El nombre suena a marca de coñac pero en este caso se trata de un personaje que, involuntariamente, protagonizó uno de los episodios más estrambóticos de la historia de Haití, país donde los extranjeros parecen abonados a convertirse en personajes insospechados de una antología de la anécdota; un ejemplo lo veíamos aquí, hace poco, con los soldados polacos de Napoleón que se instalaron en un pueblo haitiano. Pero el caso de Faustino II resulta aún más peculiar: un marine de EEUU transformado en emperador por una hechicera vudú que le consideraba la reencarnación del célebre Faustino Souloque.
Empecemos por éste para seguir un orden cronológico y respetar el orden sucesorio, aún cuando Faustino (la castellanización de Faustin-Élie Soulouque) no procediera de noble cuna: sólo era un esclavo de ascendencia mandinga (un grupo étnico de África occidental) nacido en la localidad haitiana de Petit-Goave en 1782 y que consiguió su liberación once años después, durante el turbulento proceso revolucionario que desembocó en la independencia del país.
En aquellos primeros pasos del Haití libre, la profesión militar era la que más oportunidades ofrecía y Faustino la eligió, formando parte de la escolta presidencial y ascendiendo progresivamente en el escalafón hasta llegar al generalato antes de mediados del siglo XIX. En 1845 fue nombrado comandante en jefe de la Guardia Nacional, durante el gobierno de Jean-Baptiste Riché, otro liberto que llegó a lo más alto. El presidente falleció en 1847 y, como había que designar un sustituto, dos ambiciosos senadores llamados Ardouin y Dupuy propusieron su nombre para el cargo.

No se trataba de una elección desinteresada. Pese a su posición, Faustino no sabía leer ni escribir, lo que a priori le perfilaba como alguien fácilmente manejable. Ser analfabeto no constituía un impedimento para acceder al poder en un estado en el que ésa era la condición de la inmensa mayoría de sus habitantes, especialmente los negros, ex-esclavos. Por ejemplo, los tres primeros presidentes, Alexandre Pétion, Jean Pierre Boyer y Charles Rivière-Hérard, fueron mulatos con cierta educación pero el cuarto, Philippe Guerrier, carecía de ella.
Así que Faustino fue encaramado a la Presidencia el 1 de marzo de 1847… y desde el principio demostró que no iba a ser el títere previsto. Lo primero que hizo fue legislar en favor de la población negra frente a la mulata, de mayor estatus socioeconómico, y cuando descubrió una conspiración de ésta desató una violenta represión que sólo terminó cuando el cónsul francés (Francia estaba más vinculada a los mulatos, ya que muchos eran hijos de franceses) amenazó con una intervención armada.
Al año siguiente, Faustino se hizo nombrar Presidente Vitalicio y en 1849, venido arriba, intentó invadir Santo Domingo, la parte oriental de la isla, que se había independizado de España en 1821 pero para ser ocupada a los tres meses por los haitianos de Boyer. Éste abolió la esclavitud pero, para evitar que se hundiera la economía al quedarse el campo sin mano de obra, como había pasado en su país, dictó el llamado Código Rural, que prohibía a los libertos dejar las tierras de sus antiguos amos sin su permiso. En la práctica, eso significaba que seguían igual, lo que, sumado a los saqueos efectuados por las tropas, originó un movimiento de resistencia que obligó a los haitianos a retirarse en 1843.
Ahora Faustino trataba de recuperar Santo Domingo pero fracasó ante la resistencia presentada por Pedro Santana, un general que en un golpe de mano se había hecho nombrar Primer Presidente Constitucional de la República Dominicana pero que en realidad era un dictador. Faustino aún haría dos intentos más en 1855 y 1856, en una actitud abiertamente imperialista hacia su vecino que sería factor fundamental para que Santana propusiera a España volver a poner su país de nuevo bajo la protección de la administración española, algo que se llevó a cabo en 1861.

Cuando digo actitud imperialista no es sólo una expresión, ya que el 26 de agosto de 1949 el Senado aprobó por unanimidad la conversión de la República de Haití en Imperio. Faustino I fue coronado más tarde, el 18 de abril de 1852, en una ceremonia tan pomposa como grotesca, imitación de la de Napoleón. Junto a él estaban Adélina Léveque, a la que había tomado como esposa dos años antes, y la hija ilegítima de ésta, Olive, que él aceptó adoptar oficialmente como princesa. Pero, como suele pasar, los oropeles sólo tapaban la cruda realidad.
Los problemas no estaban fuera sino dentro. La frustrada campaña dominicana del flamante emperador provocó una aguda depresión económica que, cosa habitual, se manifestó en disturbios e insurrecciones. Faustino los reprimió con dureza pero, a principios de 1859, el general Fabre Geffrard dejó a un lado que el emperador le había nombrado Duque de Tabara y dio un golpe de estado. Lo tuvo fácil porque el grueso del ejército gubernamental se negó a combatirle, así que derrocó a Faustino I y se proclamó Presidente Vitalicio. Su gestión sólo duraría ocho años pero supuso la recuperación de la economía, gracias a las exportaciones de algodón facilitadas por la fuerte demanda que hubo al coincidir con la Guerra de Secesión estadounidense.
¿Y Faustino? Se exilió en Jamaica hasta que a la muerte de Geffrard se le permitió regresar y establecerse en Petit Goave, donde falleció anciano en 1873. Ahí podía haber acabado esta historia de no ser porque en 1915 experimentó un rebrote con la intervención de EEUU en Haití. La situación política del país había seguido la misma tónica de inestabilidad, con golpes e insurrecciones agravados por la desigual estructura socioeconómica (una élite mulata acomodada frente a la mayoría negra muy pobre) y la implantación de empresas extranjeras, que no tenían reparos en intervenir de forma más o menos encubierta en su propio beneficio.

Esa caótica situación eclosionó cuando el presidente Woodrow Wilson, temiendo la creciente influencia alemana en la isla, ordenó a los Marines un desembarco con el clásico casus belli de restablecer la paz y el orden, traducible en proteger sus intereses. EEUU aún no había entrado en la Primera Guerra Mundial pero ya se posicionaba a favor de los Aliados y resulta que los germanos no sólo copaban el 80% del comercio haitiano sino que controlaban en parte su administración y dirigían los servicios de transporte. Además, se mostraban muy proclives a integrarse vinculándose matrimonialmente con familias locales.
Los norteamericanos, con el apoyo de un dictador afín como Jean Vilbrun Guillaume Sam, trataron de hacerse con el Banque National d’Haïti para atajar el poder que tenían los bancos teutones. Pero una revuelta popular desatada contra Sam, que fue linchado, y la posibilidad de que le sustituyera un político hostil como Rosalvo Bobo -que prometía no pagar la deuda que muchos ciudadanos tenían por préstamos con entidades bancarias estadounidenses, así como limitar la presencia de ese país en la economía- llevó las cosas hasta el límite.

El 28 de junio los marines desembarcaron en Puerto Príncipe y ocuparon el país, tal cual hicieron un año antes en Tampico (México), sin más oposición armada que la de pequeños grupos de resistentes descoordinados, los llamados cacos. El gobierno quedó bajo el control de mandos militares, que desmantelaron el sistema constitucional y trataron a la población con cierto desprecio racista, si bien a cambio se aplicó un importante programa de obras públicas que dotó al país de infraestructuras hasta entonces prácticamente inexistentes: carreteras, hospitales, puentes, canales de riego, agua potable, escuelas…
Al acabar la guerra mundial EEUU no se retiró. En 1918 se aprobó una nueva constitución liberal pero la economía no acababa de funcionar por la rémora de la agricultura -faltaba mano de obra debido a que los trabajadores preferían marchar de temporeros a la República Dominicana y Cuba- y la Gran Depresión de 1929 daría el golpe de gracia. La miseria generalizada originaría graves disturbios que las tropas solventaron a tiros, lo que llevaría a acelerar una transición y a que Roosevelt ordenara la retirada definitiva en 1934. Pero antes…
Antes, un simple sargento llamado Faustin Edmond Wirkus entró insospechadamente en la Historia. Natural de Pittston, Pensilvania, donde había nacido en 1896 descendiente de emigrantes franco-polacos, había ingresado en los Marines en 1914 y fue precisamente durante la intervención haitiana cuando fue ascendido temporalmente a teniente para mandar un escuadrón de la Garde d’Haiti (el cuerpo creado por EEUU a partir de la Gendarmería en sustitución del ejército regular haitiano, con oficiales estadounidenses). Su principal misión era perseguir a los cacos, algo en lo que tuvo éxito e incluso abatió a uno de sus jefes, el general Estraville.
Tras un breve período de retorno a su país por una hospitalización y el posterior paso por Cuba, Wirkus fue destinado en Guanaba, una isla de sesenta kilómetros de longitud ubicada en el golfo homónimo, a la altura de Puerto Príncipe. Los doce mil habitantes insulares, campesinos muy pobres y analfabetos, vivían repartidos en una docena de distritos, las llamadas Doce Sociedades del Congo, bajo la dirección común de una vieja reina llamada Ti Memenne que gobernaba el sitio de forma singular, como una especie de cooperativa autónoma al margen de las leyes emanadas de la capital.
Pero, además, Ti Memenne era una hougan (hechicera vudú) que cuando se enteró del nombre de aquel teniente lo relacionó con el emperador Faustino II, del que la leyenda -un clásico sebastianismo- decía que algún día regresaría reencarnado a reclamar su imperio. Así que lo llamó a su presencia, mandando que fuera recibido con cánticos y muestras de alegría, para después ponerle una estola de seda amarilla, tocarlo con flores y sentarlo en un trono. Era el 18 de julio de 1926.
Wirkus pasó a ser el emperador Faustino II y, aunque siempre tuvo claro que no era más que un militar en misión, gobernó junto a Ti Memenne durante tres años, ganándose a la gente por impartir justicia con prontitud, organizar la recaudación de impuestos y, en suma, regir sus vidas con bastante empatía, recorriendo la isla interesándose por las costumbres de sus súbditos y procurando ayudarlos. Mejoró el sistema de cultivo, construyó una pista de aviación, procuró asistencia sanitaria a los niños…
Sus superiores militares le dejaron hacer porque de esa manera se garantizaban la paz y el progreso en Guanaba pero, como decía antes, en 1929 el país fue sacudido por la crisis económica y el gobierno, pese a estar sometido a EEUU, empezó a solicitar volar en solitario. Así, por muy títere que fuera el ejecutivo, mostró su desagrado ante el hecho de que una parte de su territorio tuviera su propio rey y, para evitar tensiones, el mando ordenó el traslado de Wirkus a EEUU. Faustino II obedeció disciplinadamente y se despidió emocionado de Ti Memenne y de la isla en general.
Nunca volvería a Guanaba. Aunque se licenció, dedicándose a escribir y dar conferencias, el ataque a Pearl Harbor le impulsó a alistarse de nuevo, haciéndose cargo de una oficina de reclutamiento en Nueva Jersey y ascendiendo a suboficial en la base aeronaval de Chapel Hill, Carolina del Norte. Falleció en el neoyorquino barrio de Brooklyn en octubre de 1945, un mes después de terminar la Segunda Guerra Mundial, y fue enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia.
Dejó, eso sí, un curioso testimonio de su inaudita experiencia; un libro publicado en 1931 y titulado The white king of La Gonave. The true story of the sergeant of Marines who was crowned king on a voodoo island (El rey blanco de Guanaba. La verdadera historia del sargento de Marines que fue coronado rey en una isla vudú). Por cierto, hoy en día Guanaba sigue gobernada al estilo tradicional por una estirpe de reinas hougan que siguen prediciendo la futura llegada de «li te pe vini», es decir, «aquel que ha de venir»; Faustino III.
Fuentes
Haiti (Elizabeth Abbott)/Haiti. The tumultuous history – From pearl of the Caribbean to broken nation (Philippe Girard)/The magic island (William Seabrook)/Taking Haiti. Military occupation and the culture of U.S. imperialism, 1915-1940 (Mary A. Renda)/Encyclopedia of U.S. Military interventions in Latin America (Alan McPherson)/The spirits and the law. Vodou and power in Haiti (Kate Ramsey)/ The white king of La Gonave (Faustin Wirkus y Taney Dudley)
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