Cruzar la frontera interior entre las dos Alemanias no fue algo imposible durante la Guerra Fría. De hecho la frontera nunca fue completamente sellada al estilo de lo que ocurre entre las dos Coreas. Claro que, por lo menos hasta finales de la década de 1970, era más fácil que un turista occidental cruzase a la Alemania Oriental que los ciudadanos orientales pudieran emigrar a Occidente.

El caso es que un aventurado e intrépido turista occidental podía cruzar la frontera entre las dos Alemanias, de manera legal, por una serie de puntos establecidos por carretera, tren, barco (en el caso de los ríos) o avión. No era fácil conseguir derechos de paso, pero tampoco imposible.

Los viajeros procedentes de Dinamarca, Suecia, Polonia y Checoslovaquia, o que se dirigían a estos países, podían cruzar por la Alemania Oriental. Los turistas extranjeros debían enviar previamente su itinerario a la oficina de turismo germanooriental, por lo menos con nueve semanas de antelación a su viaje. Asimismo, una vez en el país debían registrarse en la comisaría de policía más cercana.

Interhotel Kongress en Karl-Marx-Stadt (hoy Chemnitz) / foto Bundesarchiv, Bild 183-N0210-0015 en Wikimedia Commons

Entre las cuestiones más curiosas es que estaban obligados a gastar un mínimo de dinero al día, solo podían repostar gasolina en estaciones previamente aprobadas, y tenían que alojarse obligatoriamente en un Interhotel, donde las habitaciones costaban hasta diez veces más que en un hotel normal.

Interhotel era el nombre de la cadena hotelera de lujo fundada en 1965. Originalmente tenía establecimientos en Berlín, Erfurt, Jena, Magdeburg, Chemnitz (entonces llamada Karl-Marx-Stadt) y Leipzig. Al final el número de establecimientos sobrepasaba los 30.

Los Interhoteles de cinco estrellas estaban reservados exclusivamente para huéspedes de países no socialistas o comunistas. Los ciudadanos de éstos países del Comecon sólo podían acudir a los de cuatro estrellas, como el Park Inn Berlin, o a los más modestos de tres estrellas que se encontraban en las ciudades más pequeñas, como el Hotel Elephant de Weimar.

El Gran Hotel de Berlín / foto dominio público en Wikimedia Commons

Quien controlaba la cadena hotelera era nada menos que la Stasi, la policía secreta, camuflada bajo el departamento de turismo. Así que como se pueden imaginar la mayoría de las habitaciones estaban plagadas de micrófonos y cámaras ocultas.

No parece extraño que la Alemania Oriental no llegase a desarrollar una industria turística importante, visto como trataban a los visitantes.

Tras la reunificación los hoteles de la cadena fueron vendiéndose a otras empresas, y parece ser que en 2006 ya no quedaba ninguno bajo el control de Deutsche Interhotel, cuando los últimos doce fueron adquiridos por la norteamericana Blackstone Group.


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