrollado métodos alternativos para su búsqueda en ambientes umbríos, caso de Socratea exorrhiza, un tipo de palmera centro y sudamericana que se desplaza buscando los claros donde penetran los rayos del sol.

Una Socratea exorrhiza de Costa Rica/Imagen: Jimfbleak en Wikimedia Commons

Las ideas expuestas se completan con otra no menos fascinante: la de que los árboles mantienen una especie de comunicación entre ellos a través de la emisión de compuestos orgánicos volátiles, sustancias químicas que se lanzan al aire precisamente por las hojas y sirven para coordinar algunos de sus procesos fisiológicos con los otros árboles. A esta capacidad se la conoce como alelopatía, es decir, la capacidad de unas plantas para influir sobre otras a través de los compuestos químicos. Eso sí, falta establecer una relación causa-efecto, si la hay, porque no hay demostración científica todavía de que produzca timidez.

Todo esto puede resultar sorprendente pero lo es aún más cuando vemos el caso de Arabidopsis, un género de hierbas originarias de Europa que quizá le suene a algún lector porque una de sus especies, Arabidopsis thaliana, fue la primera planta de la que se secuenció el genoma íntegramente, allá por diciembre del año 2000 (o acaso le sea más familiar porque la NASA anunció planes para cultivarla en la Luna y Marte). El caso es que Arabidopsis también manifiesta timidez en determinadas situaciones pero con un asombroso matiz: retiene el crecimiento de sus hojas cuando éstas están a punto de contactar con las de un congénere pero, en cambio, lo intensifica en aquellas que pueden dar sombra a vecinos de otra especie.

A ver si al final el mundo vegetal no va a ser tan diferente al humano…



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