Dentro de lo enigmática y desconocida que, en general, ya de por sí nos resulta la historia de China, hay algún que otro episodio tan extraño que es difícil establecer dónde acaba la realidad y dónde empieza el mito, un poco como pasa también con algunos emperadores romanos, cuyo estrambótico comportamiento empieza a ser puesto en tela de juicio. En el caso chino tenemos, por ejemplo, el del inefable rey You de Zhou, al que una broma de dudoso gusto terminó costándole el trono y convirtiéndole en el último de su dinastía.
Hablamos de la dinastía Zhou Occidental, porque, como vamos a ver, hubo una oriental; la sucesora, de hecho. Hay que remontarse a una época bastante lejana, al siglo VIII a.C. nada menos, que, para situarnos, corresponde al del auge del Imperio Neoasirio, a la expansión etrusca por la península itálica, a las leyes del espartano Licurgo, a la mítica fundación de Roma por Rómulo y Remo o a la composición por Homero de La Ilíada y La Odisea, entre otras muchas cosas reseñables.
La dinastía Zhou, la tercera de la historia de China y la segunda de la que hay constancia documental tras la Shang (la primera sería la Xia, iniciada en el siglo XXI a.C. y considerada una fase de transición desde el Neolítico al Bronce; aunque en 1959 se demostró su existencia al hallarse vestigios arqueológicos en Henan, está tan teñida de leyenda que ofrece más dudas que certezas); la Zhou, decíamos, empezó en el año 1122 a.C. y tiene como característica que aún no era imperial sino real.
Los monarcas Zhou procedían del noreste del país, del entorno de la zona alta del Río Amarillo, actual provincia de Shanxi. El relato oficial contaba que derrocaron a los Shang -de los que eran vasallos- para sustituir su gobierno corrupto por otro honrado y más fuerte que consolidaron los tres primeros reyes, Wu el Civilizador, Cheng el Guerrero y Kang. Hubo trece en total (si se incluye la regencia de Gonghe) y You fue el último, estando su caída envuelta también en un tono casi legendario, con fenómenos naturales de mal agüero y la aparición de un personaje que precipitó las cosas.
En un mismo año, el 780 a.C., coincidieron dos manifestaciones de la Naturaleza: por un lado, se registró el primer eclipse solar del que hay constancia en China y, por otro, se produjo un terremoto que azotó Guangzhong. Ésta era la región desde donde los Zhou empezaron su campaña contra los Shang en el 1045 a.C. aproximadamente y sería el escenario de los siguientes acontecimientos. Un adivino llamado Bo Yangfu interpretó aquellos signos como presagio de la caída de la dinastía reinante pero fue al año siguiente cuando se inició realmente el proceso.
Y es que entonces hace acto de aparición en la Historia Bao Si, una joven cuyo origen se narraba en clave fantástica. El mito cuenta que nació de una esclava virgen que había sido mordida por un lagarto negro, el cual, a su vez, procedía de la saliva de dos dragones que se conservaba en la corte desde los tiempos de los Xia y de la que se derramó un poco en el suelo cuando el rey Li abrió la caja donde se guardaba para verla. La niña, abandonada por su progenitora, fue adoptada por un matrimonio que más tarde se la regaló al rey You como criada.
Dejando aparte la fábula, lo cierto es que el monarca quedó deslumbrado por ella y la convirtió en su concubina en el 779 a.C.; más aún, en su esposa favorita, en perjuicio de la reina Shen, que fue postergada junto al príncipe Yijiu. Éste, además, perdió su condición de heredero en beneficio del hijo que You tuvo con Bao Si, llamado Bofu. Pero la nueva soberana, quizá por su pasado, era de carácter triste y su marido quiso alegrarla ofreciendo una fortuna a quien lo consiguiera. Así surgió la idea de un cortesano de encender las almenaras para burlarse de los nobles.
Almenara era el nombre que se daba antaño al fuego encendido en lo alto de una atalaya para avisar de algo (enemigos, llegada de barcos…). Los griegos lo llamaban angaro (mensajero público) pero es la otra palabra, de origen árabe, la que ha trascendido. En el caso chino se había dispuesto ese sistema ante una amenaza exterior: la de los quanrong, una etnia nómada del noroeste de China cuyo poder había ido creciendo considerablemente, obligando a la corona a hacer alguna expedición punitiva y a organizarse defensivamente ante un posible intento de invasión.
Las almenaras formaban parte de ese sistema y, en efecto, al ver la señal todos los vasallos del rey corrieron al palacio pensando que por fin había llegado el temido momento…para encontrar que todo era una broma montada con el objeto de hacer reír a la melancólica Bao Si. Seguramente la cosa no hubiera pasado a mayores de no ser porque la gracia se repitió varias veces más, irritando a todos y sembrando desconfianza hacia la fiabilidad de las llamadas.
La reina Shen vio la oportunidad de vengarse y apoyada por su padre, un poderoso aristócrata, entabló conversaciones con los quanrong y otros estados fronterizos, acordando una alianza: los ejércitos de esos pueblos se unirían a las tropas de Shen para derrocar a You y restablecer el derecho de su nieto a heredar el trono. El ataque conjunto se llevó a cabo en el año 771 a.C. contra Haojing, la capital, y tuvo éxito porque esta vez ningún noble acudió a la llamada. La vieja fábula de Pedro y el lobo en versión asiática.
El rey murió en la contienda junto a Bofu mientras Bao Si era capturada. Inicialmente se pactó con ella dejarla libre a cambio de que abandonara el reino pero terminó ahorcándose, se supone que ese mismo año. Los quanrong saquearon el palacio real pero finalmente aceptaron marcharse previo pago de un sustancioso soborno negociado con el padre de Shen, varios notables que secundaron el golpe y el propio Yijiu, que subió al trono como legítimo heredero que era -o había sido- trocando su nombre por el de Ping de Zhou.
Así, la dinastía continuaba con el mismo apellido pero se introdujo un matiz. Dado que la capital había quedado medio destruida por la guerra, en el año 722 a.C. la corte se trasladó más al este, a Chengzhou, por eso a partir de ahí se conoció a esa dinastía como la de los Zhou Orientales. Reinaron durante el llamado Período de las Primaveras y Otoños y, pese a durar más de tres siglos, hasta el 481 a.C., la autoridad real no resultó suficientemente fuerte, respetándosela apenas ceremonialmente.
En consecuencia, el territorio fue disgregándose en estados independientes que, enfrentados entre sí por hacerse con el poder absoluto, abrirían otra etapa conocida como de los Reinos Combatientes. Los más destacados eran los de Han, Zhao y Wei, si bien al final, en el 256 a.C, fue Qin el que consiguió derrotarlos a todos, unificando el país y originando la dinastía homónima, que ya pasó a considerarse imperial con su primer titular, Qin Shi Huang. Y siempre, flotando en el recuerdo y glosada por literatos, pervivió la parábola de aquel rey que estaba tan enamorado de su reina que por verla reír perdió su trono.
Fuentes
Michael Loewe y Edward L. Shaughnessy, eds, The Cambridge History of Ancient China. From the Origins of Civilization to 221 BC | Gregorio Doval, Breve historia de la China milenaria | John King Fairbank, China, una nueva historia | Sima Qian, Records of the Grand Historian | Wikipedia
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