Si tuviéramos que hacer una selección de las pinturas más famosas de la Historia es seguro que entre ellas habría alguna de Botticelli y, muy probablemente, la elegida sería El nacimiento de Venus, que está entre las mejores representantes del Quattrocento.

Lo curioso es que el rostro de esa diosa la podemos ver también en otros cuadros de la época, tanto del mismo autor como de contemporáneos suyos (Piero de Cosimo, Ghirlandaio). Ello se debe a la modelo que posó y la enorme popularidad que alcanzó en su corta vida: Simonetta Vespucci.

La bella Simonetta, como se la conocería, no llegó a este mundo de forma tan espectacular como el personaje al que luego prestaría imagen, pero tampoco se trató de un nacimiento vulgar, ya que sus padres eran de ilustre linaje: él, un aristócrata genovés llamado Gaspare Cattaneo Della Volta y casado con Cattocchia Spinola, cuyo apellido estaría más tarde estrechamente vinculado a España.

Eso sí, los detalles del acontecimiento resultan inciertos, pues no se saben con exactitud ni la fecha (un 28 de enero pero sin estar claro si de 1453 o 1454) ni el lugar (quizá Fezzano, una parte del municipio de Porto Venere, o puede que la propia Génova). Respecto a esto último, no falta quien apunta a la localidad ligur de Porto Venere, donde la tradición situaba el sitio en el que Venus fue alumbrada por su madre Tetis; sería magnífico, pero suena más bien legendario. Hay una teoría sincrética que sugiere que los Cattaneo tuvieron que exiliarse de Génova por razones políticas para asentarse en Fezzano, donde tenían una villa.

En cualquier caso, insistimos, la joven pertenecía a la noble familia Cattaneo, cuyo origen se remonta a la Edad Media. Sin embargo, el apellido con que ha pasado a la Historia es el de su marido, el florentino Marco Vespucci. Resultará familiar a muchos porque era primo de Amerigo, el navegante y cosmógrafo florentino que se estableció en Castilla españolizando su grafía por la de Américo Vespucio y trabajó para la Casa de Contratación tras participar en dos de los viajes de su compatriota Colón, siendo su nombre el que eligió el cartógrafo germano Martin Waldseemüller para bautizar al Nuevo Mundo en su Universalis Cosmographia (1507).

Piero Vespucci, el padre de Marco, conoció a los Cattaneo en Piombino, ciudad donde los había acogido el duque Jacopo III Appiano porque estaba casado con Battistina, la hermanastra de Simonetta (fruto de un matrimonio anterior de su madre con Battista Fregoso, duodécimo duque de la República de Génova). Piero había enviado a su hijo a Génova con frecuencia para estudiar leyes y negocios en el Banco di San Giorgio, donde ejercía precisamente Gaspare Cattaneo, y el joven tuvo ocasión así de conocer a Simonetta, de la que se enamoró perdidamente.

A Gaspare Cattaneo le pareció que Marco sería un excelente yerno porque los Appiani eran íntimos de los poderosos Médici, amistad interesante en aquel difícil contexto histórico, en el que acaban de caer Constantinopla y las colonias genovesas en el Egeo y Mar Negro augurando tiempos difíciles. Así que la iglesia genovesa de San Torpete fue el escenario de la boda en la primavera de 1469, celebrada por todo lo alto, con asistencia de casi toda la sangre azul del norte de Italia e incluso del mismísimo Dux de Venecia, que estaba emparentado con la madre de la novia. Simonetta tenía dieciséis años.

El matrimonio se instaló en Florencia justo cuando acababa de subir al poder Lorenzo el Magnífico, quien invitó a los cónyuges a una fiesta en la Villa Médici de Careggi. Sería la primera de muchas en la acomodada vida de aquella pareja de rancio abolengo y, de hecho, fue uno de esos eventos el que determinó la trascendencia que la flamante esposa tendría para el arte. Concretamente en el llamado Torneo de Juliano, que organizó el hermano homónimo de Lorenzo en la Piazza de la Santa Croce en 1475 para celebrar la nueva alianza tripartita firmada el año anterior entre Florencia, Milán y Venecia.

Consistió en un torneo a la antigua usanza caballeresca -aunque el Medievo había quedado atrás se mantendrían algunas costumbres hasta el primer cuarto del siglo siguiente- y Juliano en persona participó en una de las justas. Al parecer estaba enamorado de Simonetta -se ignora si ella le correspondía- y en el desfile previo al combate su escudero enarboló un estandarte pintado por Botticelli, en el que se veía a Minerva con lanza y escudo sosteniendo la cabeza de Gorgona bajo el lema La Sans Pareille (La Sin Igual). A petición de Juliano, el pintor le había puesto a la diosa el rostro de Simonetta y había añadido al lado una significativa figura de Cupido.

Juliano fue uno de los vencedores del torneo (Leonardo da Vinci retrató a su caballo triunfante) y Simonetta, que era la dama por la que lidiaba el Médici, resultó elegida Reina de la Belleza. Eso la catapultó a una enorme popularidad y pasó a ser la musa de varios artistas, pero muy especialmente de Botticelli, que plasmó sus rasgos en aproximadamente una docena de obras.

Como decíamos al principio, El nacimiento de Venus es la más conocida y además supuso toda una revolución estilística al mostrar un desnudo sin explicación religiosa y representar un tema abiertamente mitológico.

Ahora bien, también podemos ver a Simonetta en Alegoría de la primavera, Venus y Marte, La Virgen de la Granada, La columna de Apeles e incluso en el fresco de la Capilla Sixtina dedicado al Juicio de Moisés, entre otras pinturas, algunas de ellas retratos realizados sin pretexto temático. Asimismo, posó para Ghirlandaio en su Madonna della Misericordia y para Piero di Cosimo en La muerte de Procri (donde también aparece desnuda, demostrando que se habían impuesto definitivamente los cánones renacentistas en el arte).

Es más, Piero di Cosimo fue el autor del único retrato en el que se la identifica con su nombre a pesar de que aparece caracterizada como Cleopatra; único porque casi todos los demás (y éste también), firmados por Botticelli, son póstumos, hechos de memoria después de su muerte o quizá basados en bocetos previos. Y ahí llegamos al triste final: lamentablemente, como decían en aquella película, la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo y la tuberculosis (o la peste, según otra teoría) acabó con aquella joven unos meses después de su gran momento, cuando apenas contaba veintitrés años. Fue el 26 de abril de 1476.

Lorenzo el Magnífico, que ya había escrito un poema laudatorio tras el Torneo de Juliano (Selve d’Amore se titulaba), compuso esta vez unos sonetos elegíacos; la estrofa inicial de uno de ellos decía «»O chiara stella che co’ raggi tuoi…», aludiendo a que la difunta ascendería al firmamento para iluminarlo aún más. Cabe reseñar que Battistina había muerto también, dos años antes.

Tanta devoción ha despertado ciertas sospechas en algunos investigadores, que apuntan la posibilidad de que la causa del óbito fuera el veneno, tan común en la Italia renacentista, quizá por los celos de su marido o por la enemistad a la que había llegado su suegro con los Médicis (que, a la postre, fueron desplazados por los Pazzi). Imposible saberlo, si bien es cierto que Marco Vespucci no tardó en contraer segundas nupcias con otra mujer.

Para Botticelli, en cambio, fue una tragedia. Hay quien apunta a que, a despecho de las acusaciones de homosexualidad que recibió (y de las que fue absuelto), en realidad sentía un amor platónico por su musa. De hecho, nunca contrajo matrimonio, al que decía tener «horror», a pesar de lo cual dispuso que cuando falleciera deberían enterrarle al pie del sepulcro de Simonetta, que está situado en la iglesia florentina de Todos los Santos, panteón de los Vespucci. En efecto, se cumplieron sus deseos cuando murió treinta y cuatro años más tarde. Entretanto, tardó nueve en terminar El nacimiento de Venus y puso los rasgos de Simonetta a todas las mujeres que pintó -a veces a más de una en un mismo cuadro-, pese a que ella ya no vivía para posar.


Fuentes

Simonetta Cattaneo (Niccolo Mineo en Trecani)/Dictionary of Artists’ Models (Jill Berk Jiminez)/El Quattrocento en Italia (Renato de Fusco)/El mundo de la bella Simonetta (Germán Arciniegas)/Piero Di Cosimo: Visions Beautiful and Strange (Dennis Geronimus)/Botticelli. La primavera. Florencia como jardín de Venus (Horst Bredekamp)/Wikipedia


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