Arquímedes fue probablemente el mayor matemático de la Antigüedad. Había nacido en la ciudad siciliana de Siracusa en el año 287 a.C., por entonces una colonia griega independiente. Es sorprendente lo poco que sabemos de él y de su vida, así como el olvido en que cayó pocos años después de su muerte.
Se sabe que su amigo Heracleides escribió una biografía suya, pero ninguna copia ha llegado a nuestros días. Lo poco que se sabe es lo que sobre él escribió el historiador bizantino Juan Tzetzes en el siglo XII. Por contra si se han conservado aproximadamente una decena de sus obras. Otras siete solo se conocen por referencias de otros autores.
Pudo haber estudiado en Alejandría con sus contemporáneos Conon de Samos y Eratóstenes, tal y como afirma Diodoro Sículo. El caso es que al primero lo menciona explícitamente como amigo en Sobre la esfera y el cilindro, y otros dos de sus trabajos llevan dedicatorias a Eratóstenes.

Durante la Segunda Guerra Púnica, cuando las legiones romanas asediaban su ciudad, Arquímedes desarrolló una serie de artefactos defensivos, tal y como cuentan los historiadores Polibio, Plutarco y Tito Livio.
El asalto comenzó con tanta fuerza que sin duda habría tenido éxito de no haber vivido por entonces en Siracusa cierto hombre. Este hombre era Arquímedes, observador sin igual del cielo y las estrellas, pero aún más asombroso como inventor y creador de máquinas militares e ingenios mediante los cuales, con muy poco trabajo, era capaz de confundir los más laboriosos esfuerzos del enemigo
Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, XXIV–34
Es en este mismo escenario donde surge la leyenda de su uso de espejos para incendiar las naves enemigas, aunque posiblemente lo que utilizó fue fuego griego. Los historiadores romanos relatan sorprendidos algunas de sus curiosas invenciones:
Algunos de los barcos que se aproximaron más, para estar por debajo del tiro de la artillería, fueron atacados del modo siguiente: Colgó gran viga oscilando sobre un pivote proyectado fuera de la muralla, con una fuerte cadena que colgando del extremo tenía sujeto un gancho de hierro. Este se descendía sobre la proa de un barco y se ponía un gran peso de plomo sobre el otro extremo de la viga, hasta que tocaba el suelo y levantaba la proa del buque al aire y hacía que este descansara sobre la popa. Luego quitaba el contrapeso, la proa caía repentinamente al agua como si estuviera sobre la muralla, para gran consternación de los marineros; el choque era tan grande que aunque cayera nivelada embarcaba gran cantidad de agua
Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, XXIV–34

Su fama era tal que el propio general romano encargado de asalto, Marco Claudio Marcelo, había dado orden de respetar su vida una vez tomada la ciudad.
Como es sabido sus inventos no fueron suficiente para resistir a Roma, y la ciudad fue tomada en 212 a.C. Arquímedes halló la muerte a manos de un soldado, aunque existen varias versiones del hecho y, por supuesto, las adiciones legendarias añadidas posteriormente. Plutarco cita hasta tres versiones diferentes, según las cuales: o bien se encontraba trabajando con un diagrama matemático cuando fue requerido por el soldado para que le acompañase, y al negarse o hacer caso omiso éste le atravesó con la espada; o bién se dirigía a rendirse portando algunos de sus instrumentos matemáticos y el soldado, pensando que debían ser valiosos, le mató para robárselos.
Entre otros muchos horribles ejemplos de furia y rapacidad, destacó el destino de Arquímedes. Queda memoria de que, en medio de todo el terror y alboroto producido por los soldados que corrían por la ciudad capturada en busca de botín, estaba él absorto en silencio con algunas figuras geométricas que había dibujado en la arena y resultó asesinado por un soldado que no sabía quién era. Marcelo quedó muy apesadumbrado y se encargó de que su funeral se llevara a cabo apropiadamente; y tras haber descubierto dónde estaban sus familiares, fueron honrados y protegidos por el nombre y memoria de Arquímedes
Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, XXV–31
Según la leyenda, no mencionada por las fuentes antiguas, las últimas palabras de Arquímedes habrían sido Noli turbare circulos meos (No molestes a mis círculos). No existe prueba documental alguna de esto. Pero sí de como quería que fuera su tumba:
Habiendo, pues, sido autor de muchos y muy excelentes inventos, dícese haber encargado a sus amigos y parientes que después de su muerte colocasen sobre su sepulcro un cilindro con una esfera circunscrita en él, poniendo por inscripción la razón del exceso entre el sólido continente y el contenido
Plutarco, Vidas paralelas: Marcelo, 17

Y es que Arquímedes consideraba que el mayor de sus descubrimientos matemáticos era la demostración de que el volúmen y el área de la esfera son dos tercios de los del cilindro en que está inscrita.
Marcelo dispuso el entierro de Arquímedes en su tumba familiar, con la asistencia de los principales ciudadanos de Siracusa y de las legiones:
Marcelo se lamentó al enterarse de esta [muerte de Arquímedes], y lo enterró con esplendor en su tumba ancestral, asistido por los ciudadanos más nobles y por todos los romanos
Juan Tzetzes, Libro de las Historias II–145
Con el tiempo tanto la obra de Arquímedes como los detalles sobre su vida se fueron olvidando. Polibio, que es la fuente que toman tanto Plutarco como Tito Livio, es probablemente el primero en mencionar la toma de Siracusa y la muerte del matemático, pero escribió ya unos 70 años después de los hechos.
En el año 75 a.C., unos 137 años después de la muerte de Arquímedes, Cicerón fue nombrado cuestor en Lilibea, Sicilia. Habiendo oido en Roma acerca de los versos inscritos en la tumba, preguntó a los siracusanos dónde se encontraba. Le respondieron que no sabían nada sobre ello y que dudaban de que tanto el personaje como su tumba hubieran existido.
Ahora bien, no voy a comparar con la vida de éste [Dioniso de Siracusa], que es la más horrible, miserable y detestable que puedo imaginar, las vidas de Platón o de Arquitas, hombres doctos y claramente sabios; haré salir de la arena donde trabajaba con su compás a un humilde hombrecillo de esa misma ciudad, que vivió muchos años después, a Arquímedes
Cicerón, Disputaciones tusculanas Libro V, XXIII–64

Cicerón, no convencido por la ignorancia de los siracusanos, inició la búsqueda por su cuenta. Cerca de la puerta de Agrigento, un lugar donde al parecer existían muchos sepulcros antiguos, reparó en una pequeña columna escondida entre la maleza. Tras despejar un poco la zona, aparecieron ante él la esfera y el cilindro.
Yo, cuando era cuestor, descubrí su sepulcro, ignorado por los siracusanos, pues negaban categóricamente su existencia, rodeado por todas partes y recubierto de zarzas y matorrales. Recordaba, en efecto, unos modestos senarios que, según la tradición, habían sido inscritos en su tumba y que decían claramente que en lo alto del sepulcro se había puesto una esfera con un cilindro. Cierto día que recorría con la mirada todo el terreno, pues junto a la puerta de Agrigento hay gran cantidad de sepulcros, advertí una pequeña columna que no sobresalía mucho de la maleza, sobre la cual estaba representada la figura de una esfera y un cilindro. E inmediatamente dije a los siracusanos, algunos de cuyos notables iban conmigo, que en mi opinión aquello era lo que buscaba
Cicerón, Disputaciones tusculanas Libro V, XXIII–64,65
Inmediatamente mandó que limpiasen el lugar que habían mantenido descuidado durante tanto tiempo, reprochándoles el olvido de su ciudadano más ilustre.
Se enviaron muchos hombres con hoces que limpiaron e hicieron accesible el lugar. Cuando abrieron una entrada, nos acercamos a la cara anterior de la base. Se veía un epigrama con los versos borrados en su parte final, casi reducidos a la mitad. Así la más noble ciudad de Grecia, antaño incluso la más docta, habría ignorado la tumba de su ciudadano más brillante, si no se la hubiera enseñado un hombre de Arpino
Cicerón, Disputaciones tusculanas Libro V, XXIII–65,66
Según afirma George F. Simmons en su libro Calculus Gems: Brief Lives and Memorable Mathematics, publicado en 1992: los romanos tenían tan poco interés en las matemáticas que aquel acto de respeto de Cicerón limpiando la tumba de Arquímedes fue quizá la más memorable contribución de un romano a la historia de las matemáticas.

Es posible que la tumba se mantuviera intacta durante muchos años tras el descubrimiento de Cicerón, pero su localización y posiblemente la identidad de su ilustre morador volvieron a caer en el olvido, quizá en algún momento entre los siglos IV y V d.C. o antes incluso.
A partir del siglo XVIII numerosos pintores realizan obras sobre el tema del descubrimiento ciceroniano, tomando como referencia para la representación de la tumba uno de los sepulcros todavía existentes en la necrópolis de Groticcelli en Siracusa. Este sepulcro es hoy lugar de peregrinaje, e incluso cuenta con indicaciones turísticas que lo identifican como la tumba de Arquímedes. Sin embargo, los estudios arqueológicos lo consideran de origen romano y 200 años posterior a la muerte del matemático.
A comienzos de la década de 1960 en la Calle Necropoli Grotticcelle número 33 de la ciudad se comenzó a construir el actual Hotel Panorama. Durante las obras se encontró un sepulcro, que todavía se puede ver en uno de los patios del hotel. Algunos expertos opinan que se trata de la tumba de Arquímedes, mientras que otros se inclinan por asignarla a Agatocles, tirano de Siracusa entre 317 y 289 a.C. De la columna, la esfera y el cilindro no queda ni rastro.
Fuentes
Chris Rorres, Archimedes | Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación | Plutarco, Vidas paralelas: Marcelo | Juan Tzetzes, Libro de las Historias | Cicerón, Tusculanas | Wikipedia
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