En el año 2011, los levantamientos que se conocieron como Primavera Árabe consiguieron derrocar los gobiernos de Túnez y Egipto. En marzo de ese año también estallaron en Siria protestas pacíficas, tras la detención y tortura de 15 niños por realizar grafitis en apoyo de esos levantamientos.

La respuesta del gobierno sirio contra los manifestantes, numerosos muertos y detenidos, fue lo que encendió la mecha. Para julio se había creado un grupo rebelde denominado Ejército Sirio Libre, formado con desertores de las fuerzas armadas y cuyo objetivo era derrocar al gobierno. La guerra civil estaba servida.

El conflicto puso de manifiesto la división de la sociedad siria, cuya población es de mayoría sunita, pero cuya clase gobernante pertenece a la rama alauita del Islam chiíta. Esta rama, que se considera a sí misma como un grupo moderado dentro del Islam, es la minoría religiosa más importante de Siria tras los cristianos, drusos e ismailíes.

Foto ACNUR

El origen del conflicto pudo estar influenciado también por la grave sequía que sufrió el país entre 2007 y 2010, lo que provocó la emigración masiva de personas del campo a las ciudades. Se calcula que hasta un millón y medio se desplazaron, lo que supuso un aumento de la pobreza y el malestar social.

Aparte de la intervención extranjera de Rusia (a favor del gobierno sirio) y los Estados Unidos (en contra), el mundo árabe se dividió entre los gobiernos chíitas (Irán, Irak, Líbano) que apoyaron al régimen sirio, y los sunitas (Turquía, Qatar, Arabia Saudita) a favor de los rebeldes.

A todo ello se sumó la entrada en escena del Estado Isámico (ISIL/ISIS), y los grupos kurdos apoyados por los Estados Unidos. Un cóctel realmente explosivo.

Desde 2012 han existido conversaciones y negociaciones de paz entre ambos bandos, las últimas en el año 2017, pero hasta ahora han fracasado porque no se ponen de acuerdo en el papel que debería jugar el presidente Assad en un futuro gobierno de transición.

Foto dominio público en pixabay.com

El conflicto, que dura ya 7 años, ha provocado la mayor crisis de refugiados y derechos humanos desde la Segunda Guerra Mundial (dura ya más que ésta), con millones de refugiados sirios desplazados dentro de su país o a otros lugares más allá de sus fronteras.

En febrero de este año 2018 el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) registró la cifra de más de cinco millones y medio de refugiados sirios en otros países (la mayoría en Líbano, Turquía y Jordania), y se estima que hay más de seis millones de desplazados en el interior de Siria. Tres de cada cuatro refugiados son mujeres y niños.

ACNUR y otras organizaciones proveen asistencia y ayuda humanitaria en los campos de refugiados. Sin embargo, según datos del propio ACNUR la financiación para la ayuda humanitaria destinada a las personas que han tenido que huir de sus hogares es cada vez más reducida. En 2018, apenas cubre la mitad de las sus necesidades, aumentando los riesgos derivados.

El problema se agrava ahora con la llegada del invierno, especialmente en Líbano y Jordania, donde las temperaturas podrían bajar a –18º. La ayuda corre peligro de tenerse en noviembre si no aumentan los fondos lo cual podría tener un impacto devastador en las familias refugiadas en Jordania y Líbano, donde la mayoría vive por debajo del umbral de la pobreza.


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