Revisando filmografía sobre la Segunda Guerra Mundial recordé una producción británica de 1966, que ví hace ya muchos años, titulada Triple Cross. Dirigida por Terence Young (autor de algunas de las películas de la saga Bond como 007 contra el Dr. No o Desde Rusia con amor) y protagonizada por Christopher Plummer, cuenta la “verdadera” historia de Eddie Chapman, un reo condenado en Jersey por robo que, a cambio de salir en libertad, ofrece sus servicios como espía a los alemanes cuando éstos ocupan la isla.
El filme se basa en un personaje real y lo de entrecomillar la palabra verdadera se debe a que éste no quedó contento con el retrato que hicieron de él porque en su opinión, adaptaba demasiado libremente la autobiografía escrita por el propio Chapman en colaboración con el periodista Frank Owen, The real Eddie Chapman story. Pero tratándose como se trataba de una trama de espionaje, no ha de extrañar que aquella versión supusiera una cara más. Y es que el bueno de Eddie, jugó con dos barajas y lo que hizo fue engañar a sus salvadores. Veamos cómo.
Se llamaba Edward Arnold Chapman y había nacido en Burnopfield (Durham, al noreste de Inglaterra) en 1914. Era hijo de un ingeniero naval reconvertido en hostelero y pronto destacó por ser tan brillante como desordenado en la vida, algo que, por cierto, parecía una característica familiar (tenía tres hermanos), así que poco a poco fue adentrándose en el mundillo de la pequeña delincuencia. Pudo haberse enderezado cuando a los diecisiete años ingresó en los Coldstream Guards -los que custodian la Torre de Londres, donde él mismo estuvo destinado- pero sólo duró nueve meses, los que tardó en fugarse con una chica aprovechando un permiso.

Lo detuvieron ocho semanas más tarde, habiéndola dejado embarazada; tuvo que cumplir ochenta y cuatro días de reclusión en la prisión militar de Aldershot, tras lo cual fue licenciado deshonrosamente. Instalado en el Soho londinense, los variopintos trabajos que probó no bastaban para satisfacer el estilo de vida que llevaba, siempre con deudas de juego y un gasto excesivo en alcohol, así que dio el paso definitivo para hacerse delincuente profesional, entrando en una banda del West End dedicada a robos de cajas fuertes en oficinas de seguros.
Esporádicamente pasaba temporadas tras las rejas pero la cárcel sólo le sirvió para conocer a otros colegas, ampliando tanto los escenarios de operaciones como sus propias actividades, al incorporar al currículum el chantaje a mujeres con las que se fotografiaba en situaciones comprometedoras. Un golpe en Edimburgo le obligó a desaparecer, eligiendo Jersey para esconderse; pero finalmente fue arrestado tras un espectacular y fallido intento de huida saltando por la ventana de un restaurante. Afortunadamente, al hallarse en aquella pequeña isla la condena resultó más leve -dos años- que la que le hubiera caído en Gran Bretaña -catorce-; eso sí, la penitenciaría insular era especialmente sobria e incómoda.
Allí estaba, a la sombra, cuando los alemanes se apoderaron de las Islas del Canal. Fue entonces cuando se puso en contacto con los mandos germanos, ofreciéndoles trabajar para ellos como agente secreto; por suerte, había matado el tiempo estudiando su idioma y lo puso en práctica con su proverbial verborrea. La propuesta fue aceptada y le trasladaron a Fort de Romainville, en París, donde se le puso a las órdenes del Dr. Graumann, nombre clave del capitán Stephan von Gröning. Se trataba del hombre de la Abwehr en la región, quien se lo llevó a La Bretonnière-la-Claye, cerca de Nantes, para entrenarlo en el uso de explosivos, comunicaciones de radio, paracaidismo y otras técnicas habituales.

El plan era enviar a Chapman, al que se había puesto el apodo de Fritz, a Inglaterra para cometer sabotajes, siendo su primer objetivo la fábrica de aviones De Havilland de Hatfield. De allí salía el DH.98 Mosquito, un avión veloz y de gran polivalencia que lo mismo servía como bombardero que como caza, como aparato de reconocimiento o como transporte, si bien su víctima principal fue la Kriegsmarine porque demostró ser especialmente eficaz en el ataque marítimo.
El 16 de diciembre de 1942, tras un accidentado vuelo en el que sufrió una hemorragia nasal debido a un defecto en su mascarilla de oxígeno, un Focke-Wulf le soltó en paracaídas sobre Littleport (Cambridgeshire) equipado con una radio, revólver, cerillas de quinina (para escritura invisible), cápsula de cianuro y mil libras esterlinas. Pero le estaban esperando, pues los servicios secretos británicos había descifrado mensajes germanos sobre esa misión gracias a que tenían un modelo de la máquina Enigma. La Sección B1A, brazo operativo de contraespionaje, montó una operación de caza y captura que movilizó a la policía local con el pretexto oficial de buscar a un desertor.
Sin embargo, no hizo falta; el propio Chapman se entregó, ofreciéndose como agente doble con cierta fanfarronería. Interrogado en Camp 020, nombre técnico de Latchmere House (un inmueble del sur de Londres a donde se llevaba a los espías enemigos), convenció a los oficiales de que la historia tan estrambótica que contaba tan insensatamente tenía que ser cierta. Entonces se le dio el nombre en clave de Zigzag, asignándosele como oficial a Ronnie Reed, un ingeniero de radio de la BBC reclutado por el MI5 que luego protagonizaría indirectamente uno de los episodios más curiosos de la guerra, al prestar su rostro para la fotografía del pasaporte que se puso en el bolsillo de un cadáver lanzado al mar con información falsa sobre la Operación Overlord.
La noche del 29 de enero de 1943, Chapman y sus nuevos jefes organizaron un falso atentado contra la fábrica De Havilland, consiguiendo engañar a los observadores teutones. Llegaba el momento de sacar a su hombre de allí y él, con ayuda del MI5, memorizó una historia convincente de los hechos. Pero resultó que sus jefes no querían enviar un U-Boat a buscarle, como era lo acostumbrado, sugiriéndole a cambio que volviera vía Lisboa. Como los británicos lo querían en territorio enemigo para recabar información en su favor, le ayudaron enrolándolo con el nombre falso de Hugh Anson en la tripulación del City of Lancaster, un buque mercante con ese destino.
Una vez en la capital portuguesa se personó en la embajada de Alemania y dio a conocer su verdadera identidad. Para despejar sospechas se ofreció a colocar una bomba en el pañol de carbón del barco y aceptaron la idea, proporcionándole dos explosivos que, no obstante, en vez de detonar entregó al capitán. Eso sí, de vuelta en Inglaterra se sometió al City of Liverpool a un registro tan minucioso como falso, esperando que los espías dieran parte de ello y exoneraran así a Chapman al hacer ver que los artefactos habían sido descubiertos. Resultó convincente y, junto con el interrogatorio a que lo sometió Von Gröning, solventó cualquier posible suspicacia.

Todo había salido tan bien que aquel delincuente inglés reconvertido en insospechado héroe, cuyo apodo Fritz cambiaron por el cariñoso Fritzchen, hasta fue condecorado; él dijo que con la Cruz de Hierro, aunque ésta únicamente se concedía a personal militar, así que más bien se trataría de una Kriegsverdienstkreuz de segunda clase por mérito de guerra (o quizá no, teniendo en cuenta que le inscribieron en la Wehrmacht como teniente). Además recibió una suculenta recompensa en metálico, un yate y el ingreso en la escuela de espionaje que los alemanes tenían en Oslo, donde se dedicó a fotografiar a agentes con la idea de pasar sus imágenes al MI5.
En Noruega, por cierto, estuvo a punto de estropearlo por culpa de su afición a las faldas, la misma que le hacía tener una novia en cada bando. Si en Inglaterra seguía comprometido con Freda Stevenson, aquella chica con la que se fugó de los Coldstream Guards (el servicio secreto se encargaba de mantenerla a ella y a la niña), en el país escandinavo entabló una relación amorosa con Dagmar Lahlum. Se la había enviado en secreto Von Gröning para controlarle, por eso pudo ser un error descomunal de Chapman confesarle que era un agente doble; pero resultó que Dagmar también lo era: una infiltrada de la resistencia noruega que no sólo estuvo encantada de descubrir que no tenía a un nazi como novio sino que, además, le ayudó cuanto pudo.
Probablemente una de las cosas que dejaron estupefacta a Dagmar, al igual que al MI5, fue el plan que Chapman expuso para aprovechar la promesa de Von Gröning de premiarle con un asiento cerca de Hitler durante un mitin que iba a celebrar para atentar contra el Führer colocando una bomba. Era algo prácticamente suicida, ya que aunque él se fuera antes de la explosión los servicios de seguridad atarían cabos enseguida. La idea de un Chapman apresado e interrogado entre torturas no gustó al MI5 -si bien Churchill se interesó por el tema- porque consideraban que su agente era de más valor vivo y trabajando en otras misiones; la salvajes represalias desatadas por el asesinato de Heydrich también influyeron, así que le prohibieron realizar nada semejante.

Es curioso señalar que, según los estudios de algunos historiadores, es posible que Von Gröning supiera que su pupilo actuaba como agente doble y le prometiera aquel sitio en el mitin imaginando que intentaría algo contra Hitler. Y es que el capitán de la Abwehr no era nazi y la oportunidad de un atentado que librase al país de quien les había arrastrado a aquel marasmo era jugosa; así ha sido siempre el cenagoso mundo del espionaje. De todas formas, Ronnie Reed le dijo a Chapman que “tuvieras éxito o no, serías liquidado inmediatamente”, a lo que el otro dio una respuesta tan sencilla como genial: “Ah, pero que final…”
El último servicio de Chapman fue en el verano de 1944, cuando se lanzó en paracaídas otra vez sobre Cambridgeshire con la misión de informar sobre la precisión que estaban teniendo las bombas volantes V-1, uno de los últimos recursos teutones en una guerra que se les ponía cada vez más cuesta arriba. Fiel a su papel, envió datos que evidenciaban un éxito total en los objetivos, con impactos en el centro de Londres, cuando en realidad los proyectiles erraban el tiro a menudo, cayendo en zonas despobladas. Consecuentemente, los alemanes nunca corrigieron los parámetros de lanzamiento y las V-1 resultaron menos dañinas de lo que podrían haber sido.
También mintió sobre la eficacia de Hedgehog, un arma antisubmarina desarrollada por la Royal Navy, un complemento de las cargas de profundidad más pequeñas, que se lanzaban en grupo y explotaban por contacto con el U-Boat. Pero Chapman tenía un punto incorregible y, al mismo tiempo que colaboraba en salvar a su país, se involucró de nuevo en actividades al margen de la ley, participando en el dopaje de galgos de carreras en colaboración con las mafias del West End. Su cuenta corriente creció tanto que el MI5 se percató; juzgándolo incontrolable y teniendo en cuenta que la contienda tocaba a su fin, le despidieron.

Recibió una indemnización de seis mil libras que, sumadas a las mil alemanas y a los ingresos ilegales, le garantizaban una posición más o menos desahogada. Asimismo, recibió un indulto por sus delitos prebélicos, lo que le permitió iniciar una nueva vida. Nueva hasta cierto punto porque, como imaginaban los servicios secretos, con aquella existencia de bon vivant -casinos, mujeres, derroche- no tardó en gastarse todo el dinero y volver a las andadas, mezclándose con chantajistas y contrabandistas.
Lo peor fue que, como temían, empezó a vender el relato de su experiencia como espía comprometiendo al MI5, que le denunció acusándole de vulnerar la Ley de Secretos Oficiales. Sin embargo sólo fue condenado a pagar una pequeña multa y en 1953 publicó el libro que mencionábamos al comienzo. De hecho, no fue el único porque el éxito le animó a lanzarse al mundillo literario y cuatro años después sacaba un nuevo título, I Killed to Live – The Story of Eric Pleasants as told to Eddie Chapman (Yo maté para vivir. La historia de Eric Pleasants como se la contó a Eddie Chapman), donde narraba las aventuras del británico homónimo que se alistó en las Waffen SS y al que había conocido en la prisión de Jersey.
Para entonces había abandonado a sus dos novias para casarse con Betty Farmer, una mujer que conoció en 1938 (estaba cenando con ella en aquel restaurante del que tuvo que salir por la ventana cuando llegó la policía) y con la que seguía manteniendo relación; en 1954 Betty le dio una hija, Suzanne. Chapman se hizo anticuario y se instaló con su familia en un castillo irlandés, recuperando el contacto con Von Gröning, con el que mantenía amistad.
Entretanto la novia noruega, Dagmar, cumplió seis meses de prisión, ya que al no volver a tener noticia de Chapman pensaba que había muerto y no pudo probar que su amante alemán era en realidad un agente británico; algo agravado porque Chapman, con su irresponsabilidad característica aunque esta vez de buena fe, había arrancado a la Abwehr un acuerdo similar al de MI5 para que la mantuvieran. No se reencontraron hasta 1994, cuando él ya estaba tan enfermo que ni pudo decir su nombre. Falleció tres años más tarde en St. Albans (Inglaterra).
Fuentes
El agente Zigzag. La verdadera historia de Eddie Chapman, el espía más asombroso de la Segunda Guerra Mundial (Ben MacIntyre)/Zigzag. The incredible wartime exploits of double agent Eddie Chapman (Nicholas Booth)/Espías y traidores. Los 25 mejores agentes dobles de la historia (Fernando Rueda)/The Eddie Chapman story (Eddie Chapman y Frank Owen)/Wikipedia
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