Hace poco, en el artículo sobre las correrías de la flota otomana por el Atlántico, señalamos en un párrafo que la característica bandera roja con la media luna (en realidad cuarto creciente) no se adoptó hasta 1453. A nadie se le escapará que esa fecha fue la de la caída de Constantinopla en sus manos, lo que plantea una curiosa cuestión: ¿qué tenía que ver la media luna con la capital del Imperio Bizantino? ¿Y con el Islam? Las respuestas son sorprendentes, como veremos a continuación.

Aunque hoy en día identificamos el símbolo lunar con el mundo musulmán, lo cierto es que se trata de un icono de algo natural y, por tanto, muy susceptible de ser utilizado por el Hombre. Y, en efecto, su uso se puede rastrear hasta la Antigüedad. En Sumeria se asociaba al dios Nannar (Sin en acadio), al que en señal de respeto se llamaba En-zu, que significa Señor de la Sabiduría.

El conocimiento entonces se basaba, entre otras cosas, en la observación de los astros, que permitía establecer un calendario, los ciclos agrícolas e incluso la menstruación.

La tríada formada por Ishtar, Sin y Shamash en la estela de Meli-Shipak IImagen: dominio público en Wikimedia Commons

Eso, sumado a que su representación era un anciano con cuernos (también era la divinidad de la ganadería), hizo que un cuarto creciente formara parte de su iconografía. Nannar solía aparecer formando una tríada astral junto a sus hijos, Utu (Shamash, en acadio), que era dios del sol, e Inanna (Ishtar), diosa del amor y la guerra que estaba identificada con el planeta Venus y representada por una estrella de ocho puntas.

Estos conceptos se extendieron luego por las civilizaciones del Próximo Oriente, tal cual pasó con otros muchos elementos de la cultura sumeria, y saltaron al mundo griego. Algunas monedas pónticas acuñadas por Mitrídates III muestran el cuarto creciente y la estrella, y uno de sus descendientes, el famoso Mitrídates el Grande, tomó esas imágenes como símbolos de su dinastía; algunos historiadores opinan que se buscaba representar el sincretismo religioso del reino entre mitraísmo (luna) y zoroastrismo (sol).

Moneda póntica de Mitrídates VI. En el reverso se aprecian el cuarto creciente y la estrella/Imagen: The British Library en Wikimedia Commons

Herederos del mundo clásico, los romanos también utilizaron esos motivos artísticos, como se puede apreciar en la numismática de emperadores como Adriano, Cómodo, Geta, Caracalla o Septimio Severo entre otros, si bien con la peculiaridad de que la estrella (o estrellas, porque a veces se ven hasta siete simultáneas) aparece dentro de la luna. Y claro, de una herencia a otra: si lo hizo Roma también la extensión de ésta desde su división en el siglo III d.C. por Diocleciano y asentada definitivamente por Teodosio en el año 395.

En el Imperio Romano de Oriente, del que ha pervivido la denominación muy posterior de Imperio Bizantino, existía un importante culto a Hécate, una divinidad ctónica anatolia identificada como la antigua diosa madre (igual que Inanna) que los griegos habían incorporado a su panteón asimilándola a Artemisa. Los bizantinos lo hicieron con su versión, Diana, antes de que se impusiera el cristianismo, considerando a Hécate patrona por considerar que su intervención con una potente luz en el cielo había salvado Bizancio del asedio de Filipo de Macedonia (al permitir ver a los atacantes que trataban de aprovechar la oscuridad), hecho que conmemoraron erigiéndole una estatua en forma lampadephoros (portadora de luz).

Por eso las representaciones posteriores de Artemisa en monedas, sobre todo en las helenísticas del siglo I a.C, la muestran llevando arco, flechas y carcaj en el anverso pero con el reverso ilustrado por un cuarto creciente y una estrella de seis puntas.

Moneda del emperador Adriano/Imagen: Der Wolf en Wikimedia Commons

En ese mismo período de la Antigüedad, los partos también utilizaban tales signos numismáticos, encontrándose desde el siglo I a.C (en el reinado de Orodes, al que se retrata con la luna a un lado y la estrella al otro) hasta el II d.C. En esa etapa tardía es frecuente que la representación de la estrella aparezca simplificada, sin puntas ni rayos, como un simple disco, amparada por los cuernos de la Luna. Más adelante, en el período sasánida (siglo V) siguen apareciendo y además no sólo en monedas, pues hay referencias a que decoraban asimismo las coronas de los reyes. En cambio, no aparecen en las aqueménidas (pero sí en sus sellos cilíndricos).

Así entramos en la Edad Media. La media luna y la estrella adornan estandartes y escudos desde el siglo XII al menos. También la numismática cruzada tiene ejemplos en diferentes variantes, casi siempre asociando esos signos a una cruz. Más tarde continuó la tradición generalizándose en la heráldica de casi toda Europa, especialmente en la parte central y septentrional del continente, aunque normalmente mostrando sólo el cuarto creciente, sin estrella. Eso puede llevar a confusión cuando se observan ilustraciones o escudos de armas medievales, ya que los musulmanes también empezaron a usar el símbolo lunar hacia el siglo XIII (pero no de manera generalizada hasta una o dos centurias después; antes solían emplear suras del Corán).

Escudo de armas de los Tres Magos mostrando a Baltasar de Tarso/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Decíamos antes que, tras la toma de Constantinopla, los otomanos añadieron el cuarto creciente a su característica bandera roja. Pero no fue hasta el sultanato de Mustafá III, en la segunda mitad del siglo XVIII, que lo hizo también con la estrella, algo que consolidó su hijo Selim III ya a caballo entre esa centuria y la siguiente. Durante el Tanzimat, un período reformista desarrollado entre 1839 y 1876 con el fin de modernizar el país en todos los niveles, se regularizó la variopinta vexilología nacional, dejando la bandera roja con luna y estrella para las instituciones civiles y militares mientras la tradicional verde (con los mismos motivos) quedaba para el ámbito religioso.

Ese proceso implicaba la proscripción de estandartes locales de las diversas divisiones administrativas en favor de un pabellón nacional, al estilo occidental, designándose para ello el rojo con la luna y la estrella de ocho puntas en blanco. Fue una elección afortunada porque desde entonces todos se identificaron con él y desde una perspectiva extranjera, igual. En 1923, cuando se puso punto final al Imperio Otomano y el estado pasó a renombrarse República de Turquía, se conservó la bandera y hoy sigue siendo la oficial.

Por supuesto, actualmente relacionamos el cuarto creciente con el mundo musulmán, pues figura en pabellones de muchos países de esa religión. Algunos porque formaron parte del Imperio Otomano, como Túnez, Libia o Argelia, pero la mayoría porque a mediados del siglo XX el nacionalismo árabe vinculó el icono con la fe islámica, hasta el punto de que aquel intento de crear una República Árabe Islámica (la fusión de Libia y Túnez en los años setenta) y la fantasmagórica Nación Americana del Islam (el movimiento estadounidense en que empezó Malcolm X) lo adoptaron, al igual que otras muchas naciones: Pakistán, Malasia, Mauritania, Singapur, etc.

Las diferencias en la representación lunar que presentan (unas con los cuernos hacia la derecha, otras hacia arriba) dependen de cómo se ve la luna desde cada hemisferio de la Tierra). Algo parecido cabe decir de la ubicación de la estrella, que es de cinco puntas no de ocho como la bizantina en referencia a las cinco oraciones del día, y que a veces está dentro de la luna formando un único emblema y a veces fuera, al lado, como si se tratara de una conjunción entre el satélite y Venus.

En cualquier caso resulta curiosa esa aceptación tan grande, ya que los eruditos musulmanes consideran, con razón como hemos visto, que el cuarto creciente y la estrella no tienen nada que ver con su fe ni con los orígenes de ésta. Aún así, está ya tan vinculada al Islam como la cruz con el cristianismo y, de hecho, la versión mahometana de la Cruz Roja es la Media Luna Roja, nacida en 1877 durante la guerra Ruso-Turca y adoptada oficialmente en 1929.


Fuentes

The untold story of crecent moon and star as symbols, logos or tattoos (Fiaz Fazili en Crescent)/Breve historia del Imperio Otomano (Eladio Romero García e Iván Romero Catalán)/A Flag Worth Dying For: The Power and Politics of National Symbols (Tim Marshall)/Diccionario Akal de mitología universal (Giuseppina Sechi Mestica)/El mito de la diosa: evolución de una imagen (Anne Baring y Jules Cashford)/Breve historia del Imperio Bizantino (David Barreras Martínez y Cristina Durán Gómez)/Historia del Estado bizantino (Georg Ostrogorsky)/Islam (Ina Taylor)/Wikipedia


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