En 1964, Madeleine Edison Sloane viajó a Japón y se acercó hasta Iwashimizu Hachimangu, un santuario sintoísta que hay en la prefectura de Kioto, cerca de la ciudad de Yawata. La razón de aquella visita no era turística sino conocer personalmente un memorial que hay tras sus muros y tomar parte en uno de los dos festivales que se celebran allí en recuerdo de su padre. Madeleine no tenía un progenitor cualquiera: se trataba de Thomas Alva Edison y ahora seguramente se estarán preguntando qué tenía que ver con aquel sitio. Pues vamos a verlo.
El famoso inventor estadounidense nació en 1847 en Milan, una localidad del estado de Ohío, hijo de una familia de ascendencia holandesa. Es curioso que de niño fue menospreciado en la escuela por considerársele incapaz para los estudios, por eso empezó a trabajar en múltiples empleos, vendiendo periódicos, comestibles, y otras cosas a bordo del tren que hacía la ruta a Detroit. En destino tenía un tiempo muerto de seis horas que consumía en la biblioteca, leyendo vorazmente.
Eso le despertó cierto interés por la ciencia y empezó a hacer experimentos por su cuenta, utilizando un vagón ferroviario vacío como laboratorio. También en él instaló una pequeña imprenta manual con la que editaba un semanario llamado Grand Trunk Herald; vendía sus cuatrocientos ejemplares durante los trayectos.
Luego salvó la vida del hijo de un telegrafista ferroviario que estuvo a punto de ser arrollado por un tren y éste, en agradecimiento, le enseñó el código morse y telegrafía, lo que le permitiría encontrar trabajo en el sector cuando creció la demanda de operarios por la Guerra de Secesión.
Por entonces aún era un adolescente pero ya hizo su primer invento: un repetidor automático de señales telegráficas. Pero no llegó a patentarlo, así que su primera patente oficial, en 1868, fue un instrumento para el recuento de votos mecánicamente. El mundo de la política norteamericana, al que estaba destinado, lo rechazó pero Edison estaba ya plenamente lanzado a su vocación inventora y, a lo largo de los años siguientes hasta su muerte en 1931, fueron saliendo de su prodigiosa mente muchas más ideas; más de un millar, incluyendo el fonógrafo, el kinetoscopio, el vitascopio, la película de celuloide (aunque George Eastman se le adelantó en patentarla) y la cámara de cine (que los hermanos Lumiére reclamaban también).
Pero de todas ellas la más trascendente y la que nos interesa aquí fue la bombilla. Hay cierta controversia al respecto porque el británico Joseph Wilson Swan reclamó la autoría un año antes que el estadounidense, en 1879, pero se considera que Edison logró la primera lámpara incandescente viable desde un punto de vista comercial. Es decir, no fue el inventor exactamente y, de hecho, antes de Swan ya habían presentado sus propios modelos otros pioneros como Henry Woodward, Mathew Evans, James Bowman Lindsay, William Sawyer y Warren de la Rue.
La gran aportación de Edison fue su perfeccionamiento, al conseguir un filamento que se mantenía mucho tiempo sin fundirse gracias a la ausencia de aire dentro de la esfera de vidrio de la lámpara. Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto porque encontró que el material idóneo para ello era el bambú. Hasta entonces había probado con hilo de algodón -carbonizado y cubierto de alquitrán- pero no resistía encendido más de unas 40 horas. En cambio, el uso de bambú carbonizado, excelente conductor eléctrico, permitió a su bombilla superar esa marca y resistir encendida un centenar de horas seguidas.
La prueba se llevó a cabo en la segunda mitad de 1879 y unos meses después, en Año Nuevo, se inauguró el primer alumbrado eléctrico en Menlo Park (Nueva Jersey), encargado a Edison y consistente en cincuenta y tres focos; la admiración general hizo que le apodaran el Mago de Menlo Park. Al año siguiente fundó la Edison Electric Light Company, germen de la posterior General Electric. Empezaba así la era de la iluminación mediante electricidad, que poco a poco iría dejando atrás las farolas de gas urbanas o las velas y quinqués de las casas.
Pero la cosa no acaba aquí porque todavía falta por explicar la relación con Japón y fue, como decíamos antes, a causa del bambú. La clave para comercializar bombillas era que durasen encendidas más de 600 horas así que puso a varios colaboradores a investigar, enviándolos por los rincones del mundo a recopilar materiales que pudieran servir de conductor. Llegaron a recopilarse miles de ellos pero la idea de usar bambú se le ocurrió a él mismo por casualidad, al probar con las varillas de un abanico nipón hechas de ese material y descubrir que la bombilla pulverizaba el récord: 200 horas incandescente.
Entonces descartó todo lo demás y envió a sus colaboradores por el mundo en busca del mejor bambú (hay más de un millar de tipos). Uno de ellos era William H. Moore, que viajó a Japón y allí le recomendaron buscar en Kioto, donde se cultivaba una subespecie de gran finura (todavía hoy el bosque de Arashiyama que hay en las afueras de la ciudad es un importante atractivo turístico). Moore recopiló un buen puñado de muestras y se las envió a su jefe, quien fue probando cada tipo y, poco a poco, perfeccionando sus bombillas hasta lograr que resistieran más de 2.450 horas encendidas. El filamento de bambú japonés se utilizaría durante una década, hasta que fue sustituido por otro de celulosa en 1894.
Al parecer, el mejor bambú era uno que crecía en la cima del monte Otoyama, que domina la ciudad de Yawata. Ahí es donde está el santuario Iwashimizu Hachimangu que citábamos al comienzo, el que visitó la hija de Edison para contemplar un memorial erigido en honor a su padre en 1934 y que alabó emocionada asegurando que no había visto otro tan maravilloso ni en EEUU. El santuario es un lugar bastante antiguo cuyas primeras estructuras se construyeron en el siglo IX, durante el período Heian (el último de la época clásica nipona antes de dar paso al Kamakura, feudal), bastante vinculado al trono imperial porque fue el emperador Seiwa quien ordenó iniciar las obras.
Por lo tanto, el interés es triple para un visitante: por un lado, la parte histórico-artística del sitio; por otro, la religiosa (si uno es sintoísta); y por último está la anécdota de Edison, al que además se homenajea con varios festivales. Uno es el Tôryôka o Fiesta de la Luz, que tiene lugar cada 4 de mayo y en el que se encienden farolas cuyas bombillas funcionan con filamentos de bambú local; otro se celebra cada 11 de noviembre, fecha de su nacimiento (y, casualmente, el de la nación japonesa), y recibe el nombre de Edison Seitan-sai; el segundo es cada 18 de octubre, aniversario de su fallecimiento, y recibe el nombre de Edison Hizen-sai.
En este último se interpretan los himnos nacionales de Japón y EEUU frente al memorial mientras se izan las respectivas banderas y se coloca una corona de flores. Los oficiantes son representantes de las compañías eléctricas y miembros de la asociación Edison shoutokukai.
Un par de eventos más que añadir a la lista de ellos que se celebran en Japón, a cual más variopinto e incluso estrambótico (ellos mismos los denominan kisai, que significa fiestas raras), como recordará quien haya leído nuestro artículo dedicado a los matsuris.
FUENTES
Yokoso Japan, Thomas Alva Edison, the Bamboos of Yawata and the light for Humankind
Iwasimizu, Thomas Edison and Iwashimizu Hachimangu
Tokyo Weekender, The Unlikely Connection Between Thomas Edison and Iwashimizu Hachimangu
Ernest Freeberg, The Age of Edison: Electric Light and the Invention of Modern America
Ronald Clark, Edison: The Man Who Made the Future
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