Probablemente muchos lectores sabrán quién fue Martha Ellis Gellhorn pero, para quienes no, decirles que no se trata de uno de esos personajes que a veces se meten con calzador en las películas bélicas. Fue la única mujer, que se sepa, que desembarcó en Normandía el Día D cubriendo como reportera la Segunda Guerra Mundial, al igual que antes había hecho con la Guerra Civil española y después haría con otras. Sin embargo, los méritos de esa azarosa vida aventurera suelen quedar relegados a un segundo plano cuando se la presenta simplemente como la esposa de Ernest Hemingway.

Para ser exactos, fue la tercera del famoso escritor, a quien conoció en las navidades de 1936 en Cayo Hueso. Hemingway pasaba allí los inviernos desde 1928, cuando buscaba un sitio donde recuperarse de un accidente doméstico sufrido en París y otro ilustre literato, John Dos Passos, se lo recomendó. Para entonces ya era un autor de éxito, con obras como En nuestro tiempo, Fiesta, Adiós a las armas o Las nieves del Kilimanjaro, por ejemplo, y estaba trabajando en Tener y no tener.

También por entonces estaba casado con una periodista de Vogue llamada Pauline Pfeiffer, por la que en 1927 se había divorciado de su primera mujer, Hadley Richardson. Y apareció Martha, que le deslumbró con su desparpajo e independencia seguramente también por ser la primera que era más joven que él. Nacida en San Luis en 1908, su padre era un ginecólogo de origen alemán que junto a la madre, Edna, le dio dos hermanos, Walter y Alfred, ambos prestigiosos profesores universitarios aunque en disciplinas distintas (Derecho y Medicina respectivamente)

Hemingway (izq) durante el viaje a España que hizo en 1925, inspirador de Fiesta/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Y esa Edna era nada menos que, Edna Fischel Gellhorn, una famosa sufragista que participó en la fundación de la National League of Women Voters y defendió a capa y espada el reconocimiento del voto femenino. Fue la que marcó el carácter a su hija porque ya la involucró desde pequeña en la lucha por los derechos de la mujer. Así, en las fotografías de The Golden Lane, una convención demócrata celebrada en la ciudad en 1916 en la que unas mujeres comparecían adornadas con sombrillas doradas para simbolizar los estados donde podían votar y otras lo hacían con complementos negros por los que no, se ve a dos niñas que representaban a las votantes del futuro; una de ellas era Martha.

En 1927 empezó a trabajar como periodista en The New Republic, pese a no tener la correspondiente carrera universitaria. Sin embargo, sus artículos debieron gustar lo suficiente como para seguir durante tres años, hasta que decidió marchar a Europa para ser corresponsal. Se estableció en París hasta 1932 al servicio de la agencia United Press y de Vogue (como Pauline Pfeiffer), alternando esa ocupación con la participación en el movimiento pacifista, que plasmaría dos años más tarde en su primer libro, What mad pursuit.

Edna Fischel Gellhorn/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Dando por concluida esa etapa en el viejo continente, regresó a EEUU con una oferta de Harry Hopkins, asesor de Roosevelt -ambos eran amigos de Eleanor- que en ese momento estaba inmerso en la aplicación del New Deal, la política intervencionista del gobierno federal para afrontar los terribles efectos ocasionados por la Gran Depresión que siguió a la Crisis del 29. Una de las entidades encargada de poner en marcha los diferentes programas era la FERA (Federal Emergency Relief Administration), que se centraba en la creación de empleo no cualificado como alternativa a los subsidios.

Martha ejerció de inspector para la FERA, recabando datos sobre la situación de la gente necesitada de Carolina del Norte. Después amplió su campo de investigación en colaboración con la fotógrafa Dorothea Lange. El resultado de aquella cooperación mutua fue una serie de informes escritos y gráficos (se hizo especialmente icónica la foto Migrant mother) que hoy resultan muy útiles para estudiar el período pero, en el caso de la primera, además le sirvió de base para documentar un nuevo libro, The trouble I’seen, publicado en 1936.

Ése fue el año en que coincidió con Hemingway en Florida. Entablaron amistad y el escritor se separó de Pauline para establecerse con Martha en Finca Vigía, una hacienda de 61.000 metros cuadrados situada a una veintena de kilómetros de La Habana. Pero se pusieron de acuerdo para ir a España, donde un golpe de estado de los militares derivó en una guerra civil. Él viajó como corresponsal de la NANA (North American Newspaper Alliance) y le acompañaba el cineasta holandés Joris Ivens, que estaba filmando la película Tierra de España y quería la ayuda del célebre escritor en el guión. Martha lo hizo contratada por la revista Collier’s Weekly, pionera en periodismo de investigación y con una línea editorial defensora de reformas sociales.

Dorothea Lange y Migrant mother, su foto más emblemática/Imagen: 1-dominio público en Wikimedia Commons y 2-dominio público en Wikimedia Commons

En España consolidaron su relación viviendo a caballo entre Madrid y Barcelona. Tras festejar juntos la Navidad de 1937, Hemingway escribió La quinta columna (su única obra de teatro) y ella se fue a Checoslovaquia para seguir la actualidad del pujante régimen nazi alemán. Como testimonio de esa etapa publicaría en 1940 su primera novela, A stricken field, ya terminada la guerra española y desatada la mundial. Por supuesto, Martha no regresó a su país sino que se movió por los lugares donde la contienda estaba más candente, desde Finlandia hasta Singapur, pasando por Hong Kong, Birmania y Gran Bretaña.

El 20 de noviembre de 1940, ella y Hemingway dieron el paso definitivo casándose (el divorcio de Pauline se formalizó el año anterior). Lo hicieron en Cheyenne, Wyoming, estableciendo su domicilio en Sun Valley, Idaho, aunque en invierno se escapaban a su casa de Cuba, que compartían con decenas de gatos. Ese otoño Hemingway publicó Por quién doblan las campanas, novela ambientada en la guerra española que escribió a instancias de Martha y con la que ganó el Premio Pulitzer, encumbrándose en el mundo literario.

Ese triunfo profesional no tuvo reflejo en el personal. El matrimonio fue un fracaso casi desde el principio porque el escritor no llevaba nada bien las ausencias de su esposa. En enero de 1941 Collier’s Weekly la envió a China y él la acompañó pero estuvo todo el tiempo enfurruñado, ya que no le gustó el país. La inminente entrada de EEUU en la guerra mundial les hizo retornar pero posteriormente, cuando Martha se desplazó a Italia en 1943 para cubrir el avance aliado, él le reprochó esa nueva marcha preguntándole por carta si era corresponsal de guerra o su esposa.

Martha Gellhorn y Ernest Hemingway en China/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No obstante, lo peor estaba por llegar. Al saberse que los Aliados preparaban la Operación Overlord, un gran desembarco en la costa francesa que abriría un nuevo frente, ella decidió ir a Inglaterra con la idea de informar desde primera línea, encontrándose con que su marido, que ya estaba en Londres, no sólo no la ayudaba sino que hacía cuanto podía por impedírselo, negándose a gestionarle una acreditación de prensa y el correspondiente billete para cruzar el Atlántico en avión.

Cabe decir que en la capital británica él había conocido a otra periodista, Mary Welsh, de la revista Time, con la que mantenía un romance. En ese sentido la traición fue recíproca, pues Martha también tuvo una relación amorosa con un militar, James M. Gavin, comandante general de la 82ª División Aerotransportada. De hecho, la periodista también había mantenido escarceos en su juventud, cuando estaba en París, con el economista francés Bertrand de Jouvenel, que estuvo a punto de dejar a su esposa por ella.

Martha no se echó atrás; estaba decidida a ir allá donde estuviera la guerra, como dijo con sus propias palabras, y realizó la travesía en un carguero que transportaba explosivos. Al desembarcar en Londres acudió a ver a Hemingway al hospital, donde había sido ingresado por un accidente automovilístico, cantándole las cuarenta. Se fueron cada uno por su lado y no volvieron a verse hasta los momentos finales de la guerra; seis meses después de firmarse la paz, el escritor se casó con Mary.

Mary Welsh y Ernest Hemingway, ya casados, en Kenia (1953-54)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero antes tuvo lugar el curioso episodio del Día D. Martha, tan intrépida como tenaz, tuvo que tirar de imaginación y osadía al carecer de carnet de prensa. Lo que hizo fue esconderse en los servicios de un barco-hospital y, cuando las primeras oleadas aseguraron las playas de Normandía, bajó a tierra con los equipos sanitarios disfrazada con un uniforme de camillero. Fue la única mujer entre los cientos de miles de hombres que pisaron suelo francés aquel 6 de junio de 1944. Su todavía marido también estuvo allí pero no le dejaron salir de la lancha de desembarco por miedo a que le pasara algo a una gloria literaria de EEUU.

La audacia de Martha en el Dia D no fue un episodio aislado. Siguió a las tropas en su avance por Europa y fue de las primeras en informar al mundo del horror del campo de concentración de Dachau, que conoció in situ. Después volvió a Londres para divorciarse; había durado cuatro años junto a Hemingway y le relevaría con una larga lista de nombres: el empresario Laurence Rockefeller, el periodista William Walton, el médico David Gurewitsch y el editor de Time T. S. Matthews (con quien se casaría en 1954… para divorciarse en 1963).

Ahora bien, si algo le trajeron aquellos divorcios fue libertad plena para continuar ejerciendo su profesión. Estuvo en la guerra del Vietnam y en los sucesivos conflictos árabe-israelíes, por citar sólo dos de los muchos que hubo a lo largo de tantas décadas. Misiones que la separaron de Sandy, el huérfano italiano que había adoptado en 1949, pero que no le impidieron seguir publicando, tanto ensayo como ficción. Siendo septuagenaria todavía se desplazó a Centroamérica para informar de las guerras civiles que azotaron la región en 1979 (Guatemala, El Salvador, Nicaragua…). En 1989 hizo otro tanto con la invasión estadounidense de Panamá.

El US Postal Service dedicó una tirada de sellos a Martha Gellhorn/Imagen: British Library Blog

Claro que los años no pasaban en balde y empezaron a pasarle factura inmisericordemente; unas cataratas mal operadas la dejaron medio ciega y prácticamente imposibilitada para trabajar. Llegó el momento de la retirada definitiva, que no supo sobrellevar y en 1998, enferma de cáncer, puso fin a su vida ingiriendo una cápsula de cianuro. Era el fin de la trepidante vida de una mujer empeñada en ser conocida por sí misma, exigiendo que no se mencionara a Hemingway cuando la entrevistaban porque se negaba a «ser una nota a pie de página en su vida».



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