Uno de los lugares más visitados de Austria es el Palacio de Hofburg, clásica residencia de las familias imperiales, aunque hoy en día, paradójicamente, es la residencia del Presidente de la República.
Con más dos millares y medio de estancias decoradas en múltiples estilos y una serie de edificios por los que se reparten sitios como la Biblioteca Nacional, la famosa Escuela Española de Equitación o los museos de Sissi y de Etnología, probablemente uno de sus rincones más curiosos y cargados de historia sea la Schatzkammer, la Cámara del Tesoro, donde se guardan las Reichskleinodien o Joyas del Reich.
La Schatzkammer está compuesta por una veintena de salas dedicadas a exhibir los tesoros acumulados por los Habsburgo a lo largo de siglos. De entre todos ellos suelen destacarse especialmente el retrato de la familia del emperador Maximiliano que hizo el pintor Bernhard Strigel (y en el que vemos al emperador, a su hijo Felipe el Hermoso y su nieto Carlos, estos dos últimos reyes de España) pero también, y esto es lo que nos interesa aquí, el Reichsschatz (tesoro imperial, la fantástica dote recibida cuando el propio Maximiliano se casó con María de Borgoña), las Reichsinsignien (insignias imperiales) y las citadas Reichskleinodien.
Es decir, el conjunto de símbolos que representaban a los reyes de los pueblos germánicos y al Sacro Imperio Romano Germánico, aun cuando parte de las piezas no tenían relación con el concepto de imperio y fue posteriormente cuando se las vinculó usando nombres en latín como insignia imperialia, regalia insignia, insignia imperalis capellae quae regalia dicuntur, etc. Constituyen los únicos símbolos medievales que se conservan intactos casi por completo, a pesar de las peripecias por las que han pasado.
El Tesoro Imperial, como también se lo conoce, tiene dos partes diferenciadas. La primera es el Geistliche Schatzkammer (Tesoro Sacro), a base de piezas religiosas como cruces, altares y, sobre todo, relicarios; destacan la Cruz-Relicario del rey Luis I de Hungría, el Relicario de los Clavos de Cristo y una imagen de la Virgen hecha de plumas exóticas por un artista purépecha en el siglo XVI. Curiosamente sus piezas más originales no tienen que ver exactamente con la fe: son el Achatschale (un cuenco de ágata que se suele identificar con el Santo Grial) y el Ainkhürn (un cuerno cuya procedencia se atribuye a un unicornio pero que probablemente sea de narval).
La segunda parte es el Weltliche Schatzkammer (Tesoro Secular), compuesto por las insignias del Imperio Austríaco y sus dominios (corona de Rodolfo II, Orbe y Cetro imperiales, el manto de terciopelo y armiño de Fernando de Hungría y la indumentaria para la Coronación del Reino de Lombardía-Venecia) los tesoros borgoñones y de la Orden del Toisón de Oro (copa ceremonial de Felipe el Bueno, collares, mantos y demás parafernalia), más el Tesoro de la Casa Habsburgo-Lorena (la cuna del hijo de Napoleón, la Corona de Esteban Bocksai, etc).
Al Tesoro Secular se adscriben también las insignias del Sacro Imperio Romano Germánico, cuyas piezas pueden clasificarse asimismo en dos grupos. El más grande recibe el nombre de Nürnberger Kleinodien, algo así como Joyas de Nuremberg porque se custodiaron en esa ciudad entre 1424 y 1796, y se compone de la Cruz Imperial, la Lanza Sagrada, la Corona Imperial, el Cetro Imperial, el Orbe Imperial, una espada ceremonial, vestiduras de coronación y la mayor parte de los relicarios.
El otro grupo se conoce como Aachener Kleinodien, o sea, Joyas de Aquisgrán, debido a que estuvieron guardadas en la urbe alemana homónima hasta 1794 (aunque se ignora desde cuándo) y forman parte de él la Biblia Imperial, la Bolsa de San Esteban y la llamada Espada de Carlomagno.
En realidad no se sabe con exactitud cuando se incoporaron a la colección algunas de las piezas. El cronista italogermano del siglo XII, Godofredo de Viterbo, que trabajó en la cancillería de varios emperadores, reseña únicamente media docena: la Cruz, la Lanza Sagrada, la Corona, el Cetro, el Orbe y la Espada; esta última no la mencionan otras fuentes medievales, por ejemplo. Claro que resulta difícil concretar porque, a menudo, las referencias son genéricas, aludiendo simplemente a que tal o cual emperador vestía las insignias imperiales.
A partir de 1438, todos los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico menos uno salieron de la casa de Habsburgo y hasta 1508 debían trasladarse a Roma, por llevar el título de Rey de Romanos, para ser coronados por el Papa. A partir de ese año dejó de haber coronaciones papales y el título de Rey de Romanos pasó a ser honorífico, concedido al sucesor del emperador, que tendió a perder su carácter electivo. Luego, en el XVIII, se empezó a considerar extravagante la parafernalia ceremonial; Goethe, por ejemplo, dejó una descripción ridiculizante de la coronación de José II.
En ella se empleaban algunos de los elementos citados. El más importante, lógicamente, era la corona, que se debió hacer hacia el siglo X aunque tiene añadidos posteriores. Es de oro, con 144 piedras preciosas y otras tantas perlas, así como cuatro placas con imágenes bíblicas bizantinas y una cruz rematándola. La usó por primera vez Conrado II, mientras que el último en llevarla fue Francisco II, último titular del Sacro Imperio y primero de Austria, en 1792.
Junto a la corona se entregaban el cetro y el orbe (un globus cruciger). También la Espada Imperial, conocida como Espada de San Mauricio porque se creía perteneciente al santo homónimo, símbolo del poder terrenal. Es un arma ceremonial, probablemente del siglo XI, que lleva en su cruz la inscripción Cristo vence – Cristo reina – Cristo manda, mientras que en el pomo se ve el escudo de Otón IV. La vaina, de madera, está chapada en oro y esmaltes con las imágenes de 14 emperadores.
Asimismo, en la colección hay dos piezas curiosas más. Una es la Espada de Carlomagno, llamada así porque se atribuye a ese personaje aunque se supone que tiene su propio nombre, Joyeuse (Joyosa).
La leyenda dice que en su empuñadura se guardaba la hoja de la Lanza Sagrada, también conocida como Lanza del Destino o Lanza de Longinos en alusión a la que habría usado ese legionario romano para rematar a Jesús en la cruz.
Este episodio sólo aparece en el evangelio de San Juan y algunos textos apócrifos pero la búsqueda de ese arma como reliquia se convirtió en una obsesión medieval hasta el punto de que hay varias por el mundo; la de Viena fue recubierta de oro y remachada con un clavo de la cruz.
Las Reichskleinodien no tuvieron un sitio fijo de custodia durante la Edad Media. La corte solía llevarlas allá donde fuera para mantenerlas cerca, por lo que circularon por una serie de castillos como los de Hammerstein, Trifels, Haguenau, Waldburg, Krautheim, Kyburg, Stein y Karlstein, además de la Abadía de Limburg, el palacio de Goslar, Alter Hof (el centro de Múnich), la catedral praguesa de San Vito, y las fortalezas de Plintenburg y Ofen (Budapest). Pero en septiembre de 1423 se designó Nuremberg como sede permanente y ya sólo salían de allí en ocasiones especiales.
Como decíamos antes, permanecieron hasta 1796, año en que el avance del ejército francés obligó a trasladarlas a Regensburg. El coronel Johann Georg Haller von Hallerstein se encargó de la operación, si bien no se llevó toda la colección; la que dejó atrás desapareció misteriosamente sin que se haya vuelto a saber de ella.
Las que estaban en Aquisgrán también tuvieron que ponerse a salvo en el monasterio capuchino de Paderborn. De Regensburg pasaron a Ratisbona y entre 1800 y 1801 se enviaron definitivamente a Viena.
Ya no se movieron de la capital vienesa, aún cuando el Sacro Imperio Romano Germánico se disolvió en 1806 y a pesar de las continuas reclamaciones de Núremberg y Aquisgrán para que les fueran restituídas.
Aunque en realidad habría que reseñar un pequeño período de excepción: fue entre 1938 y 1946, cuando Alemania se anexionó Austria y Hitler ordenó que las joyas se devolvieran a Núremberg, exponiéndolas en la Katharinenkirche (una iglesia medieval superviviente de un monasterio dominico).
Sin embargo, los bombardeos aéreos destruyeron el templo y las joyas se guardaron en el Nürnberger Burg (el castillo de la ciudad), que también resultó dañado por la aviación aliada pero que había sido debidamente protegido (y posteriormente se restauró). Cuando llegaron las tropas estadounidenses encontraron allí las Reichskleinodien, a salvo en un búnker, y en 1946 las piezas regresaron al Palacio Hofburg vienés.
Fuentes
The Kunsthistorisches Museum Vienna. The Imperial and Ecclesiastical Treasury (Rudolf Distelberger y Manfred Leithe-Jasper)/Nazi Plunder. Great Treasure Stories Of World War II (Kenneth D. Alford)/The Holy Roman Empire, reconsidered (Jason Philip Coy, Benjamin Marschke y David Warren Sabean, eds)/Hofburg-Vienna/Wikipedia
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