El 31 de julio de 1913 tropas rusas que habían desembarcado el mes anterior de una pequeña escuadra de la Armada Imperial y ocupado la península griega del Monte Athos, asaltaron el monasterio de San Pandeleimonos y arrestaron a la mayor parte de los monjes, llevándoselos presos. Lo realmente insólito de esta dura intervención armada en un cenobio que no opuso resistencia es que se debió a una cuestión teológica: la comunidad se había dividido por la difusión de un movimiento que algunos consideraban herético y peligroso para la integridad de la fe ortodoxa, la onomatodoxia.

Las herejías y corrientes discrepantes que fueron surgiendo en el seno del cristianismo desde su fundación no fueron una exclusiva del catolicismo. Los ortodoxos también sufrieron las suyas -a veces compartidas- y una de las más curiosas fue ésta de la onomatodoxia, cuyos detractores llamaron onomalotría. Es una palabra que remite al término nombre en griego porque se basaba en un postulado de Platón: el nombre de un objeto existe antes que el objeto en sí. Por tanto, la onomatodoxia establece que el nombre de Dios ya estaría antes de la Creación y de ello sólo se puede deducir que su nombre es Dios mismo.

Sus defensores aseguraban que la onomatodoxia enraizaba con el pensamiento religioso de los Padres de la Iglesia mientras que los otros la vinculaban más bien con los heresiarcas, es decir, los fundadores de herejías. Sin embargo, era un movimiento de reciente creación, nacido a principios del siglo XX y que, en todo caso, como decíamos, bebía de conceptos platónicos. También Heráclito y algunas corrientes budistas trataron el tema; y el evangelio de Juan (1:1) dice textualmente: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (en el original, verbo es logos, traducible también por palabra).

Diagrama con todos los nombres de Dios realizado por el jesuita Athanasius Kircher en el siglo XVII/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por tanto, la forma de llamar a la divinidad no era cuestión baladí pues el conocimiento de su verdadera denominación podría otorgar un poder extraordinario, milagrero incluso; algo que por cierto, mantenía cierto parecido con lo que decía la Cábala, una corriente relacionada con el judaísmo jasídico y esenio que busca la interpretación místico-ontológica de la Torá a través del significado oculto de sus palabras; al final veremos el porqué. En suma, la onomatodoxia sedujo a muchos monjes gracias a la lectura de un libro titulado En las montañas del Cáucaso, publicado en 1907 por un stárets llamado Hilarión.

Los startsy (plural de stárets) eran monjes que habían alcanzado el grado de maestros gracias a que su ascetismo y virtud les llevaba a recibir del Espíritu Santo ciertos dones, como la intuición, la curación o la precognición. Así, eran como los antiguos profetas: respetados y admirados, consejeros, guías espirituales y, por consiguiente, también autoridades en materia religiosa. Hilarión fue uno de ellos y en su obra explicaba que había alcanzado una relación espiritual especialmente estrecha a través de la llamada Oración de Jesús, lo que probaba que el nombre de Dios era Dios.

El monje Hilarión/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La Oración de Jesús, también conocida como Oración del nombre de Jesús, era una fórmula de rezo común en la escuela ortodoxa del hesicasmo. Este término, que significa algo así como paz interior, alude a la práctica ascética de muchos monjes desde el siglo IV d.C, perfeccionada por los startsy y consistente en repetir cientos de veces cada noche la frase «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi, pecador» ayudado por un cordón de oración (el equivalente del rosario para los ortodoxos, un cordón que sustituye las cuentas por nudos); si se repetía más de trescientas podía sustituir a una misa.

El libro se hizo muy popular entre los monjes del Monte Athos y extendió entre ellos la onomatodoxia, ejerciendo cierto liderazgo un hieromonje (monje y sacerdote a un tiempo) llamado Anthony Bulatovich, del Skete de San Andrés. Skete es la palabra con que se designa a una casa monástica dependiente de un monasterio más grande y la de San Andrés había sido creada en la Baja Edad Media, creciendo progresivamente hasta reunir casi ochocientos profesantes, dirigidos por Bulatovich.

Alexander Bulatovich/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En realidad se llamaba Alexander Ksaverievich Bulatovich y era de origen ruso, nacido en Oriol en 1870, en el seno de una familia noble. Había servido en el ejército tomando parte en la expedición a Etiopía de 1896, durante la cual exploró aquellas tierras haciendo varios descubrimientos geográficos que le valieron premios y condecoraciones a su regreso. Sin embargo, en 1903, tras un encuentro con San Juan de Kronstadt, lo abandonó todo para tomar los hábitos en el citado Skete de San Andrés.

Entonces cambió su nombre por el de Antonio, volvió un tiempo a Etiopía para intentar fundar allí un cenobio ortodoxo y finalmente se estableció en el Monte Athos, donde el Skete de San Andrés estaba supeditado al Monasterio de San Pandeleimonos, aún mayor. En 1907, tras leer En las montañas del Cáucaso, abrazó con entusiasmo la onomatodoxia, que en ruso se dice imiaslavie (o imiabozhie) y por eso sus seguidores eran denominados imyaslavtsy (los que glorifican el Nombre).

Como enseguida nació también una corriente opositora, los imyabortsy (los que luchan contra el Nombre), Bulatovich se enfrascó en dotar a la fe de una base teórica consistente y, para ello, publicó varias obras teológicas que tomaban como referencia al mencionado San Juan de Kronstadt, aunque lo cierto es que éste falleció en 1908 sin llegar a vivir la controversia sobre el tema y sus citas se sacaban de contexto. Claro que también se suele reseñar al famoso Rasputín como otro apoyo de la onomatodoxia; inexactamente, como veremos.

Monjes ortodoxos en la segunda década del siglo XX/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El caso es que los imyabortsy consideraban aquel movimiento como una forma de panteísmo y, por tanto, incompatible con la fe cristiana. Argumentaban que el nombre de Dios sólo es una palabra formal para referirse a Él, sin ningún tipo de atributo divino de por sí, y que antes de la Creación no usaba nombre porque no lo necesitaba. Consecuentemente, se opusieron de forma radical encabezados por el arzobispo de Volyn, Antonio, también ruso (su nombre original era Aleksey Pavlovich Khrapovitsky), que calificó el movimiento de herejía, relacionándolo con el de los jlystý (flagelantes).

Los jlystý fueron una secta escindida de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el siglo XVII que creían en la encarnación cotidiana y frecuente de Jesús en seres humanos, llenándolos de virtud y, por tanto, liberándolos de todo tipo de restricciones en su comportamiento. Eso les hacía vivir sin ningún tipo de tabú sexual lo que, combinado con su costumbre de autoflagelarse y bailar en grupo para entrar en trance, provocó su persecución, aunque solían reproducirse con variantes; por ejemplo, ya vimos una en otro artículo, la de los skoptsy. Rasputín sí fue un jlystý.

La península de monte Athos y sus monasterios/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En 1912 el Santo Sínodo (el grupo de obispos que dirige la Iglesia Ortodoxa) prohibió en Rusia el libro de Hilarión (y así seguiría hasta 1998). Ese mismo año el patriarca Joaquín III de Constantinopla, al que apoyaban los rusos por el respeto que despertaba en el mundo religioso, también manifestó una opinión negativa sobre la obra, contradiciéndose dicho sea de paso, ya que en 1907 no había visto en ella nada malo. Quizá es que veía venir los problemas, pues en enero de 1913 las discusiones religiosas en San Andrés subieron un escalón y afectaron al juego de poder.

En efecto, ese comienzo de año se celebraron elecciones en el skete para elegir al higúmeno, o sea, el superior de la comunidad, equivalente al abad de los católicos. El titular, Jerónimo, militante de los opositores a la onomatodoxia, fue derrotado por otro llamado David, partidario de ella. Jerónimo no sólo se negó a reconocer la victoria del otro sino que le denunció ante la embajada rusa en Grecia y el gobierno imperial le hizo caso, exigiendo que le fuera devuelto el cargo. Los monjes imyaslavtsy se negaron, obviamente.

El patriarca Germano V/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Si alguien esperaba que el nuevo patriarca, Germano V, se mostrara más conciliador hacia el movimiento se equivocaba. En abril de ese año se unió a los críticos y declaró panteísta la onomatodoxia. Antonio Bulatovich, que había viajado hasta San Petersburgo para entrevistarse con el zar y explicarle que la unidad de la religión ortodoxa no corría ningún peligro, fue recibido pero no escuchado. Dos meses más tarde una escuadra de la Marina Imperial formada por el cañonero Donets y los transportes de tropas Tsar y Kherson desembarcaron en la península del Monte Athos un contingente de tropas junto al arzobispo de Vólogda, Nikon Rozhdestvensky.

La misión del prelado era hacer una encuesta sobre filiación teológica en el enorme Monasterio de San Pandeleimonos, donde profesaban 1.700 monjes. El resultado fue de 661 imyabortsy, es decir, contrarios a la nueva doctrina, frente a 517 imiaslavtsy y 360 que se negaron a contestar; los demás confesaron no tener claro por qué bando inclinarse. Dado que había una mayoría de contrarios, el arzobispo trató de convencer a los adeptos para que abandonaran su postura y que devolvieran a Jerónimo su dignidad. Pero de nuevo dijeron que no.

Harto de esperar, Nikon autorizó a los soldados a entrar en el cenobio y a usar la fuerza para desalojarlo. La operación se llevó a cabo de forma desmesurada, teniendo en cuenta que se trataba de religiosos que no ofrecieron resistencia: los sacaron a culatazos y a punta de bayoneta bajo la amenazadora presencia de dos ametralladoras instaladas en el recinto. Se dice que hubo cuatro muertos y decenas de heridos, aunque los primeros no están comprobados. Viendo el destino de sus hermanos, los monjes del Skete de San Andrés se rindieron inmediatamente.

Encerrados en las bodegas del Kherson, 628 fueron trasladados a Odesa mientras alrededor de 40 quedaban ingresados en un hospital. Unos aceptaron firmar una retractación y pudieron regresar al Monte Athos. Otros, la mayoría, se ratificaron en sus creencias y acabaron en la cárcel o desterrados, repartidos por el Imperio Ruso y posteriormente fusilados a manos del Ejército Rojo. Entre los confinados figuraba Antonio Bulatovich, que se fue a su hacienda de Lebedinka, donde acogió a algunos compañeros de fe.

En 1914, al frente de una delegación de imiaslavtsy, fue recibido amablemente por Nicolás II, que aceptó interceder ante el Santo Sínodo para que el asunto quedara zanjado sin necesidad de manifestar arrepentimiento. De esta manera, si bien la onomatodoxia seguía siendo considerada una herejía, las aguas volvieron a un cauce de tranquilidad y muchos monjes pudieron retornar a su comunidad. Como había estallado la Primera Guerra Mundial, Bulatovich solicitó ser enviado al frente en calidad de capellán castrense, siéndole concedido, si bien sobre el terreno llegó a ponerse al mando de la tropa alguna vez recordando su profesión anterior; incluso ganó la Cruz de San Jorge.

El colosal monasterio de San Pandeleimonos/Imagen: John Melekidis en Wikimedia Commons

No obstante, al acabar la contienda todo volvió a enturbiarse. En el verano de 1915 el monje que empezó todo aquello, Hilarión, escribió al Santo Sínodo para acalarar su situación, ya que vivía como un ermitaño en el Cáucaso y acababa de enterarse del lío involuntario que había provocado su libro. Murió antes de que le respondieran pero, otra vez sin querer, acababa de abrir la Caja de Pandora al revitalizar la persecución contra la herejía con la formación de un concilio ortodoxo sobre el tema.

Esa reunión quedó interrumpida por el estallido en 1917 de la Revolución de Octubre. Exactamente un año más tarde el Santo Sínodo apartó a los imiaslavtsy de la Iglesia si no se arrepentían y Bulatovich, que se negó, rompió oficialmente con el patriarca de Moscú fundando un pequeño skete en su tierra de Lebedinka. Dos meses después fue asesinado, no estando claro por quién ni por qué; según unos por ladrones y según otros por bolcheviques, no faltando quien acusó al Ejército Blanco.

Actualmente, sobre todo desde 2012, el interés por la onomatodoxia ha experimentado un resurgir en Rusia, tratada por algunos escritores y con atención especial de la Escuela de Matemáticas Rusa, creada por dos imiaslavtsy como Dmitri Egorov y Nikolai Luzin, y en cuyo seno publicaron otros dos importantes teólogos de esa doctrina, Pavel Florensky y Aleksei Losev, combinando matemáticas abstractas y religión (de ahí su paralelismo con la Cábala, que decíamos al principio).


Fuentes

Naming infinity. A true story of religious mysticism and mathematical creativity (Loren Graham y Jean-Michel Kantor)/The origins of ‘Heresy’ on Mount Athos: Ilarion’s Na Gorakh Kavkaza (1907) (G. M. Hamburg)/Beyond modernity. Russian religious philosophy and post-secularism (Artur Mrowczynski-Van Allen, Teresa Obolevitch y Pawel Rojek)/The status of divine revelation in the works of Hieromonk Anthony Bulatovich (Tatiana Senina)/Platón en P. Florensky y A. Losev (Joaquín Maristany del Rayo)/Wikipedia


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