El Mar Tirreno es esa franja del Mediterráneo situada entre la costa oeste de la Península Italiana delimitada por territorios insulares como Sicilia, Córcega y Cerdeña. Pero éstas son sólo las islas más grandes; hay otras de tamaño mucho menor que, sin embargo, ocultan bellezas e historias ignotas. Una de las más singulares en ese sentido es Tavolara, un pedazo de tierra ubicado frente al litoral oriental sardo -forma parte de la provincia septentrional de Sassari- y que presume de que, al no haber ningún documento vinculante, sigue siendo un reino independiente, con su monarca y todo. Al menos en teoría.

Este hecho no deja de resultar sorprendente si tenemos en cuenta que, al igual que sus vecinas Molara y Molarotto, Tavolara es minúscula: un afloramiento de roca caliza que no alcanza los seis kilómetros cuadrados extendidos a la larga (cinco de longitud por uno de ancho) y difíciles accesos, ya que escarpados acantilados la circundan excepto en sus dos extremos cortos, donde se sitúan sendas playas, Spalmatore di Fuori en el noreste, y Spalmatore di Terra en el suroeste. Además no se trata de una isla llana sino de abrupta orografía, con una cresta montañosa que la recorre longitudinalmente y una cota máxima de quinientos sesenta y cinco metros de altitud, el Monte Cannone.

Eso, junto con las modestas dimensiones, dificulta cualquier asentamiento importante, por eso únicamente hay un pequeño pueblo donde vive un puñado de familias, su restaurante y su cementerio. Tampoco hace falta mucho más porque les bastan unos pocos minutos para cruzar el pequeño estrecho que les separa de Porto San Paolo, ya en Cerdeña y acercarse hasta la cercana ciudad de Olbia, que da nombre al golfo homónimo. Antes tenía más vecinos pero en 1962 se fueron muchos porque la OTAN instaló allí una estación de radiogoniometría, acotando buena parte del ya de por sí escaso espacio disponible.

Ubicaciójn de Tavolara en la costa noreste de Cerdeña/Imagen: NormanEinstein en Wikimedia Commons

Pese a todo, la isla atrae a turistas. Para ser exactos, turismo de buceo, ya que las cristalinas aguas que la rodean forman parte del Área Marina Protegida de Tavolara Punta Coda Cavallo desde 1997. La riqueza de su vida subacuática destaca por corales, anémonas y esponjas, así como langostas y un tipo de almeja gigante denominado Pinna nobilis, cuyo biso se utilizaba para confeccionar la exquisita seda marina. No extraña que hasta los años sesenta hubiera una colonia de focas monje y ahora la visiten regularmente delfines mulares.

Curiosamente, pese a lo limitado del terreno, Tavolara también acogió fauna terrestre (aparte de las cabras, que una leyenda dieciochesca les atribuía tener dientes de oro). En 1760 se encomendó a los jesuitas la enseñanza de los niños de Cerdeña y uno de ellos, Francesco Cetti, catedrático de filosofía, matemático y naturalista, publicó en 1774 una obra titulada Storia Naturale di Sardegna, en la que reseñaba la presencia en la isla de unas ratas de gran tamaño que hoy sabemos que correspondían a la llamada pika sarda (Prolagus sardus), una especie ya extinguida de roedor pero emparentada con los conejos (en Córcega había otra especie, Prolagus corsicanus).

Retrato ecuestre de Carlos Alberto (Horace Vernet)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El caso es que el ser humano se instaló en Tavolara desde la Prehistoria. En la Antigüedad se la llamaba Hermea, como demuestra que la tradición sitúe en ella la muerte en el año 235 d.C. de San Ponciano, el décimo octavo Papa, deportado a las minas de sal de Cerdeña tras la persecución contra los cristianos desatada por el emperador Maximino el Tracio. De hecho, algunas formaciones geológicas insulares han sido bautizadas con nombres alusivos a ese episodio, como la Grotta del Papa (que alberga pinturas rupestres neolíticas) o la Roca del Papa (una columna caliza).

También nos han llegado noticias de su uso en el siglo IX por marinos musulmanes, que la tenían como base para sus razias costeras de manera análoga a las españolas Baleares o Tabarca, sólo que ellos la llamaban Tolar. Pero lo verdaderamente interesante de la historia de la isla llegó ya en tiempos decimonónicos, no sólo porque Murat la usara en 1815 como escala de su viaje desde Córcega a Calabria para intentar reconquistar el Reino de Nápoles, en un intento de imitar la fuga de Elba de su cuñado Napoleón, sino porque después se produjo el episodio en que nació la extraña situación jurídica que comentábamos al principio.

Fue en 1835, al visitar Tavolara el rey Carlos Alberto de Cerdeña. Este monarca había ascendido al trono en 1831, sucediendo a Carlos Félix José María de Saboya, nieto del español Felipe V y quien reinó durante una década de forma absolutista al albur del Congreso de Viena, aboliendo la constitución dictada por Carlos Alberto, que había desempeñado una regencia efímera pero ahora asumía la corona plenamente. El caso es que, si bien en 1848 restituiría la constitución y crearía un parlamento bicameral, antes, en 1833, reprimió un intento revolucionario liderado por Mazzini (el mismo que luego se convertiría en adalid de la unificación italiana).

Luis XVII en la Prisión del Temple (Jacques-Emile Lafon)/Imagen: Saix en Wikimedia Commons

Una vez pacificada la situación, el rey reconoció a Tavolara como reino independiente y nombró a Giuseppe Bertoleoni como su soberano. En realidad éste no era más que un pastor, por entonces el único habitante de la isla, pero por lo visto supo deslumbrar a Carlos Alberto cocinándole las cabras que el otro había cazado en busca de las doradas dentaduras que comentábamos antes. De hecho, era evidente que Giuseppe se trataba de alguien con una educación demasiado alejada de la que tendría un simple cuidador de cabras, por lo que se ha especulado que quizá se tratase de un aristócrata francés exiliado o un carbonario fugitivo (la Carbonería era una sociedad secreta italiana fundada durante la ocupación napoleónica y con un marcado carácter liberal, nacionalista e insurreccional que fue duramente reprimida tras una sublevación en 1831).

Incluso se ha sugerido que era Luis XVII, el Delfín de Francia que fue obligado a testificar durante la Revolución contra su propia madre, María Antonieta, y al que durante su duro encierro en un calabozo se le sometió a un proceso de reeducación hasta que una enfermedad agravada por la desnutrición acabó con sus sufrimientos. Como el cuerpo se enterró en una fosa sin ningún ceremonial, no tardó en extenderse el rumor de que había logrado evadirse de la Prisión del Temple, originando una leyenda de corte sebastianista y provocando la aparición de multitud de impostores.

Parece, no obstante, que aquel improvisado monarca que pintó un escudo de armas inventado en la pared de su casa y merecería una atención especial por lo insólito de su circunstancia y lo peculiar de su personalidad, estaba allí desde 1807 ocultándose de la justicia por algo menos épico: una acusación de bigamia por cohabitar con dos hermanas. Fue Giuseppe quien favoreció el asentamiento de nuevos vecinos; al fin y al cabo, un reino no es tal si no tiene súbditos.

En 1845 le sucedió su hijo Paolo, quien mantuvo buena relación con Garibaldi y, al ver que Tavolara quedaba al margen del proceso de unificación de Italia, consiguió arrancar al nuevo estado el reconocimiento de la independencia de su modesto reino en 1861 (aunque eso no impidió que siete años más tarde el ejecutivo ordenara construir allí un faro). Paolo falleció en 1886 dejando como última voluntad que Tavolara pasara a ser una república. Así se hizo durante un par de décadas, creándose un Consejo de Seises (una especie de miniparlamento de media docena de miembros votados por la población, que ascendía a cincuenta y cinco ciudadanos) y sucediéndose tres presidentes.

Los Bertoleoni hacia 1890; se puede ver a Carlo (centro) y las hermanas Molinas (extremos)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero ya en el siglo XX, después de que el rey italiano Vittorio Emanuele III confirmase la soberanía tavolaresa y firmase con su representante un tratado de amistad, la isla decidió restaurar la monarquía en la persona de Carlo I, hijo de Paolo. Reinó hasta 1928, en que que subió al trono su vástago, también llamado Paolo. Sin embargo, el nuevo monarca vivía y trabajaba fuera de la isla -una cosa es tener sangre azul y otra tener que ganarse el sustento-, por lo que delegó la regencia en su hermana Mariangela.

Así quedaron las cosas hasta el fallecimiento de ésta en 1834; al no tener descendencia el rey (nunca se casó), cedió el Reino de Tavolara a Italia. Eso no gustó a su sobrino Paolo, que reclamó el trono pero sin éxito, lo que no impidió que crease una corte por su cuenta, haciéndose nombrar Paolo II, hasta 1962. Ese año, aprovechando su óbito, se acotó la mitad de la isla para las citadas instalaciones de la OTAN y en 2003, cuando le siguió su viuda, Italia Murru, parecía el final definitivo de la monarquía tavolaresa; pero no fue así. Si bien Carlo II, su primogénito, había fallecido en 1993, sus primas María y Laura Molinas Bertoleoni, hijas de Mariangela, reivindicaron sus derechos y se le reconocieron a la primera aún cuando su edad rondaba ya los cien años.

Ahora es Tonino, el segundo vástago de Paolo II, quien ciñe la corona insular, teniendo como Ministro de Exteriores al príncipe Ernesto-Geremia, cronista de Tavolara, aunque tanto oropel resulta un tanto estrambótico sabiendo que el rey es el dueño del restaurante playero Da Tonino (su hermana, la princesa Maddalena, también rige un local de hostelería en Cerdeña). En 2002, aprovechando la agria disputa entre el Príncipe de Naṕoles, Vittorio Emanuele de Saboya y el Duque de Aosta, Amadeo de Saboya, por el liderazgo de la Casa Real de Italia, Tonino se mostró dispuesto a apoyar al primero si éste confirmaba la independencia de Tavolara.

Alguna vez se ha descrito a sí mismo como el rey más sencillo del mundo, mientras remaba pescando calamares para su negocio en un alarde de adaptación a la realidad que le permite mantener la ilusión histórica. En cierto modo, sería la envidia de otro príncipe, el de Tomasi di Lampedusa y Visconti; ya saben, Fabrizio Salina, aquel cuyo sobrino le aconsejaba que «si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie».


Fuentes

Avventure di piccole terre. Cinquantuno isole italiane da leggere e immaginare (Ambrogio Borsani)/Micronazionalismo. Libertà, identità, indipendenza (Emanuele Pagliarin)/Tavolara: así es el reino más pequeño del mundo (Eliot Stein en BBC Mundo)/Wikipedia


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