La introducción en Europa del cacao, aquel producto que los pueblos prehispanos de América consumían con deleite e incluso usaban como moneda, fue cosa de los españoles, entre quienes se difundió con rapidez y gran aceptación para después extenderse a otros países. Al contrario que en el Nuevo Mundo, donde lo tomaban frío, espumoso y aderezado con vainilla y pimienta, además de endulzado su amargor natural con azúcar o miel, a este lado del Atlántico se prefería caliente y también mezclado con azúcar pero rebajado con agua. Hasta que a finales del siglo XVII, un naturalista irlandés tuvo la idea de combinarlo con leche y cambio el panorama.
Aquel hombre se llamaba Hans Sloane y había nacido en Killyleagh (en la actual Irlanda del Norte) en 1660, hijo de una familia escocesa protestante instalada en el país en tiempos de Jacobo I. Suele destacarse como anécdota que Hans llegó a este mundo el mismo año en que se fundaba en Londres la Royal Society, entidad de la que no sólo sería miembro en el futuro sino que incluso la presidiría. De momento, mostró ya en la infancia una gran afición por la naturaleza, lo que le llevó un tiempo después a estudiar medicina en la capital británica.
En aquellos tiempos esa carrera incluía también botánica y farmacia, lo que incitaba a los estudiantes a formar sus propias colecciones de plantas y organismos con los que elaboraban fármacos; al parecer, Sloane reunió un conjunto tan apreciable que suministraba ejemplares a ilustres científicos como John Ray y Robert Boyle, gracias a que lo amplió durante su estancia en Francia, a donde había ido para concluir sus estudios, obteniendo el título de físico en Aviñón (en París no podía, al ser protestante). En 1683 regresó a Londres, ingresando en la citada Royal Society dos años más tarde.
Gracias a que le contrató como ayudante el médico más prestigioso del momento, Thomas Sydenham, su vida profesional empezó a ascender como la espuma y en 1687 pasó a ser miembro del Real Colegio de Médicos, ejerciendo la medicina hasta que se presentó una de esas oportunidades que no hay que dejar escapar: Christopher Monck, Duque de Albemarle, acababa de ser nombrado nuevo gobernador de Jamaica y se disponía a viajar a la isla a bordo del HMS Assistance, necesitando los servicios de un galeno. Sloane aceptó el puesto y zarparon de Portsmouth en septiembre, arribando a Port Royal pasada la mitad de diciembre.
Aquella colonia caribeña inglesa vivía una etapa de esplendor gracias a sus grandes plantaciones de azúcar, producto muy demandado, pero para un naturalista tenía un atractivo muy distinto: el de conseguir todo tipo de especies exóticas. A eso se dedicó Sloane fundamentalmente durante sus quince meses de estancia; no fueron más porque el gobernador falleció al año de llegar. El joven doctor reunió cerca de ochocientos ejemplares que catalogaría siguiendo el método de Linneo una década después y publicaría bajo el título A Voyage to the Islands Madera, Barbados, Nieves, S. Christophers and Jamaica (1707–1725), en dos volúmenes profusamente ilustrados.
Ahora bien, la importancia del episodio jamaicano fue mayor en otros dos aspectos. Uno personal, pues allí conoció a una viuda, hija de un concejal, con la que se casaría en 1695 y que le daría tres hijas y un hijo. Elizabeth Langley Rose, que así se llamaba, era dueña de varias plantaciones azucareras -trabajadas por esclavos, como era habitual en todo el Caribe- que rentaban un importante caudal de dinero y esos ingresos, más los que obtenía su marido con la medicina y unas inversiones inmobiliarias que hicieron en Londres, dotaron al matrimonio de una considerable riqueza.
El otro aspecto importante fue el cacao. Sloane estableció una relación causa-efecto entre el frecuente consumo de ese producto por parte de las gentes de la isla y la buena salud de que parecían gozar, contando en el segundo volumen de su libro que muchos utilizaban el cacao como medicina para varias afecciones, que las madres lo usaban para destetar a los bebés y que los españoles eran adictos, tomando hasta seis tazas diarias. Cuando resolvió atravesar de nuevo el océano hacia Gran Bretaña, se aseguró de llevar consigo un buen número de plantas de cacao. Y así, en 1689, Sloane desembarcaba en una Inglaterra que pasaba por cierta inestabilidad política, al sustituir el protestante Guillermo de Orange al católico Jacobo II en el trono.
Sloane se convirtió en uno de los médicos preferidos de las clases acomodadas, con una lucrativa consulta en su propia casa pero, además, siendo nombrado médico suplente de la Corona, a tres de cuyos monarcas atendió entre 1696 y 1727: Ana Estuardo, Jorge I y Jorge II, a este último ya como primer médico. Eso le valió ganarse el título de baronet en 1717 (era el primer galeno que conseguía un título hereditario) y dos años después pasó a ser presidente del Royal College of Physicians. En 1727 sucedió a Isaac Newton al frente de la mencionada Royal Society y fue uno de los fundadores del Foundling Hospital, institución dedicada al cuidado de niños abandonados y huérfanos, quizá recordando que él mismo había perdido a su padre cuando apenas contaba seis años.
En 1741, siendo ya octogenario, se retiró para establecerse en una casa solariega adquirida en Chelsea tres décadas antes y que en un futuro sería el punto de partida del Chelsea Physic Garden. Se llevó consigo su biblioteca y su gabinete de curiosidades (nombre que se daba en la época a las colecciones variopintas que constituirían el germen de los museos y se exponían en un salón de casa), que no tenían precio porque las había ido adquiriendo a prestigiosos científicos o aficionados como William Courten, el cardenal Filippo Antonio Gualterio, James Petiver, Nehemiah Grew, Leonard Plukenet, la duquesa de Beaufort, Adam Buddle, Paul Hermann, Franz Kiggelaer y Herman Boerhaave.
Dichas colecciones estaban formadas por libros, manuscritos, grabados, dibujos, flora, fauna, medallas, monedas, sellos, camafeos y otras cosas que sumaban un total de doscientas mil piezas y que a su muerte, acaecida en 1753, legó a la nación. Para aprovecharlas, junto con la Biblioteca Real de Jorge II, en 1759 el Parlamento fundó en Bloomsbury el germen de lo que sería el British Museum. Posteriormente, con la creación del Museo de Historia Natural, la parte correspondiente de aquel legado se traspasó a sus fondos.
Así fue la historia de uno de los grandes científicos británicos pero nos falta aclarar una cosa. Cuando regresó de Jamaica en 1689, decíamos, llevó consigo varias plantas de cacao. El chocolate había empezado a extenderse por Inglaterra bastante antes, hacia 1657, aunque a Sloane no le gustaba y lo describió como «nauseabundo y duro de digerir». No obstante, también reseñamos que se percató de sus cualidades medicinales, confirmando las noticias que tenía de uso en Alemania, por ejemplo, donde, al contrario que en España, Italia y Francia, únicamente se empleaba como fármaco.
Los ingleses, en cambio, introdujeron en 1674 la novedad de presentarlo en forma sólida en lugar de líquida, haciendo pastelillos con cacao, huevo, azúcar, especias y leche. Eso dio una idea a Sloane: sustituir el agua en que se diluía el chocolate para beber por leche, lo que le otorgaba al producto un sabor mucho más agradable y mejoraba sus cualidades nutritivas. En realidad es probable que otros probaran antes esa fórmula pero fue él quien la patentó y, de hecho, trocó su opinión negativa anterior volviéndose un consumidor asiduo el resto de sus días; la única cesión que hizo, pues siempre fue de hábitos sobrios, lo que facilitó su longevidad.
En 1750 un tendero del Soho londinense llamado Nicholas Sanders vendía chocolate con leche elaborado según la receta de Sir Hans Sloane, a la que atribuía propiedades curativas. De esta forma, sin darse cuenta, estaba comercializando una marca chocolatera por primera vez, adelantándose quince años a la fabricación industrial y ganándose el recelo de los cerveceros, que temiendo perder a su clientela pidieron leyes que pusieran coto a la creciente popularidad del producto.
No hicieron falta porque, a caballo entre los siglos XVIII y siglo XIX, el turinés Doret empezó a hacer chocolate sólido, que terminó desplazando al de beber.
Más aún, fue precisamente en Inglaterra donde se ideó por primera vez la presentación en forma de tableta, en 1847, paralelamente a la venta de latas de chocolate con leche líquido que realizaba la empresa Cadbury… usando la receta de Sloane, cuyos derechos había adquirido.
Fuentes
Collecting the world. The life and curiosity of Hans Sloane (James Delbourgo)/An economy of colour. Visual culture and the North Atlantic world, 1660-1830/Sir Hans Sloane(1660–1735): his life and legacy (Stanley Hawkins en NCBI)/Wikipedia
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