Aunque los servicios de inteligencia se consagraron sobre todo en la Guerra Fría, ya habían tenido papeles más o menos importantes a lo largo de la Historia. En ese sentido, es posible que se pueda considerar entre los mejores agentes que han existido a uno que actuó durante la Segunda Guerra Mundial, proporcionando millar y medio de informes a los Aliados, hasta el punto de ser descrito por el general Marshall como «nuestra principal fuente de información respecto a las intenciones de Hitler en Europa». Lo irónico es que ese espía no era tal; se trataba del barón Hiroshi Ōshima, embajador japonés en Berlín, cuyos despachos a su gobierno eran interceptados y descifrados sin que él se enterase.
Ōshima, nacido en la prefectura de Gifu en 1886, era de familia noble y ya llevaba en los genes el servicio público porque su padre había sido Ministro de Guerra de 1916 a 1918. Ingresó en la Rikugun Shikan Gakkōla (Academia del Ejército Imperial Japonés), obteniendo el despacho de teniente en 1908. Luego asistió a la Rikugun Daigakkō (Escuela de Guerra del ejército) y fue ascendido a capitán en 1915. Su primer destino fue Siberia, en la intervención que el ejecutivo nipón llevó a cabo entre 1918 y 1922 para frenar la expansión hacia oriente de la Revolución Bolchevique y hacerse con el puerto de Vladivostok antes que los británicos.
En aquel contexto, Japón había ido alejándose de sus aliados en la Primera Guerra Mundial (Francia, Gran Bretaña, EEUU) para acercarse poco a poco a Alemania, aunque sin llegar a apoyarla bélicamente. Al acabar la contienda y proclamarse en ese país la República de Weimar, Ōshima fue enviado a la embajada en Berlín como agregado militar adjunto, cargo que más tarde ejerció en otras legaciones como Budapest (1923) y Viena (1924). Entretanto fue ascendiendo en el escalafón y en 1930, cinco años después de volver a su país, alcanzaba el grado de coronel, recibiendo el mando de un regimiento de artillería.
Pero se estimó que sus servicios serían más útiles en la diplomacia y, concretamente, en Berlín, dado que había aprendido a hablar alemán. Así que en 1934, con el régimen nazi ya plenamente instaurado en el poder, regresó de nuevo a la embajada como agregado militar. Ōshima simpatizaba con el nazismo y entabló amistad con el ministro de exteriores germano, Joachim von Ribbentrop, colaborando activamente con él en la redacción del Pacto Antikomintern, firmado en 1936 por Adolf Hitler y el embajador Kintomo Mushakoji (en nombre del primer ministro Kōki Hirota); ese acuerdo tenía como objetivo detener al comunismo y crear Manchukuo (un estado títere en Manchuria), sumándose después, progresivamente, Italia, España, Hungría y otros.
De hecho, se dijo que aquel tratado fue impulsado por Ōshima sin contar con el Ministerio de Exteriores japonés y así lo manifestó Joseph Grew, embajador estadounidense en la capital alemana, lo que resulta significativo en dos sentidos: por un lado, demuestra la afinidad ideológica del agregado militar hacia el régimen hitleriano («era más nazi que los nazis» se decía de él); por otro, revela el nivel de conocimiento que la embajada de EEUU tenía sobre las actividades del nipón, que dos años después no sólo fue ascendido a teniente general sino que pasó a ser embajador.
En ese nuevo puesto reforzó aún más su relación con Ribbentrop y adquirió mayor capacidad de actuación como visceral anticomunista, organizando con agentes rusos una operación para matar a Stalin -que evidentemente no se concretó-, además de manifestar a los teutones su deseo de acordar una colaboración dirigida a poner fin a la Unión Soviética, a la que Japón seguía viendo como un peligro demasiado cercano a sus fronteras. La devoción de Ōshima por el nazismo era tal que el gobierno, que le había ordenado retornar a Japón en 1939, molesto por la firma del Pacto Ribbentrop-Molotov, le restituiría otra vez en el cargo en 1941 a petición de Berlín.
Ya no se movería de la capital germana hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, conflicto en el que su país entraría aquel mismo año haciendo efectivo el formar parte desde 1940 del Pacto Tripartito o Pacto del Eje junto a Alemania e Italia. Ōshima ofreció cooperación total en materia bélica y eso tenía un campo de operaciones obvio: el Pacífico. A cambio de atacar las posesiones coloniales del Imperio Británico, Ribbentrop prometió ayuda si Washington se inmiscuía. Al final, Japón optó por pegar primero en Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941) y Hitler no sólo aplaudió la operación sino que condecoró a Ōshima con la cruz de oro de la Verdienstorden vom Deutschen Adler (Orden del Águila Alemana).
Pero aquella colaboración fue más allá. El 3 de enero de 1942, el embajador nipón acordó con Alemania hundir los botes salvavidas de los barcos enemigos torpedeados con el objetivo de poner problemas a los Aliados en cuanto a disponibilidad de efectivos, en caso de que no se les pudiera hacer prisioneros, cosa frecuente en el océano. «Estamos luchando por nuestra existencia y nuestra actitud no puede ser gobernada por ningún sentimiento humano» fue la explicación de Hitler, aprobada por Ōshima. En 1944 esa forma de actuar se agravó con la ejecución de los pilotos derribados.
Sólo hubo algo que el embajador no pudo conseguir: que Japón declarase la guerra a la Unión Soviética cuando los alemanes iniciaron la invasión de ese país en junio de 1941, dado que dos meses antes Tokio y Moscú firmaron un pacto de no agresión. De hecho, Ōshima ni siquiera fue informado hasta que se inició la Operación Barbarroja; entonces sí se invitó a los japoneses a unirse para quitarse de en medio la amenaza rusa en Asia de una vez por todas. No obstante, Japón declinó la oferta por ser incapaz de atender tantos frentes a un tiempo.
Como se ve, Ōshima mantenía un estrecho contacto con Ribbentrop y el Führer, lo que le daba acceso a una sustanciosa información militar, tanto en lo referente a estrategia como a datos técnicos. Buena parte de ello lo plasmaba en informes que a continuación enviaba por radio a su gobierno mediante un código cifrado; para ello se utilizaba una versión nipona de la famosa máquina ENIGMA. Lo que los japoneses no sabían era que los servicios de inteligencia estadounidenses, que bautizaron dicho aparato con el nombre PURPLE, descubrieron su sistema de codificación en 1940.
Por tanto, todo lo que se transmitía entre Alemania y Japón por ese medio llegaba también a los expertos de EEUU, a veces incluso en menos tiempo. Peor aún, no sólo se ponían las botas los norteamericanos sino también los soviéticos, dado que por las distancias muchas comunicaciones se hacían a través de la embajada japonesa en Moscú y se daba la circunstancia de que el NKVD (Naródny Komissariat Vnútrennij Del o Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos; los servicios de seguridad del estado) disponía de los códigos. Los había obtenido Walter Krivitsky, uno de sus agentes infiltrados en Berlín, en 1936, con motivo de las negociaciones germano-niponas del Pacto Antkomintern.
Se estima que prácticamente todos los despachos de Ōshima a Tokio fueron interceptados y desencriptados: en torno a un millar y medio en poco más de cuatro años, a pesar de que los alemanes le advirtieron de lo poco fiables que les parecían sus cifrados. Ese garrafal fallo de seguridad les costó graves adversidades, algunas muy conocidas, como la muerte del almirante Yamamoto al descubrirse el horario y rumbo de su avión; otras no tanto, caso del desvío de los buques cisterna norteamericanos, que dejaron de aprovisionarse en España en 1944 al saber que allí operaba una red de espionaje japonesa llamada TO informando de sus salidas.
Ōshima resultó una mina en lo de facilitar información y no sólo a los combatientes sino también a los historiadores posteriores: por ejemplo, al describir en sus mensajes qué efectos causaban los bombardeos en las ciudades, reseñando el número de bajas, los destrozos causados, etc. Era algo muy valioso por tratarse de testimonios objetivos, descriptivos, alejados formalmente de otros más personales como aquel que hizo en 1941, sin demasiado tino, prediciendo que Gran Bretaña terminaría rindiéndose a finales de año.
Ahora bien, probablemente el mayor error de Ōshima en ese sentido fuera el que cometió en 1943. En noviembre de ese año recorrió el Atlantikwall (Muro Atlántico, la cadena de defensas -búnkeres, trincheras, baterías…- construida en las costas de ese océano en la llamada Operación Todt con el objetivo de detener la invasión que se sabia era inminente) y redactó un detallado informe de veinte páginas que, por supuesto, terminó en manos enemigas. Eso facilitó enormemente el diseño de los planes para la Operación Overlord (el famoso desembarco en Normandía), hasta el punto de que los Aliados sabían que el grueso de las tropas no estarían en Normandía sino en Calais, además de tomar nota del tipo de obstáculos y resistencia que iban a encontrar.
Pese a que la balanza bélica se iba inclinando cada vez más claramente hacia el adversario, el embajador japonés seguía convencido de la victoria final de Hitler, negándose a marchar de Berlín con los demás diplomáticos cuando el frente llegó a las afueras de la ciudad y manifestando su deseo de permanecer junto a sus amigos del Tercer Reich hasta el final. Sin embargo, la orden de dejar la capital fue tajante y junto con el resto de su legación marchó a Austria, donde le esperaba su esposa, el 14 de abril de 1945.
Pocas semanas más tarde Alemania se rendía y los diplomáticos japoneses se entregaron a fuerzas norteamericanas, siendo enviados a EEUU. Permanecieron allí cuatro meses, tras los cuales pudieron trasladarse a Japón. Pero fue una libertad efímera. En diciembre de ese mismo año, el barón Hiroshi Ōshima fue detenido de nuevo, acusado de ser un criminal de guerra.
Le juzgó el IMTFE (International Military Tribunal for the Far East), popularmente conocido como Tokyo War Crimes Tribunal, que le declaró culpable y le condenó a cadena perpetua en 1948. Sin embargo, lo tiempos habían cambiado hasta el punto de que el ministro de Exteriores, Mamoru Shigemitsu (que tenía la pena más suave, siete años), no sólo obtuvo la libertad condicional en 1950 sino que ganó las elecciones cuatro años después, así que a todos los demás procesados se les indultó en 1955, Ōshima incluido. Murió en 1975.
FUENTES
Jefferson Adams, Historical Dictionary of German Intelligence
Ken Ishida, Japan, Italy and the Road to the Tripartite Alliance
Bruce Lee, Marching Orders: The Untold Story of World War II
Carl Boyd, Hitler’s Japanese Confidant: General Ōshima Hiroshi and MAGIC Intelligence, 1941-1945
Kenneth Henshall, Historical Dictionary of Japan to 1945
Jeffery T. Richelson, A Century of Spies: Intelligence in the Twentieth Century
Stephen Budiansky, Battle of Wits: The complete story of Codebreaking in World War II
Richard J. Aldrich, Intelligence and the War Against Japan: Britain, America and the Politics of Secret Service
Michael Smith, The Emperor’s Codes: Bletchley Park and the breaking of Japan’s secret ciphers
Wikipedia, Hiroshi Ōshima
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