Hemos publicado aquí varios artículos sobre la presencia de misioneros españoles o europeos en Extremo Oriente a lo largo de la Historia. Hoy vamos a hacer lo mismo pero a la inversa: esta vez se trata del viaje de un religioso desde Asia a Occidente y no hablamos de un monje budista sino de un clérigo católico pero chino. Se le conoció como Michael Alphonsius Shen Fu-Tsung, aunque a menudo se sintetizaba como Michael Sin.
Shen Fu-TSung no era un ciudadano cualquiera sino todo un mandarín. Gobernaba la ciudad de Nankín, una de las cuatro capitales antiguas de China e importante centro económico del país durante la dinastía Ming antes de que Yongle trasladara la corte a Pekín. A finales del siglo XVII la ciudad ya no tenía el relieve de antaño, cuando la fabulosa Torre de Porcelana erigida por el emperador con los beneficios que trajo Zheng He constituía todo un símbolo del papel jugado por su puerto fluvial en los viajes de la Flota del Tesoro, pero seguía siendo un lugar estatégicamente importante (de hecho, allí se firmó el tratado homónimo que ponía fin a la Primera Guerra del Opio y allí situaron su capital los rebeldes Taiping destruyendo la citada torre).
Decimos finales del XVII porque fue la época que le tocó vivir a Shen Fu-Tsung. Fue entonces cuando llegó Philippe Couplet, un jesuita flamenco, valón para más señas (nació en 1623 en Malinas, en aquella época bajo dominio español), que estaba interesado en la cultura china desde que asistió a una conferencia de Martino Martini, un cartógrafo, matemático, astrónomo e historiador natural de Trento que había ingresado en la Compañía de Jesús y solicitado ser enviado a China, donde estudió su lengua.
Martini terminó integrándose tan profundamente que adoptó las costumbres locales y, a su regreso, tras obtener un gran reconocimiento científico por las obras que publicó sobre aquel lejano mundo, se entrevistó con el Papa convenciéndole de lo que propugnaban los jesuitas: que la actividad misionera debía desempeñarse respetando los llamados Ritos Chinos (el tradicional culto a los fallecidos, que el misionero Charles Maigrot trató de proscribir), algo que originó una gran controversia en Roma contra la Compañía. No obstante, volvió a China con el visto bueno de Inocencio X y allí fallecería en 1661.
Pues bien, durante aquella estancia en Europa visitó los Países Bajos Españoles y deslumbró lo suficiente a Philippe Couplet, que militaba en la orden desde 1640, como para hacer que éste decidiera marchar también hacia Oriente. De hecho no fue el único, ya que formaba parte de un grupo de nueve jesuitas que acompañaban a Michał Piotr Boym, un sacerdote y explorador polaco también seducido por Martini que partía hacia Macao, posesión portuguesa donde la Compañía había establecido su base. Luego acudiría a la corte del emperador Yongle, quien solicitaba ayuda en la guerra dinástica que asolaba el país.
Boym retornaría a Europa y Couplet pasó momentos de peligro en aquel caótico contexto que enfrentaba a los Ming con los Quing manchúes (que se acabaron imponiendo) y que duró cinco años, entre 1665 y 1670, tiempo durante el cual tuvo que permanecer en Cantón.
Aprovechó para estudiar a fondo a Confucio, sobre el que más adelante, durante su estancia en París en 1687, publicaría un libro titulado Confucio Sinarum Philosophus (Confucio, el filósofo de los chinos) y para estrechar vínculos con los locales; por ejemplo con Cándida Xu, nieta de Xu Guangqi.
Xu Guangqi era un alto funcionario y erudito que a caballo entre los siglos XVI y XVII había colaborado con otro jesuita, Mateo Ricci, en traducir textos occidentales a la lengua china y obras chinas al latín.
Fruto de esa cooperación se había convertido al cristianismo y su familia siguió profesando esa religión durante los siglos siguientes. El caso es que, gracias a la amistad e influencia de Cándida Xu, Couplet pudo construir varias iglesias y predicar la fe de Cristo por Jiangnan, la región situada al sur del río Yangtsé.
Una de las ciudades que quedan en esa latitud es Nankín y allí fue dónde coincidieron el jesuita flamenco y Shen Fu-Tsung quien, al igual que la nieta de Xu y otros muchos, se interesó por la palabra de Dios y aceptó bautizarse.
No sólo eso sino que, además, cuando su mentor fue nombrado procurador de las misiones jesuitas de China en Roma y tuvo que viajar a la Ciudad Eterna se lo llevó con él. Zarparon de Macao en 1681 y arribaron ya en 1682 a Flandes, donde aprovecharon para hacer una visita a la ciudad natal de Couplet.
La siguiente etapa fue Roma, ya que el jesuita debía presentarse ante el Papa. Inocencio X había muerto tiempo atrás y desde entonces se habían sucedido cuatro pontífices, siendo el último Inocencio XI.
En la Santa Sede se revivió aquella antigua polémica de los Ritos Chinos, que defendían los jesuitas, cuando Couplet solicitó a Inocencio autorización para cantar misa en la lengua nativa y, de esta forma, despertar mayor interés en un país que la Compañía de Jesús consideraba muy bien abonado para extender el catolicismo porque se había introducido ya en el siglo VII y se contaban ya doscientos mil conversos. De paso, Couplet regaló al pontífice una biblioteca de traducciones al chino de textos cristianos que había traído consigo.
Después pasaron a Francia, siendo recibidos el 15 de septiembre de 1684 por Luis XIV, con quien proyectaron el envío a China de matemáticos franceses.
En París Couplet trató de demostrar al mundo académico que la cronología histórica que manejaban los chinos coincidía con la de la Biblia de los Setenta o Septuaginta (una versión primitiva de los textos sagrados con traducción al griego), aunque para ello tuvo que añadir milenio y medio extra al segmento entre la Creación y el nacimiento de Adán, lo que le hizo perder credibilidad. En cambio, gracias a aquel encuentro científico Leibniz comprobó que en China se usaba un sistema binario como el inventado por él.
Quedó como anécdota que Shen Fu-Tsung enseñó al Rey Sol a escribir con caracteres chinos y, lo que es más curioso, a comer con palillos; hay constancia documental de su asistencia a una cena oficial ataviado con un traje de seda verde y brocado azul decorado con dragones. Asimismo, se sabe que estuvieron en la Maison Royale de Saint-Louis (un internado femenino que la Corona creó para subsanar las enormes deficiencias educativas que tenían las jóvenes de la aristocracia) exponiendo retratos orientales confeccionados en seda.
La última estancia de Shen Fu-Tsung, que también pasó por Berlín y Viena, fue en Inglaterra, donde se quedó a vivir un tiempo. Fue recibido por el rey Jacobo II, quien quedó tan satisfecho que mandó al pintor Godfrey Kneller hacerle un retrato, y Shen enseñó rudimentos de chino al famoso orientalista Thomas Hyde, con quien al parecer se entendió en latín.
La Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford no dejó pasar la oportunidad y le pidió que catalogase los libros chinos de sus fondos aportando un resumen de cada uno, ya que esos ejemplares permanecían inéditos hasta entonces porque nadie entendía el idioma; ningún chino antes había visitado Inglaterra.
En 1688 Shen Fu-Tsung se trasladó a Lisboa para culminar su propósito de abrazar plenamente la fe católica ingresando en la Compañía de Jesús. Fue entonces cuando se le pasó a conocer por el nombre cristiano que había adoptado, Michael Alphonsius.
Paradójicamente, su amigo Philippe Couplet era conocido en China como Bai Yingli. Ambos fallecieron de forma análoga: Fu-Tsung de fiebre, a la altura de Mozambique, durante el viaje que le devolvía a su país como misionero jesuita; Couplet dos años más tarde, aplastado por un baúl durante una tormenta en el Mar Arábigo cuando el barco en que navegaba estaba a punto de llegar a Goa.
Fuentes
Biographical Dictionary of Christian Missions (Gerald H. Anderson, ed)/Curious Land. Jesuit Accommodation and the Origins of Sinology (David E. Mungello)/Orientalism in Louis XIV’s France (Nichollas Dew)/The great encounter of China and the West, 1500-1800 (David E. Mungello)/El mundo de la renovación católica, 1540-1770/Wikipedia
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