En el siglo XIV había una palabra cuya pronunciación provocaba terror: la peste. Aunque no se trató de una pandemia exclusiva de ese tiempo, pues está acreditada ya desde la Antigüedad, fue entonces cuando alcanzó una dimensión especial por los terribles efectos demográficos que causaron sucesivas oleadas en la población europea y su catastrófica repercusión en la economía.

Pues bien, la ciudad de Caffa ha quedado históricamente vinculada a la Peste Negra porque parece ser que allí se empleó por primera vez la enfermedad como arma; fue durante el asedio que sufrió por parte de los mongoles en 1346.

El origen de las armas biológicas no es tan reciente como cabría esperar, si se emplea ese término de forma amplia, incluyendo las químicas o el uso de animales y se tiene en cuenta tanto las empleadas deliberadamente como las involuntarias. Cronistas de la Antigüedad como Tucídides o Flavio Arriano reseñan en sus obras el uso de azufre en las Guerras del Peloponeso o en los defensores de Tiro ante Alejandro, igual que luego Plutarco, Sexto Junio Frontino Sexto Julio Africano hacen otro tanto sobre sustancias diversas en otras contiendas.

Fuego griego en un códice bizantino/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En la Edad Media encontramos el Tratado sobre la guerra de Hassan El Rammah, que habla sobre gases de arsénico usados en batalla, y sabemos que los venecianos cargaron sus bombardas con proyectiles huecos rellenos que al caer sobre la sitiada Ferrara liberaban humos venenosos. No debería hacer falta recordar el célebre fuego griego que disparaban los barcos bizantinos. Pero una cosa eran los diabólicos productos inventados por sabios y alquimistas mezclando sustancias químicas, puestos al servicio de la práctica bélica, y otra manipular algo mucho menos tangible como las enfermedades, en unos tiempos en los que se desconocía su naturaleza porque la existencia de microorganismos no se descubriría a ciencia cierta hasta bien avanzada la Edad Moderna.

Por eso resulta interesante el caso de Caffa, una ciudad que hoy se conoce como Feodosia y está situada en lo que los griegos llamaban el Quersoneso Táurico (o Táurica a secas), es decir, la península de Crimea. Porque ese lugar fue fundado como emporio comercial en el siglo VI a.C. por griegos de Mileto y, de hecho, Feodosia deviene de Teodosia, que significa algo así como regalo divino. Antes, las gentes locales le daban el nombre de Ardabba y su ubicación geográfica jugó tanto a su favor en lo económico como en su contra en lo estratégico, cambiando constantemente de manos: pónticos, romanos, sármatas, tauros, hunos, jázaros, cumanos y mongoles la ocuparon sucesivamente a través de los siglos.

Teodosia y las principales colonias griegas del norte del Mar Negro/Imagen: FAL en Wikimedia Commons

Aunque actualmente es uno de los destinos vacacionales preferidos de los rusos, la mayoría de la gente relaciona Crimea con las guerras que se desarrollaron en su suelo a lo largo de la Historia: desde la más famosa, que enfrentó al Imperio Ruso y una coalición franco-británico-otomana a mediados del siglo XIX (con la carga de la Brigada Ligera y la actuación sanitaria de Florence Nightingale como episodios más relevantes), a la reciente intervención militar de 2014. Pero, curiosamente, en el siglo XIII era una lengua italiana la que se oía por esas latitudes.

Y es que, tras unas décadas de dominio veneciano, un grupo de comerciantes de la pujante República de Génova compró el derecho a establecer allí un consulado al khan de la Horda de Oro (el gran khanato formado en el siglo anterior a partir de las conquistas de Batú Khan, el nieto de Gengis Khan; lo vimos en el artículo dedicado a los viajes de Rubruquis).

Resultaba apetitoso porque había más colonias genovesas en el Mar Negro, como Gazaria (actual Azov), que al estar en la ribera del Don constituía una buena base para comerciar con el centro de Rusia. Firmado el acuerdo en el año 1266, el nombre de la urbe se italianizó pasando a ser Kaffa, y a continuación se convirtió en uno de los puertos más importantes de la región, monopolizando su comercio y acogiendo uno de los mayores mercados de esclavos de Europa.

Extensión aproximada de los kanatos del Imperio Mongol en el siglo XIX; en amarillo, la Horda de Oro/Imagen: Gabagool en Wikimedia Commons

Ese esplendor, del que el mismísimo Ibn Batuta dio fe asegurando que la mayoría de los habitantes de Caffa eran cristianos genoveses y que en sus muelles fondeaban «doscientos barcos, tanto buques de guerra como mercantes, pequeños y grandes» , estuvo a punto de desmoronarse en 1307, cuando los mongoles -o los tártaros, como se decía entonces- la sitiaron durante un año provocando su incendio y abandono. Tokhta, el khan que dirigía la Horda de Oro en ese momento, ordenó aquella campaña contra los italianos irritado porque éstos solían venderle esclavos de origen túrquico al sultán mameluco de Egipto.

La ciudad permaneció vacía hasta 1312, en que los genoveses regresaron aprovechando la muerte de Tokhta y seis años más tarde ya contaba con una diócesis, concedida por el papa Juan XXII, siendo el obispo Gerolamo su primer titular. Pero a Caffa aún le quedaban duras pruebas que superar y una de las peores llegó en 1346, cuando volvió a sufrir un dramático asedio a manos de los mongoles, esta vez con un aliado interesado en desplazar a los genoveses: los venecianos. Fue entonces cuando la Peste Negra jugó un papel protagonista.

El triunfo de la muerte (Peter Brueghel el Viejo)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La Peste Negra, nombre que se dio a la peste bubónica debido al tono azulado o negruzco que adquirían zonas de la piel a causa de los trombos que originaba la coagulación intravascular, es una enfermedad infectocontagiosa provocada por Yersinia pestis, una enterobacteria anerobia que también es causante de las otras dos variantes de la peste, la septicémica y la neumónica; se diferencian en la vía de transmisión, pues estas últimas se contagian por la sangre y las vías respiratorias respectivamente, mientras que la bubónica lo hace mediante la picadura de pulgas de roedores, que en el proceso inoculan las bacterias previamente ingeridas de la sangre del huésped.

La primera identificación documentada fue en el siglo VI d.C. en lo que los contemporáneos bautizaron como Plaga de Justiniano (porque el emperador enfermó, si bien logró sobrevivir), que asoló los puertos mediterráneos hasta remitir misteriosamente hacia el año 750.

El primer brote se localizó en Pelusium (Egipto) y las descripciones de Procopio de Cesarea sobre sus síntomas indican que, efectivamente, se trataba de peste bubónica (aparte del oscurecimiento de la piel, a los afectados les salían bubones, tumefacciones inflamatorias de los ganglios linfáticos claramente visibles).

Grupo de bacterias Yersinia pestis/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Sin embargo, la pandemia más famosa de Peste Negra llegó en el siglo XIV y su puerta de entrada a Europa fue precisamente el sitio de Caffa. Durante el tiempo en que los genoveses estuvieron ausentes, la República Serenísima de Venecia no perdió el tiempo en entrar en negociación con el nuevo khan de la Horda de Oro, Jani Beg, para ocupar su lugar. Éste había sucedido recientemente a su padre, Öz Beg, y dado que dicha sucesión resultó tan turbulenta como de costumbre (Jani Beg asesinó a sus dos hermanos), nada mejor que una guerra para aunar voluntades en una empresa común.

Alcanzó un acuerdo con Venecia bien entrada ya la década de los cuarenta (él ascendió al khanato en 1342) y, consecuentemente, los mongoles empezaron a presionar a los genoveses hasta que en 1346 pasaron a hostilizarlos de forma abierta. La mayoría de la gente buscó refugio en Caffa. Un primer intento de tomarla fue neutralizado en 1343 al recibir refuerzos desde Italia pero Jani Beg reorganizó sus fuerzas, amplió los efectivos y volvió a presentarse ante las murallas en 1345.

El obispo Alejo cura la ceguera a la reina tártara Taidula ante la mirada de Jani Beg (Yakov Kapkov)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De nuevo fue cercada, pues, y de nuevo resistió denodadamente al enemigo. Tanto que el sitio se prolongó y, como suele ocurrir en tales casos, en los que el sitiador sufre más penalidades que el sitiado, los mongoles sufrieron privaciones y enfermedades que diezmaron sus filas evidenciando que cada vez sería más difícil tomar la ciudad; había que rendirla y no a mucho tardar o habría que levantar el asedio y marcharse. Y el khan supo aprovechar las circunstancias y reorientar la adversidad hacia los otros.

El mal que estaba acabando con sus hombres era precisamente la Peste Negra, que estaba dejando clara evidencia de su letalidad y su capacidad de contagio tras llegar procedente de oriente. Así que, en una mezcla de imaginación y genio, Jani Beg ordenó colocar cuerpos de soldados fallecidos para lanzarlos sobre los almenas al interior de Caffa. La descripción más famosa fue prácticamente contemporánea de los hechos y la hizo Gabriel de Mussis, un notario de Piacenza, en su Istoria de Morbo sive Mortalitate quae fuit Anno Dni MCCCXLVIII; lo cuenta así:

“En vista de ello, los tártaros, agotados por aquella enfermedad pestilencial y derribados por todas partes como golpeados por un rayo, al comprobar que perecían sin remedio, ordenaron colocar los cadáveres sobre las máquinas de asedio y lanzarlos a la ciudad de Caffa. Así pues, los cuerpos de los muertos fueron arrojados por encima de las murallas, por lo que los cristianos, a pesar de haberse llevado el mayor número de muertos posible y haberlos arrojado al mar, no pudieron ocultarse ni protegerse de aquel peligro. Pronto se infectó todo el aire y se envenenó el agua, y se desarrolló tal pestilencia que apenas consiguió escapar uno de cada mil”.

Hoy se sabe que el contacto con cadáveres no contagia la enfermedad pero entonces se pensaba que emanaban miasmas nocivos… y el caso es que el diabólico ardid dio resultado. Como los síntomas se manifiestan entre dos y ocho días, la peste no tardó en extenderse entre la población. Caffa cayó en 1347 y los que pudieron sobrevivir a los mongoles se embarcaron para escapar por mar hacia Génova, extendiendo la epidemia por todos los puertos donde hicieron escala y de éstos a otros: Grecia, Egipto, los Balcanes, etc.

Difusión de la Peste Negra por años en el siglo XIV/Imagen: Flappiefh en Wikimedia Commons

Parte de aquella flota macabra arribó a Constantinopla con las cubiertas atestadas de muertos y moribundos (algunos quedaron en alta mar con todos sus viajeros fallecidos), algo irónico si se tiene en cuenta que allí había tenido lugar la mencionada Plaga de Justiniano ochocientos años antes. Otra parte continuó viaje por el Mediterráneo y alcanzó Mesina, en Sicilia, aunque las autoridades locales prohibieron desembarcar a sus ocupantes. A los humanos, habría que puntualizar, porque las ratas de a bordo se las arreglaron para bajar a tierra e infestar la urbe.

Desde la isla, la Peste Negra se fue extendiendo por Marsella y la península italiana (Génova, Venecia…). La guerra que libraron Hungría y Nápoles ese mismo año ayudo a transmitir la enfermedad porque ante las numerosas bajas que causó ésta se hizo necesario interrumpir las hostilidades y soldados húngaros regresaron a su país infectados; hasta la reina moriría. La marcha implacable de la Peste Negra fue asolando Francia, España, Inglaterra, Escandinavia y, en suma, casi toda Europa, llegando al extremo noroccidental de Rusia y dejando una sangría demográfica de unos veinticinco millones de muertos, un sesenta por ciento de los afectados.

La pandemia remitió por fin unos años después, hacia 1353, aunque hasta el siglo XVIII siguió habiendo brotes esporádicos, algunos de gran mortalidad, especialmente en localidades portuarias. No obstante, Caffa consiguió salir adelante y, con el tiempo, recuperar su prosperidad, la intensa actividad de su puerto y la importancia de su mercado esclavista; así lo acreditó un siglo más tarde el viajero castellano Pedro Tafur en su libro Tractado de las andanças e viajes de Pero Tafur o itinerario, tras un periplo realizado entre entre 1436 y 1439 que le llevó a recorrer casi todo el continente y parte de Oriente Próximo, entrevistándose con el emperador bizantino Juan VIII Paleólogo y el sultán otomano Murad II.

Dibujo de 1916 mostrando una pulga de la rata (Xenopsylla cheopis)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por último, una puntualización. Los expertos consideran improbable que la difusión de la Peste Negra partiera de aquel único punto de Crimea: puesto que tardó más de un año en llegar a Europa occidental y que otros puertos de la península habían caído en poder del khan, lo más seguro es que hubiera varios focos, unos por vía marítima y otros por la terrestre que suponían las caravanas. De hecho, Asia Menor también sufrió estragos y, junto con África, dobló en víctimas a Europa.

Por otra parte los cuerpos de perecidos por peste bubónica no son contagiosos per se, así que probablemente los habitantes de Caffa fueron infectados por pulgas que habría en las ropas de los cadáveres lanzados o las que introdujeran las ratas que pululaban por el campamento mongol, que a buen seguro hallaron la forma de entrar en la ciudad. Eso sí, suponiendo que sea cierta la historia de las catapultas narrada por Gabriel De Mussis -algo muy cuestionado-, podría considerarse que se trató del primer arma bacteriológica propiamente dicha y documentada en la Historia.


Fuentes

La gran epidemia medieval (Pedro García Luaces en Historia y Vida)/La Peste Negra, 1346-1353. La historia completa (Ole J. Benedictow)/The Black Death. Natural and Human Disaster in Medieval Europe (Robert S. Gottfried)/Weapons of Mass Destruction. An Encyclopedia of Worldwide Policy, Technology and History (Eric Croddy y James J. Wirtz)/La peste negra y sus estragos. La pandemia más mortífera de la historia (50 Minutos)/Wikipedia


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