Hay que tener ya cierta edad para haber visto la serie televisiva Pippi Calzaslargas, una producción sueca de 1969 que TVE emitió cinco años después y que adaptaba la serie de cuentos que bajo el título genérico de Pippi Långstrump creó la escritora Astrid Lindgren. Pues bien, quienes la vieron en su momento (o leyeron los libros) recordarán que la protagonista es una niña bastante peculiar que vive sola en una casa con un caballo y un mono haciendo literalmente lo que le apetece.

Pero lo más curioso está en el hecho de que su padre, un pirata que reina en el Congo, está inspirado en un personaje real: el marino Carl Emil Petersson, que tras naufragar en Oceanía terminó proclamado monarca de una isla.

El caso de Petersson no fue único; por esas mismas latitudes, aunque medio siglo después, se registró otro: el de un soldado estadounidense que desertó de Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial, decepcionado con la marcha de McArthur, y que acabó siendo rey de Borneo, liderando al pueblo dayak contra los invasores japoneses. El escritor y guionista francés Pierre Schoendoerffer lo plasmó en 1969 en una exitosa novela que el cineasta John Milius adaptó para la gran pantalla con el título Adiós al rey (Farewell to the king, 1988), con el personaje interpretado por Nick Nolte.

No obstante, la historia más parecida a la del sueco fue la de David O’Keefe, un marino estadounidense que naufragó en una isla del Pacífico Sur, donde se ganó la confianza de los nativos y montó una compañía de comercialización de copra rivalizando con las alemanes hasta terminar por convertirse en rey del lugar.

En 1954 Hollywood estrenó una entretenida película de aventuras basada en él y titulada Su Majestad de los Mares del Sur (His Majesty O’Keefe), dirigida por Byron Haskin y protagonizada por un Burt Lancaster en la cresta de la popularidad.

Carl en su etapa de marinero, hacia 1890/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Parece que las variopintas gentes de ese extremo del mundo no sólo no tenían problema para acoger extranjeros sino que aceptaban ponerlos al mando, si bien Petersson ascendió por una vía diferente a la del otro: merced a su matrimonio con la hija del soberano local, que al parecer se enamoró de él. Otro clásico que se ha dado alguna vez más en la Historia, siendo el ejemplo más mediático el de Pocahontas con John Smith (que, por cierto, había tenido un precedente en la odisea personal del español Juan Ortiz).

Vamos con los hechos. Puesto que Carl Emil Petersson era un simple marinero, poco se sabe de su infancia salvo que nació en octubre de 1875 y era uno de los seis hijos del matrimonio que formaban Carl Wilhelm y Johanna Petersson. Adoptó el apellido de su madre porque el progenitor les abandonó. La vida en la mar empezó para Carl en torno a 1892, cuando apenas acaba de salir de la adolescencia y se enroló por primera vez. Con el tiempo navegó por muchas aguas pero fue decisivo su paso por las Islas Bismarck, ya que allí fue contratado por la empresa alemana Neuguinea-Compagnie, que tenía su sede en Kokopo.

Kokopo es actualmente (desde que en 1994 sustituyó a Rabaul a causa de la destrucción de ésta por una erupción volcánica) la capital de Nueva Bretaña del Este, una de las diecinueve provincias de Papúa-Nueva Guinea. El nombre anglosajón no debe despistar porque las principales potencias europeas fueron sucediéndose en el dominio de esa tierra desde su descubrimiento en el siglo XVI: primero los portugueses, los primeros en verla y que la bautizaron como Papúa (una palabra malaya que alude al pelo rizado de sus habitantes); luego los españoles, que encontraron otras islas alrededor y añadieron lo de Nueva Guinea por razones obvias.

La actual provincia de Nueva Irlanda, llamada Neu-Mecklenburg por los alemanes/Imagen: TUBS en Wikimedia Commons

En el último cuarto del siglo XIX Papúa-Nueva Guinea se la repartían entre holandeses, británicos y alemanes. En 1884 estos últimos se establecieron en la parte sudeste denominándola Kaiser-Wilhelmsland y rebautizando Nueva Bretaña como Archipiélago de las Bismarck. Son 49.700 kilómetros cuadrados dispersos en docenas y docenas de islas que explotaba la citada compañía Neuguinea-Compagnie, fundada ese mismo año con tal propósito por un consorcio de banqueros teutones encabezado por Adolph von Hansemann.

Por supuesto, contaba con el apoyo del gobierno de Bismarck, interesado en formar un imperio colonial de ultramar con África y Oceanía como principales proyecciones, ya que en América no había opción y en Asia sólo contaba con algunos puertos compartidos.

El vapor Samoa zarpó de Sidney en agosto de ese año para fundar un protectorado en Nueva Bretaña y abrir factorías en otros puntos insulares; la propia compañía se encargaría de la administración en nombre del Deutsches Kolonialreich (Imperio colonial Alemán) y así siguió hasta que el gobierno asumió las funciones en 1899.

Bandera de la Neuguinea-Compagnie/Imagen: Jolle en Wikimedia Commons

Ése era el contexto cuando Carl Emil Peterssen se enroló en una aquellas singladuras colonizadoras a bordo del Herzog Johan Albrecht… que tuvo la desgracia de hundirse el día de Navidad de 1904. Se fue a pique frente a Tabar, una isla que forma parte de un grupo del mismo nombre situado al este de la provincia de Neu-Mecklenburg (actual Nueva Irlanda), en la parte septentrional de Papúa-Nueva Guinea. Carl consiguió salvarse porque la marea le depositó en una bucólica playa; allí le encontraron los nativos.

La alegría por sobrevivir debió ensombrecerse al instante, pues se suponía que los aborígenes de la región eran caníbales. Sin embargo, no le causaron daño y le llevaron hasta su poblado, acaso deseosos de mostrárselo a su rey porque aquel blanco andrajoso era imponente, alto y musculoso, de gran fuerza física. Tanto que a quien realmente llamó la atención fue a la hija del monarca, que se quedó prendada a primera vista; no extraña que luego le apodaran Strong Charly (Fuerte Charly). Se ignora cómo sucedieron los acontecimientos pero el caso es que ella, que se llamaba Singdo, se las arregló para que Lamy, su padre, aceptara entregarla en matrimonio al forastero.

Reparto de Nueva Guinea entre Holanda, el Imperio Británico y el Imperio Alemán/Imagen: Cartol en Wikimedia Commons

Debió ser tras un período de prolongado noviazgo; así, la boda se celebró en 1907 y ambos fundaron una numerosa familia, pues tuvieron nueve hijos (a los que puso nombres escandinavos: Elsa, Villy, Julius, Emil, Hans, Anna, Erik, Victoria y Karl), aunque uno murió de pequeño. Dada su cómoda posición social no les faltaban tierras, así que las aprovecharon para abrir una extensa plantación de cocoteros a la que pusieron el nombre de Teripax y abrieron una empresa de comercio de copra, la pulpa seca del coco, un producto muy demandado entonces porque de él se extraía aceite. Desde la década de los sesenta decimonónicos eran muchos los barcos que acudían a los mares del sur en busca de copra, así que la clientela estaba asegurada.

En efecto, el negocio prosperó y cuando falleció Lamy más aún porque Carl no sólo amplió la extensión de su plantación abriendo dos más en otras islas (Maragon, en Simberi, y Londolivit, en las Lihit) sino que ascendió al trono en lugar de su suegro. Y es que gozaba de gran consideración porque, frente a lo que era usual entre los occidentales, siempre demostró respeto por las costumbres locales y además trataba muy bien a sus empleados, algo que tampoco resultaba frecuente. Tan boyantes iban las cosas que Carl no se planteó irse hasta que una fiebre puerperal le arrebató a su esposa en 1921.

Entonces retornó a su país, donde la prensa contaba sus aventuras. Mientras invertía en construir una fábrica de gas con un socio sueco pero de origen británico llamado James Simpson, conoció a la hija de éste, Jessie Louisa, divorciada y con dos hijos mayores pero independiente, y la llevó consigo de vuelta a Tabar, donde se casaron en 1923. Pero aunque ella describió su nuevo hogar como «el reino del sol donde la guerra, el asesinato y los celos son conceptos desconocidos», no todo era tan paradisíaco.

Jessie se encontró sola, en un lugar aislado del mundo donde no tenía con quien hablar porque desconocía el idioma y encima debiendo hacerse cargo de una prole de ocho niños criados en total libertad, según criterios muy distintos a los del mundo occidental, mientras era incapaz de contactar con los suyos. Hizo un esfuerzo por adaptarse, aprendiendo la lengua, montando a caballo, disparando rifles, pero no renunciaba a sus raíces europeas y procuraba vestir bien, aún cuando la malaria empezó a devorarla.

A eso se sumó otro grave problema: durante la ausencia de Carl el negocio había decaído y estaba cerca de la quiebra, algo que no se pudo remediar por más reformas e inversiones que Carl hizo, ya que el mercado había cambiado y la demanda de copra bajó considerablemente. La dramática situación económica se salvó gracias al hallazgo de oro en la isla de Simberi, donde estaba una de las plantaciones, aunque Carl procuró mantenerlo en secreto para evitar una llegada masiva de buscavidas.

Al final los Petersson tuvieron que irse definitivamente porque necesitaban un tratamiento médico para Jessie que en Tabar no podían recibir; padecía de un cáncer de mama. Primero se marchó ella, que fue hospitalizada en Australia y luego se trasladó a Estocolmo, pues regresar a Tabar era un riesgo para su vida; aunque sólo tenía cincuenta y tres años, fallecería en una residencia de ancianos de la capital sueca en 1935. Carl se quedó precisamente hasta ese año pero nunca volvió a pisar su país natal porque poco después, en 1937, durante una estancia en Sidney, un ataque al corazón puso fin a sus aventuras.


Fuentes

The influence of German surveying on the development of New Guinea (Robert Linke)/Pippis mamma – fanns hon på riktigt? (Peter Karlsson en Svenska Öden & Äventyr)/Wikipedia


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